23 de abril de 2018

Myanmar - Amarapura - Maha Gandayon Kyaung - Telares de seda

Hora de la comida monacal

Segundo día en Mandalay, y aunque en la ciudad todavía hay algunos lugares interesantes para conocer, hoy saldremos por sus alrededores, así que a las 9 de la mañana nos encontramos con Myo, y lo primero que hacemos es volver a cambiar moneda, no vaya a ser que nos quedemos cortos. 

Atravesamos Mandalay viendo algunos de sus edificios y calles, que no nos provocan la misma emoción que los del centro de Yangón, los edificios de Mandalay no tienen el encanto decadente y atractivo de los de Yangón, como en su zona colonial y en Chinatown, viendo la ciudad desde el coche no apetece caminar mucho por sus calles, aunque si que vemos bastante vida y movimiento. 





Cerca de Mandalay se sitúan cuatro ciudades cercanas al río Irrawaddy que se fueron alternando la capitalidad de Birmania desde la caída de Bagan en el siglo XIV hasta 1885, tras el final de la Tercera Guerra Anglobirmana. Los nuevos reyes que llegaban al trono querían fundar ciudades totalmente nuevas, y para ello no dudaban en utilizar la piedra y la madera de los palacios antiguos. A finales del siglo XVIII incluso recurrían a la astrología para elegir el enclave de la futura ciudad (en Asia esto es muy normal). Con este movimiento de capitalidad, al abandonar la anterior el campo se quedaba con estupas abandonadas, como una cosecha arquitectónica.

La sucesión de alternancia en la capitalidad fue: Sagaing (a principios del siglo XIV), Inwa (Ava para los británicos y para los países extranjeros en su mayor parte; desde 1364 a 1752), Shwebo (1752-1760), Sagaing (1760-1764), Inwa (1764-1783), Amarapura (1783-1823), Inwa (1823-1841), Amarapura (1841-1857/1860) y finalmente Mandalay (1860-1885). ¡Menudo trajín!, aunque gracias a él hoy podemos ver algunos de los lugares edificios más hermosos o más asombrosos del país. 

La última dinastía real de Myanmar, la Konbaung, se estableció en la zona de Mandalay con el rey Alaungpaya en 1752 y terminó 132 años después cuando el rey Thibaw Min fue depuesto por los británicos en 1885.

Nuestra primera parada es en Amarapura, a unos 11 km al sur de Mandalay; su nombre significa “ciudad de la inmortalidad”. El rey Bodawpaya estableció la capital aquí por segunda vez en 1783, y en 1795 recibió la primera embajada británica que visitó el país. Su hijo, Bagyidaw, trasladó la capital a Inwa en 1823, hasta que en 1841 el rey Mindon Min la volvió a nombrar capital hasta 1857, año en que decidió su traslado a Mandalay, y la mayor parte de los edificios palaciegos de madera fueron desmontados y traslados en elefantes para el nuevo palacio de la nueva ciudad.

Para visitar Amarapura, Inwa, Pinya y Paleik hay que pagar 10.000 kyats como entrada conjunta.

A las 9.40 más o menos entramos en el Maha Gandayon Kyaung, un monasterio fundado alrededor de 1914, donde estudian, meditan y viven unos 3.000 monjes, (según otras cifras solo 1.000, pero que son muchos lo son), siendo uno de los centros más grandes del país.

Los turistas vamos llegando poco a poco, pero lo mejor es hacerlo temprano para tener un buen sitio de visión. Hay una gran cantidad de edificios en el complejo, por supuesto muchos de ellos son dormitorios. 



Las túnicas, generalmente de color púrpura o rojizo, se secan al aire. Antiguamente los monjes utilizaban las ropas de las muertos que les donaban, luego las cosían, por lo que muchas de ellas tenían bastantes costuras, que además eran buenas para el “no placer” ya que rozaban, para finalmente teñirlas. 


Las escobas se “aparcan” en las calles, para que así puedan ser utilizadas por cualquiera y mantener el lugar lo más limpio posible. 


En las calles hay infinidad de losas con inscripciones que corresponden a las donaciones recibidas, de gente de todo el mundo. 


