27 de marzo de 2019

Zimbabwe - Victoria Falls National Park - Elephant Camp

Camp british style

Aterrizados en el aeropuerto de Victoria Falls, nuestro transporte nos espera para llevarnos al campamento/lodge/hotel por una recta carretera, en la que al fondo destaca una gran torre de depósito de agua, que me recuerda a la que en los años cuarenta construyó mi abuelo junto con su hermano en mi pueblo natal, tan cerca y tan lejos. Jamie, nuestro conductor, nos avisa que tenemos todo incluido en el lodge menos las propinas, y lo hace con una amplia sonrisa, así que tomamos nota. 


El lodge en el que nos alojaremos es Elephant Camp, de la compañía Wild Horizons, se encargarán de nosotros durante estos días para hacer las excursiones. El lodge está en una reserva dentro del Parque Nacional de Cataratas Victoria, por lo que la entrada está custodiada por vigilantes, y además hay una valla electrificada para animales y supongo que para humanos también si tienen malas intenciones con los anteriores.

La concepción de lodge se basa en las típicas tiendas de campaña, con techos de lona, y paredes sustituidas por puertas correderas con mosquiteras o también de lona, con la naturaleza a su alrededor. 

Una gran tienda alberga el salón comunitario y el comedor en caso de días de lluvia o mal tiempo; en la que hay dos zonas de asientos y sofás, para las esperas cuando tienes que hacer una excursión, o simplemente disfrutar del espacio tomando una bebida, leyendo un libro, o disfrutando del silencio cuando no hay huéspedes. Los muebles de una casa, británica para ser exactos, parece que han sido colocados en esta tienda. 




Como detalle de esta sala no falta un juego de ajedrez, con figuras de animales por supuesto, y no me refiero al caballo. 


En esta zona nos reciben nada más llegar desde el aeropuerto, nos ofrecen unas bebidas refrescantes y nos cuentan todo lo que podemos hacer durante nuestra estancia que está incluido en el precio, aparte de las excursiones o actividades que ya tenemos contratadas; de tener una tarde libre y un día libre completo cuando comenzamos este viaje a tener la agenda sin huecos. 

En una de las mesas, una figura de Sylvester, el guepardo que han adoptado como mascota, que se quedó huérfano y corría peligro de morir sin recursos ni protección; conocer a Syl es una de las actividades del lodge, le puedes acariciar y pasear con él...


Durante los vuelos ya hemos tenido que ponernos las pilas con el inglés, pero a partir de ahora será una actividad mental a tiempo completo, nada de español a no ser que tengas la suerte de dar con alguien que lo hable o sencillamente lo chapurree, pero ya adelanto que no, solo hablaremos español cuando coincidamos con turistas españoles, pero el resto english y más english.

Una barra de bar separa la zona de salón de la de posible comedor. Es una barra muy british, con taburetes altos de madera, de estilo thonet, que me quedarían genial en casa si tuviera espacio para ellos, ya que me tienen prendada. 


En esta barra tomamos una cerveza zimbabuense, Zambeze, y conversamos medianamente con los camareros. Y en esta barrea está la caja para dejar las propinas al servicio del campamento (camareros, cocineros, asistentes de la habitación, chóferes, guías...). 


La zona de comedor interior, que no utilizaremos ningún día, ya que el tiempo es bueno y caluroso y los desayunos, comidas y cenas las hacemos en la terraza exterior. 


Desde el salón-comedor se sale a la terraza, con una zona habilitada como comedor para desayunos, comidas y cenas, que a pesar del calor durante las comidas o de los mosquitos o bichos durante las cenas es un buen lugar para estar en tranquilidad. 



En la terraza también hay un zona con sillones, en los que tomarse algo a cualquier hora del día, pero para nosotros es el lugar ideal para la copa después de la cena. 


Desde esta terraza se tienen vistas al paisaje que nos rodea, que al ser invierno y a pesar de la época de lluvias que ya ha pasado, está en sus horas bajas de colores, no hay verde, es todo ocres y marrones. 


Durante el día desde aquí se divisa un humo en la lejanía, que no es humo de fuego claro, es el humo que levanta la fuerza del agua que cae por las cataratas Victoria, ¡impresionante!, eso sí, el sonido no lo oíamos, que ya hubiera estado bien.


