Los
Budas escondidos
Desayunamos
tranquilamente en el hotel, hemos quedado para salir a las 9.30 h, y hoy aparte
de tener un desayuno clásico –tostadas, bollería, fruta-, Myo me anima a probar
la sopa mohinga, una sopa de pescado realizada
con la pasta fermentada de gambas, de fuerte olor y sabor, y yo me animo, que tengo un punto de
descerebrada gastronómica (sé que como pasta no me gusta, pero si no lo pruebo en sopa no sabré si cambiaré de opinión); para mi sorpresa, estaba rica y me la comí, echando
unos pocos de noodles para que fuera más contundente.
Emprendemos el viaje, cruzamos el río
Chindwin, y tenemos escenas de carretera, de vida en ciudades, y hasta un
lejano deja vu de Costa Rica con los palmerales.
Pasamos a una
carretera más estrecha y de peor asfaltado, con un agradable paisaje, en la que circulamos solo nosotros.
Finalmente la
carretera termina en un camino de piedras, así que bajamos y comenzamos a
caminar.
Con buen criterio Myo ha cambiado la visita a las cuevas Hpo
Win Daung (o Powintaung) para el día de hoy y las quitó de ayer, así
podremos disfrutar más de ellas (no sé si pensó en él, para poder descansar; o
en nosotros, que ya ha visto que nos gusta caminar y perdernos por los lugares
e intuyó que este sería un buen lugar para ello; el resultado es que en lugar de hacer una visita rápida tenemos tiempo para pasar con tranquilidad).
En la montaña, que
recibe el nombre de U Hpo Win, un eremita alquimista, se han excavado templos desde el siglo XIV al XVIII,
por eso el nombre de cuevas, que hay en total 492.
Nuestra primera
visión es una especie de muro realizado sobre la roca, sobre el que se han añadido partes de ladrillo, y donde hay diversas
puertas, algunas solo con un arco, y otras con una decoración labrada en
piedra.
Al entrar en estas
cuevas comienzas a tomar conciencia de la importancia de este lugar, en ellas se han colocado
miles de estatuas de Buda, de todos los tamaños, todas las formas, todas las
decoraciones, todas las posiciones…unas 2.588 imágenes en total. Y estamos en
el comienzo.
Continuamos caminando, viendo cueva tras cueva, pero entrar a todas es una locura, nos
llevaría todo el día, y ni siquiera tengo claro que termináramos, así que vamos
haciendo un poco de elección al acercarnos a algunas, quizás la verja roja
significa mayor importancia; por supuesto escalar a las situadas más altas de momento
está completamente descartado.
Las sorpresas
continúan, no sólo hay estatuas de Buda, colocadas incluso de forma recóndita,
para lo que los huecos de las cuevas tienen una sencilla forma de laberinto; algunas
paredes o techos conservan pinturas murales. Estamos completamente impresionados, el saber de este sitio por los libros o por internet te despierta la curiosidad, pero el estar aquí nos hace sentirnos afortunados y felices.
Yo decido no subir
hasta la colección de imágenes de Buda situadas en el exterior de un recoveco
en la montaña, no me fío de mis piernas y de que el viaje se termine aquí; el
camino no es difícil, y además es corto, pero ir en chanclas lo hace más
complicado, sobre todo si eres un pato como yo (y menos mal que nos dejan ir calzados porque de otra forma sería imposible sin desollarse la planta de los pies).
Al lado de las
figuras hay una cueva, y por supuesto más imágenes en su interior.
Más adelante, una
nueva colección de cuevas, cuyas puertas mantienen algo más su decoración, y
además hay una pareja de chinthes protegiéndolas, así como dos figuras más.
En el interior de estas
cuevas, que si seguimos este ritmo entrando en ellas no vamos a terminar nunca, más imágenes, más
pinturas, más belleza mística, más sorpresas, más y más; te sientes sobrecogido e impresionado.
