14 de noviembre de 2011

Australia - Cairns - Gran Barrera de Coral - Michaelmas Cay - Submarinismo con bombona


Los colores del mar (Buscando a Nemo)

Estamos en Cairns, la ciudad más importante del norte del estado de Queensland, y uno de los mejores puntos para conocer la Gran Barrera de Coral, parque protegido desde 1975 y Patrimonio de la Humanidad desde 1981. El calentamiento global es uno de sus mayores enemigos ya que los corales y su ecosistema son muy sensibles a los cambios de temperatura, y también se ven amenazados por la contaminación, cualquier alteración los hace morir. 

Hay más de 700 islas en la Gran Barrera de Coral, muchas de ellas son paraísos tropicales deshabitados, y en algunas hay hoteles-resorts de lujo (un hotel por isla suele ser lo normal). La mayoría son islas continentales, es decir, las cimas de antiguas montañas costeras se convirtieron en islas al final de la última glaciación, hace 15.000 años, cuando subió el nivel del mar. En torno a las islas ha crecido el increíble mundo del arrecife de coral. 

Cairns y su barrera están demasiado masificadas, aunque nosotros no estuvimos mal ni en la ciudad ni en la barrera supongo que por ser invierno (no en temperatura), por lo que se van abriendo nuevos centros turísticos más al norte, más vírgenes y con mejores zonas para disfrutar del espectáculo coralino, como Port Douglas. 

La ciudad comenzó como un campamento de pescadores de pepinos de mar (suena a risa el nombre) en la década de 1860, y su crecimiento se debió al hallazgo de oro y estaño en las cercanas Atherton Tablelands, estableciéndose como ciudad en 1876. Hasta la década de 1980 era principalmente una ciudad azucarera y una tranquila población de pesca pero a partir de esta fecha surgió el auge del turismo y se perdió la paz en pos de la economía.

Los europeos llegaron por primera vez al norte de Queensland cuando el capitán Cook se vio obligado a atracar allí el Endeavour dañado y encallado por los arrecifes en 1770. La isla en la que encallaron fue bautizada como Magnetic Island, ya que la brújula enloqueció al pasar junto a ella y creyeron que era magnética.

Por supuesto la excursión que realizamos esta mañana es a la Gran Barrera de Coral, que comienza junto al Trópico de Capricornio y cubre 2.092 km hasta el Cape York  hasta llegar frente a la costa de Papúa Nueva Guinea. La Gran Barrera es más grande que la Muralla China y es el único elemento vivo visible desde el espacio, siendo una de las siete maravillas naturales del mundo (recientemente ampliada la lista). Aunque se le mencione como un solo arrecife en realidad son más de 2.900 que cubren casi 233.000 km2. Toda la barrera es una maraña de corales y aguas poco profundas que para los primeros exploradores fue una pesadilla. 

La mejor temporada para visitar la Gran Barrera es entre mayo y octubre, porque el resto del año aparecen las mortales medusas box jellyfish, hecho por el que las playas se protegen con redes especiales intentando evitar que pasen a zonas de baño. 

Vamos hacia el puerto, con barcos ya llenos de turistas listos para zarpar y otros llegamos en tropel para subir a los que nos corresponden, en nuestro caso, y creo que la mayor parte de ellos eran de este clase, un catamarán de la empresa Ocean Spirit Cruises.



Este es nuestro capitán, que más parece un niño vestido para la primera comunión (sorry captain). 


La navegación es tranquila, pero no tenemos mucho tiempo de contemplar el paisaje, estamos atendiendo las indicaciones de Cyril en español, nos cuenta que es lo qué se va a hacer y sobre todo qué es lo que se puede hacer…y estamos muy atentos. 


Y comienza la vorágine, la loca de la colina, o sea yo misma, decide que va a intentar practicar submarinismo, no snorkel, sino sumergirse con bombona, lo que le produce un miedo rayando el terror y una claustrofobia inimaginable, pero si estoy allí, ¡en la barrera de coral!, que menos que intentarlo. 

En Madrid lo habíamos hablado, yo había leído sobre la posibilidad de hacerlo sin realizar un curso antes y de tener el diploma como se exige por precaución, y que seguramente no lo haríamos, pero una cosa es pensarlo en frío y otra en caliente, allí al lado de ese mar azul que te incita a conocerle. Así que ante el hecho de que me voy a apuntar mi marido también lo hace, en un fifty-fifty para acompañarme (me conoce a la perfección, a mí y a mis miedos) y por curiosidad, a él le van más los animales, la naturaleza y las emociones y aventuras de riesgo aunque siempre soy yo la que da el primer paso. 

