8 de mayo de 2011

Japón - Kioto - Pagoda Yasaka-jinja - Templo Ryozen Kannon - Templo Kodai-ji

Del misticismo a la vida mundana


Salimos del templo de Kyomizu-dera por las calles de Sannen-zaka (calle de los tres años) y de Ninnen-zaka (calle de los dos años), que la tradición (si es que no paran entre tradiciones y ritos) dice que un tropiezo en cualquiera de estas calles suponen tres o dos años de mala suerte. 

 
Según nos alejamos de las calles más cercanas al templo la gente comienza a desaparecer, todo es más tranquilo, y disfrutamos mucho en este callejeo, descubriendo tiendas curiosas, ryokan semiescondidos, restaurantes con glamour donde acude gente muy emperifollada....y entre todo ello unas calles caóticas de cables, que impresionan y producen miedo con tanta madera alrededor. Preguntado este tema a la guía su respuesta es que todo va tan rápido que no da tiempo a soterrarlos, pero más bien parece falta de ganas y presupuesto para intentar solucionar este tema, que realmente deberían tomárselo más en serio, pero lo que he encontrado del tema es que como Japón es propenso a los terremotos (noticia triste reciente) es mejor por seguridad dejar los cables al aire que enterrados.

 
Pasamos al lado de la pagoda de Yasaka-jinja, de cinco plantas, una aguja de nueve anillos y 39 m de altura, construida por el sogún Yoshinori Ashikaga en 1440; es todo lo que queda del templo budista que ataño ocupó el lugar. 

 

Llegamos al templo de Ryozen Kannon, donde sobresale una estatua de hormigón, blanca reluciente, de 24 m de altura, que está dedicada a los soldados japoneses caídos en la Segunda Guerra Mundial, pero llegamos justo a la hora del cierre y no podemos verla en su esplendor. A sus pies hay un estanque donde se refleja, y aunque no parezca nada del otro mundo, impresiona su tamaño.


Pasamos por el templo de Kodai-ji, y solo podemos pasear por el recinto, porque los edificios visitables han cerrado. Al principio, cuando vimos las escaleras dudamos, pero un valiente subió y dijo que adelante, así que fuimos para arriba y mereció la pena, esos faroles iluminados quedaban bien bonitos.



Fue construido en 1605 en memoria del sogún Toyotomi Hideyoshi, por su viuda y cuenta con cinco ornamentados edificios originales en un magnífico estado de conservación .

En el templo lo que más nos gusta, y con lo que jugamos y no deberíamos todos, son con las "campanas" giratorias; que nos recuerdan a Eddie Murphy en El chico de oro: "Dame dame dame el cuchillo...", y es que el cine al final da mucho más de lo que nos creemos a primera vista aunque la película sea mala de solemnidad.



Seguimos bajando y bordeando el parque de Maruyama, hasta llegar al Santuario Yakasa- jinja, con sus farolillos. Fue fundado alrededor de 656 y bautizado en su origen Gion. Sus deidades protectoras de la enfermedad se sacaron en procesión por la ciudad en 869 para deterner una epidemia, inaugurando el festival Gion Matsuri. El día de Año Nuevo, miles de personas acuden para rogar salud y prosperidad.


Su puerta de entrada anaranjada será nuestra puerta de salida hacia el mundo bullicioso.


Como no estamos lejos pasamos nuevamente por Gion, pero no hay suerte con las geishas, y cruzamos hacia Pontocho, donde en el primer sitio que encontramos entramos a cenar, esta noche nos toca yakitori, todos estamos un poquito hartos de las pruebas gastronómicas, y esto son brochetas a la plancha de carne de todo tipo. Yo consigo pedirlas de pollo, ternera y verduras (creo que una fue de loto, pero me recordaba algo a la berenjena), poniendo hincapié en que no quiero liver (hígado) ni skin of chicken (piel de pollo), y afortunadamente me hicieron caso, porque la teoría es que eran seis brochetas a elegir por el camarero, pero también se pueden pedir todas del mismo elemento y así no hay sorpresas desagradables.

El sitio no era una maravilla, más bien oscuro y algo lúgubre, los baños eran mixtos, el de los hombres separados por una mísera cortinilla, y el nuestro eso si, con una puerta; ambos salían al recibidor común donde estaba el lavabo, y cuando yo entré a hacer mis cositas, entró un señor, cuando yo salí y me lavaba las manos, el señor corrió la cortina para salir pero al verme se quedó dentro esperando a que terminara (todo un detalle atípico para nosotros que cada vez somos más iguales o por lo menos queremos serlo).

Y lo mejor del lugar, yo no lo vi afortunadamente, me lo contó mi marido más tarde, es que él mató a dos hermosas habitantes del lugar, dos cucarachas, aunque tampoco es de extrañar porque el local está cerca del río, y esto unido a la falta de limpieza dan el hábitat perfecto. A pesar del baño mixto y de las cucarachas, cenamos muy bien.

Es la última noche que pasamos con una de las parejas, mañana saldrán para Bali y todavía no hemos hecho algo muy importante, que tiene más leiv motiv que en ningún otro lugar del mundo, ¡¡el karaoke!!. Como ya habían visto que al lado del hotel hay uno, para allá nos vamos totalmente emocionados. Parece que las salas están ocupadas y tenemos que esperar un rato, cuando nos llega el turno nos dan una cestita con ¡¡unas maracas!!, esto va a ser una auténtica fiesta. 


El cuarto era amplio, con sillones de plástico corridos para bastante gente. Por teléfono pides la bebida, en este caso cerveza para todos, y en la mesa un gran libro con las canciones que se pueden elegir. Afortunadamente hay un buen surtido de canciones en inglés (me refiero a los subtítulos), porque si hubiéramos tenido que elegir en japonés no sé que hubiera salido, aparte del “Abuelito dime tú…” de Heidi.

 
A la salida pasamos por una sala de pachinko, otra de las cosas que me faltaba por hacer, pero estaban cerrando y además no les gusta que se hagan fotografías, así que nos echan, amablemente pero nos echan. El pachinko parece una máquina de flipper, por donde hay que conducir bolas de acero (muchas a la vez) a las casillas con premios (parece fácil pero no se gana tan fácilmente). Normalmente los premios en metálico están prohibidos, con lo que las bolas ganadas se cambian por premios, pero luego estos premios, a escondidas, pueden ser cambiados por dinero.

Aprovecho para hacer un comentario sobre aguas y bebidas refrescantes, que es otro mundo a explorar. El agua de Japón es muy buena, y además en restaurantes es gratis, a no ser que pidas agua mineral. Pero durante todo el tour hemos pasado un calor tremendo y no nos hemos deshidratado porque nos reponíamos continuamente, y ello gracias a unas maravillosas máquinas que estaban en todas partes, por casi todas las calles. Casi siempre bebíamos agua, y de vez en cuando hacíamos pruebas, que no salían del todo bien, té verde (al final di con uno que estaba bueno pero ni recuerdo su marca), aguas con limón, coca cola (imposible encontrarla light), cafés... (el problema es que normalmente tenían un exceso de azúcar y no quitaban la sed como debían, aunque te cubrían otras carencias).