30 de marzo de 2011

Japón - Tokio - Mercado de pescado de Tsukiji

¡¡Lo tengo fresco!!


La tarde anterior en el tiempo de espera de preguntar algún detalle a nuestra guía en el  Bazar Oriental de Omotesando-dori hablamos con una pareja, y nos comentan que para esta mañana tienen en su agenda la visita a Tsukijishijou, el mercado central de la ciudad, principalmente de pescado, cuya visita había descartado con pena por el madrugón que representaba, así que nos apuntamos a ir con ellos, quedamos a las cinco y cuarto de la mañana (hay que estar totalmente chiflados para según que tipo de cosas, pero había leído tanto que merecía la pena que no podíamos dejar pasar la oportunidad).

Así que el día comienza con un madrugón de órdago para visitar el mercado, ¿estamos locos o no?, pues por la sensación de la que salimos de él no más que miles de personas más que pululaban por allí cámara en mano, y que sí nos merecio la pena. 

Al entrar en el metro no estamos seguros de la línea, nuestra nueva amiga pregunta a un chico japonés, que va cargado con su maleta y resulta que va al mismo destino pero tiene la misma idea que nosotros de cómo llegar, o sea ninguna, yo pregunto a un señor japonés mayor (aquí el dominio de la lengua ya es total) que nos contesta amablemente en japonés así que seguimos igual, pero como está decidido a ayudarnos se pone en marcha y nos dice que le acompañemos. Después de varios vericuetos, de los problemas de sacar el billete, de que nos volviera a ayudar el señor de la estación y nos hiciera el cambio, conseguimos llegar al mercado. La pena es que nos hemos perdido todo el movimiento importante, llegamos a las siete de la mañana, después de haber salido a las cinco y media del hotel.

El espectáculo comienza nada más salir del vagón del metro y caminar por la estación, el olor a pescado desde la salida del metro y por la calle nos dice que vamos bien, y cuando llegamos lo primero es pasar por un mercadillo de verduras, cuchillería, artículos varios de cocina, y al salir un sinfín de carritos manejados por locuelos sin carnet, a los que había que prestar atención, además era muy gracioso porque llevaban una especie de bombona de butano o algo parecido para que funcionaran (eso creo).

Y por fin, entramos a la lonja propiamente dicha, el pescado está casi todo vendido, por lo menos las piezas grandes, pero aún así todavía podemos ver algunos atunes espectaculares.


A los que hay que limpiar y trocear tal cual imagen de películas de yakuzas. 


De ver como los filetean da hambre, y eso que todavía no hemos visto el pescado crudo, ni sushi ni sashimi para comer. 


El mercado no es un edificio antiguo, el original fue trasladado aquí desde Nihonbashi en 1923, después de que un terremoto lo destruyera. Y ahora se piensa de nuevo en su traslado. 

Hay pasillos por los que pasear entre los compradores y los vendedores, a ninguno de los cuales les gusta nuestra presencia de turistas, aunque nos toleran más o menos, que hay miradas que lo dicen todo, y en ocasiones algún vendedor da un pequeño empujón para apartarnos de su camino. 


Almejas de tamaño descomunal, peces conocidos y desconocidos, multitud de encurtidos, gambas, langostas, vieiras, mejillones, anguilas vivitas y coleando.....Si que ha merecido la pena, y lo mejor está por llegar.


Hacemos la foto a un producto curioso, y gracias a una amiga ahora sé que son piñas de mar.


Al salir de la lonja pasamos por la zona de restaurantes, pero seguimos dentro del recinto del mercado, hay colas para entrar en ellos, y como cuatro valientes nos decidimos a hacer cola en uno para tomar un desayuno auténticamente japonés: pescado bien fresquito y crudo. 


El señor que lo atiende es divertido, ameniza la espera y la comida, posa para las fotos, y nos suelta un panfleto hecho por él mismo en el que están las frases más utilizadas y necesarias para manejarse en Japón:  en castellano, catalán, inglés, francés…y más idiomas.


Nuestro desayuno consistió en sushimi de salmón (espectacular), atún (maguro de ahora en adelante, que era delicioso y se parecía más a un solomillo de ternera que a pescado), un pescado desconocido (parecido al rape pero más fibroso que no me gustó demasiado) porque hacía algo de "bola" al masticarlo), anguila guisada (unagi, nunca había pensado probarla pero resultó ser exquisita, a pesar de las espinas que me tocaron en mi ración), arroz con encurtidos y la dichosa sopa de miso (desde este momento dejé de tomarla para siempre y todavía me quedaba enterarme de que es el miso y cómo se cocina la puñetera sopa), y por supuesto salsa de soja para salsear el pescado.


Por este desayuno merece la pena el madrugón, jamás había pensado ser capaz de hacerlo, pero una vez allí hay que abrirse, sobre todo la boca. Pongo el reloj para recordar la hora en que nos tomamos este diferente y espléndido desayuno, aunque luego en los hoteles volvamos a nuestros clásicos. Seguramente el ver la mercancía estimula el apetito.