Hablamos con Cyril, afortunadamente su castellano es espléndido, lo habla y lo entiende a la perfección. Yo necesito saber en qué consiste y sobre todo necesito saber si consigo sumergirse y una vez allí me asfixio ¿cómo narices salgo? ¿puedo hacerlo cuando y como quiera?, para mí es lo más importante, si se me cuaja la mente se me cuajará el cuerpo y quiero saber cómo se sale.  

Con una paciencia de santo, somos siete personas interesadas, cinco de nuestro grupo y una pareja de italianos, le acribillamos a preguntas que va contestando con tranquilidad y sabiduría, se le notan las tablas en el asunto y con los novatos. Y sí, dice que si me arrepiento abajo puedo subir y abandonar la misión, ufffff, esto me tranquiliza algo pero tengo una bola en el estómago entre nervios y emoción. 

Tenemos que rellenar un pequeño cuestionario sobre nuestra salud, para que él lo valore y sobre todo si mentimos sobre algo que pueda ser perjudicial para nosotros será nuestra culpa y su exoneración ante cualquier problema, aunque creo que esto tendría sus lagunas legales, porque siempre había leído que el submarinismo amateur está completamente prohibido, aunque sea a poca profundidad y en teoría con pocos riesgos. 

Uno del grupo tiene un pequeño problema asmático, es alérgico y esto le produce asma, pero no es asmático crónico; ante esto Cyril y sobre todo, ante la propia preocupación del interesado, llama a un médico a Cairns para que le aconseje, y la respuesta es no, prefiere evitarse el problema, con lo que él y su pareja deciden abandonar la expedición. Quedamos cinco, que iremos en dos turnos, a las 11 comenzamos tres: mi marido, un compañero de tour y yo misma. ¿Qué estoy haciendo?. 

Vamos a contrareloj en todo. Tenemos que elegir unas aletas entre cientos de ellas, y unas gafas con tubo (el tubo por supuesto no para sumergirse ahora) que se nos ajusten bien, abajo no podemos tener problemas con ellas. 

Y lo más importante, tenemos que elegir un traje de neopreno, la temperatura será más fresca, bajaremos entre 8 y 10 m (solo de pensarlo me da más claustrofobia aunque sea todo un mar abierto, pero estará encima de mí) una media hora. Aquí hay stress mucho stress, me dan un traje (previo pago de alquiler, que no recuerdo el coste) de la talla 3, ¡cielos, todas estas carnes no entran allí!, con lo que tras una lucha con el traje y mis muslos tenemos que pasar a la talla 4, pero esta talla me sobra, tanto en estos muslos jamoneros como de hombros, que parece que me hayan colgado de una percha, así que tenemos que volver a la talla 3, y afortunadamente caigo en manos de una ayudanta que decide enfundarme en él cual morcilla y que lo consigue. ¡Aleluya, tengo traje!. 

El barco fondea frente a Michaelmas Cay, a 42 km al noroeste de Cairns, donde viven más de 30.000 aves (ya las veremos, no sé si a las 30.000 porque no las conté). 


Los pasajeros que no hagan submarinismo pueden desembarcar en el cayo para bañarse o hacer snorkel. 


Nosotros tres a las 9.30 h más o menos tenemos la primera cita con Cyril, nos tiene que dar unas nociones básicas para la inmersión. Yo intento estar atenta pero son demasiadas cosas para esta mente abotargada, voy tomando nota y preguntando y repreguntando al tiempo que miro a mi marido que me tranquiliza algo con su mirada, parezco más tonta de lo que soy. 

Cyril nos enseña signos básicos: nos preguntará abajo que tal estamos, con el pulgar hacia arriba le indicaremos que bien, y si no va bien moveremos la mano como aflojando una bombilla pero en horizontal. Primer problema que me plantea, bajamos juntos, subimos juntos, que es normal porque no puede dejar a novatos abajo mientras él sube con otro, pero claro, esto es condicionar a mis compañeros de buceo si como preveo según bajo me da por subir. 

Con la bombona y el respirador en sus manos comienzan las clases técnicas: si nos pitan los oídos soplaremos con fuerza para soltar presión, como en los aviones; si se nos empañan las gafas las apretaremos por la zona del entrecejo; si nos entra agua en el respirador (¿cómo? ¿agua en mi instrumento de respirar allí abajo?, se aprieta para que salga)…ya no sé que tengo que hacer cuando, me tiemblan las piernas. 

