25 de agosto de 2011

Australia - Sydney - The Rocks - Cadman's Cottage - Sailor's Home - Campbell's Storehouse - Bond Stores


Los orígenes de Sydney

Sydney tiene una población de unos cuatro millones de habitantes y una extensión de 12.500 km2, ¡veinte veces más grande que Madrid! La región de Sydney era el hogar de los aborígenes eora, que fueron privados de sus derechos sobre el territorio, siendo encarcelados, expulsados o asesinados. 

Tras una ducha reparadora y un té reconfortante estamos preparados para el primer asalto a la ciudad. Una cosa es preparar la guía, otra imaginarse por dónde comenzar y otra es comenzar, con lo que una vez allí y con la guía y el mapa se cambian las ideas.

Tomé la decisión de salir al Circular Quay para afrontar la Sydney Cove por  la parte izquierda de su paseo marítimo y nuestra primera visión de la ciudad, que ya comienza a entrarnos favorablemente por los ojos y nuestros sentidos es esta, en la calle George Street; casi siempre suele haber un momento que se capta como comienzo del conocimiento de una ciudad, y en esta ocasión así fue. 

 
Enfrente de estos edificios se halla el First Fleet Park, un pequeño parque en memoria de los primeros colonos de la nación. Frente al parque está el Museum of Contemporary Art en un edificio art déco, pero ni nos fijamos demasiado en su aspecto exterior ni entramos a visitarlo, aunque sus exposiciones que van más allá de lo considerado vanguardia, y por lo tanto de lo que los profanos consideramos arte, son todo un aliciente para conocerlo y criticarlo…o no.

En el paseo marítimo nos encontramos con la figura, quizás no tan altanera como en las películas se nos hacía ver y creer, del capitán Bligh, el de la rebelión en la Mounty.


Estamos en la zona conocida como The Rocks, entre George Street y el mar, el barrio histórico de Sydney, cuyas calles fueron famosas por ser las más peligrosas de Australia, donde acechaban rateros y matones, donde los residentes vivían entre cloacas y callejones insalubres, entre prostitutas y marineros borrachos, los cuales peleaban a todas horas. El barrio recibe su nombre de los acantilados que existían en la zona. 

A principios de 1900 una epidemia de peste bubónica que acabó con la vida de unas cien personas hizo derribar muchas de los edificios, plagados de ratas. Otros edificios fueron demolidos en 1920 para la construcción de una vía hacia el Harbour Bridge y de una autovía. En la década de 1970 se pretendió hacer desaparecer el viejo barrio para construir altos edificios de oficinas pero una tenaz campaña de oposición paró afortunadamente el proyecto. 

La Cadman’s Cottage (110 George St) es la casa más antigua de Sydney, fue construida en 1816 sobre una playa sepultada como un barracón para la tripulación de los barcos del gobernador. El nombre lo recibe de Cadman, un recluso que fue condenado en 1798 por el robo de unos caballos, que en 1813 era timonel de un barco y más tarde lo fue de las embarcaciones del gobierno, siendo absuelto en 1827 y nombrado superintendente, cargo que ostentó hasta 1845, trasladándose a vivir durante este tiempo a esta casa. Se casó con otra reclusa que fue condenada a siete años por el robo de un cepillo para el pelo. 

 
La casa ya no se encuentra al lado de la orilla por la sucesiva ampliación del paseo y de la ciudad, y en ella se encuentra el centro de información de los Parques Nacionales y el Servicio de Fauna del país. Aunque no se vaya a pedir información se puede entrar, no sólo al mostrador de información, sino que hay una zona habilitada como pseudo-museo donde se contemplan las tuberías de cerámica de la casa. 

A su lado se encuentra la Sailor’s Home (106 George St), construida en 1864 como hospedería para marineros, uso dado hasta 1980. En un primer momento se instaló un centro de información turística en ella pero fue trasladado y ahora sus dos primeros pisos los ocupa un restaurante tailandés, al que decidimos no explorar por la hora tan temprana, pero en el que parece ser que se han respetado algunos cubículos de los dormitorios tal y como eran en el siglo XIX. 