También vemos los cortados del río Zambeze, formando gargantas con preciosas vistas. Los estanques de agua son usados por los animales de la reserva para beber, por lo que en cualquier momento podríamos haber visto animales haciendo uso de ella, pero nunca ocurrió durante nuestra estancia. 


Bajando desde la terraza se accede a la piscina común, en la que ningún día vimos a nadie darse un baño, la verdad es que daban ganas de hacerlo, aunque nosotros tampoco lo hicimos. 


Vistas las zonas comunes, emprendamos camino hacia nuestra habitación, que se hace por un camino de losetas, supongo que el modo de evitar que nuestro calzado se embarre los días de lluvia, pero que no favorecen mucho el entorno natural, así nos lo parece. 


Las habitaciones se reparten en tiendas de campaña, que son fijas, y es la primera vez que nos alojamos en un lodge u hotel similar, pero es que es parecía tan romántico para África que no pudimos negarnos, y eso que nuestra primera opción fue el mítico Hotel Victoria Falls en la población homónima, pero cuando intentamos reservar ya era tarde y estaba a plena ocupación, pero no nos arrepentimos de haber terminado en Elephant Camp. Nuestra tienda es la última del camino, así que tenemos un buen paseo (o más) todos los días. 


Aunque hayamos visto las fotos por internet la verdad es que nos impresiona al entrar, no le falta detalle y es muy espaciosa. Por supuesto su decoración sigue de alguna manera lo que entendemos por safari de aventura británico de lujo, solo faltaba una tetera y dos tazas. Lo que sí tiene es un equipo de aire acondicionado, que se agradece durante el poco tiempo que pasas por el día (hace un calor tremendo con el sol pegando en la lona) y a la hora de dormir, si lo dejas encendido para evitar mosquitos haces buen uso del edredón -no es muy ecológico, pero hay que prevenir las picaduras no solo con repelentes y pastillas-. 


Hay una amplia zona de estar, cómoda y muy útil para descansar antes de acostarse, para hablar, para leer o para ordenar ideas de ayer, hoy y mañana -sí, también vale para soltar las cosas cuando vuelves de una excursión-. 


Una amplia cama muy cómoda con mosquitera, que desplegaremos todas las noches, y que impregnaremos con antimosquitos, por si acaso. 


El baño es coqueto, con un lavabo de piedra donde hay un surtido de amenities (menos mal, porque con las restricciones de aviones y avionetas, y la necesidad de tener que llevar algunos medicamentos líquidos -la salud cuenta- el espacio en los neceseres para gel y champú no existió y dependíamos de estos detalles) y una amplia ducha. Hay una puerta con una mosquitera, y esto por la noche o la mañana temprano (y hay que madrugar) hace que el lugar sea más bien frío. 


El detalle más llamativo es la bonita bañera exenta, con vistas a la terraza y sobre todo, al paisaje. 


En la terraza que rodea la tienda hay una ducha externa. 


También hay una zona de mesa con sillas y una pequeña piscina, en la que me daré dos baños rápidos porque el agua estaba francamente fría, por las noches la temperatura baja y el sol de la mañana no calienta lo suficiente para coger temperatura, y además es posible que todos los días la rellenen un poco con agua, que no será caliente precisamente. ¡Ah!, en verano esta piscina tiene que ser otra cosa, con agua más caliente y con una botella de vino o champán...


Dos días tuvimos compañía en la barandilla de la terraza, un cálao de pico rojo (o toco piquirrojo) -el segundo día llegó su pareja-, que se notaba acostumbrado a los humanos, y es que posiblemente anteriores inquilinos le dieran comida, pero nosotros entendemos que esto no es lo que se debe hacer, solo disfrutar de su compañía. 



Por las mañanas tenemos un precioso amanecer, y para ello no tenemos que levantarnos de la cama, desde ella misma lo podemos disfrutar, aunque para hacer fotografías si toca hacerlo. 



Pasemos al tema gastronómico, en el precio de la habitación está incluido todo, comidas y bebidas (estas que no sean de grandes marcas, corrientes y aceptables), además de algunas opciones de actividades.

Para los desayunos habilitan un armario para el pequeño buffet con bollería, mermeladas, fruta, zumos y pan. 


