Desde la cama del Elephant Camp tenemos un bonito amanecer de despedida en Zimbabwe,
aunque para disfrutarlo mejor hay que levantarse y salir a la terraza o
al menos a través de los cristales o de la gran mosquitera abierta del cuarto de
baño.
Hoy viajamos a Botswana, con lo
que disfrutaremos del paisaje en el camino, y de algún animal si quiere salir a
saludarnos, que como casi siempre, son los descarados babuinos. También vemos algunos elefantes y jirafas, camuflados entre la vegetación.
El paisaje es una mezcla de pasto seco, el calor hace estragos tras la lluvia, con preciosas siluetas de árboles a la espera de recuperar sus hojas en sus ramas desnudas.
También
hay árboles que han sido cubiertos por los arbustos, hasta el infinito y
más allá (creo que se trata de árboles muertos al paso del hambre de los elefantes). La verdad es que algunos parecen adoptar formas algo fantasmagóricas, pero esto es solo mi imaginación desatada que es capaz de montarse historias como ella sola.
Llegamos
a la frontera de Zimbabwe con Botswana, donde lo primero que hacemos
tras bajar del coche es limpiar las suelas de nuestro calzado, tal como
hacíamos en algunos parques naturales en Nueva Zelanda: pisamos sobre una alfombrilla con algo de líquido desinfectante para
evitar la fiebre aftosa, y tras ello vamos a las oficinas de aduanas,
donde rellenamos unos impresos con nuestros datos personales y el alojamiento en el que estaremos, hasta que finalmente lo
sellan (afortunadamente no había muchos viajeros haciendo los trámites y
fueron rápidos). Lo que sí había a ambos lados de la carretera en la frontera eran
muchos camiones aparcados.
Lo que no recuerdo es si tuvimos que pasar por la aduana de Zimbabwe y luego por la de Botswana, o sencillamente salimos del primero para fichar en el segundo. Como estoy elaborando este resumen de viaje con bastante tiempo de demora, es uno de esos detalles que no se han quedado en mi mente, como tampoco recuerdo si tuvimos que pagar una tasa de entrada a Botswana, pero según las notas tomadas antes del viaje existe una tasa de 30$ por persona, así que doy por hecho que allí mismo la pagamos. Ya sé, tenía que haber ido anotando todos estos detalles, y así no habría estos problemas de memoria.
Lo que no recuerdo es si tuvimos que pasar por la aduana de Zimbabwe y luego por la de Botswana, o sencillamente salimos del primero para fichar en el segundo. Como estoy elaborando este resumen de viaje con bastante tiempo de demora, es uno de esos detalles que no se han quedado en mi mente, como tampoco recuerdo si tuvimos que pagar una tasa de entrada a Botswana, pero según las notas tomadas antes del viaje existe una tasa de 30$ por persona, así que doy por hecho que allí mismo la pagamos. Ya sé, tenía que haber ido anotando todos estos detalles, y así no habría estos problemas de memoria.
Cruzamos la frontera y continuamos el viaje por Botswana, donde hay carteles avisando que por mucha carretera que haya, no deja de ser territorio de animales, y que hay que conducir con cuidado, sobre todo por la noche.
Nuestro
transporte nos lleva hasta el aeropuerto de Kasane, ha sido como hora y
media de viaje. Estamos muy cerca de la zona en la que se encuentran
cuatro países: Zimbabwe, Zambia, Bostwana y Namibia (algo más alejada del resto en este área), y en la que se
cruzan dos ríos, Chobe y Zambezi.
No, no vamos a
tomar ningún avión, allí nos espera el que será nuestro guía, chófer,
tracker y amigo para los próximos tres días, el gran Innocent, cuyo
adjetivo de gran es tanto por su tamaño (1,90 m de altura al menos, y de
gran corpulencia), como por su gran sabiduría de naturaleza y animales,
como por su gran impagable compañía.
Cambiamos de vehículo, pasamos las maletas y nuestros cuerpos a un descomunal 4x4 sin ventanillas, que será más nuestro alojamiento que el propio alojamiento, ya que pasaremos la mayor parte del día en él. Subir al coche tiene su cosa, ya que es bastante alto, y hay que encaramarse como los babuinos a él (sobre todo, si tu tamaño es como el mío, pequeño).
Cambiamos de vehículo, pasamos las maletas y nuestros cuerpos a un descomunal 4x4 sin ventanillas, que será más nuestro alojamiento que el propio alojamiento, ya que pasaremos la mayor parte del día en él. Subir al coche tiene su cosa, ya que es bastante alto, y hay que encaramarse como los babuinos a él (sobre todo, si tu tamaño es como el mío, pequeño).
Nuestra
primera parada en Botswana es el Parque Nacional de Chobe, y para ello
pasamos por uno de los controles de entrada, Sedudu, donde Innocent hace
los trámites por nosotros, que solo le esperamos en el coche o en el
suelo si bajamos de él.
En el centro hay un mapa del parque nacional, de 11.000 Km2.
Y una placa conmemorativa de la creación del parque.
En
un principio seguimos transitado por una carretera convencional, bien
asfaltada, y sin una curva en el horizonte, una planicie hasta el
horizonte.
Tras algo más de media hora de
camino, Innocent nos avisa que se acaba lo bueno, abandonamos la
carretera asfaltada y la cambiamos por un camino de tierra anaranjada en el que se avecinan baches.
En
algunos tramos la arena se ha amontonado en el centro y el coche va
dando vuelcos, al igual que nosotros, que tenemos la sensación de estar
en una batidora que no termina de arrancar. Estamos impactados y
emocionados ante el paisaje que tenemos ante nuestros ojos, sin ver nada
más que lo que podéis ver vosotros, arena y vegetación, la sensación de inmensidad es
abrumadora, y de naturaleza salvaje a pesar de ir en un vehículo poderoso
es lo que nos sobrecoge.
De vez en cuando
descubrimos algún pájaro, al que Innocent no le da importancia, pero
nosotros sí se la damos por supuesto, no son conocidos y significan un nuevo mundo;
Innocent está más pendiente de llegar al alojamiento que de nuestras
caras de asombro y de nuestras exclamaciones de niños pequeños (Innocent debe lidiar con la impaciencia de los visitantes). Si bien a
los pájaros no les pudimos hacer fotografías, ya tendremos tiempo, si
podemos capturar a nuestros primeros impalas, ¡qué bonitos son!
En
un momento del trayecto, en la lejanía vemos el increíble río Chobe, de repente de
lo que parecía una sequedad infinita pasamos a una zona acuífera de
dimensiones insondables. Además nos damos cuenta que a pesar de estar en
caminos en lo que parece el fin del mundo, hay mojones para la
orientación, porque si lo mejor es hacer safaris con guías (más cómodos y
efectivos en la búsqueda y encuentro con animales) también es posible
adentrarse en el parque en nuestro propio vehículo, así que estos
mojones ayudarán si el GPS nos juega una mala pasada.
Llegamos
a nuestro campamento para tres días, Chobe under canvas, una apuesta aventurera de la que
os contaré en la siguiente entrega. Mi fallo es que el viaje lo he
realizado con sandalias, por aquello de ser un viaje en coche y así ir más
fresca y cómoda, pero claro, bajamos del coche a la arena, ¡al campo!,
con esa tierra que empieza a colarse en mis zapatos y entre mis dedos…me
tengo que calzarme mis botas lo más rápido que pueda.