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10 de julio de 2019

Botswana - De Chobe a Okavango en avioneta

Del amarillo al verde

Innocent nos deja en el aeropuerto de Kasane, nos despedimos con cariño de él, ha sido un buen guía, y además nos ha emocionado su amor por la naturaleza y los animales, el respeto que les tiene, que además debe de ser alguien considerado "en grado" en el parque de Chobe, porque cuando ha visto que algunos coches privados se han saltado los caminos para acercarse a los animales les ha echado una buena regañina -cosa que no ocurría con otros guías o conductores de otros vehículos-, que seguramente no les haya sentado nada bien, pero es que además de no molestar a los animales, la seguridad personal no debe dejarse en segundo plano por una buena fotografía. 


El aeropuerto es muy nuevo, casi reluciente, pero por supuesto no es muy grande, así que las dos horas y media que pasaremos forzosamente en él se harán tediosas hasta el infinito. Y es que aquí hay un fallo de logística, ya que en previsión que pueda ocurrir cualquier imprevisto en esos caminos de tierra con el coche (como ocurrió con nuestros compañeros de safari cuando salieron ayer, que pincharon y tuvieron que poner rueda de repuesto y casi esperar a ayuda) te suelen dejar con tiempo, pero creo que nosotros pasamos, y desperdiciamos, demasiado en él. Innocent nos entrega dos bolsas de comida, que para nuestra tristeza vuelven a tener un wrap de pollo por persona. 


Lo primero es facturar las maletas (más que maletas, bolsas de deporte para ser exactos), pero no nos dan ninguna tarjeta de embarque, nos avisan que cuando llegue la hora de embarcar ya nos las darán. Pues bueno, si es así no hay nada que decir, mientras no se olviden de nosotros. Aprovechamos la espera para cambiar moneda, no porque sea necesario disponer de pulas, la moneda nacional de Botswana, sino para nuestra colección. Y ya está, nada más que hacer, solo pasear para no estar sentada y esperar (aburrimiento y cansancio total). Nos ofrecieron pagar por pasar a una especie de sala VIP, pero no preguntamos ni el precio, que a lo mejor hubiera compensando. 


Finalmente, una persona de la compañía se acerca y nos entrega nuestras tarjetas de embarque, hay una pantalla electrónica para los vuelos, pero allí nunca salió el nuestro, aunque si lo hicieron otros vuelos (la logística sin lógica). En realidad, la tarjeta de embarque es un combinado de este vuelo y el vuelo que haremos el día de salida, en el que además se refleja el avión de conexión (organizado al menos parece). Pasamos el control de bolsos de mano, pasaportes y billete, tras lo cual entramos en una sala donde de nuevo toca esperar; al menos hay una tienda donde curiosear y comprar. Llegada la hora nos hacen salir al exterior y volver a esperar ordenadamente. 


¡Y allá vamos!, volaremos con la compañía Mack Air, a bordo de una avioneta Cessna Gran Caravan. Antes de subir nos piden que comprobemos que nuestras maletas están junto a la avioneta para ser introducidas con total seguridad (un buen detalle). 

Si ya habíamos tenido nuestros más y nuestros menos con las maletas en este viaje (que fueran blandas y no muy grandes, nosotros optamos por medida de equipaje de mano  permitido en los aviones, así no teníamos que facturar), con el equipaje permitido en las avionetas fue un auténtico calvario, porque en sus condiciones pone que además no lleven ruedas (que sería una ventaja para no tener que cargar con este peso, que eso sí, en la avioneta dejaban que fuera de hasta 20 kg, pero ¿sin ruedas quién carga con esto?, el único modo es la facturación en el país de origen, así no se tienen que cargar y arrastrar, pero decidimos saltarnos este engorroso trámite). Además decían que nada de equipaje de mano, lo que incluía que nada de bolsas con cámaras de fotografía o mochilas o bolsos de mano…, afortunadamente en la parte trasera de la avioneta han dejado un espacio para que allí amontonemos estas pertenencias que nunca meteríamos en las maletas; una cuestión de seguridad y de espacio el no dejarlas a los pies como hacemos en los aviones convencionales.

Despegamos con algo de retraso porque una pareja no vio sus maletas, así que tuvieron que volver dentro del aeropuerto a buscarlas. En el avión vamos algo apretados, una fila de dos asientos y otra de uno, en total 12 o 13 asientos. 


