3 de septiembre de 2014

Canadá - Vuelo de Madrid a Montréal



¡A volar!

El viaje del verano fue planteado primero en crucero, pero no era fácil cuadrar los días disponibles de vacaciones para que fueran lo más aprovechables posible, ya que no quería perder la oportunidad de conocer paisajes y ciudades canadienses, pero como en todo, esto suponía un alto coste por los desplazamientos, así que finalmente decidimos hacer exclusivamente un tour terrestre con noches extras al principio y al final, y el crucero se quedará para otra ocasión, en la que no hará falta pasar por algunas ciudades, a no ser que sea nuestro gusto claro.

Una vez elegido destino, lo primero a resolver son los vuelos, que pensé que podrían ser directos con Air Canada, Madrid-Montréal no me parecía tan remoto, pero no existían, había que elegir escala: Londres, Múnich, Frankfurt…y la alternativa más cómoda nos parecía la salida desde Barcelona, que en principio parecía vuelo directo, pero que al consultar también hacía escala en alguna ciudad alemana (más como llegada y recogida de viajeros), con lo que uniendo el desplazamiento a Barcelona a la tarifa, lo que nos ofrecía Air Canada eran más inconvenientes que ventajas (esta logística aérea la dejo siempre en manos de mi buena agente de viajes, yo solo aporto sugerencias o upgrades).

Vuelo resuelto, volaremos con British Airways, es decir, primero con Iberia (dicen que fusionada con British, pero yo diría que plenamente absorbida por ella) a Londres, y luego a Montréal.

Espera tranquila en la terminal 4 de Barajas, tan tranquila que hasta nos despistamos y tuvimos que correr un poco, e incluso pedir permiso a la buena gente para que nos dejaran colar para pasar el control de seguridad (¿presagio del futuro?, la aventura llegará en el vuelo de Toronto a Boston) y no perder el avión. Creo que del aeropuerto de Barajas, recién nombrado aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas, no he colgado fotografías en el blog (sinceramente no lo recuerdo), y como me parece uno de los más bonitos arquitectónicamente que conocemos, allá van algunas (está diseñado por los arquitectos Antonio Lamela y Richard Rogers).




Embarcamos para Londres en un Airbus 320, como el vuelo es a la 13.30 h, con una duración prevista de 2 h 30 m, tenemos comida durante el mismo (menos mal que en la sala VIP solo tomamos un pequeño refrigerio, más de gula y de pasar el rato que de hambre).

Ensalada de brotes con tomate y pepino; y a elegir entre pechuga de pollo rellena de mango y rúcula con salsa de azafrán y cremoso de cebada con setas o pasta rellena de requesón y espinacas con salsa suquet; uno de cada, yo en principio sigo adepta al pollo, que ya tendré ocasión de ir cambiando por exceso de animal gallináceo. Nada destacable, comida de supervivencia. 





Sobrevolemos la isla de Jersey, en el Canal de la Mancha.




Para finalmente volver a disfrutar sobrevolando Londres

Aterrizamos en el siempre concurrido aeropuerto de Heathrow, pero que casi nunca nos ha dado problemas, algún retraso que otro, pero nada realmente considerable como para tenerle todavía pavor.

Hasta en el aeropuerto puedes enviar una carta.


Con el aeropuerto londinense no nos la queremos jugar en tiempos de espera, así que siempre intentamos tener una conexión con dos horas y media al menos, pero como no nos cuadraban los vuelos, tendremos tres y media, que no es muy deseable pero mejor este tiempo que una escasa hora para correr por pasillos. Nos dirigimos directamente a la ya bien conocida por nosotros sala lounge.




Si hay algo que tenga esta sala es un despliegue de bebidas alcohólicas tremendo, uno se puede subir al avión completamente borracho (si le dejan claro). 






La sala es muy amplia, con varias zonas para elegir donde estar, y en todas las ocasiones que hemos pasado por ella con un alto nivel de ocupación. 




Como no sólo de beber se puede nutrir el humano, hay comida, pero no es excesivamente variada ni del gusto de nuestro paladar, y es que estamos en la Gran Bretaña. Otro cantar en surtido de comida es el magnífico aeropuerto Changi de Singapur.





