10 de mayo de 2019

Zimbabwe - Cataratas Victoria - Monde Village

Lecciones de vida

Hoy nuestro día comienza a las 9 h, ya hemos desayunado y nos encontramos con nuestro transporte, con George el sonriente al volante, entablando con él una conversación en inglés más fluida que el día de nuestra llegada, parece que nuestros oídos y labios se están acostumbrando y se van sintiendo más seguros. En nuestro camino vamos pasando junto a aldeas típicas, cuyas viviendas son chozos con tejados de paja, y la sensación es de auténtica y placentera tranquilidad. 


Una de las posibles actividades que ofrece el lodge Elephant Camp es visitar una aldea, Monde Village, situada a unos 10 km del hotel, que es una concentración de casas en un recinto semi-cerrado (escribo semi porque hay muros de piedra a media altura y vallas de madera rodeándolo). 



Nos recibe una mujer, de nombre mitad real y mitad ficticio, Buffaloo, y es que cada persona en la aldea es asociada a un animal, que en teoría debe ayudar a proteger. Su marido, que tenía que ser el que nos recibiera y nos acompañara en la visita, está trabajando en el huerto. No importa, Buffaloo habla inglés y nosotros lo chapurreamos, y tanto ella como él nos pueden contar la vida en la aldea, lo que pasa es que ella es más tímida como descubriremos. Nos sentamos en el tronco de un árbol, aunque también lo podíamos hacer en las bonitas banquetas con forma de elefante que el marido elabora (eso nos cuentan, porque este tipo de sillas se pueden ver en las tiendas, pero puede que su fabricación se realice en villas nativas y no en fábricas industriales). 


Buffaloo intenta romper su timidez, nos pide que le hagamos preguntas sobre lo que queramos conocer, para ella así es más fácil que contarnos su vida, y en esas estamos cuando llega su marido, Baboon, un hombre alto y muy sonriente que rápidamente toma las riendas de la conversación, se nota que está curtido en estas lides. 

Paseamos junto a él entre las casas, tan sencillas como bonitas, con pinturas en su exterior, pinturas en las que colaboran los niños pequeños. Nuestra sensación es de felicidad, porque es lo que sentimos escuchando a Baboon y viendo su villa, esto nos transmite. 




Estas pinturas se obtienen con pigmentos naturales; la naturaleza está ahí para usarla con cabeza. 


Para reparar los tejados hay grandes escaleras de madera, que a mí personalmente me parecen endebles. 


Cada lugar tiene su espacio en la villa, como este pequeño gallinero.



Todo lo que vamos viendo nos parece muy sencillo, pero tan útil y tan bien aprovechado, que nos hace sentir hasta tontos en nuestra vida occidental de comodidad máxima. Por ejemplo, para la llegada del trabajo desde el huerto o los alrededores, tanto como para la salida del baño cercano, hay un bidón de agua, porque la higiene es importante. 


El retrete, que intenta mantener la intimidad; no nos asomamos mucho, pero lógicamente no había un inodoro, agujero en el suelo y tierra para tapar.


Todo lo que la naturaleza ofrece tiene una utilidad, y así se secan ramas, hojas, semillas, para luego darles el uso que ellos consideren, y que para nosotros puestos estos elementos así no tienen ningún sentido ni uso. 


También hay un pequeño jardín, por llamarle de alguna manera, en él hay plantas útiles para diferentes males: dolor de cabeza, dolor de estómago, partos… 




Pasamos a la choza que aloja el dormitorio del matrimonio de Baboon y Buffaloo, pero no queremos molestar escudriñándolo, tienen un colchón en el suelo, una estantería y poco más. 