Comenzamos a volar, y al poco de despegar, el paisaje árido de tierra ocre pero lleno de árboles se transforma en un laberinto acuático, sobrevolamos el magnífico delta del Okavango, y nos quedamos maravillados ante su esplendor y fuerza, que una cosa es verlo en los documentales y otra tenerlo tan cerca. 


El vuelo en avioneta es como un autobús de línea con paradas, ya que va parando en diferentes pistas de aterrizaje en el delta, desde las que se llega a los lodges, y nuestra parada será la penúltima, así que paciencia. Antes de volar el piloto nos dice las paradas que haremos, con los nombres de los lodges y la hora prevista de llegada a cada uno de ellos, por supuesto en inglés. 



El delta es impresionante, no te dan ganas de que termine el vuelo, bueno sí, porque sabes que sí desde el aire es tan bello, el poder disfrutarlo bajo tus pies (o las ruedas del coche) tiene que ser una auténtica experiencia y una magnífica e inolvidable aventura. 






El río Okavango, de 1.430 km, nace en el centro de Angola y fluye en dirección sudeste por la región namibia de Caprivi antes de entrar en Botswana, donde el agua se dispersa por el llano paisaje, perdiéndose el río en un laberinto de 16.000 km2 de lagunas, canales e islas, formando lo que se conoce como delta del Okavango. 








Llegamos a nuestra pista de aterrizaje, la del lodge Xaranna Okavango Delta Camp a las 14.45 h aproximadamente, casi dos horas de vuelo, casi dos horas de espera en el aeropuerto...



Un trabajador del lodge nos está esperando con un vehículo para comenzar nuestro periplo por este maravilloso destino.

24 de mayo de 2019

Zimbabwe - De Victoria Falls a Chobe (Botswana)

Cruce de países

Desde la cama del Elephant Camp tenemos un bonito amanecer de despedida en Zimbabwe, aunque para disfrutarlo mejor hay que levantarse y salir a la terraza o al menos a través de los cristales o de la gran mosquitera  abierta del cuarto de baño. 


Hoy viajamos a Botswana, con lo que disfrutaremos del paisaje en el camino, y de algún animal si quiere salir a saludarnos, que como casi siempre, son los descarados babuinos. También vemos algunos elefantes y jirafas, camuflados entre la vegetación. 


El paisaje es una mezcla de pasto seco, el calor hace estragos tras la lluvia, con preciosas siluetas de árboles a la espera de recuperar sus hojas en sus ramas desnudas.


También hay árboles que han sido cubiertos por los arbustos, hasta el infinito y más allá (creo que se trata de árboles muertos al paso del hambre de los elefantes). La verdad es que algunos parecen adoptar formas algo fantasmagóricas, pero esto es solo mi imaginación desatada que es capaz de montarse historias como ella sola. 



Llegamos a la frontera de Zimbabwe con Botswana, donde lo primero que hacemos tras bajar del coche es limpiar las suelas de nuestro calzado, tal como hacíamos en algunos parques naturales en Nueva Zelanda: pisamos sobre una alfombrilla con algo de líquido desinfectante para evitar la fiebre aftosa, y tras ello vamos a las oficinas de aduanas, donde rellenamos unos impresos con nuestros datos personales y el alojamiento en el que estaremos, hasta que finalmente lo sellan (afortunadamente no había muchos viajeros haciendo los trámites y fueron rápidos). Lo que sí había a ambos lados de la carretera en la frontera eran muchos camiones aparcados.

Lo que no recuerdo es si tuvimos que pasar por la aduana de Zimbabwe y luego por la de Botswana, o sencillamente salimos del primero para fichar en el segundo. Como estoy elaborando este resumen de viaje con bastante tiempo de demora, es uno de esos detalles que no se han quedado en mi mente, como tampoco recuerdo si tuvimos que pagar una tasa de entrada a Botswana, pero según las notas tomadas antes del viaje existe una tasa de 30$ por persona, así que doy por hecho que allí mismo la pagamos. Ya sé, tenía que haber ido anotando todos estos detalles, y así no habría estos problemas de memoria. 



Cruzamos la frontera y continuamos el viaje por Botswana, donde hay carteles avisando que por mucha carretera que haya, no deja de ser territorio de animales, y que hay que conducir con cuidado, sobre todo por la noche. 