Semi alimentados, bien hidratados, algo descansados y algo aburridos, nos dirigimos a la puerta de embarque, desde donde vemos nuestro avión, un Boeing 777, que está siendo preparado para el vuelo. 




Al reservar los asientos no pudimos bloquearlos, y tuvimos que esperar al check-in para intentarlo (antes se puede hacer con un coste que en principio no quisimos asumir), y al hacer el registro vimos que ya teníamos asientos asignados y que habíamos tenido suerte, teníamos ventanilla y pasillo. Teníamos curiosidad de cómo serían, ya que se trata de la nueva versión de estos Boeing, y en el avión descubrimos del aprovechamiento que se hace del espacio en la nueva clase business; hay ocho asientos por cada fila, cuando lo normal como máximo hasta ahora eran seis (puedo estar equivocada porque no soy una experta, solo una simple viajera). 




El espacio de las butacas se ha reducido algo (como ya comprobamos en el vuelo de LAN a Santiago de Chile el año pasado) y los ingenieros han volteado cuatro asientos en cada fila, tal cual colocamos las botellas en casa para que entren mejor, y así sacar el máximo partido. Nosotros vamos en la misma fila pero mirándonos a la cara si queremos, que no sé si es bueno o malo; yo al querer ir sentada en ventanilla voy en dirección contraria a la marcha del avión. Eso sí, hay una mampara que se puede subir y bajar en caso de compartir asiento con un desconocido o no querer escuchar al compañero conocido de viaje. 



La novedad (para nosotros) de estos asientos es que para convertirse en cama hay que bajar como una especie de taburete situado enfrente de la butaca (suena raro pero luego no resulta incómodo). 




L@s azafat@s (auxiliares de vuelo o tripulante de cabina de pasajeros) reparten los neceseres para el viaje, con los artículos ya clásicos: tapones para los oídos, antifaz para los ojos, calcetines, bálsamo para labios, crema hidratante para manos, peine, cepillo y crema de dientes… (posiblemente alguno me he dejado en el tintero). En este caso el neceser no es tal sino una bolsa que puede resultar útil ya que a posteriori sus múltiples usos son incontables. Los artículos de higiene y limpieza son de la marca británica Elemis como se puede ver.




No nos falta nuestra copa de refrigerio y bienvenida (puede ser un zumo o agua, pero para brindar mejor con algo de alcohol, además ya es un clásico en nuestros viajes y hay que mantener la tónica habitual). La bebida la acompañamos con un aperitivo de frutos secos. 




Continuamos con la comida, una ensalada y a elegir entre salmón escocés ahumado con alcaparras y limón; o ensalada de sandía con albahaca, queso feta, pepino, cebolla rojo y menta (alguno tomó doble ración de ensalada). 





De plato principal, a elegir entre ensalada de langostinos, arroz salvaje y quinoa, aderezado con salsa de naranja; o pollo asado (eso sí, alimentado con maíz) con salsa de vino de Madeira, puré de patatas a las hierbas y vegetales baby; yo no fuí la del pollo. 





De postre, a elegir entre un pastel de queso con crema de queso mascarpone; surtido de quesos Brie y Old Worcester; helado de dulce de leche y vainilla o fruta; siendo la elección la fruta, que es más liviana. 


El avión pasa junto al territorio helado de Groenlandia, lástima que la altitud no permita atisbar nada del país helado. 




Un detalle que creo al que no le había prestado atención en otros vuelos, o sencillamente mi memoria va teniendo más lagunas con el paso de los años; algunos aviones llevan motores Rolls Royce. 




Durante el resto del vuelo siguen ofreciendo comida, sándwiches o chocolatinas, así como disponen de una mesa con alimentos varios para aquellos que comer es una necesidad, una gula o una relajación durante los vuelos. 


Yo decido aprovechar el viaje en business para ir tumbada y descansar, aunque pueda parecer que me dediqué a dormir, acto que me es imposible a pesar de la comodidad, lo que hago es escuchar música e intentar evadirme del zumbido continuo de ruido de motores (prefiero música a tapones y en vuelos no demasiado largos hasta evito la visión de películas). A alguno le parece gracioso captar el momento y a la otra no le molesta compartirlo. 




