Un
viaje de Ciencias Naturales y Sociales
Marcelo no tiene prisa por abandonar el área de
los géiseres del Tatio, y si él no la tiene por supuesto nosotros
tampoco, con lo que hemos podido bañarnos, los valientes del grupo hemos sido cuatro, con tranquilidad
en la piscina-charca termal, pero finalmente toca volver a San Pedro de Atacama.
En este camino de regreso nos
encontramos con varios grupos de vicuñas y seguimos encantados con ellas y con poder verlas tan cercanas, ¿a que dan
ganas de adoptar una? Algunos hábitos y curiosidades de las
vicuñas: los machos alfa para quedarse con las hembras se muerden los
testículos mientras corren, hasta que alguno de ellos ya no lo soporte más y se
retire (¡madre mía! por no decir algo más fuerte, aunque algún macho humano, alfa o zeta ya estará espantando); las hembras pueden estar amamantando mientras están preñadas (¡sin descanso! período de lactancia contínuo); y por último,
construyen servicios por familia para reconocerse y también para protegerse de
los pumas (seguridad e higiene todo en uno).
Primera parada, tras
la fauna algo de flora, en este caso, la llareta,
una planta protegida porque su sobreexplotación como combustible la ha llevado
a casi desaparecer. Es una planta compacta, se asemeja a un liquen, su
crecimiento es muy lento, de uno a cinco milímetros al año, por lo que si
desapareciera sería un milagro su recuperación. Se suele encontrar entre los
3.200 y los 4.500 m de altitud, y se utilizaba como combustible, o para la
diabetes como uso medicinal. Con el crecimiento que menciono encontrar una de este tamaño es todo un logro natural y humano; afortunadamente en algunas zonas hay poblaciones de llareta y aunque no son excesivamente grandes, en ellas hay un pequeño manto verde.
Segunda parada, pero
ahora no nos bajamos porque si lo hacemos asustaríamos a la vizcacha, un roedor de color verdoso
con una extensa cola (que no vemos) que se alimenta de vegetación, pasto y
coirón principalmente. Habita en los roqueríos de la zona altoandina y al igual que la vicuña o que la llareta, también se encuentra en protección para evitar su extinción, y gracias a ello
ha aumentado su población. Sus grandes depredadores son el carancho y el halcón
perdiguero, pero no vemos ninguno, por fortuna para la vizcacha.
Marcelo es un gran
conocedor, va muy despacio conduciendo y nos mantiene a todos en silencio, él
mira y mira y finalmente la ve, es una vizcacha a la que apodan “el vigilante”,
porque es la encargada de avisar a las demás de los peligros. Marcelo intenta
encontrar más, sabe que en la zona hay varias, pero a pesar de que incluso
silba como ellas, ninguna más sale; por nuestra parte estamos contentos con
haber encontrado esta, e incluso le preguntamos por el mando a distancia que ha
hecho salir al peluche a su llegada.
Esta es la razón por
la que no ha tenido prisa en salir de los géiseres, la caravana de
coches asustaría a las vizcachas y se esconderían, pero llegando más tarde el
vigilante volvería a salir a su puesto.
Tenemos un largo
camino por delante, pero vamos mirando hacia todos los lados, derecha,
izquierda, al frente, izquierda, derecha...con las explicaciones de Marcelo, con conversaciones cruzadas y con buena música de fondo, ¡estamos de excursión!
Al frente creo que
se ve el volcán Putana, allí los
reconocía a la primera pero ahora en fotografía me cuesta mucho identificarlos.
Es un volcán con actividad de fumarolas en la cumbre, lo que siempre produce inquietud, por lo menos a los que no estamos acostumbrados a esta actividad volcánica.
Tercera parada, en el
vado Putana, un bofedal o humedal del río
Putana.
El vado es el hábitat de
aves acuáticas, como esta bonita ave de pico azul, el pato puna.
No hay una gran
concentración de aves pero sí hay bastantes como para ir conociéndo algunas de ellas, aunque están desperdigadas por todo el vado,
como estos gansos andinos.
Vemos a la tagua gigante, y la vemos cuidar su
nido, un montículo realizado con hierbas y otros elementos que construyen sobre el agua.
El vado está
atravesado por la carretera, ofreciendo buenas vistas desde el puente.
Continuamos el viaje,
impresionados y sobrecogidos por el paisaje que tenemos hacia delante y que en el viaje de ida a los géiseres del Tatio no pudimos disfrutar por la nocturnidad del momento.
Conocemos al arbusto
llamado tola, que al igual que la
llareta era utilizado como combustible en la puna.
En una ladera hay una importante población de llaretas.
Y continuamos el
viaje.
Ahora nos toca
conocer a un cactus de simpático (o no...) nombre, el cojín de la suegra o kume. No hace faltar explicar el motivo del
nombre…
Llegamos al pueblo de
Machuca (mirar mapa de localización), un pequeño pueblo (una calle con casas a los lados) con seis
habitantes (si tres son multitud, lo de seis debe ser considerado sobrepoblación...), y en el que destaca la iglesia y sobre todo los paneles solares en
los techos de las casas, ¡impresionante el conjunto!
Hacia el otro lado de
la carretera queda el antiguo pueblo de Machuca, con sus casas abandonadas.