Nuestro transporte nos lleva hasta el aeropuerto de Kasane, ha sido como hora y media de viaje. Estamos muy cerca de la zona en la que se encuentran cuatro países: Zimbabwe, Zambia, Bostwana y Namibia (algo más alejada del resto en este área), y en la que se cruzan dos ríos, Chobe y Zambezi. 


No, no vamos a tomar ningún avión, allí nos espera el que será nuestro guía, chófer, tracker y amigo para los próximos tres días, el gran Innocent, cuyo adjetivo de gran es tanto por su tamaño (1,90 m de altura al menos, y de gran corpulencia), como por su gran sabiduría de naturaleza y animales, como por su gran impagable compañía.

Cambiamos de vehículo, pasamos las maletas y nuestros cuerpos a un descomunal 4x4 sin ventanillas, que será más nuestro alojamiento que el propio alojamiento, ya que pasaremos la mayor parte del día en él. 
Subir al coche tiene su cosa, ya que es bastante alto, y hay que encaramarse como los babuinos a él (sobre todo, si tu tamaño es como el mío, pequeño).


Nuestra primera parada en Botswana es el Parque Nacional de Chobe, y para ello pasamos por uno de los controles de entrada, Sedudu, donde Innocent hace los trámites por nosotros, que solo le esperamos en el coche o en el suelo si bajamos de él. 


En el centro hay un mapa del parque nacional, de 11.000 Km2


Y una placa conmemorativa de la creación del parque. 



En un principio seguimos transitado por una carretera convencional, bien asfaltada, y sin una curva en el horizonte, una planicie hasta el horizonte. 


Tras algo más de media hora de camino, Innocent nos avisa que se acaba lo bueno, abandonamos la carretera asfaltada y la cambiamos por un camino de tierra anaranjada en el que se avecinan baches. 


En algunos tramos la arena se ha amontonado en el centro y el coche va dando vuelcos, al igual que nosotros, que tenemos la sensación de estar en una batidora que no termina de arrancar. Estamos impactados y emocionados ante el paisaje que tenemos ante nuestros ojos, sin ver nada más que lo que podéis ver vosotros, arena y vegetación, la sensación de inmensidad es abrumadora, y de naturaleza salvaje a pesar de ir en un vehículo poderoso es lo que nos sobrecoge. 


De vez en cuando descubrimos algún pájaro, al que Innocent no le da importancia, pero nosotros sí se la damos por supuesto, no son conocidos y significan un nuevo mundo; Innocent está más pendiente de llegar al alojamiento que de nuestras caras de asombro y de nuestras exclamaciones de niños pequeños (Innocent debe lidiar con la impaciencia de los visitantes). Si bien a los pájaros no les pudimos hacer fotografías, ya tendremos tiempo, si podemos capturar a nuestros primeros impalas, ¡qué bonitos son! 


En un momento del trayecto, en la lejanía vemos el increíble río Chobe, de repente de lo que parecía una sequedad infinita pasamos a una zona acuífera de dimensiones insondables. Además nos damos cuenta que a pesar de estar en caminos en lo que parece el fin del mundo, hay mojones para la orientación, porque si lo mejor es hacer safaris con guías (más cómodos y efectivos en la búsqueda y encuentro con animales) también es posible adentrarse en el parque en nuestro propio vehículo, así que estos mojones ayudarán si el GPS nos juega una mala pasada.


Llegamos a nuestro campamento para tres días, Chobe under canvas, una apuesta aventurera de la que os contaré en la siguiente entrega. Mi fallo es que el viaje lo he realizado con sandalias, por aquello de ser un viaje en coche y así ir más fresca y cómoda, pero claro, bajamos del coche a la arena, ¡al campo!, con esa tierra que empieza a colarse en mis zapatos y entre mis dedos…me tengo que calzarme mis botas lo más rápido que pueda. 

