17 de octubre de 2014

Canadá - Montréal - Restaurant Toqué!


Un bon diner (Vísteme despacio que tengo prisa) 

Cansados, realmente agotados, y con el tiempo bastante justo porque hemos apurado el paseo por el Vieux Montréal, tenemos poco más de quince minutos para descansar antes de prepararnos para la cena. Llegamos al hotel y nos encontramos con la sorpresa que la habitación no está preparada, está todo tal y cual lo dejamos por la mañana antes de salir. Toca llamar a recepción para preguntar qué ha pasado, porque nuestra sensación es que nos han dado de baja como clientes, suponemos que tienen un descontrol al ser nuestra tercera noche, siendo las dos primeras extras y la de hoy es la que corresponde con el tour -y eso que a nuestra llegada intentamos que todo quedara claro hablando con recepción-. Lo único bueno que encuentro es que por lo menos nos han dejado la ropa en el armario y las maletas en su sitio, que preocupante hubiera sido tener que ponerse en su busca. Hablamos con el servicio de habitaciones y rápidamente llegan dos personas dispuestas a arreglarlo todo, pero les pedimos sólo toallas limpias, no tenemos tiempo de esperar y a estas horas realmente ya no nos importa una cama hecha o deshecha, que tenemos dos manos para darle un aventón nosotros.

A toda velocidad nos duchamos, nos vestimos y salimos a tomar un taxi, vamos a cenar a uno de los restaurantes con fama en la ciudad, Toqué!, que elabora una cocina innovadora en las manos de los chefs Normand Laprise y Christin LaMarch. Está situado en la place Jean Paul Riopelle, por la que pasamos en uno de nuestros recorridos por la ciudad y el logo más parece corresponder a un jardín de infancia que a un restaurante, pero resulta simpático.


Del interior del restaurante hicimos pocas fotografías porque estaba completo, y no era cuestión de hacerlas a los comensales. 


 Fuente: larouteaccesible.com
 


No nos complicamos la vida leyendo el menú, directamente pedimos el de degustación con maridaje incorporado, así, aparte de probar comida probaremos vinos que será difícil presumiblemente probar en España. El servicio es amable y eficiente, se esfuerzan en entendernos en inglés (el francés no se intentó) y además en la medida que puedan un camarero nos atenderá en español (luego pasaron muchos sirviendo, ellas y ellos, pero el español se dejó ver y oír casi al final). Nuestro sumiller un verdadero encanto lleno de paciencia, para contarnos las virtudes del vino y para que pudiéramos hacer fotografías para la app que los reconoce.

El plato para el pan, en el que presentarán dos tipos diferentes. 


De aperitivo, dos champagnes, Leclerc Briant y Charles Dufour, uno más seco y burbujeante que otro (creo recordar que el segundo mejor que el primero). 


Para comenzar la comida nos obsequiaron con un amuse bouché que allí nos contaron en qué consistía, pero que no recuerdo ni su nombre, ni sus componentes, solo que era suave y ligero en boca: una semi-espuma, que ya me gustaría recordar de qué era, sobre una cama de aceite (parece un huevo pero no lo era). Debería haber llevado una pequeña libreta para ir apuntando en previsión de esta memoria, que cada día falla más, y de este paladar olvidadizo, pero entre las prisas y que realmente íbamos a disfrutar y no a memorizar bajé la guardia al completo. El comienzo y la sorpresa son muy buenos.  


Comencemos el menú. 


Primer plato: Pétoncles Princess – Eau de griottes, mojusse à la lavande, daïkon, échalotes. Unas riquísimas vieiras, de las que me acuerdo en foto y en paladar, aunque no de todos sus sabores: lavanda, cereza, daikon (nabo japonés), cebolletas -una buena mezcla en boca de dulce y ácido-. Acompañadas con un Pella 2012, Roditis, Domaine; un sorprendente vino blanco griego que apuntamos.  


Segundo plato: Tartare de thon Yellowfin – Maïs, haricots, amandes, shiitakés, vinaigrette au chardonnay et wasabi. Un estupendo tartar de atún de aleta amarilla, con maíz, shiitaké (seta asiática ya muy utilizada y vista en mercados y cocinas españoles), vinagreta de chardonnay y wasabi. La presentación preciosa y por supuesto muy rico el tartar, y es que cuando el atún es bueno no es importante cocinarle sino acompañarle de sabor (o no, que en solitario está igual de rico). Acompañado de Puligny-Montrachet 2011, Les Reuchaux, Renaud Boyer, vino francés. 


Tercer plato, a elegir entre: Foie gras – Croustade à la pistache et cardamome, abricots au sirop d’érable poêlees au brandy. No puedo decir casi nada de él, ni siquiera veo el foie gras en el plato -puede que llegara en un plato aparte para ir mezclando a placer y conveniencia-, aunque el comensal que se lo zampó hablaba maravillas de él -eso sí lo recuerdo, así como su cara de felicidad-. Acompañado de Touraine 2007, Conquêtes, Patrick Corbineau, vino francés del Loira. 