Además tienes varias opciones para pedir en el momento, cuyos nombres hacen referencia al propio lodge o a África: una tortilla Sylvester (con los ingredientes que quieras); Thembist’s African Breakfast (carne picada sazonada sobre una tostada, con un huevo frito; segunda fotografía); los clásicos huevos fritos (que no terminan de comprender que yo sólo quería uno); N’tombi toast (dos tostadas francesas, bacon, plátano y sirope de arce; tercera fotografía). 




Sólo hicimos una comida en el lodge, la del segundo día. El menú lo escriben en una pizarra y solo hay un plato a elegir entre tres (de esta poca cantidad se quejaron algunos clientes con los que compartimos conversación, y la verdad es que si el desayuno no lo haces fuerte se puede quedar escasa la comida aunque se tome a hora temprana): una ensalada de lechuga, tomate, pepino y cebolla (me parece muy poco hasta para un vegetariano); un curioso fish and chips de merluza rebozada con cerveza; o unos espaguetis con queso feta y crema de nata. 



De postre, fruta o tarta de queso. 



Las cenas también se realizan en el comedor exterior, y nosotros seremos de los primeros en ocupar la mesa, ya que madrugamos bastante, entre las seis-seis y media nos despertamos (tienen servicio de despertador, no hay teléfono en la tienda, así que alguien del servicio va a tu tienda y te da los buenos días: goooood moooorning!), por lo que a las ocho de la tarde a más tardar estamos ya en el comedor.

Para tener algo de luz además de los faroles colgando de los árboles, en las mesas hay un farol, que sí da luz, pero también atrae a infinidad de bichos voladores, que no eran mosquitos, pero que no eran agradables de tener sobre la mesa. 


Las opciones para la cena son presentadas por el propio chef, que nos canta su surtido con una sonrisa pero sin parar, no da tiempo al respiro o las preguntas, aunque nosotros siempre tendremos algo que interrogar porque no lo entendemos o sencillamente tenemos dudas. Al igual que la comida puede resultar escasa, las cenas son algo más contundentes (no como para que duela el estómago y necesites un digestivo).

Las cremas son una gozada, muy sabrosas aunque aquí comenzamos a descubrir que en el sur de África les encanta la pimienta, y en ocasiones en exceso. También tienen un plato alternativo para el que no le gusten las sopas y cremas. 



Una de estas alternativas es un curioso ceviche de cocodrilo, ante el que no me pude resistir, recordando nuestro paso por Australia, que fue la primera vez que probamos este animal, pero allí fue a la brasa y en tempura. Bien, estaba rico el cocodrilo, yo hubiera comido dos o tres trozos más. 


Tras el primer plato servían una taza de camomila o de tila o de té de jengibre, un limpiabocas. 


En los segundos platos había opción de carne o pescado, siendo más generosa la cantidad de la primera, ya fuera ternera o cordero (que resultó estar tierno y sabroso). 




De postre también había dos opciones, más dulce y elaborado o sencillamente un helado. 



Entre el comedor y la piscina hay una terraza que habilitan en ocasiones especiales, bien por invitados especiales o para viajes de luna de miel o sencillamente si lo solicitas, con un candelabro gigante y una hoguera al lado. Resulta muy bonito y romántico. 


Una estancia estupenda es la que hemos tenido en Elephant Camp, no nos importaría repetir. Gracias a todo el equipo por hacernos tener una estancia memorable. 

20 de marzo de 2019

Zimbabwe - Vuelo de Madrid a Cataratas Victoria

Uno, dos y tres

El viaje que hoy comienzo a contar se planteó desde un primer momento como algo diferente, con la premisa de que fuera en la medida de lo posible tranquilo, sin grandes desplazamientos, sin grandes visitas, y sobre todo, sin necesidad de mucha información, de estar pendiente de lo que queremos conocer ni de mapas o guías, así que lo único posible con estas condiciones es la naturaleza, donde ella misma te sorprende con sus paisajes y sus animales. Bien, será nuestra primera experiencia en la mágica África. Además en contra de nuestra tónica, será un viaje corto, el listón de los hoteles ha subido el presupuesto, y además un exceso de naturaleza también puede resultar contraproducente, que a mí personalmente me gustan unas piedras (en pie o en ruinas con encanto) lo que no está escrito, y al final las echo de menos, como me pasó en nuestro viaje por la fabulosa, bella y divertida Costa Rica.