20 de marzo de 2019

Zimbabwe - Vuelo de Madrid a Cataratas Victoria

Uno, dos y tres

El viaje que hoy comienzo a contar se planteó desde un primer momento como algo diferente, con la premisa de que fuera en la medida de lo posible tranquilo, sin grandes desplazamientos, sin grandes visitas, y sobre todo, sin necesidad de mucha información, de estar pendiente de lo que queremos conocer ni de mapas o guías, así que lo único posible con estas condiciones es la naturaleza, donde ella misma te sorprende con sus paisajes y sus animales. Bien, será nuestra primera experiencia en la mágica África. Además en contra de nuestra tónica, será un viaje corto, el listón de los hoteles ha subido el presupuesto, y además un exceso de naturaleza también puede resultar contraproducente, que a mí personalmente me gustan unas piedras (en pie o en ruinas con encanto) lo que no está escrito, y al final las echo de menos, como me pasó en nuestro viaje por la fabulosa, bella y divertida Costa Rica.

Primer problema, la logística aeronáutica, ya que la primera opción que nos ofrecieron era Emirates, pero claro esto implicaba una escala en Dubái y el tener que añadir una noche extra en Johannesburgo (no me gustan las conexiones cortas en las que estás pendiente del reloj con ansiedad y tampoco las más de seis horas en las que no puedes hacer nada más que esperar, y Emirates es especialista en ambas). Al final conseguimos vuelos con Iberia, que vuela directa a Johannesburgo, pero en el vuelo de ida para el día de nuestra partida ya no quedaban asientos disponibles, así que para poder aprovechar el vuelo de vuelta directo no tuvimos otra opción que en el de ida utilizar British Airways y pasar por Londres (un mal menor en primer momento).

El vuelo Madrid-Londres por supuesto es con Iberia y al aeropuerto de Adolfo Suárez Barajas llegamos. En esta ocasión no hacemos uso del lounge VIP, que estamos escarmentados de la última vez en la que casi perdimos el vuelo porque no contamos con el triple paso de mostradores o seguridad: check-in (podríamos haberlo evitado ya que no vamos a facturar, pero nos gusta asegurar las cosas y preguntar algunas dudas si las tenemos o las tienen); el control de billetes y equipaje de mano; y el que nos parece más extraño, si vuelas a Londres tienes que pasar un control extra de documentación y billete antes de entrar en la zona de puertas de embarque.

El único inconveniente es que dado que el viaje por África ha condicionado nuestras maletas, tenemos que andar con ellas todo el viaje. Para viajar a ciudades no hay problema, las que te permita la clase en la que viajas o tu tarjeta de pasajero asiduo, pero para los viajes en avioneta solo puedes llevar una maleta blanda (sin ruedas) con unas medidas de 25x30x62 (eso sí, 20kg de peso), pero que además en nuestro caso deben ajustarse al equipaje de mano de las compañías aéreas con las que volaremos (Iberia, British, Comair –estas cuadran bien porque son todas lo mismo, aunque la última tenía sus especificaciones pero está operado el vuelo por British- y South Airlink –que es la más restrictiva, bajando unos centímetros, que en ocasiones pueden ser vitales-). Para que todo cuadre, lo mejor es tener espacio en las maletas para que en caso de que sean pasadas por el control, poder comprimirlas y que entren; solución, compramos bolsas para empaquetar ropa y que así ocupara menos, además creo que al no bambolearse en la maleta también la ropa se arruga algo menos. Podíamos haber optado por facturar, pero a nosotros no nos merecía la pena en estas condiciones.

Pasado el control nos dedicamos a curiosear por las tiendas ya que no vamos al lounge, tenemos unas dos horas por delante y así nos evitamos comenzar comiendo como en todos los viajes. Nos gustan  y hacen sonreír las botellas typical spanish de sangría, que será muy de turista pero son alegres y patrióticas.



Pasada una hora nos acercamos al segundo control, y nos encontramos con la sorpresa de que en esta ocasión no hay una gran cola, pocos viajeros en ella y todo va fluido, pero estamos precavidos, así que por si acaso de repente todos los viajeros llegaran de golpe, decidimos que vamos a pasarlo, y con ello asumimos el tedio que pasaremos dentro –más si hay retrasos-, ya que no hay tiendas, es la nada de la espera, pero así no tendremos que rogar que nos dejen pasar porque perdemos el avión como nos ocurrió la última vez; y curiosidades de los viajes, una pareja llega corriendo y nos pide paso a nosotros, pues sin problemas, que hoy podemos hacerlo. 


Volaremos en un Airbus 320, el vuelo no llega a dos horas y media, y este tiempo pasa rápido.