En Machuca paran los coches que vuelven de la visita a los géiseres del Tatio y lo hacen para comer anticuchos de carne de llama o de alpaca, pero
cuando nosotros llegamos el cocinero ya se marchaba, seguramente había vendido
todo el género; una pena no probar este bocado, una brocheta de carne de vaca,
que en ocasiones puede ser de corazón, en cuyo caso no lo hubiera ni tocado, aunque al final siempre me arriesgo aunque sepa que no me gusta, pero lo que sí me gusta es probar la cocina autóctona, y en este caso hubiera tenido que comerlo para no hacer un desaire.
Pero aunque el cocinero se había ido todavía queda un
lugar abierto, un restaurante que ofrece también alojamiento, se trata de un
local muy sencillo, con dos cocineras que nos atienden amablemente, y sí, esto
forma parte de su trabajo, pero a una turista preguntona le podían haber
contestado con menos sonrisas.
En una pizarra de
Veleda se lee la lista de los productos que se pueden comprar y sus precios.
Hemos entrado al
local con una pareja de chilenos, un minero y su pareja, y al verles comer una
empanada de queso de cabra, a mi marido se le antoja una, pero fue rápido en
zampar con lo que no hay foto, pero de este modo queda constancia de lo buena
que estaba.
Yo me pido una
sopaipilla, y pido permiso para hacer la foto mientras la fríen, ya que había leído que no a
todos les gustan las fotografías y lo menos que quiero es molestar.
La sopaipilla es una masa de harina frita,
lo que le asemeja a nuestros churros, pero no tiene el mismo sabor, supongo que
alguna diferencia hay en la elaboración de la masa, que puede ser la cantidad
de azúcar, ya que la sopaipilla no me pareció tan dulce. Aparte de estar rica
es inmensamente grande, con lo que lo comparto con todo aquel que quiere.
Lo que queda de
sopaipilla lo termino de compartir con las gaviotas
andinas, que poco a poco me han ido rodeando y hasta atemorizando, así que
finalmente les suelto en pedazos lo que sobra y se monta un jaleo entre ellas
tremendo y salimos de allí casi corriendo.
Tras el avituallamiento seguimos el viaje, y
como hoy estamos de suerte con la flora y fauna, vemos unas llamas en libertad, aunque puede que
tengan dueño ya que en Machucha se dedican al pastoreo de llamas.
Los flamencos
que han querido despedirse de nosotros, junto a los que hay un grupo de
vicuñas, todos reunidos para saludarnos.
Como somos los únicos
en la carretera, Marcelo puede parar con más tranquilidad donde quiere así poder seguir enseñándonos
lugares, como la cabeza del águila,
una roca esculpida por la erosión que impresiona por su tallado.
El volcán Licancabur, el protector, vuelve
a hacernos compañía, aunque supongo que no ha dejado de hacerlo nunca.
Hacemos una pequeña
parada para que Marcelo en la lejanía nos enseñe un camino secundario del camino del Inca,
una gran carretera de piedra que unía Cusco hacia el norte, el sur y el centro
de Sudamérica, una imponente obra de ingeniería. En los caminos había señales
como puntos de referencia llamadas apachetas,
y en la cumbre de los volcanes almacenaban escrotos de animales con agua y
alimentos deshidratados. No se ve casi nada, ni allí al natural ni en la
fotografía, solo lo que se intuye, una pequeña senda.
Una de las imágenes
más bonitas en nuestra retina y en nuestras cámaras es cuando nos encontramos
en la carretera con una señora que volvía a Machuca montada en su burro,
Marcelo nos cuenta que tiene más de ¡ochenta años!, y nos ofrece una imagen
típica andina, pero también nos ofrece mucho más, la vida, la fuerza y la
alegría de la vida. Ella nos sonríe y nos saluda, especialmente a Marcelo, al
que reconoce, y es que este hombre debe conocer a los seis habitantes de
Machuca, y no solo por turismo, sino porque le gusta.
Ayer cuando volvíamos
de las lagunas altiplánicas de Miscanti y Miñiques pregunté por los
cactus del desierto, estamos en un desierto y no hemos visto ni un solo cactus de los típicos,
aparte de los pocos cojines de la suegra que estamos viendo hoy, así que
Marcelo cumple mis deseos, supongo que como parte de la excursión, nada
realmente nuevo ni especial hacia mi persona, y hacemos una parada para verlos de cerca.
Podemos caminar hasta
uno de los cactus más grandes, y no desperdiciamos la ocasión.
El cardón es un cactus arbóreo y columnar
que puede llegar a medir hasta 7 m de altura y 70 cm de diámetro, su madera es
(más bien era, porque es una especie protegida en la que se trabaja para su
conservación) utilizada para la construcción de vigas para techos, puertas,
marcos de ventanas y muebles, así como para la elaboración de artesanías. Hemos
visto este uso en las iglesias de Toconao y San Pedro de Atacama.
Parecen hacernos una
“peineta” de despedida (si os váis, vosotros os lo pérdeis).
Terminamos el viaje
con la visión de una quebrada de un
río, viaje en el que nos ha faltado encontrarnos con alpacas y zorros culpeos
para haber sido completo, pero este viaje ha sido de lo más gratificante que
hemos hecho en Atacama, una experiencia única, que si bien los géiseres del Tatio son lo importante, este viaje, que de madrugada no pudimos ver
ni disfrutar, es un recuerdo inolvidable para nosotros.
Llegamos a San Pedro de Atacama a la hora de comer, pero por el madrugón decidimos que
en lugar de quedarnos en el pueblo mejor nos dejen en el hotel, que algo de tiempo para descansar nos
vendrá bien.