Primer problema, la logística aeronáutica, ya que la primera opción que nos ofrecieron era Emirates, pero claro esto implicaba una escala en Dubái y el tener que añadir una noche extra en Johannesburgo (no me gustan las conexiones cortas en las que estás pendiente del reloj con ansiedad y tampoco las más de seis horas en las que no puedes hacer nada más que esperar, y Emirates es especialista en ambas). Al final conseguimos vuelos con Iberia, que vuela directa a Johannesburgo, pero en el vuelo de ida para el día de nuestra partida ya no quedaban asientos disponibles, así que para poder aprovechar el vuelo de vuelta directo no tuvimos otra opción que en el de ida utilizar British Airways y pasar por Londres (un mal menor en primer momento).

El vuelo Madrid-Londres por supuesto es con Iberia y al aeropuerto de Adolfo Suárez Barajas llegamos. En esta ocasión no hacemos uso del lounge VIP, que estamos escarmentados de la última vez en la que casi perdimos el vuelo porque no contamos con el triple paso de mostradores o seguridad: check-in (podríamos haberlo evitado ya que no vamos a facturar, pero nos gusta asegurar las cosas y preguntar algunas dudas si las tenemos o las tienen); el control de billetes y equipaje de mano; y el que nos parece más extraño, si vuelas a Londres tienes que pasar un control extra de documentación y billete antes de entrar en la zona de puertas de embarque.

El único inconveniente es que dado que el viaje por África ha condicionado nuestras maletas, tenemos que andar con ellas todo el viaje. Para viajar a ciudades no hay problema, las que te permita la clase en la que viajas o tu tarjeta de pasajero asiduo, pero para los viajes en avioneta solo puedes llevar una maleta blanda (sin ruedas) con unas medidas de 25x30x62 (eso sí, 20kg de peso), pero que además en nuestro caso deben ajustarse al equipaje de mano de las compañías aéreas con las que volaremos (Iberia, British, Comair –estas cuadran bien porque son todas lo mismo, aunque la última tenía sus especificaciones pero está operado el vuelo por British- y South Airlink –que es la más restrictiva, bajando unos centímetros, que en ocasiones pueden ser vitales-). Para que todo cuadre, lo mejor es tener espacio en las maletas para que en caso de que sean pasadas por el control, poder comprimirlas y que entren; solución, compramos bolsas para empaquetar ropa y que así ocupara menos, además creo que al no bambolearse en la maleta también la ropa se arruga algo menos. Podíamos haber optado por facturar, pero a nosotros no nos merecía la pena en estas condiciones.

Pasado el control nos dedicamos a curiosear por las tiendas ya que no vamos al lounge, tenemos unas dos horas por delante y así nos evitamos comenzar comiendo como en todos los viajes. Nos gustan  y hacen sonreír las botellas typical spanish de sangría, que será muy de turista pero son alegres y patrióticas.



Pasada una hora nos acercamos al segundo control, y nos encontramos con la sorpresa de que en esta ocasión no hay una gran cola, pocos viajeros en ella y todo va fluido, pero estamos precavidos, así que por si acaso de repente todos los viajeros llegaran de golpe, decidimos que vamos a pasarlo, y con ello asumimos el tedio que pasaremos dentro –más si hay retrasos-, ya que no hay tiendas, es la nada de la espera, pero así no tendremos que rogar que nos dejen pasar porque perdemos el avión como nos ocurrió la última vez; y curiosidades de los viajes, una pareja llega corriendo y nos pide paso a nosotros, pues sin problemas, que hoy podemos hacerlo. 


Volaremos en un Airbus 320, el vuelo no llega a dos horas y media, y este tiempo pasa rápido.


Comienzan a servirnos la comida/cena pasadas las 17.30 h: ensalada de brotes con tomate y pepino, pechuga de pollo rellena de mango y rúcula con salsa de azafrán y cremoso de cebada con setas, o pasta rellena de requesón y espinacas con salsa suquet. Para terminar, queso Idiázabal y yogur de frambuesa. Pues sorprendentemente estaba rica la comida, mucho mejor de lo esperado, parece que algo se ha movido en el catering de Iberia. 