Comienzan a servirnos la comida/cena pasadas las 17.30 h: ensalada de brotes con tomate y pepino, pechuga de pollo rellena de mango y rúcula con salsa de azafrán y cremoso de cebada con setas, o pasta rellena de requesón y espinacas con salsa suquet. Para terminar, queso Idiázabal y yogur de frambuesa. Pues sorprendentemente estaba rica la comida, mucho mejor de lo esperado, parece que algo se ha movido en el catering de Iberia. 



Sobrevolamos Londres, que en esta ocasión no tenemos la suerte de disfrutar como nos gusta, ya que es una de las ciudades más hermosas desde el aire, distinguiendo sus monumentos con facilidad -en la entrada vista área de Londres podéis verlo-. Nos quedamos con sus urbanizaciones monoarquitectónicas. 


Aterrizamos en el aeropuerto de Heathrow, y afortunadamente no tenemos que cambiar de terminal, llegamos a la terminal cinco y volaremos desde ella a Johannesburgo. Ahora sí que vamos al lounge para pasar el tiempo, tres horas hasta el siguiente vuelo. En la zona de periódicos me sorprende que hay prensa internacional pero ninguno es español, ¿British e Iberia no están fusionadas? ¿el aeropuerto no está gestionado por una empresa española? Mal, muy mal.


Picoteamos algo pero muy poco, acabamos de comer, pero al menos nos hidratamos. 




Y esperamos con paciencia a que den el aviso de embarque. 


El siguiente vuelo es a bordo de un Boeing 747-400 y aquí tengo que contar una historia. Nosotros al comprar los billetes decidimos pagar el alto coste por reservar asientos, que los cobran hasta en business, acto que en otras compañías todavía no hacen en esta clase, pero era la única manera de asegurar que viajaríamos juntos y lo asumimos, el mal por el bien. Pues un mes antes del viaje cambiaron el avión y los asientos reservados ya no existían, con lo que nos lo s cambiaron; podríamos haber pedido reembolso del dinero, pero la trampa está en que con ello también perdemos los asientos que por su cuenta nos habían adjudicado, y que al menos habían respetado que estuvieran juntos. Pues nada, tragamos con British y sus normas antiviaje con sonrisas.

El asiento de business ya es conocido por nosotros, una butaca y enfrente un pequeño taburete que se baja para entre los dos formar una cama. Hoy me parece más incómodo que durante nuestro vuelo a Montréal, creo que aparte de esta realidad estaba condicionada por empezar con mal pie el baile de asientos y dinero, mosqueada que se dice. 



Un inconveniente más, hay poco espacio alrededor para almacenaje, un cajón muy pequeño para colocar pocos utensilios: teléfono, tableta, libro, gafas…su poca altura lo hace bastante inútil. Este es el mal de los futuros aviones, poco espacio para no llevar de todo. 


Nos dan nuestro neceser de viaje con las amenities típicas, aunque en esto también va habiendo restricciones de productos; al menos la bolsa si resulta útil para guardar cosas varias. 


En las filas centrales de asientos nos llama la atención una dulce anciana que está tejiendo, ¿las agujas se pueden llevar?, ya sean metálicas o de plástico su punta es afilada y debería ser considerada un arma, ya no propiamente por la mujer sino por cualquier desalmado…la ilógica de los elementos permitidos y los que no. 


Unos frutos secos de aperitivo y ahora sí nos tomamos una copa de champán brut rosé, que tenemos que brindar por el viaje. 


Ahora nos toca cenar, de entrante elegimos un riquísimo salmón escocés ahumado con encurtido de cebollitas y salsa de rábano picante. Le acompaña una ensalada con aceitunas, cebolla roja y queso feta. 


De plato principal, un filete de ternera británica (con denominación de origen la ternera) con patatas, tomates al grill y champiñones; o un filete de bacalao del Atlántico Norte con hinojo, guisantes y risotto de calabacín. La tercera opción era unos tortellini de espárragos. Pues la ternera nos sorprende gratamente, no hace bola al masticar y de sabor está buena, pero como siempre pasada de punto por mucho que te den a elegir (esto es un imposible que hay que asumir, a no ser que sea un steak tartar). 



Finalizamos con una tabla de quesos: Belton Farm Red Fox, Normandy Camembert y Wensleydale blue, acompañados de galletitas saladas, nueces y membrillo. Muy ricos los quesos, para mí es una maravillosa opción. 