Comenzamos a sobrevolar Montréal con el inmenso río Saint Laurent tras un vuelo de aproximadamente siete horas. 




Desde el aire se distingue el complejo del Parc Olympique y la famosa Tour de Montréal; al fondo las islas de Sainte Hélène y Notre-Dame.




También se ve la masa arbolada del Mount Royal, a cuyos pies se extiende la ciudad nueva, con los rascacielos y el distrito financiero. 




Durante el vuelo hemos rellenado la declaración para la aduana (una por familia) En el aeropuerto Pierre Elliot Trudeau los aviones son de Air Canada, y la hoja de arce comienza a hacerse patente. 




A la salida del aeropuerto nos espera nuestro transfer, aunque tenemos que esperar a otros pasajeros italianos con los que compartiremos trayecto; para sorpresa de todos nos recoge una limusina (supongo que será más económico que contratar dos vehículos para seis personas). Eso sí, el maletero se queda pequeño para tanta maleta y dentro vamos pasajeros y maletas amontonados…




A la llegada al hotel nos entregan la llave de la habitación y las instrucciones para comenzar el tour dentro de dos días, dos días que tendremos para recorrer la ciudad a nuestro aire y ritmo. 


El hotel en Montréal, tras varias dudas e incluso solicitudes que luego cancelamos, fue el incluido en el tour, Delta Montréal, por aquello de no empezar el tour con acarreo de maletas entre hoteles a horas tempranas. Su situación, a mi parecer, no es la más idónea, porque se encuentra en la parte más alta de la ciudad, con lo que se hace casi más complicado recorrer la ciudad desde él (aunque el metro es un buen aliado); lo mejor, por lo menos para nosotros, hubiera sido un hotel a medio camino entre la ciudad nueva y la ciudad vieja, teniendo a tiro a las dos. 


La habitación es amplia, incluso cuenta con un pequeño pasillo a modo de vestidor frente al también amplio baño; pasillo en el que además hay una mesa con una cafetera. La zona destinada a dormitorio cuenta con un largo escritorio y una chaiselongue. Un detalle mencionable del hotel es que todas las noches nos obsequiaban con dos botellas de agua mineral, detalle que otra compañía hotelera (de nombre más conocido internacionalmente) no tendrá durante el resto del tour, y estos detalles, al mismo nivel de hotel, son de los que marcan la diferencia a la hora de elegir uno u otro.También contamos con un pequeño balcón, pero que no abrimos por el exceso de arácnidos en su exterior (uno de ellos de un tamaño considerable y una casa tipo chalet) y no dimos aviso al servicio de habitaciones porque no queríamos ser culpables de un "aracnicidio" (ningún día o ninguna noche tuvimos problemas con ellos).





Tras adecentarnos un poco tras el día de vuelos, bajamos a dar una pequeña vuelta por los alrededores para tener una primera toma de contacto con la ciudad y la situación del hotel, y por si acaso descubríamos algún lugar interesante para cenar, pero en vista de que por la noche todos los gatos son pardos o negruzcos y que no había mucho ambiente -distrito financiero y domingo noche son dos factores a restar-, decidimos volver al hotel para cenar, comenzando a descubrir el fanatismo de los canadienses por los deportes, que es lo que se ve en la pantalla de televisión. Fue una cena ligera, creo recordar que una hamburguesa para compartir, hay que tener en cuenta que llevamos todo el día engullendo, entre salas VIP y aviones, con lo que cenamos más por ir adecuando el estómago y no pasar una mala noche que por lo que se dice realmente hambre. 




Desde la habitación tenemos vistas, que aunque no son espectaculares nos acercan a los nuevos edificios que reinan en la ciudad; eso sí, de noche siempre mejor que de día, y es que en ocasiones los edificios iluminados resaltan más y mejor.


El edificio de Place Marie es como el faro de la ciudad. 


A horas tempranas de mañana y con la vista ya adecuada a la ciudad, así como con los conocimientos arquitectónicos adquiridos a golpe de paseo, la cosa mejora bastante, reconociendo a la Tour KPMG, el edificio de Place Ville Marie y el edificio Altitude (de derecha a izquierda).