Alta
y baja gastronomía
En el Hotel Bellagio
realizamos un desayuno, una comida y dos cenas, ya que estábamos alojados en él era la opción más cómoda. La primera cena fue el 30 de
diciembre, eligiendo el restaurante Harvest principalmente por estar retirado del
bullicio, y en segundo lugar porque había mesas libres. Su decoración es algo marítima por los tonos
azules que predominan, con un ambiente elegante en general.
Van pasando con un carrito
donde hay un surtido de aperitivos a elegir, llamado Snack Wagon Takeovers, y
elegimos un steak tartar y un tartar de atún (todo tartar pero con
diferencias, no sólo por el corte del atún sino en los sabores que los aderezan), que resultaron deliciosos. Acompañamos la cena con copas de champán.
Compartimos un
surtido de patés, Charcuterie Board, es decir, una tabla de charcutería, que llevaba una lámina fina de jamón, que no era ibérico. La calidad de los productos impecable.
También compartimos
un guiso de pescado, Fisherman’s Stew, un surtido de moluscos y pescado
(recuerdo el salmón con claridad y por reconocerlo en la fotografía), con un
caldo que estaba para mojar el pan tostado y para meter la cuchara. Un guiso
estupendo.
La comida la hicimos el
día 31 en el Todd English’s Olives, que estaba lleno, por lo que esperamos un
poco para que nos dieran mesa, con la fortuna de que sería en la
terraza, cosa que al principio nos produjo algo de respeto por las temperaturas
frías de diciembre, pero al menos lo intentaríamos, que para irnos ya tendríamos tiempo.
La terraza tiene
espléndidas vistas al lago, con lo que es un lugar estupendo, y no faltan las típicas setas de calefacción, que ayudan bastante, aunque al final levantó algo de viento frío y no eran capaces de mantener una buena temperatura ambiental y corporal.
Además tuvimos la fortuna de que las fuentes realizaran su espectáculo,
que tan de cerca resulta atronador en sus empujes de agua, e impresionante por
la altura de sus surtidores. Para no molestar a los comensales al ponerme en pie para grabar,
solo capturamos una pequeña parte, y la que es más publicable también es pequeña
pero está grabada desde la mesa; el resto queda de momento en nuestros
recuerdos. Fly me to the moon y Frank Sinatra, ¡madre mía!, ¡que momento!
De aperitivo para
nuestras copas de vino, blanco y tinto, unas aceitunas, ese olives del nombre
del restaurante tenía que aparecer; además había olivada o tapenade de
aceitunas verdes y de aceitunas rojas, más sabrosa la segunda.
Para compartir
tomamos un carpaccio de atún, nos hemos aficionado a este pez con devoción, que estaba impresionantemente bueno, tanto por la
calidad como por la conjunción de sus elementos. Estaba
acompañado de puré de patatas, un alioli suave, alcaparras y seguro que algún
ingrediente más del que no me acuerdo.
Para uno, un
entrecot, que era tierno y sabroso; para otra, unas
estupendas vieiras en una cama de risotto (no recuerdo si era de champiñones o
setas) y espinacas.
Habíamos acertado de
pleno en el lugar de la comida, aunque fuera de chiripa.
Curiosa y
extrañamente la cena de Fin de Año la realizamos temprano en la habitación,
estábamos increíblemente cansados y nos alegramos enormemente de no haber hecho
una reserva para cenar como estaba previsto, porque hubiéramos tenido que
cancelarla o dejarla a medias. De todas formas, la celebración la realizamos
durante la excursión al Grand Canyon West y al Skywalk en helicóptero y con la maravillosa
comida en el Todd English’s Olives. No, no salimos a la calle para ver los
fuegos artificiales, desde la habitación se veían un poco, no demasiado porque estaba en un piso bastante bajo; pero
es que tampoco salimos en Madrid, o cuando hemos estado en Londres o en New
York pasando la noche, no somos de multitudes.
Una brocheta de langostinos
cocidos con salsa rosa y un sándwich de
rosbeef, con una carne exquisita y patatas gajos para acompañar, con un
buen cuenco de kétchup (nada de sobres o de botes).
Eso sí, nos bebimos
una botella de champán rosado para brindar por este año que se marchaba y por
el que estaba llegando, por el mundo, por nosotros...
El desayuno lo
realizamos junto al Conservatory and Botanical Gardens el día 1 de enero, por
lo que el ambiente estaba tranquilo, aunque alguna pareja estaba agotada de la
fiesta nocturna y se quedaban dormidos frente a sus platos (por lo que no
estarían alojados en el hotel, teniendo habitación esto sería un despropósito
con la cara de agotados que tenían).
Un buen plato de
fruta.
Dos minis bocadillos
(de pan algo contundente) con bacon y huevos fritos, acompañados de patatas
mashed muy tostadas y una suculenta
tortilla de langosta, que el año hay que empezarlo bien alimentada.
Lo cierto es que si bien el tumulto del Hotel Bellagio no nos ha convencido en absoluto, sí lo ha hecho su localización, su fuente musical y por supuesto, su exquisita gastronomía.