Hacia el otro de la bahía, a nuestra derecha, se encuentra el edificio emblema de la ciudad, la Opera House, que no hay palabras para describirla, hay que verla allí, plantada en el Bennelong Point, y desde todos los ángulos que el paseo nos va ofreciendo, impresionante, mucho más allá de las fotos, y eso que hay muchas y muy buenas en la red, pero la Ópera produce muy buenas vibraciones, aunque ya llegaremos a visitarla y conocerla mejor. 


El otro emblema de la ciudad, el Harbour Bridge también llama nuestra atención continua, es un no parar de asombro, y una preciosa postal para los ojos lo que se contempla en este paseo marítimo.



En este momento podéis suponer el book fotográfico que tienen estos dos elementos arquitectónicos, a cada paso que dábamos un nuevo ángulo, una nueva fotografía.

Seguimos en dirección al puente, pasamos al lado de la Overseas Passenger Terminal, donde atracan las grandes embarcaciones y supongo que afortunadamente los pasajeros de los cruceros, ¡¡menuda entrada a la ciudad!! y no lo digo por el edificio sino por la situación en la bahía.

Más adelante se encuentran las Campbell’s Storehouse (7-27 Circular Quay West), unos almacenes construidos por el escocés Campbell para guardar té, azúcar, licores y telas que importaba de la India. Actualmente acogen restaurantes con variedad de cocina: australiana, china, italiana…un buen lugar para una comida o una cena, aunque ahora no se nota el movimiento que tienen por la noche. 

 
En la parte izquierda de la foto se intuye un edificio, la fachada principal de los almacenes de la ASN, de claro estilo holandés, que eran conocidos como Bond Stores, construidos en 1884.  En el piso bajo de los edificios hay instalados galerías de arte aborigen, que aprovechamos para comenzar a conocer, y sobre todo comienza a gustarnos mucho, aunque no es hora de compras, primero habrá que ver más para decidirse a comprar. 



Frente a nosotros, cruzando el Harbour Bridge, se halla la bahía de Lavender, con Milsons Point, donde se encuentra el Luna Park, un pequeño parque de atracciones con una entrada entre divertida y terrorífica, ese payaso más parece el de la película It que al afable Charlie Rivers. 

 

Australia - Crónica de vuelo

La medio vuelta al mundo

Para visitar Australia es necesario un visado, la ETA, Electronic Travel Authority, que se obtiene fácilmente en la página web de la embajada australiana, hasta el momento sin coste, y automático. Aunque cuando se recibe y se imprime se tiene la sensación de que es un "papelote", llamé a la embajada para intentar obtener información y la respuesta me dejó más a cuadros que el propio papel: "es como un recibo de cajero de banco". 

Lo primero al plantear el viaje son las largas horas de aviones por delante, Oceanía no es un destino fácil para llegar, más de 26 horas de vuelo por delante,  un vuelo de conexión ya que las aerolíneas no parten directas de España, en nuestro caso Madrid, una escala técnica de avituallamiento y limpieza y horas de adelanto en el reloj al ir hacia el este. La mejor alternativa que encontramos es la línea nacional más importante australiana, Qantas, porque es la que mejores horarios nos ofrece para estos vuelos conexionados y horas perdidas en aeropuertos, además así aprovecharemos para conocer esta compañía, ya que en esto de los viajes es importante saber con quién volar en el futuro. Nuestra ciudad de enlace será Londres, el temible y caótico Heathrow, con sus demoras y retrasos siempre en las noticias.

Algo creo que sumamente importante en vuelos de esta duración es realizar un presupuesto, cuanto estamos (y podemos por supuesto) dispuestos a pagar más por volar mejor y más cómodos, porque hay una clase intermedia entre turista y business que resulta no excesivamente cara para lo que ofrece. 

El vuelo de Madrid a Londres sale con más de una hora de retraso, pero en teoría esto no nos afecta ya que para tomar el avión siguiente teníamos tres horas y media, con lo que una hora no hará que tengamos que correr como locos por el aeropuerto. Esperamos con tranquilidad en la sala VIP, una hora más, una hora menos, con tantas horas (y días, que las horas suman) por delante. 