Nos disponemos a coger sitio, y aquí el que se mueve un poco lo pierde, y nos toca esperar con paciencia. 


Una visita clásica en Myanmar (supongo que en otros países también se realizará, en Vietnam coincidimos parcialmente durante la visita a la pagoda Thien Mu, pero creí en su momento que fue casualidad) es la hora de la comida de los monjes. El comedor está preparado, en las mesas se pueden ver cuencos con algunos alimentos. 


Fuera del comedor un grupo de voluntarios se organiza para el reparto de comida, así como también lo ha hecho para su elaboración. Los turistas no podemos entrar aquí, nos mantenemos fuera, es una situación algo surrealista. 


Hoy además de los turistas agolpados hay un equipo de reporteros grabando el momento junto a algunos monjes, suponemos que dirigentes del monasterio. 



Comienza a formarse la larga y ordenada cola de los monjes. 


Hay un toque de campana, con un martillo sobre una columna de hierro, para la llamada a la comida, los monjes se ponen en marcha hasta llegar justo antes de los puestos de reparto de comida. 


El equipo de voluntariado entona una oración, supongo que agradeciendo los bienes que van a repartir. 


Se realiza el reparto de comida, al principio muy organizado, la fila de atrás de voluntarios llena los cuencos de arroz para pasarlos a los de la primera fila, que lo servirán a los mojes, para luego pasar por el postre y la bebida; al final todo es un descontrol, parece que hasta se acabó el arroz. 


En teoría, los monjes seniors en estudios y años llevan túnicas más oscuras y la toalla sobre su brazo izquierdo; los monjes noveles llevan túnicas claras y la toalla sobre su brazo derecho. 


Los monjes se van sentando en las mesas del comedor y entonan una canción-oración. 



Junto al comedor hay una fila de fregaderos donde lavar los cuencos, aunque no paró ningún monje, como mucho algún voluntario que ayudaba en las tareas de recoger. 


Los monjes se recogen a sus habitaciones u otros salones, muchos de ellos con sus cuencos de comida llenos, prefieren comer en tranquilidad que no ante la mirada de los visitantes. 


Mis sensaciones ante esta visita es casi de vacío total, porque no hemos aprendido nada –o casi nada, algo de túnicas, algo de toallas- no hemos conversado con los monjes sobre los estudios que se realizan, los horarios, la vida durante el día… que sí, se puede leer en internet todo ya, pero cuando estás en el lugar te parece todo más sencillo y real, y más si tienes la información de primera mano. No sé si el monasterio cobra algo de algún modo por esta visita multitudinaria, o tiene que aguantar a los turistas por imperativo religioso y gubernamental. No entiendo dónde está el sentido de ver a los monjes hacer fila para recibir sus cuencos de comida y luego comer, sin nada más; quizás si en lugar de ir con guía hubiéramos ido solos , hubiéramos paseado por el complejo, y a lo mejor hubiéramos sentido algo del ambiente al menos. Creo que sería mejor hablar directamente en la calle con un monje para conocer su vida y su fe que realizar esta visita, o que se cambiara su sentido, de modo que se aprendiera más de los monjes y su vida, aunque fuera pagando una entrada y con aforo limitado (ya sé, muchos se tirarán de los pelos ante estas palabras, pero así es como lo sentí y lo sigo sintiendo).

Desde el monasterio hacemos una rápida parada junto al puente U Bein, al que volveremos al atardecer por lo que hablaré sobre él con más detenimiento en otra entrada, y luego visitamos un telar de tejidos de seda, donde vemos cómo trabajan, pero en esta ocasión no nos cuentan nada del proceso de elaboración de la seda ya que en Myanmar no se produce, solo se importa, solo vemos a las mujeres trabajar. Al final vamos a saber utilizar los telares después de ir viéndolos por Asia, en Hoi An (Vietnam) y en Margilan (Uzbekistán).





Las mujeres tienen la crema de thanaka en sus caras, con ella pasan todo el día, aunque estén en el interior de los edificios, siempre están preparadas para salir a la calle; además de que creo que para ellas es un elemento más de belleza. No hay mejor publicidad que esta para que te sientas intrigada sobre esta crema, su uso y sus propiedades.