Uno de las chozas es la cocina de verano, tiene una gran ventilación y en el centro está el fuego. Eso sí, esos botes de pintura son industriales, no naturales, pero no me preocupa que la modernidad entra en las casas, es difícil creer que la vida más allá de la villa no termine entrando en ella, ya que aquí estamos nosotros como prueba. Tampoco nos importa si el fuego y el puchero están puestos como decoración para nuestras fotos, porque el lugar nos gusta, así como nos gusta lo que nos cuenta Baboon, y el decorado cuenta para entender mejor la forma de vida, y cómo lo nuevo se mezcla con la tradición.



Detalle del techo de paja de la choza. 


No muy lejos de la cocina se encuentra el fregadero de cacharros: una especie de mesa en la parte inferior, un escurridor en alto, y el bidón de agua en el suelo. Inmensamente práctico, y hasta no hace mucho en España en algunas casas de pueblo donde no había agua corriente, podía ser algo parecido (o sin ir tan lejos en el tiempo, en los poblados de chabolas de la actualidad). 



Otra de las chozas aloja la cocina de invierno, que es algo más cerrada, más de acuerdo con el tiempo, cuyas paredes están ennegrecidas por el humo, con el que  incluso llegan a pintarlas para que queden más decorativas. En las noches. la familia o tribu se reúne alrededor del fuego y se cuentan historias, ¡qué maravilla!, nada de encender una televisión, una buena historia, una buena conversación, saber cómo cada uno ha pasado el día, si se encuentran bien… nos estamos perdiendo en nuestras vidas. 


Las estanterías en general de los chozas son preciosas, suelen ser con la forma de un corazón y otras son de estilo clásico, cuadradas, realizadas por supuesto en adobe. En ellas se coloca el menaje de cocina, con esa loza metálica que ahora está de nuevo de moda, y que somos tan modernos que llamamos vintage para que suene mejor.




En un saco hay semillas de baobab, ¡baobab!, ese árbol que hace volar nuestra imaginación, de nombre tan cacofónico, y Baboon nos ofrece una semilla para que lo probemos, ya que para ellos es como una golosina para nosotros, pero mucho más natural, ¡dónde va a parar! La semilla se chupa hasta que se desprende la capa que la recubre, que no tiene un sabor especial, ni dulce ni salada. Si yo ahora planto la semilla ¿tendré un precioso árbol baobab?, pero ¿dónde lo planto? y ¿lo veré crecer?


Finalmente Baboon reúne a su familia para hacernos una fotografía, son sus hijos, aunque en la villa también vive su hermano y su familia. Fijaros en los dibujos que señalan la choza de la cocina, mujeres trabajando con grandes marmitas y alguna gallina (que irá a la cazuela cuando sea menester). 

Terminamos nuestra visita por la aldea, aproximadamente ha durado algo más de una hora, que ha sido tremendamente instructiva a la par que necesaria, ya que un golpe de realidad contra nuestro materialismo y consumismo es lo mejor que podíamos tener. No llevamos ropa, ni libretas, ni rotuladores, ni libros (maldita pequeña bolsa de viaje), así que lo único que podemos darle a Baboon es dinero, sí, materialismo puro y duro, pero seguro que él sabe en lo que es mejor gastarlo.

La visita a Monde Village para nosotros ha sido uno de los mejores y grandes momentos de este viaje, y no me paro a pensar en sí hay parte de decorado para el turista o no, porque más allá de las imágenes, que valen mucho, estaban las palabras de Baboon, cómo nos contaba su forma de vida, sus necesidades, nos trasmitió tranquilidad, felicidad, que menos es más... todo aquello que a la vuelta de nuestras vidas cotidianas iremos perdiendo nuevamente a pedacitos día a día. 

Nos hacemos fotografías con Baobab y Buffaloo que luego le enviaremos por mail, la tecnología llega también, pero no a la villa, sino a la ciudad de Victoria Falls, donde en un cibercafé tendrá acceso a su mail.

Emprendemos el camino de vuelta al lodge, y dentro del recinto vallado nos encontramos con una familia de mangostas, y aunque son muy asustadizas ante el ruido del motor, una de ellas, se para y nos mira cómo preguntándonos ¿dónde vais?