Si hay un paisaje que me gusta mucho desde las alturas es el de los alrededores de Londres, su campiña verde e infinita, sus casas unifamiliares como si se tratara del juego del Simcity, y la propia ciudad, que en este caso no vemos por el ángulo de toma de pista de aterrizaje, por la ventanilla asignada (siempre que puedo elijo ventanilla) y porque el piloto no lo tiene entre sus prioridades. Primer cambio de horario, nada significativo, una hora no afecta en nada. 


Llegada a Londres sin problemas, con un vuelo correcto sin sobresaltos, y tras una pasada por las tiendas del duty free, nunca se sabe si se encontrará algo útil, afrontamos la espera para el largo vuelo a Australia. 

 

Con muy poco retraso del horario previsto el vuelo destino Sydney (lo siento, hay ciudades que me es imposible castellanizar cuando las siento como mías), ya con Qantas, anuncia el embarque, en esta ocasión en un Boeing 747-400, Longreach. El slogan de la compañía, The spirit of Australia


Un inciso sobre el nombre del avión, Longreach. En esta localidad, en el estado de Queensland, comenzó a operar la compañía Qantas en 1920 como servicio aéreo de Queensland y del Territorio del Norte, siendo la segunda compañía aérea más antigua del mundo. Tuvo su sede en esta ciudad de 1922 a 1934 y por estos tiempos se creó el Qantas Founders Outback Museum con paneles explicativos sobre la historia de la aviación, además del primer avión de la compañía, un Avro 504K y uno más reciente, un Boeing 747 desmantelado. 

Viajamos en el piso superior del avión, en teoría más tranquilo al tener menos pasajeros. 


Una cara muy conocida, ¿qué mejor recibimiento para unos cinéfilos como nosotros?, nos da la bienvenida en nuestra pantalla de televisión.


 
En los asientos tenemos nuestros neceseres de viaje (cepillo de dientes, cremas hidratantes para labios, cara y manos, calcetines, tapones para los oídos, antifaz...¡falta el peine!), y un detalle muy bueno, un pijama para afrontar el vuelo más cómodos. 






Comienza el atracón del pavo, digo, del pasajero de avión aburrido y sin control sobre su propia necesidad de comer que se deja llevar por la sorpresa gastronómica (que no siempre es buena) poseído por la gula aeronáutica. Cenamos, estamos en horario nocturno de vuelo, una sinceramente riquísima Big bowl of rosé veal, broad bead and orzo soup with a sorrel cream (esta crema la aparté yo, que no soy muy cremosa). Por supuesto decidimos comenzar nuestra especial cata de vinos australianos…un auténtico vía crucis por los viñedos y bodegas del país a partir de ahora. 


Volar y volar, dormir o dormitar, hablar o callar...y llega la hora del desayuno, que previamente habíamos solicitado en uno de esos carteles que se dejan en las puertas de los hoteles (zumo, café, tostadas, tortilla, lo que se quiera). 



Durante el primer tramo de viaje me veo una pésima película, The adjusment bureau, con Matt Damon, que al principio parecía interesante pero que antes de llegar a la mitad comienza a trastocarse en un Matrix de comedia y absurdo, y con ello no digo que Matrix no fuera absurda pero rompió moldes en su momento y resultaba “creíble”, fresca, intrigante….Este adjusment me desajusta los ojos. También me veo una muy buena, True Grit, la versión de los hermanos Coen de Valor de ley de John Wayne, por la que ganó su único Oscar, que me arregla el desajuste que me había producido la anterior. 

Llegamos a Bangkok y volvemos a cambiar el horario. El edificio del aeropuerto de Bangkok por fuera es muy asiático, con unas formas arquitectónicas bonitas. 

 
Del interior del aeropuerto me esperaba más, haciendo honor a la Asia turística, como el de Singapur o el de Hong Kong, pero no encontramos nada de esto: el poco tiempo del que disponíamos, una hora, los pasillos largos, anchos y desangelados en ocasiones que nos hicieron perder casi todo el tiempo, desde la salida hasta volver a entrar por la puerta de embarque, y luego no demasiadas tiendas en nuestra zona, que no era cuestión de ir de exploradores para luego correr. Lo más significativo, la estructura de una pagoda entre dos cintas transportadoras. 


