25 de marzo de 2014

Chile - Seno de Última Esperanza - Glaciares Serrano y Balmaceda



Frío glacial

Temprano, muy temprano, creo recordar que a las 7.15 de la mañana, nos recogen en el hotel para realizar la excursión de hoy, que sólo podía ser realizada en domingo (en temporada baja como estamos), por lo que el vuelo a Isla de Pascua y esta obligación marcaron el resto del itinerario, aunque lo hicimos paso a paso, con un orden más o menos geográfico, nos cuadró a la primera, sobre todo a mi agente de viajes (nunca te daré las gracias suficientes por todo), realizando pocos cambios, principalmente los cambios fueron de horario ante vuelos dudosos. 


Salimos de Puerto Natales en dirección norte, pasando por Puerto Bories, donde en 1913 se instaló un gran complejo industrial por la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego, la mayor empresa de ganadería ovina que existió en la Patagonia, con más de 30.000 km2 de terreno entre Chile y Argentina. Aquí se construyó una industria para procesar la carne de las tres estancias que había en el sector, que fue comprada tras la Primera Guerra Mundial por los británicos, convirtiéndose en el mayor matadero frigorífico entre 1914 y 1970, año en el que la empresa quebró y cerró. 


Actualmente se puede visitar parte de las instalaciones que sobreviven como museo, exponiendo maquinaria de principios del siglo XX. En 1996 fue declarado Monumento Histórico Nacional. Por otra parte, algunos edificios han sido acondicionados como un hotel de lujo con vistas al Seno de Última Esperanza


Paramos en el muelle de Puerto Bories, vamos a navegar primero por el Canal Señoret y a continuación por el Seno Última Esperanza con la empresa Turismo 21 de Mayo, el barco, Alberto de Agostini, va completo (yo diría que incluso con algún pasajero más del permitido porque íbamos apretaditos), todos los que andamos por la zona nos hemos concentrado en esta salida de las 8 de la mañana. 






El tiempo no es precisamente bueno, hay un cielo amenazante y oscuro sobre nuestras cabezas, acompañado de bajas temperaturas acentuadas por el aire de la navegación, pero el agua del seno o fiordo es una balsa. 





El barco se acerca a la punta Barrosa (en el barco dan un mapa con el recorrido para ir sabiendo por donde vamos y hacia donde vamos o volvemos), donde anidan los cormoranes. 







El humo de los fogones y estufas de las estancias que se asientan en las márgenes del seno se confunden con la niebla que parece nos quiere envolver. 




A nuestra izquierda el paisaje está más despejado. 





De nuevo el barco se aproxima hacia una imponente masa rocosa, en sus grietas vive una colonia de lobos marinos, se trata del lugar donde se aparean y crían a su descendencia, desde donde les enseñan a tirarse al mar, a nadar y a capturar su comida. Alguno incluso nos muestra sus dotes de salto y natación. 






Durante la visión de los lobos marinos nos ha caído agua nieve encima, hacía un frío tremendo y estábamos congelados, desde las uñas de los pies hasta el último pelo de la cabeza, con lo que fue el momento de bajar al interior de la nave a tomar una taza de té caliente con galletas. 


Continuamos la navegación y el tiempo no mejora, cada vez la nieve cuaja más y más; tras el calentamiento con la bebida salimos al exterior a seguir disfrutando del paisaje, sí hemos venido hasta aquí es por esta razón entre otras, así que habrá que sufrir el frío. 




Es un viaje de placer, pero también parece un viaje misterioso, un viaje de terror, un viaje ¿al fin del mundo?





Por el mal tiempo ocurren dos circunstancias: la primera, que hay un cambio de planes, ya que cada vez que nos adentramos más en el seno las condiciones meteorológicas son peores, lo que significa peor visibilidad (o nula), y segunda, que es más triste, que al pasar por un acantilado donde viven los cóndores no vemos ninguno, ni una pequeña sombra. 


El orden de los factores no altera el producto, así que con el cambio de ruta planificada hacemos una parada para descender del barco en el muelle de Puerto Toro. Vamos todos abrigados con todas nuestras capas de ropa y aún así se nota el frío helador en nuestros cuerpos. 




Hay dos senderos, uno de corto recorrido para personas que no puedan andar mucho, y otro de largo recorrido, que será de algo más de media hora, teniendo en cuenta las mil y una paradas para hacer fotografías. En el camino los árboles y arbustos están señalizados con sus nombres, con lo que se puede aprender botánica -a ritmo acelerado-  al mismo tiempo que se disfruta de la caminata y el paisaje (aunque el nombre de ciruelillo tenga connotaciones peyorativas sexuales en España). 




Al poco tiempo aparece ante nuestros ojos el lago Serrano, con bloques de hielo flotando en él, ¡que bonita visión!




Ese hielo por supuesto proviene de un glaciar, el glaciar Serrano, que pertenece al Parque Nacional Bernardo O’Higgins





En el sendero seguimos aprendiendo de la flora autóctona, con la bonita murtilla entre otros (dan ganas de cantar un villacinco). 




Los pequeños icebergs que flotan en el lago no son azulinos como los que vimos en el lago Grey de su glaciar homónimo, pero es que estos son de menor tamaño, ya se han ido diluyendo.  