Sobrevolamos Londres, que en esta ocasión no tenemos la suerte de disfrutar como nos gusta, ya que es una de las ciudades más hermosas desde el aire, distinguiendo sus monumentos con facilidad -en la entrada vista área de Londres podéis verlo-. Nos quedamos con sus urbanizaciones monoarquitectónicas. 


Aterrizamos en el aeropuerto de Heathrow, y afortunadamente no tenemos que cambiar de terminal, llegamos a la terminal cinco y volaremos desde ella a Johannesburgo. Ahora sí que vamos al lounge para pasar el tiempo, tres horas hasta el siguiente vuelo. En la zona de periódicos me sorprende que hay prensa internacional pero ninguno es español, ¿British e Iberia no están fusionadas? ¿el aeropuerto no está gestionado por una empresa española? Mal, muy mal.


Picoteamos algo pero muy poco, acabamos de comer, pero al menos nos hidratamos. 




Y esperamos con paciencia a que den el aviso de embarque. 


El siguiente vuelo es a bordo de un Boeing 747-400 y aquí tengo que contar una historia. Nosotros al comprar los billetes decidimos pagar el alto coste por reservar asientos, que los cobran hasta en business, acto que en otras compañías todavía no hacen en esta clase, pero era la única manera de asegurar que viajaríamos juntos y lo asumimos, el mal por el bien. Pues un mes antes del viaje cambiaron el avión y los asientos reservados ya no existían, con lo que nos lo s cambiaron; podríamos haber pedido reembolso del dinero, pero la trampa está en que con ello también perdemos los asientos que por su cuenta nos habían adjudicado, y que al menos habían respetado que estuvieran juntos. Pues nada, tragamos con British y sus normas antiviaje con sonrisas.

El asiento de business ya es conocido por nosotros, una butaca y enfrente un pequeño taburete que se baja para entre los dos formar una cama. Hoy me parece más incómodo que durante nuestro vuelo a Montréal, creo que aparte de esta realidad estaba condicionada por empezar con mal pie el baile de asientos y dinero, mosqueada que se dice. 



Un inconveniente más, hay poco espacio alrededor para almacenaje, un cajón muy pequeño para colocar pocos utensilios: teléfono, tableta, libro, gafas…su poca altura lo hace bastante inútil. Este es el mal de los futuros aviones, poco espacio para no llevar de todo. 


Nos dan nuestro neceser de viaje con las amenities típicas, aunque en esto también va habiendo restricciones de productos; al menos la bolsa si resulta útil para guardar cosas varias. 


En las filas centrales de asientos nos llama la atención una dulce anciana que está tejiendo, ¿las agujas se pueden llevar?, ya sean metálicas o de plástico su punta es afilada y debería ser considerada un arma, ya no propiamente por la mujer sino por cualquier desalmado…la ilógica de los elementos permitidos y los que no. 


Unos frutos secos de aperitivo y ahora sí nos tomamos una copa de champán brut rosé, que tenemos que brindar por el viaje. 


Ahora nos toca cenar, de entrante elegimos un riquísimo salmón escocés ahumado con encurtido de cebollitas y salsa de rábano picante. Le acompaña una ensalada con aceitunas, cebolla roja y queso feta. 


De plato principal, un filete de ternera británica (con denominación de origen la ternera) con patatas, tomates al grill y champiñones; o un filete de bacalao del Atlántico Norte con hinojo, guisantes y risotto de calabacín. La tercera opción era unos tortellini de espárragos. Pues la ternera nos sorprende gratamente, no hace bola al masticar y de sabor está buena, pero como siempre pasada de punto por mucho que te den a elegir (esto es un imposible que hay que asumir, a no ser que sea un steak tartar). 



Finalizamos con una tabla de quesos: Belton Farm Red Fox, Normandy Camembert y Wensleydale blue, acompañados de galletitas saladas, nueces y membrillo. Muy ricos los quesos, para mí es una maravillosa opción. 


