25 de marzo de 2016

Uzbekistán - Khiva - Murallas - Tosh Darvoza - Itchan Qala


Khiva desbordante

Khiva está situada en el borde del oasis Khorezm, flanqueado por el desierto Karakum al oeste, de arenas negras, y el desierto Kyzlkum al este, de arenas rojas.

Los primeros habitantes de la zona que hoy ocupa Khiva eran de etnia irania, cuyo idioma se mantuvo hasta el siglo X, cuando las tribus túrquicas invadieron el Khorezm. Sin embargo, la leyenda cuenta que la fundación de la ciudad se debe a Sem, hijo de Noé, que descubrió un pozo, al que llamó Kheivak (porque exclamó ¡Khey Vakh!, que significa ¡qué agua más fresca!), y de esta palabra derivó el topónimo de la ciudad (también he escuchado que la frase fue pronunciada por un comerciante de paso por la ciudad y no por Sem). 

Los arqueólogos fechan los orígenes en el siglo VI d.C., pero no existe mención escrita hasta el siglo X, en crónicas escritas por viajeros árabes. 

El Khorezm fue un imperio poderoso en Asia Central, que fue brutalmente diezmado por Gengis Kan.

Hasta el siglo XIV Khiva fue uno de los hitos de un ramal de la Ruta de la Seda, cuando la actual ciudad Konye-Urgench, situada en Turkmenistán, era la capital del reino de Khorezm, estatus que perdió a finales del siglo XVI a favor de Khiva con la fundación de un kanato.

Y con la Ruta de la Seda comenzó la leyenda negra, que es real, de Khiva como un gran mercado de esclavos, en el que éstos recibían un trato cruel, siendo exhibidos para su venta en la puerta Polvon Darvoza. La mayoría de esclavos eran de tribus turcomanas, del desierto de Karakum, y de tribus kazajas de las estepas. Se cuenta que las murallas de la ciudad fueron levantadas en tan sólo 30 días por los esclavos. Pero la crueldad, la tortura y las vejaciones formaban parte de la esencia del kanato, por lo que gobernantes y embajadores europeos ante estos hechos tenían verdadero pavor de acercarse a esta zona.

En 1717, 4.000 soldados del ejército del zar Pedro I el Grande de Rusia llegaron a Khiva como repuesta a la petición de ayuda del kan Shergazi, que estaba en guerra con las tribus de las estepas, que amenazaban la ciudad; la condición del zar para prestar la ayuda fue el vasallaje del kanato. A la llegada de las tropas rusas, el kan había cambiado de opinión y tras acomodar a las tropas para que descansaran, asesinó a la mayoría de los soldados. Envío la cabeza de su comandante, el príncipe Alexander Bekovich, a su principal enemigo en la región, el emir de Bukhara; y el resto del cuerpo fue exhibido en Khiva. Así se las gastaba el kan.

Rusia estaba enfrascada con otros conflictos y tardó en reaccionar, tiempo que sin embargo utilizó el shah Nadir de Persia –que ya había saqueado Delhi- para conquistar y anexionar el kanato de Khiva en 1740. Al final, tanta crueldad para nada.

A finales del siglo XVIII, Khiva fue reconstruida y comenzó a tener una pequeña participación en el comercio entre Rusia y los kanatos de Bukhara y Kokand.

Finalmente, en 1873 el general ruso Konstantin Kaufman conquistó el kanato al mando de 14.000 soldados que entraron por el norte, oeste y este, consiguiendo la rendición del kan Mohamed Rajim II, que pasó a ser vasallo del zar y que fue hasta despojado hasta de su trono de plata, que fue enviado a Moscú.

El ahora protectorado de Khiva duró hasta 1920, cuando el general Frunze lo tomó junto al kanato de Bukhara e instaló la República de Khorezm, que era teóricamente independiente de la URSS, hasta que en 1924 fue anexionada a ella.