O Crabe à carapace molle au tempura – Tomates, mayonnaise au soya, sabayón au yuzu, girolles marinees, coriandre. Un cangrejo en tempura con su caparazón, acompañado de tomate, mayonesa de soja, sabayón de yuzu (una fruta cítrica de origen japonés también muy en boga), champiñones marinados y un toque de cilantro. Me daba respeto ese cangrejo con su concha, pero realmente es blando y se mastica bien, a pesar de que alguna cosita dura me tuve que sacar de la boca, sensible que es una. Acompañado por Colli Bolognesi Classico 2012, Vigna del Grotto, Vigneto San Vito, un vino de Italia. 

El cangrejo blando lo conocía de haber leído sobre la gastronomía cajún, que corresponde a la cocina tradicional de los descendientes de desplazados franco-canadienses, expulsados de Acadia tras la incorporación de los territorios franceses en Canadá a la Corona Británica, que se encuentra en su mayoría en el Estado de Luisiana, y por lo tanto Nueva Órleans sería uno de sus feudos. 

Siento la mala fotografía pero ya el vino me atacaba por doquier.

 
Cuarto plato: Noix de veau – Betteraves, purée d’ail noir, radis, pleurotes érigés, sauce à la griotte. Un bocado tierno de ternera acompañado de puré de ajo negro (dicen que este ajo es una exquisitez pero que hay que usar con cuidado), remolacha, rábano (está claro que es un vegetal que les gusta mucho, además aporta colorido y fuerte sabor), champiñones y salsa de cerezas (las frutas también son muy utilizadas y siempre dan resultado). Acompañado de Russian River Valley 2011, Cuvée de Trois, Joseph Swan Vineyards, un vino estadounidense.   


Quinto plato: Canard – Carottes, rabioles, poireau, girolles, fraises, sauce au thym. Un cuarto trasero de pato, un auténtico manjar, con zanahorias, nabos, puerros, champiñones, fresas (¿Qué decía antes de las frutas?) y salsa de tomillo. Refrescante a pesar de la fuerza gustativa del pato. Acompañado de Maremma Toscana 2009, La Querciola, Massa Vecchia, un vino de La Toscana. 
 


Comienza la ronda de postres, y de nuevo tengo un lapsus, además reforzado porque en la carta de menú que nos entregaron al final no viene especificado; pero puede ser que yo cambiaría el mío porque no me gustara el del menú de degustación, y que fui obsequiada con una ensalada de frutos rojos, perlas de crema y algo parecido a una tira de guirlache. 


El menú del postre es Chèvre à ma manière et mouse de chèvre frais – Haricots, radis marinés, échalotes confites, vinaigrette à la fraise. Queso de cabra, mouse de queso de cabra, y un confitado de frutas con vinagreta de fresas -puede que por el queso de cabra cambiará el postre, ya que no suelo comerlo, sólo pequeños bocados eventuales-. Acompañado de VdF 2009, Ciel Liquide, Jean Philippe Padié, vino francés del Languedoc-Roussillon. 


Y el segundo postre, Gâteau au chocolat – Ganache à l’argousier, caramel et crème glacèe au foin, ganache au chocolat Kalingo. Un riquísimo pastel de chocolate -suave, esponjoso, delicioso, para pedirse un pastel entero-, con helado de caramelo y heno (ni recuerdo el caramelo ni recuerdo el heno pero sí recuerdo que me comí el helado entero). Acompañado de Castilla y León 2011, Libamus, Bodegas Godelia, un vino dulce español que no es de mi devoción, porque con el vino dulce no tengo una buena relación, pero a mi acompañante le pareció bueno y buena la elección. 


Llegando el vino español a la mesa preguntamos al sumiller porqué no sirven más vinos españoles, encontrando respuesta de altos precios por importación que damos por buena pero no convincente.

Terminamos con un café y un té, más que nada para aliviarnos del vino, que nos lo hemos bebido casi todo, acompañados de unos pequeños dulces, petit fours, que creo que no llegamos a probar por saturación de comida. 



Con la factura pedimos por favor si nos pueden entregar el menú escrito con el maridaje de vinos, por supuesto no hay ningún problema, está todo preparado.

Desde este blog nuestro agradecimiento al servicio, que fue espectacular, amable y paciente en todo momento, respondiendo nuestras preguntas culinarias y vinícolas, así como atendiendo a nuestras sugerencias de ampliar la carta con vinos españoles, que hay que hacer patria, y aquí los tenemos de muy buena calidad. Si volvemos a Montréal, probaremos otros restaurantes pero creo que tenemos claro que haremos un hueco para repetir en este, de sobresaliente.