Vuelo nocturno, pocas vistas, intentamos descansar, yo leo algo de las guías que he preparado por dar un repaso a la historia de los países y poco más. Así llega la hora del desayuno, que incluye fruta, yogur con muesli y a elegir entre huevos revueltos o los llamados kedgereee arancini, un plato desconocido para nosotros, que se trata de unos huevos escalfados con espinacas y salsa holandesa de curry. 



Aterrizamos en Johannesburgo en la terminal A con adelanto al horario previsto, así que tenemos más tiempo todavía para deambular por el aeropuerto OR Tambo, y no nos olvidemos que vamos con una maleta blanda sin ruedas cada uno más una mochila -una de cámaras y otra de documentación y varios-, nada cómodos la verdad. Pasamos el control de pasaportes y billetes, donde ahora sí que hay una gran cola, pero estamos tranquilos ya que dos días antes de comenzar el viaje cambiamos los billetes de South Africa por unos de Comair con avión de British (vuelos compartidos), ya que la conexión prevista de una hora y cuarto nos pareció demasiado corta –ya sé, si los venden así es porque se puede, pero también es posible hacerlo más relajado y sin necesidad de correr o estar mirando el reloj con nerviosismo- y ahora tenemos dos horas para hacer los trámites y llegar a la puerta de embarque con nuestras maletas a cuesta, que a mí la mía ya me pesa como un demonio, y eso que no llega a 8 kg (increíble el ejercicio de elección de ropa que hice, donde tuve que aparcar los "por si acaso", toda una lección que espero haber aprendido para futuros viajes).

Curioseamos por las tiendas del aeropuerto, en previsión de compras a la vuelta, y la verdad es que hay artículos preciosos que te apetece comprar, pero son bastante grandes. Usamos los baños, donde a ser posible hay que dejar propina a los cuidadores que los mantienen limpios (ellas con unas uñas largas e impolutas, que ya me gustaría a mí mantener). Y sobre todo, descubrimos unas ruedas para las maletas blandas, que en este momento no podemos comprar porque no caben en las maletas (lo intentamos, porque era una buena opción, quitar y poner), pero que está claro que las han inventado para los turistas que como nosotros hacemos caso a rajatabla de medidas y pesos, y acabamos destrozados al portarlas. 


Finalmente nos dirigimos a nuestra puerta de embarque, en la terminal B, que es solo un piso más abajo. 


Vemos a nuestro primer animal africano, una jirafa gigante, que quedaría de fábula en un jardín…quien tenga un jardín grande claro. 


La puntualidad británica parece que se está haciendo efectiva y comienza el embarque; no hay fingers, para llegar al avión hay autobuses. Volaremos en un avión de British, un Boeing 737-800. 


Aunque es temprano, las 11.30 h más o menos, decidimos tomar una copa de champán para brindar nuevamente, este es nuestro último vuelo, ¡gracias a Dios! y estamos más cerca del destino y de comenzar de verdad el viaje. 


Sobrevolamos la inmensidad de Johannesburgo, sus distritos y suburbios, que parece un enjambre infinito. 


Nos ofrecen un aperitivo de frutos secos. 


Ahora nos toca comer, alimentados sí que vamos a llegar, es casi un día de vuelos y comida no nos ha faltado. Una ensalada con láminas de alcachofa y tomates y a elegir entre una lasaña de carne o una especie de sandwich. 




Sobrevolamos los paisajes desérticos de África, que nos recuerda en cierta medida al vuelo de Sydney a Ayers Rock en Australia, con sus muchas diferencias por supuesto. 




Según nos acercamos a Zimbabwe una vegetación algo seca comienza a aparecer, la época de lluvias ha pasado y con ella el esplendor verde y floral, estamos en invierno. 


Aterrizamos en el aeropuerto de Victoria Falls tras un vuelo de algo más de hora y media. 




Hay una importante cola para acercarse a los mostradores de control de pasajeros, y un señor va desviando hacia los diferentes mostradores al tiempo que te da un papel para rellenar, hay que pagar la VISA de entrada, que puede ser sencilla (30$) o doble (si además quieres entrar en Zambia, que hacen un precio especial, un casi 2x1). 


Uno de nuestros destinos soñados y de ensueño está por fin mucho más cerca después de tres vuelos; nuestros cuerpos están derrotados pero nuestros corazones están alegres.