23 de junio de 2017

Costa Rica - De Tortuguero a La Fortuna



Un duro viaje

A las 9 de la mañana tenemos el punto de encuentro en el embarcadero del hotel, las maletas las teníamos que dejar antes en la puerta de la habitación para ser trasladadas a las barcas. Mi marido sale bastante mejor tras el día de descanso de ayer y de la ingesta de pastillas recetadas, pero hoy soy yo la que sale revolucionada, no sé si por los nervios pasados ante su malestar, por los pimientos de la cena de ayer, por el movimiento de cuello buscando animalitos entre la vegetación… el caso es que tengo amagos de vértigo, todavía no es total pero comienza a asomar puntualmente y me preocupan, porque cuando llegan se quedan varios días conmigo (este viaje parece que ha salido gafado en el aspecto físico para ambos). 


Durante el desayuno, intento comer una tortilla con jamón, las náuseas y arcadas se amontonan en mi cuerpo, y menos mal que el baño del restaurante está a tiro de piedra y no estaba ocupado, sino monto el número de la niña de El Exorcista en mitad de la sala. Por mi parte, desayuno terminado y expulsado. Miedo me da subir a la barca. El vértigo ya está conmigo, no de la forma brutal es que se me suele presentar, pero mejor que no mueva mi cabeza para evitar más problemas. 





Comenzamos la plácida navegación, el conductor y el guía cuando no ven o intuyen la presencia de animales aceleran la velocidad de la barca, hasta el último momento en búsqueda de vida para los visitantes. Pasamos por el embarcadero de Tortuguero




Yo pienso que con el frescor del aire me sentiré mejor, pero menos mal que hemos sido precavidos, hemos pedido una bolsa de plástico en recepción (empaquetamos todas en las maletas y no era cuestión de pedirlas para buscarlas), y esta a su vez en una mochila de plástico de color negro. Pues sí, terminé vomitando lo poco que me había quedado en el estómago, y sobre todo toneladas de bilis (nadie dijo que este diario de viajes no sería escatológico). Menos mal que me suelo recuperar rápido de estos malestares estomacales, pero lo que perdura en mí es el vértigo, que ahora es más continúo y molesto (utilizar otro verbo más adecuado). De todas formas, disfruto como puedo del precioso paisaje de este paraje tan recóndito.








Las vacas, bien tranquilas a la sombra, contarán barcas de turistas que suben y bajan por el río. 

 
Llegamos al embarcadero de La Pavona, y yo me encuentro fatal. En esta estación me tumbo en uno de los asientos de la cafetería-restaurante, intentando encontrar la calma de mi cuerpo, a la espera (que se me hace infinitamente larga) del transporte que nos llevará hasta Guápiles. No hay fotos, solo dolor y calor. 


Finalmente llegan los nuevos visitantes que nos relevarán en el hotel y nosotros tenemos nuestro transporte. Por supuesto, de las maletas nos hemos desentendido, los trabajadores del hotel se encargan de ello, y en aquellos momentos ni miramos si estaban las nuestras en la furgoneta (aunque pueda parecer falta de confianza, yo lo llamaría asegurarse de que todo está bien, porque los errores son humanos), con lo que a mitad del viaje, rezamos para que así sea. 


Miedo me da el viaje desde La Pavona a Cariari por el camino de tierra, esos baches pueden representar mi desfallecimiento total, aunque espero que ya no tengo que expulsar nada, pero por si acaso hemos comprado agua para tener una nueva bolsa de plástico limpia donde dejar lo que me sobre. El viaje no resulta tan malo como era previsible, pero desde luego que no fue gratificante, no había manera de encontrar una postura medianamente cómoda para mi cuello y para mi cuerpo (aguante tuvo que tener mi pareja para soportar mis posturas).


Llegamos a Guápiles, al Café Nava, donde a las 13 h tenemos la comida, para la que durante el viaje nos han ofrecido varias alternativas de platos, y así a nuestra llegada no hará falta leer el menú y elegir. Yo decido que hoy no me toca comer. Nos toca esperar a que venga nuestro siguiente transporte a por nosotros, este tiempo se me hace eterno porque no hay un sitio bueno donde descansar, por lo menos que sea lo suficientemente cómodo para mi cuerpo maltrecho, que necesita tumbarse hacia un lado, el derecho concretamente, y no moverse. 


Llega el transporte, un agradable conductor de buena y entretenida plática, que al contarle de mi malestar, me deja sentarme en el asiento delantero, junto a él. Lástima que mi mente no estaba todo lo ágil que debería, y no recuerdo su nombre, pero desde aquí ¡mil gracias por todos tus detalles!. Recorremos varios hoteles de Guápiles en busca de más compañeros de viaje, compañeros con los que coincidiremos en otros transportes y hoteles, a partir de ahora es un tour compartido pero independiente. 




Ya me hubiera gustado disfrutar algo más del paisaje, pero estaba yo más concentrada en los pocos movimientos, y en que mi estómago no se revolucionara.






Llegamos a la localidad de La Fortuna, y el amable chófer deja a nuestros compañeros de viaje en la oficina de información de la localidad, ya que durante el viaje ha contado varias de las opciones de actividades que hay para realizar y que contraten alguna si quieren, y así nos puede llevar a nosotros al hotel y luego volverá a por ellos. Pues no tengo más que decir que gracias a todos, yo estaba necesitada de una cama y de tranquilidad.

Mapa de la ruta: