18 de diciembre de 2015

Uzbekistán - Tashkent - Museo de Artes Aplicadas


Lecciones de arte uzbeko

Tras nuestro recorrido por Mustaqillik Maydoni, la plaza de la Independencia, nos reunimos con nuestro transporte, Oyott ya estableció un punto de recogida cuando comenzamos el paseo, ya que pasamos de un extremo a otro de la plaza, y así comprobamos que las distancias visualmente en un mapa, sin medirlas, no tienen nada que ver con las reales, en vivo es todo más grandioso.

Lo que nos vale el recorrido en coche es para tener una toma de conciencia más amplia de la ciudad, de sus amplias avenidas, de sus edificios, de la semimodernidad que se respira en esta zona, de sus nuevos y relucientes edificios, de los edificios con pasado soviético, del poco tráfico en sus calzadas y de la poca gente en sus calles, de la uniformidad en sus vehículos, la mayor parte de color blanco, de la cantidad de policías en los edificios públicos… es casi como una ciudad fantasma pero muy bien custodiada. Estamos viendo lo que no pudimos ver al llegar anoche de madrugada. También tomamos nota que arcos, columnas y cúpulas no faltan en los edificios. 




Creo que circulamos por la amplia avenida Shakhrisabz, pasamos junto a la plaza Amir Timur, nuestro guía piensa que nos vale ver la plaza desde el coche, pero ya le avisamos que no nos vale, que queremos bajar para pasear por ella, tenemos que ir conociéndonos mejor, y sobre todo él tiene que saber que intentaremos ir a todos los lugares que podamos, así que quedamos en que tras la visita programada pararemos aquí, que ahora no es posible aparcar, ok, una plaza nunca cierra y puede ser en otro momento.

Nuestra visita será al Museo de Artes Aplicadas (tenemos la entrada pagada en el tour, sobre 8.000 soms, pero si deseamos sacar fotografías hay que pagar aparte, una tónica que se repetirá monumento tras monumento y museo tras museo, precio que rondará entre los 2.000 y 5.000 soms). El museo está instalado en una preciosa mansión de los años 30, se accede primero a un patio y en la puerta ya ofrecen las primeras lecciones de arte.



La primera sala está dedicada al mundo textil, con tejidos, prendas de vestir y artículos de decoración. 


Las piezas estrellas son los suzanni o suzani que cuelgan de la pared; se trata de unos bonitos bordados en seda sobre tejido de algodón, una artesanía que se realiza en Asia Central. La palabra suzani deriva del persa suzan que significa aguja. Cada provincia tiene sus propios diseños y dibujos característicos, que principalmente son vegetales como flores, frutas (sobre todo granadas, hay granadas a tutiplén), así como también a cada provincia (antiguamente kanato) se le asocia un color, por ejemplo, el violeta es de Bukhara y el rojo de Samarcanda. Esta colección exhibe piezas de los siglos XIX y principios del XX, y realmente estos suzannis son impresionantes, de una belleza y colorido maravillosos. 



En una vitrina se exhiben unos típicos gorros uzbekos a modo de bonetes, se llaman doppy y están realizados en algodón con bordados de seda. Durante nuestro recorrido por el país veremos que no a pocos turistas les encantan estos gorros y los llevan puestos, aunque más sencillos que los expuestos. 


En otra vitrina, bolsos, cinturones, chalecos, zapatos de niños…todo bordado. 


No falta una colorida muestra de telas de seda, igualmente coloridas y llamativas, con unos diseños de agua que son bellísimos. 


En el centro de la sala se exhibe un paranji o paranja, el nombre que recibe en Asia Central la prenda “femenina” que nosotros conocemos como burka o burqa; una túnica que cubre el cuerpo y la cabeza, que se utilizó en el país a principios del siglo XX, sobre todo en la zona sur. Con la llegada de los soviéticos se fomentó la liberación de la mujer, con lo que se desalentó y prohibió su uso, así como el del velo. El de exhibición está elaborado en terciopelo, los bordados con hilos de seda, y la tela que cubre el rostro está elaborada con crin de caballo. Detalles a tener en cuenta: si las mangas están unidas, se trata de una mujer casada, y está llevará flecos en las mangas indicando los hijos que tiene.