Terminada la clase tenemos tiempo hasta las 11, pero me surge un nuevo problema, yo necesito ir al baño, no quiero contaminar la barrera de coral y estoy que me meo todita toda (no es una fineza contar ciertos actos pero los hechos fueron así), así que me tengo que quitar el traje que con tanto sufrimiento consiguió ponerme la ayudante eficaz, o que con tanto sufrimiento estas carnes consiguieron entrar en él, pero no hay de otra, es una cuestión ineludible. De nuevo a contrarreloj una vez saciada la necesidad primaria, hay que volver a amorcillarme en el traje, todos luchan con coraje y valor para lograrlo, por un momento parecía que no era posible y yo prefería buscar a la que lo consiguió ella con solo dos manos en lugar de con ocho recorriendo mi cuerpo, pero al final sus ganas y sus fuerzas consiguieron subir la cremallera, una vez que han conseguido encerrar mis muslos el resto es fácil (una liposucción ya, urgentemente). 

A las 11 h nos encontramos con Cyril para comenzar, es hora de poner en práctica los conocimientos teóricos. Allí estamos con nuestro equipo y con esos conocimientos adquiridos en poco más de cuarenta y cinco minutos, pero con muchas ganas, nerviosas pero ganas.

Lo primero que te ponen es un cinturón de pesas, ¡cielos, plomo para hundirnos!, esto parece una película de mafiosos, y madre mía ¡cómo pesaba aquello!. Una vez con el cinturón todos, a sentarnos con los pies sobre el mar y a colocarnos las aletas, ¡cielos! exclamo de nuevo, que flexibilidad y control hay que tener para no caer al agua. Ya colocados en nuestros puestos de lanzamiento nos colocan la bombona, ¡más peso!, pero ¿de verdad voy a flotar?. Y patos al agua, pero esta labor no es nada fácil, todo el peso en la espalda te hace tirar hacia atrás en lugar de hacia delante, con lo que parecemos patitos despistados moviendo el culo y balanceándonos hacia delante para caer en el agua.

Primera fase superada, se flota aunque agarrados a una barra. Es hora de poner en práctica la teoría, teoría que es repetida nuevamente por Cyril. Toca sumergirse sin soltar la barra,  es lo justo para ir probando el respirador e ir tomando conciencia de lo que es y lo que espera. Nada más meterme no respiro, no es que me entrara agua es que no era capaz de hacerlo, tenía la mente tan bloqueada que no era capaz de respirar, con lo que tengo que salir. Mientras mis dos compañeros como peces en el agua tan tranquilos.

A contar, uno, dos, tres….ya, vamos a intentarlo otra vez Maca. Ahora sí, el aire me entra en los pulmones y esbozo una pequeña sonrisa para mí misma, me concentro en los pequeños peces que hay a nuestro alrededor, muy pocos, y sobre todo en un pez muy grande, he conseguido liberar mi mente de estar preocupada en la respiración y esta se realiza de forma natural. 

El siguiente paso es bajar un escalón más en la barra-escalerilla bajo el mar, hasta el momento estábamos casi en la superficie, y aunque no es mucho, para mí es más de un escalón en medida física, mi medida es mental. Pero allá vamos, de nuevo en el primer intento problemas, tengo que buscar a mi pez tranquilizador y volver a relajarme, cosa que consigo, parece que esto funciona, aunque tengo mis bloqueos esporádicos. Mis dos compañeros de aventura son unos fieras, llevan sumergidos casi todo el tiempo y tan felices, les estoy retrasando y me siento culpable. 

Cyril está atento a nuestros movimientos, como lo está el equipo en la superficie. De nuevo arriba, nos recuerda las instrucciones de los oídos, las gafas, el agua en el respirador y tenemos una nueva instrucción: desde el segundo escalón vamos a jugar a quitarnos el respirador y volver a ponérnoslo, ¿pero esto qué es?, ¿jugar así con mis sentimientos de pavor?. Esto para mí tiene dos lecturas: una es para que entre agua en el respirador y ser capaces de sacarla, y la segunda, que él no la cuenta pero que ya hemos visto en películas (vale, sé que el cine ayuda y "desayuda" y que hemos visto demasiado) y hay que preveerlo, es que si nuestra bombona o respirador falla él se encargaría de pasarnos el suyo, y para ello debemos estar preparados y mantener la calma, ¿calma, qué es eso?. 