Myo decide, con buen criterio, dejarnos explorar por nuestra cuenta, él se va a adelantar y ya nos encontraremos cuando terminemos nuestra pequeña aventura por la montaña, sus cuevas y sus Budas.
En el camino, a la izquierda surgen
unas escaleras, que en un principio dejamos pasar porque no sabíamos donde
llevarían y si este camino sería de no retorno y tuviéramos que continuar por él, así que decidimos primero intentar
terminar la parte de abajo (aunque ya nos hemos dado cuenta que esto no se
terminará nunca). Pero vamos por partes, así que subamos por ellas: primero se llega a las ruinas de un templo excavado en la roca, con imágenes en su interior; las escaleras siguen subiendo hasta llegar a otro templo igualmente excavado, con la imagen en su interior de un Buda reclinado.
Se sube un poco más
sobre las rocas y se llega a unas estupas; desde aquí se tienen vistas de alrededor y de los templos que os he mencionado.
Bajamos y continuamos
el camino entrando en más cuevas, y nuestro grado de admiración sigue
subiendo: la bonita estatua de Buda en el centro, las pinturas y su color rojizo, todo nos
desconcierta y nos encanta.
Más cuevas y al final
surge una pared rocosa labrada, que es como la entrada a otro mundo, a una dimensión desconocida, o a las minas de Moria de El señor de los Anillos, ¡yo que sé!, la imaginación se desborda en este lugar y te dan ganas de sentarte en el suelo en modo
oración y disfrutar del momento, del tiempo, del espacio… pero no podemos parar, así que entremos a ver las imágenes de su interior, que curiosamente en principio no son las más llamativas.
A la izquierda de este muro labrado hay cuevas
a ras de suelo, otras en alto; algunas manteniendo sus estatuas y en otras
han desaparecido o solo hay fragmentos.
En una de estas cuevas nos llama
la atención el color verde de sus pinturas, ya que por regla general suelen ser
rojizos u ocres. Nuestros ojos son cada vez más grandes, acompañando a nuestras amplias sonrisas.
A la derecha del muro labrado hay un
templo al uso, con simpáticas imágenes de guardianes en su exterior; vale, quizás es un exceso decir que son simpáticas con esa cara de conejito feroz que tienen, que recuerdan precisamente al conejo de la película Donnie Darko.
Tras pasar el porche del templo,
en el que las puertas están decoradas y pintadas con un ocre chillón, de mala
factura y mal color, se pasa al santuario, donde te sorprendes con una gran imagen
dorada de Buda reclinado. Además, las paredes y el techo conservan las pinturas (no
sé si repintadas o vueltas a pintar directamente por su buen aspecto). También
hay una huella de Buda para dejar las ofrendas monetarias (que no hay ninguna),
y un señor que reza plegarias que le han pedido, y lo hace a un ritmo vocal
frenético. Un precioso lugar.
Desde el santuario
hay dos caminos, uno por abajo, y otro por arriba, siguiendo unas escaleras;
por supuesto nosotros nos decantamos por el segundo, que al menos ofrecerá
vistas, y para bajar siempre hay tiempo si no conduce a ningún lugar (ahora ya estamos arriesgando, que el lugar lo merece).
Pero ya es raro que
un camino en Myanmar no conduzca a un santuario, a un templo, a un monasterio, a una
estupa, en resumen, a unos Budas, aunque la apariencia arquitectónica sea más de una casa particular que de un templo. Se cumple la máxima de la belleza está en el interior.
Desde este punto elevado tenemos
vistas de las cuevas de abajo, santuarios, estupas de la parte de enfrente, por las que hemos pasado.
Comenzamos a tener
compañía durante el camino, aunque afortunadamente no demasiado cerca; yo ni
siquiera les miro, no quiero que mi mirada la tomen como un desafío, y
afortunadamente no llevo mochila que proteger, y por supuesto nada de comida,
que esto les atraería y les provocaría (mirar en la esquina de la izquierda de
la estupa, por si acaso no los habéis visto).