Durante nuestro viaje por Uzbekistán no hemos visto ninguna mujer con burka, pero la mayoría de  ellas si cubren con un pañuelo su cabeza, acatando la ley islámica. Una siente cargo de conciencia al ver el burka y pensar que es bonito, lo cierto es que la tela es una preciosidad pero su uso no nos parece el adecuado.



Salimos al patio y entramos a otra sala donde se exhibe cerámica, que en el valle de Ferganá se realiza con preciosos colores muy vivos (verdes, azules) y dibujos geométricos; y en Samarcanda se utiliza más la terracota. 



Hay figuras que representan escenas cotidianas, ya sea de trabajo, ya sean de ocio. 



También hay una bonita colección de silbatos, alegremente pintados. 


Volvemos a salir al patio y ahora sí que parece que entremos en la mansión que nos esperábamos, con una fachada decorada con mosaicos, columnas de madera, un techo de madera labrado y decorado. 



Entramos a una sala donde de nuevo tenemos ante nuestros ojos el mundo del mosaico y del azulejo (una constante en Uzbekistán, pero de la que nunca te cansas porque te alegra la vista). En el centro de la sala hay una fuente o estanque que no está en funcionamiento, y que me recuerda a las fuentes centrales de los baños turcos o hamam. En una de las paredes una estufa que ahora me lleva a Rusia y a los países nórdicos, una gran chimenea alta que recorre toda la pared. El techo es de madera labrado y pintado. 




Oyott nos cuenta una historia-leyenda sobre la construcción de esta mansión: un joven noble vio a la bella hija de un arquitecto, de la que quedó prendado y con la que quería casarse, pero ella no quería, así que la joven pidió ayuda a su padre para librarse de este matrimonio. El padre fue a ver al noble y le preguntó ¿Qué puedo hacer para que no te cases con mi hija?, y su respuesta fue, sorpréndeme con algo y no insistiré en el matrimonio. Así, el arquitecto construyó esta mansión, contando con la ayuda de arquitectos de todo el país, terminando la obra en tres meses. Colorín colorado, este cuento no ha acabado con un "matrimoniado".

En palacios, mansiones y casas particulares (en alojamientos de este tipo es muy normal verlos) hornacinas en las paredes donde colocar la cerámica (me han gustado mucho estos rincones). 


Entramos a otra sala con la misma pauta decorativa, que también presenta ventanas en celosía y pinturas en las paredes. 


El techo es un precioso y preciso trabajo de artesanía. El trabajo decorativo realizado en alabastro o en madera recibe el nombre de ghanch, y la cúpula central del techo es un buen ejemplo. 


Accedemos a otra sala, donde se exhiben instrumentos musicales típicos de Uzbekistán, muchos de ellos con decoración de nácar. 


Entramos a una pequeña sala decorada con tapices y suzannis, así como con muebles de madera, en algunos casos lacados, ya sean grandes o pequeños. 


La pieza que más destaca en esta sala es una soberbia estructura de diván, que podría ser una cama si fuera un poco más largo; aquí te puedes pasar las horas… y si te descuidas los días. 


La siguiente sala contiene muebles de madera más grandes, como esta curiosa mesa-cama, que es utilizada en las casas uzbekas, tanto en el interior como en el exterior, y que también es usada en muchos restaurantes, uno de los inventos más curiosos, más útiles y a la vez quizás algo antihigiénico que hemos conocido en el país (en Corea del Sur también los vimos, nos habían encantado, pero su uso nos pareció algo más racional-). También hay columnas, bases de columnas y puertas talladas, puertas que de nuevo por sus dibujos denotan la provincia de origen. 


La última sala contiene joyería y alfarería, la primera más moderna, y en la segunda podemos incluir el arte de la cuchillería. 


Finalizamos la visita del museo pasando por la tienda de regalos y souvenirs, donde realizamos nuestra primera compra, algo pequeño para ir haciendo boca, y además tenemos que tener en cuenta que nuestro espacio en las maletas es limitado así que tendremos que pensarlo muy bien antes de comprar.