En este último tramo intentamos dormir, que se trataba de llegar lo más descansados posibles, pero la verdad es que no conciliamos ninguno de los dos un sueño profundo. 



De nuevo en el avión, ¡más comida! Ahora tenemos una entrada y un plato principal, ¡vamos a morir de una indigestión! Para mi marido una Asian style chicken salad with vermicelli noodles and lime dressing y para mí una Mushroom soup with croutons y para los dos un Honey braised duck with pistachios, couscous and green beans (muy rico el duck). 




Lo mejor tras una buena comida es un buen paseo, ¡no!, una buena siesta...ya no sabemos en que hora vivimos dentro del avión. Por lo menos intentamos descansar lo posible, hasta que de nuevo llega la hora del desayuno (parece que ya somos pavos bien engordados). 

 
Y por fin llegamos a nuestro destino, Sydney, 5.30 h de la mañana, desafortunadamente todo está muy oscuro para disfrutar de la llegada a la que dicen una de las más bellas ciudades desde el aire, pero nada, no se veía nada de nada, luces y poco más, pero no lo suficiente para admirarla…todavía. 

En el aeropuerto nos espera nuestro transfer al hotel, que en esta ocasión va acompañado por la que será nuestra guía en el tour, Alda, una uruguaya con muchas tablas en la vida y en la profesión, lo que le da sus puntos buenos y malos en ambos aspectos, pero que sin lugar a dudas nos ha provocado multitud de risas al tiempo que multitud de introspección interior, y es que ni lo malo puede dejar de tener sus efectos buenos, solo es cuestión de querer buscarlos y encontrarlos. 

Adelantándome a las conclusiones que posiblemente escribiré al terminar de relatar este viaje, es que si hay una palabra para describirle sería AMAZING. Australia es totalmente AMAZING, por la gran variedad de paisajes que ofrece, con todas las tonalidades (ocres, verdes, azules, rojos…), por sus habitantes humanos, que han resultado mucho más cálidos y colaboradores de lo que nos esperábamos (con sus excepciones, ya que toda regla tiene su excepción, y los habitantes del mundo también), por sus habitantes animales, increíble la fauna tan variada y diferente, aunque no siempre vista en libertad, por la arquitectura y formación de sus dos principales ciudades, Sydney y Melbourne, y hasta podría aplicar AMAZING a la gastronomía, no solo por las variedades extrañas entre sus alimentos sino por no ser precisamente de las mejores del mundo, bastante repetitiva y salseada en general, pero es lo que tiene vivir en un país como España, donde la gastronomía es cultura y felicidad. 

Alda nos lleva en la oscuridad de la noche a nuestro hotel, en el que no tenemos seguro que podamos hacer uso de la habitación, ya que son las siete de la mañana y la hora de entrada estipulada es a partir de las tres de la tarde, pero afortunadamente nos dicen que está lista y que podemos hacer uso de ella. La fortuna y la mano de Alda nos sonríen. Con ella repasamos el plan del tour y nuestras extensiones, y aquí cometí el primer error, no repasarlas debidamente, con lo que luego se nos pasó la oportunidad de realizar algo que hubiera estado genial, pero también creo que ella debería haber estado al tanto de avisarnos, sin necesidad que en esta parte del viaje ella no estaría con nosotros. 

La idea original era ir directamente a la bahía para ver el amanecer, pero la charla con Alda nos demoró, así que nos conformamos con verlo desde nuestra habitación.


La habitación también tiene vistas hacia la Ópera.


Y hacia el puente, el Harbour Bridge. 


Los dos juntos, un placer llegar a la habitación y disfrutar del amanecer y en la noche de ellos (aunque desmerece la grúa, pero hay que rehabilitar y construir).




También vemos el todavía tranquilo Circular Quay, el muelle de los ferries que circulan por la bahía, que fue el lugar donde la First Fleet desembarcó en 1778 y donde acudía la población cada vez que llegaba un barco con provisiones.