3 de abril de 2011

Japón - Tokio - Odaiba - Ikebukuro - Ameyoko

Ocio japonés


Desde el jardín de Hamarikyu caminamos durante un buen trecho hacia el metro, buscamos la estación de Shinbashi, para desde allí ir a nuestro próximo destino: la isla artificial de Odaiba, pero en este caso será solo una toma de contacto visual rápido. Para ello decidimos que tomaremos el monorraíl Yurikamome, que no lleva conductor (aunque creo que ahora si, después de un accidente que hubo), y que suena simpático. Craso error para lo de las vistas, va lleno de gente hasta la bandera, ya que Odaiba es un paraíso de recreo, con playa, una enorme noria, una sala de Toyota, el centro comercial sólo para mujeres de Venus Fort, un gran centro comercial, un balneario ambientado en el periodo Edo, museos varios....vamos, que la gente va a pasar el día y no se aburre nada.

Durante el trayecto vemos el edificio de Fuji TV, diseñado por Tange Kenzo y que es original y bonito, nuevamente con el cristal y el acero como materiales predominantes, y con una gran bola en el centro de 1.200 toneladas, a la que se pueden entrar y es un mirador de la zona.


Vemos una copia de la Estatua de la Libertad, el edificio Tokyo Big Sight, con forma de pirámides invertidas, con un observatorio en su interior y donde se halla instalado el Salón Internacional de Exposiciones de Tokio, y el puente Rainbow, por el que circula el monorraíl, que por la noche iluminado se debe ver impresionante. Imposible tomar fotos o por lo menos buenas fotos de los lugares mencionados o de otros que nos van llamando la atención, es imposible moverse dentro del monorraíl para acercarse a las ventanillas. 


Cuando Occidente comenzó a obligar a Japón a abrirse comercialmente en la década de 1850, el sogunato construyó una serie de daibas (obstáculos) a lo ancho del puerto de Tokio para mantener a los barcos negros extranjeros fuera de él; los barcos extranjeros recibieron el adjetivo de negros por el color de los que llegaron a la bahía dirigidos por el almirante  norteamericano Matthew Perry en 1853. Daiba, u Odaiba, es una isla artificial que casi bloquea la entrada a la bahía de Tokio que debe su nombre a estos obstáculos. 

Lo mejor hubiera sido tomar el barco de vuelta a la ciudad para poder hacer buenas fotos y disfrutar con tranquilidad del paisaje y los edificios, pero esto nos habría llevado más tiempo  y teníamos que aprovechar al máximo el tiempo, así que nos despedimos las parejas y cada una toma su rumbo. Nuestro destino no es nada especial, pero está a medio camino de otros a los que queremos llegar, así que nos dirigimos a Ikebukuro, donde hay un inmenso centro comercial, el Edificio Sunshine 60, en el que casi solamente se ve gente del país, en este no hay muchas caras occidentales o turistas perdidos, y el ambiente merece la pena como contraste a todo lo turístico. La torre del edificio fue la más alta del país hasta la construcción del Landmark Tower en Yokohama, con 240 m de altura, y se alza en el lugar donde se encontraba la prisión de Sugamo, donde fueron condenados y ejecutados siete criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial, incluido el primer ministro Tojo Hideki.

Comemos en un restaurante dentro del centro comercial que elegimos por las fotos de los platos en su exterior (no hay de otra), y aquí el valiente de mi marido se pidió shabu-shabu, un plato de ternera cortado muy finamente que se pasa por un caldo de verduras caliente y luego se moja en salsa de soja o en un huevo batido (muy rico, y al shabu shabu le echo de menos), y yo un plato de tempura. Todo ello acompañado del consabido arroz, que en mi caso se asemeja más a un arroz tres delicias que al típico hervido, cosa que agradezco enormemente, y de la odiosa sopa de miso. 

 
En una pastelería supuestamente francesa me pido un postre raro, es una gelatina  muy fría de melón y kiwi, que no está muy dulce y es refrescante.

Nos vamos a cotillear al Amlux Toyota, un edificio de cinco plantas con plantas llenas de coches para probarlos, y sobre todo de familias que parece que van a pasar el día allí, me produce la sensación que para ellos es un parque de atracciones más; no solo hay coches, y esta será la segunda razón de tanta visita, también hay videojuegos, un planetario, un acuario y un mirador, pero a ninguno de estos tres lugares entramos.


Siendo Toyota no puede faltar un coche de Fórmula Uno. 

 
De nuevo al metro para llegar al Mercado de Ameyoko, ¡¡¡que bien me lo pasé!!!. Era una explosión de tiendas y productos, de alegría, de consumo puro y duro; me gustó mucho esta zona y no somos grandes compradores aunque en ocasiones podamos parecer convulsivos. Es lo más parecido a un bazar asiático como lo entendemos que se puede encontrar en Tokio, incluidas las falsificaciones baratas o no tanto en algunos casos.

Este mercado es un legado del mercado negro que floreció después de la guerra. El nombre es una contracción de Ameya-yokocho (callejón de los dulcés) por los puestos de dulces que solían servir de tapadera a las mercancías -principalmente provenientes de Estados Unidos- que vendían los estraperlistas.