Hacia delante,
escaleras y cuevas en las rocas, y estupas. Las rocas excavadas hasta el infinito.
A nuestra izquierda
construcciones que pasarían por casas, pero que son santuarios, donde los monos
se comen tranquilamente las ofrendas de plátanos.
Pasamos junto a una
estatua protegida por una
"jaula", por lo que suponemos que es valiosa.
Llegamos hasta una
estupa que recuerda los templos indios, cuyo hti está a punto de caerse; junto
a ella los restos de un estanque donde ahora no hay agua y la basura comienza a
acumularse.
Cuando estábamos a
punto de descender, una madre con dos hijos llama nuestra atención y nos hace
señas para que la sigamos, cosa que hacemos sin dudar, y así llegamos a una cueva donde hay
un Buda reclinado, con bonitas pinturas a su alrededor, que tienen ligero aspecto
a circenses. Si no hubiera sido por ella, nos lo hubiéramos saltado, así que si visitáis las cuevas y queréis ver lo más posible, no os saltéis ningún camino, que parece que siempre se llega a algún lugar interesante. Desgraciadamente no llevamos nada de comida o bebida para compartir con ellos, así que no nos queda de otra que el agradecimiento monetario, que siempre será más útil para ellos, y sobre todo nuestro agradecimiento y nuestras sonrisas.
Los monos,
afortunadamente, siguen a lo suyo, parece que saben que no tenemos nada y nos
están dejando en paz.
Retomamos el camino, descendiendo
por las escaleras, con nuevas cuevas y nuevas imágenes.
Ya abajo nos
encontramos con varias estupas, una de ellas bastante colorida, parece que se ha restaurado recientemente.
Y lo que suponemos la imagen de un espíritu nat.
Aquí ya nos damos media
vuelta, aunque el camino continúa descendiendo, pero Myo nos está esperando y
realmente no sabemos hasta dónde llegará y si volveríamos por el mismo lugar, o
sería una vuelta más grande, el tiempo que nos llevaría… definitivamente a este lugar hay que venir con una
mochila para pasar la mañana entre cuevas y budas.
Los monos están ojo
avizor a las vendedoras de comida y plátanos, tanto que saltan sobre los
hombros de una de ellas, y casi grito yo en su lugar al verlo.
Ahora una de las
vendedores nos acompaña para ir señalando las cuevas, pero estas están visibles
a primera vista, con lo que es más un marketing para que le compremos o le
demos algo…ya veremos.
Creo que aunque hubiéramos
estado solos, no nos habríamos saltado una de las cuevas con un Buda
reclinado, sus puertas presentan decoración externa y guardianes y son el perfecto reclamo que llama tu atención; de nuevo en su interior
las pinturas eclipsan el tamaño de la imagen.
Casi cerrando el
círculo del paseo que hemos realizado, otra cueva con pinturas e imágenes. Las pinturas del techo son impresionantes.
En las últimas
cuevas, dos Budas tumbados, en peor estado de conservación pero con su
propio encanto.
La última cueva en la
que entramos tiene dos habitáculos, por supuesto llenos de imágenes, con lo que
nos deja un buen recuerdo visual, tanto por espacio como por disposición.
Nos reunimos con Myo,
que ha encontrado una silla donde esperarnos sentado y a la sombra, compramos
botellas de agua para hidratarnos y volvemos al coche.
Las cuevas Hpo Win
Daung han sido uno de los lugares con más encanto que hemos visitado en
Myanmar, y realmente es bastante difícil hacer una clasificación, porque
siempre se han ido superando los monumentos o lugares durante el viaje, bien por simpatía, bien por
localización, bien por belleza natural, bien por belleza arquitectónica… y es
que estas cuevas lo reúnen todo, además de contar con la posibilidad de caminar
por una montaña, y no hacemos una valoración técnica de la factura artística, sino del conjunto y de todo lo que es capaz de transmitir.
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