En 1990 Khiva fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y ya veremos que con todas las razones posibles. En todas las guías y reportajes de viaje se hace notar que Khiva es una ciudad-museo, y desde el principio se tiene constancia de este adjetivo.

Frente al hotel se encuentra la ciudad antigua de Khiva, Itchan Qala, una ciudadela fortificada rodeada por unas impresionantes y sinuosas murallas de adobe de 2,5 km de longitud y entre 7 y 8 m de altura, cuyos cimientos datan del siglo V, pero que fueron reconstruidas en el siglo XVII por Arang Kan, y luego en el XVIII tras el ataque persa. En su interior, más de sesenta monumentos entre mezquitas, madrazas, minaretes, mausoleos y palacios.

No puedo explicar con las palabras adecuadas (sin parecer tonta diciendo "oooohhhh") cómo nos sentíamos ante estas murallas, que no son como las murallas occidentales conocidas, era sentir la magia y también la intriga de lo que nos encontraríamos en el interior, sobre todo si ya este exterior nos había cautivado del tal modo.


Los torreones de vigilancia forman una onda de arena, que parece que en cualquier momento se desmoronará ante nuestros pies ante un golpe de aire (pero ¿aquí corre el aire?). Además, según el sol el color de la muralla cambia, parece más adobe (grisácea) o arena del desierto (dorada). Más magia –también las diferentes cámaras ayudan en estos colores-. 


Dos detalles destacan en la muralla: por un lado, unos travesaños de madera, cuya función es dotar de elasticidad a la construcción sin añadir mucho peso, de modo que soporten un terremoto; y por otro, unos montículos en ladrillo, que son tumbas, como las que hemos visto en el Mausoleo Dakhma-i-Shokhon en Kokand, un lugar que nos parece curioso para reposar. 


La muralla tiene cuatro puertas de acceso, nosotros nos encontramos junto a la Puerta Sur, Tosh Darvoza, la Puerta de Piedra, desde la que se entraba desde el desierto Karakum. 




El interior de la puerta presenta un juego de cúpulas. 


Entramos y en el interior de la muralla podemos ver la reconstrucción que se está realizando, y el trabajo que tienen por delante durante gran tramo de la misma. 


El interior de la puerta presenta dos torres más pequeñas. 


Y por esta puerta entramos en Itchan Qala, y nuestros ojos se inundan de adobe, es como entrar en el Belén navideño de casa. Estas son las casas donde vive una gran parte de la población, casas muy sencillas pero con un alma muy especial, se nota la vida en ellas, aunque a estas horas poca gente se ve en estas calles polvorientas, o bien están trabajando o bien están resguardados del tremendo calor. 



Entre el adobe asoman las cúpulas, limpias de decoración de azulejos, y uno de los minaretes de la ciudad, el de la madraza Islam Khodja. La segunda fotografía corresponde a la mezquita Bagbanli, construida en 1809 con la financiación de dos hermanos jardineros. 




Hace mucho calor, el sol es justiciero –aunque podría ser más-, y Oyott va caminando rápido para llegar a una sombra donde poder comenzar a contarnos la historia de la ciudad, pero nosotros nos vamos quedando retrasados mirando los detalles, como las puertas de las casas, algunas presentando las tallas elaboradas que hemos visto en Tashkent en el Museo de Artes Aplicadas, y otras más desnudas, nuestros ojos están desbordados, como lo están nuestras emociones. 



Madrazas, mezquitas, cúpulas, minaretes, azulejos…estamos alucinados y nos sentimos tremendamente afortunados de estar aquí.


Atravesamos la ciudad, y cada vez estamos más impresionados con lo que vemos y con la cámara intentamos captar todo lo posible. Oyott tiene claro por dónde comenzar la visita, así que no nos da la oportunidad de quedarnos, aunque vamos detrás de él haciéndonos los remolones, ni de callejear, pero todo llegará a su momento.








 ¡Tenemos ganas de más!