Ale, abajo de nuevo, un ratito para acostumbrarnos otra vez, y Cyril se planta frente a nosotros de uno en uno. Primero con  nuestro amigo, un joven canario, que lo hace todo correctamente, luego me toca a mí, estoy asustada completamente (el adjetivo es otro que por respeto no utilizo pero que muchos de vosotros sabréis utilizar), los oídos bien, las gafas bien, la señal de bien bien, pero toca quitar el respirador y con la cabeza, las manos y los ojos le digo que no (ahora lo pienso y visualizo y me parto de risa porque parecía una comedia mala), pero al final lo hago, cuando tengo el respirador fuera me asfixio, pienso en toda esa agua encima de mí si consigo bajar, si no soy capaz de mantener la calma, si no respiro, pienso en mi marido que lo pasará peor que yo, en el compañero que se llevará un susto de muerte…en definitiva no más de diez segundos en los que la mente trabaja como si fueran diez minutos, al ponerme el respirador no respiro, con lo que decido subir y abandonar la tarea, no es cuestión de retrasar más a mis compañeros. 

Mi marido mientras tanto me miraba entre "me muero de risa" por el espectáculo que estaba dando al decirle a Cyril que no respiraba bajo el mar tan efusivamente, algo triste sabiendo que me marcharía con las ganas que tenía, y algo alegre también ya que  conmigo abajo él no hubiera disfrutado como lo hizo, hubiera estado pendiente de mí (o eso creo). 

Abandono el intento y la expedición con mucha tristeza, porque estoy segura que con Cyril lo hubiera conseguido, este chico sabe lo que se trae entre manos, como enseñar, tranquilizar y a quién tiene en el mar, es un psicólogo a golpe de mar y de bombonas. Me he quedado con las ganas pero no desisto de volver a intentarlo, realizar un curso con más calma, no tan apresurado, para que mi mente y mi cuerpo se acoplen al medio, yo siempre he sido buena buceadora con buenos pulmones sin aparatos, con lo que si dependo de algo artificial todo debe ir mejor. 

Lo que no he escrito en los datos personales es que padezco de claustrofobia, no en un grado extremo pero sí lo justo como para tener mis pequeños episodios que soluciono saliendo de ascensores llenos o concentrándome en los transportes públicos atestados para no perder los nervios. Otro momento de viaje con claustrofobia fue la imponente visita a los túneles de Cu Chi en Vietnam. 

Cyril me preguntó si estaba segura, ya había abandonado en el primer intento y él me hizo continuar, pero esta vez notó que mi gesto era firme. Salir por la escalerilla con todo ese peso fue tremendo, pero allí estaba el equipo de submarinistas para ayudarte a no caer de nuevo al agua y quitarte todo el instrumental. Nada más irme yo los tres se marchan de excursión submarina, están preparados para ello. 

A partir de aquí solo puedo contar la experiencia de mi marido, que se lo pasó genial, era un niño descubriendo el mundo de Nemo y sus amigos, no estaba en el sofá de casa viendo un documental, él estaba allí. Por supuesto que él también quiere más, quiere repetir y hacer nuevas inmersiones en nuevos mundos. 

En Madrid habíamos comprado una cámara acuática pero solo hasta los 3 m, lo justo para hacer snorkel, pero esta no valdría para la inmersión de 8 a 10 m, situación que en el barco solucionan alquilando cámaras preparadas, así que os pongo algunas fotos de lo que ellos pudieron ver, que no es que sea mucho más de lo que se puede ver haciendo snorkel al lado de la playa pero la sensación de estar bajo el mar es lo que da otra sensación y dimensión, aparte de ser un coral menos trillado por los turistas y de encontrarse más peces, en aguas más tranquilas para ellos que rodeados de decenas o cientos de aletas de plástico. 

Yo decido quedarme a esperarlos, me podría haber ido a la playa para disfrutar del baño y del snorkel, pero tenía que estar allí recibiendo a los héroes que se habían marchado, y que subieron con una sonrisa de oreja a oreja, parecían auténticos meros. 











La almeja gigante es el molusco bivalvo de mayor tamaño que existe, dicen que es un plato exquisito pero está en peligro de extinción y se encuentran protegidas.



Los submarinistas tienen la suerte de ver a Nemo y un hermano, pero es difícil controlar los movimientos, respirar, aguantar el dolor de oídos y hacer fotos al tiempo, bastante es que al fotógrafo algunas le han salido francamente bien (y no creo que sea amor de esposa). ¿Los véis?


Espero que os haya gustado esta excursión, y que aparte de reíros de mí y mis episodios submarinos, hayáis disfrutado con la majestuosidad y la belleza de la Gran Barrera de Coral. Pero todavía no hemos acabado, que seguimos anclados en el cayo coralino.