Vuelo nocturno, pocas vistas, intentamos descansar, yo leo algo de las guías que he preparado por dar un repaso a la historia de los países y poco más. Así llega la hora del desayuno, que incluye fruta, yogur con muesli y a elegir entre huevos revueltos o los llamados kedgereee arancini, un plato desconocido para nosotros, que se trata de unos huevos escalfados con espinacas y salsa holandesa de curry. 



Aterrizamos en Johannesburgo en la terminal A con adelanto al horario previsto, así que tenemos más tiempo todavía para deambular por el aeropuerto OR Tambo, y no nos olvidemos que vamos con una maleta blanda sin ruedas cada uno más una mochila -una de cámaras y otra de documentación y varios-, nada cómodos la verdad. Pasamos el control de pasaportes y billetes, donde ahora sí que hay una gran cola, pero estamos tranquilos ya que dos días antes de comenzar el viaje cambiamos los billetes de South Africa por unos de Comair con avión de British (vuelos compartidos), ya que la conexión prevista de una hora y cuarto nos pareció demasiado corta –ya sé, si los venden así es porque se puede, pero también es posible hacerlo más relajado y sin necesidad de correr o estar mirando el reloj con nerviosismo- y ahora tenemos dos horas para hacer los trámites y llegar a la puerta de embarque con nuestras maletas a cuesta, que a mí la mía ya me pesa como un demonio, y eso que no llega a 8 kg (increíble el ejercicio de elección de ropa que hice, donde tuve que aparcar los "por si acaso", toda una lección que espero haber aprendido para futuros viajes).

Curioseamos por las tiendas del aeropuerto, en previsión de compras a la vuelta, y la verdad es que hay artículos preciosos que te apetece comprar, pero son bastante grandes. Usamos los baños, donde a ser posible hay que dejar propina a los cuidadores que los mantienen limpios (ellas con unas uñas largas e impolutas, que ya me gustaría a mí mantener). Y sobre todo, descubrimos unas ruedas para las maletas blandas, que en este momento no podemos comprar porque no caben en las maletas (lo intentamos, porque era una buena opción, quitar y poner), pero que está claro que las han inventado para los turistas que como nosotros hacemos caso a rajatabla de medidas y pesos, y acabamos destrozados al portarlas. 


Finalmente nos dirigimos a nuestra puerta de embarque, en la terminal B, que es solo un piso más abajo. 


Vemos a nuestro primer animal africano, una jirafa gigante, que quedaría de fábula en un jardín…quien tenga un jardín grande claro. 


La puntualidad británica parece que se está haciendo efectiva y comienza el embarque; no hay fingers, para llegar al avión hay autobuses. Volaremos en un avión de British, un Boeing 737-800. 


Aunque es temprano, las 11.30 h más o menos, decidimos tomar una copa de champán para brindar nuevamente, este es nuestro último vuelo, ¡gracias a Dios! y estamos más cerca del destino y de comenzar de verdad el viaje. 


Sobrevolamos la inmensidad de Johannesburgo, sus distritos y suburbios, que parece un enjambre infinito. 


Nos ofrecen un aperitivo de frutos secos. 


Ahora nos toca comer, alimentados sí que vamos a llegar, es casi un día de vuelos y comida no nos ha faltado. Una ensalada con láminas de alcachofa y tomates y a elegir entre una lasaña de carne o una especie de sandwich. 




Sobrevolamos los paisajes desérticos de África, que nos recuerda en cierta medida al vuelo de Sydney a Ayers Rock en Australia, con sus muchas diferencias por supuesto. 




Según nos acercamos a Zimbabwe una vegetación algo seca comienza a aparecer, la época de lluvias ha pasado y con ella el esplendor verde y floral, estamos en invierno. 


Aterrizamos en el aeropuerto de Victoria Falls tras un vuelo de algo más de hora y media. 




Hay una importante cola para acercarse a los mostradores de control de pasajeros, y un señor va desviando hacia los diferentes mostradores al tiempo que te da un papel para rellenar, hay que pagar la VISA de entrada, que puede ser sencilla (30$) o doble (si además quieres entrar en Zambia, que hacen un precio especial, un casi 2x1). 


Uno de nuestros destinos soñados y de ensueño está por fin mucho más cerca después de tres vuelos; nuestros cuerpos están derrotados pero nuestros corazones están alegres.