El glaciar se va haciendo más cercano, y donde hay que tener más cuidado al andar es en las pasarelas de madera, ya que el agua se ha helado y los patinazos son de cuidado. 




En ocasiones el hielo lleva escondido en su interior una roca y al deshacerse el hielo aparece la roca (hielo con sorpresa). 




El glaciar es cada vez más cercano, y su azul inunda nuestras retinas. La razón de este intenso color azul, como ya conté en el glaciar Grey, se debe que al incidir un rayo de luz sobre un bloque de hielo, solo el componente azul de la radiación tiene la suficiente energía para penetrar en su interior, ya que el resto de colores son absorbidos.





Mientras todas las cámaras están disparando al glaciar y a sus visitantes en todas las direcciones posibles, de repente un ruido atronador nos despierta del sueño, un pedazo de glaciar se desploma desde su parte superior, pero todo ocurre rápido y nuestra cámara no capta el momento. 


En el circuito marcado hay una roca más alta a la que vamos subiendo, más o menos por orden, para hacer la fotografía del “yo estuve aquí”. Como somos de los últimos en llegar, uno de los tripulantes de la embarcación, son tres los que nos acompañaron durante el paseo, más que nada para no retrasar el horario previsto de la excursión, que los turistas enseguida nos despistamos, nos realiza un álbum fotográfico como pareja (cuelgo la foto romántica y cursi mejor que las de payasos). 





Finalmente hay un último mirador al glaciar (los desprendimientos se producían en la zona de la derecha de la fotografía). 





Emprendemos el camino de vuelta a la embarcación, con tristeza porque nos hubiera gustado acercarnos más y disfrutar más tiempo del momento, y siempre vamos echando una mirada hacia atrás. 




En el barco somos invitados a un pisco sour con hielo del glaciar (algunos pasajeros han venido preparados con una botella de whisky y han cogido por su cuenta hielo para pegarse una buena ronda). ¡Por ustedes, Evelyn y Felipe!




Entre brindis y trago (podríamos habernos bebido una botella de pisco completa) llegamos a nuestro próximo punto de visión, ahora ya no bajamos del barco, todos salimos en tropel al exterior para contemplar al colgante glaciar Balmaceda, en el monte del mismo nombre, de 2.035 m de altura, mientras soportamos la fina nieve y el frío. El glaciar, también situado dentro del Parque Nacional Bernardo O’Higgins, está como muchos otros glaciares, excepto el mítico Perito Moreno en Argentina, en retroceso. 




Si en el Parque Nacional Torres del Paine nos tuvimos que conformar con la visión lejana de los glaciares colgantes del Almirante Nieto y del Francés, aquí lo hemos tenido casi al alcance de la mano (¡más quisiera nuestra mano!)





La parada ha sido corta, y es que creo que ya íbamos mal sobre el horario previsto, entre el tiempo meteorológico con la nieve y algo de tardanza en nuestra parada en el glaciar Serrano, los planes de navegación van algo retrasados, y además la hora de la comida ya ruge en todos nuestros estómagos. 




El barco comienza el camino de vuelta por el Seno de Última Esperanza, pasando nuevamente frente a las rocas donde viven los lobos, y aunque el tiempo parece querer mejorar y la niebla desaparecer, las montañas nevadas son nuestra compañía. 

El resto del viaje casi lo hacemos completamente dentro de la embarcación, intentando entrar en calor, aunque de vez en cuando hacemos alguna salida al exterior para disfrutar de la inmensidad del paisaje, y de su tranquilidad. 



La parada para comer la hacemos en la Estancia Perales, que fue adquirida por la empresa en la que hemos realizado el viaje, Turismo 21 de Mayo, para estos menesteres, ya que antes esta parada se realizaba en otra estancia. 






Creo que la estancia también ofrece alojamiento, y es un buen punto de partida para realizar trekking por los alrededores o dedicarse a días plácidos de pesca (tenemos un amigo-familiar que disfrutaría de lo segundo inmesamente). 




Comemos de maravilla en la estancia, posiblemente para grandes comilones al final le resulte escaso, pero para bocas normales es una cantidad justa. De primero, una reconfortante y sabrosa sopa de verduras (me hubiera tomado más de un plato para entonar el cuerpo entumecido por el frío). 




De plato principal un asado patagónico (a compartir entre seis), con su chorizo, su pollo y su cordero patagónico (aunque no vimos si fue asado al palo, que hubiera resultado interesante hacerlo y tener la foto correspondiente). Le acompañaba una ensalada para aligerar la grasa. Por una parte, fue un acierto la cena original de la noche anterior evitando el cordero asado, hubiera resultado una doble ración; por otra parte, por ello no tenemos una foto de un cordero patagónico asándose en el momento. ¡Para chuparse los dedos!





Emprendemos la vuelta a Puerto Natales y al llegar a Puerto Bories, ya con la noche cayendo sobre el seno y sobre nosotros. 



Un día, una experiencia, unos paisajes inolvidables. 

El mapa de la situación de los glaciares Serrano y Balmaceda, así como otros pertenecientes al Campo de Hielo Sur, así como el glaciar Grey, del Parque Nacional Torres del Paine.