3 de mayo de 2011

Japón - Nara - Templo Todai-ji

Los ciervos no son tan dulces como Bambi


Nos vamos a la estación temprano para tomar el tren con destino a Nara, donde nos recoge un autobús por el que pasamos por la ciudad y vamos conociendo a nuestros nuevos amigos, los ciervos, que campan alegremente por ella y sobre todo por el parque de Nara-koen y por los monumentos que visitaremos. Los ciervos (shika) están considerados mensajeros de los dioses según el sintoísmo.

La primera visita de hoy es el templo de Todai-ji, en el extremo noroeste del parque, donde los ciervos están esperando a los turistas. Parecen tan monos pero ¡¡son tantos!!. Mi primera mala experiencia, nada más entrar entre sujetar la botella de agua, buscar en el bolso, tener la guía en la mano, ésta se me cae, y la advertencia de la guía fue clara: adoran el papel, se lo comen en un momento, así que la guía acabó en las fauces de un lindo ciervo, y con la ayuda de una galleta salvadora que le dio nuestra guía Nara San pude recuperarla sin desperfectos.

Me compré un paquete de galletas saladas (shika sembei) para hacerme amiga de ellos, pero son unos glotones, y en algún momento hasta pasé algo de susto, sobre todo cuando se me acabaron las galletas y uno de ellos me mordió el trasero sin contemplaciones ni permiso. 


La marea de ciervos que se formaba cuando alguien aparecía con un paquete de galletas era tremenda, y además metían el morro por los bolsillos como si nos conocieran de toda la vida. Ni siquiera los bambis ante la posibilidad de una galleta son mansas criaturas.

 
El emperador Shomu construyó el templo, que se finalizó en el año 752, para alojar una colosal imagen de bronce del Buda Vairocana (del que todos los demás son emanaciones) que había encargado y para consolidar la posición de Nara como capital y centro budista. Tras renunciar al mundo y haberse retirado, Shomu salió de su reclusión para dirigir la gran ceremonia de consagración de la imagen en el año 749. El templo fue incendiado durante los conflictos que terminaron con el período Heian en 1185 y reconstruido posteriormente.

Habiendo ayudado al alimento de los ciervos, nos dirigimos al templo, con su puerta inmensa en madera, Nandaimon, que se salvó del incendio, con lo que data del siglo VIII, aunque tuvo que ser restaurada en el siglo XII tras el paso de un tifón. 


En la que no faltan sus guardianes. Cuenta la tradición que estos guardianes Nio o Kongo Rikishi son los mismos que recorrieron la India entera con Buda y le protegieron durante su viaje. Ahora les cambio el nombre pero yo creo que siguen siendo los mismos que hemos ido viendo en todos los templos, como los del templo de Senso-ji, en Tokio, pero sin colorear.


Tras la puerta un camino que conduce a una segunda puerta, para llegar por fin al camino que lleva al templo, ¡¡para creer hay que caminar!!.


Tras la cual  se encuentra por fin el camino que lleva al templo.  Hay varias edificaciones dentro del complejo, pero nosotros solo visitaremos una de ellas, pero también merece la pena acercarse al Shoro o torre de la campana, que alberga la campana más grande de Japón, de 3,87 m de altura y que data del año 752.


A la derecha de la entrada una gran figura de madera, con su uniforme y gorro rojo, al que según nuestra guía hay que tocarle la cabeza para pedir salud, pero claro, a ver quien es el valiente que se encarama a la estatua sin que le den un tirón de orejas o algo más. Me conformo con tocarle lo que intuyo puede ser la rodilla (si el incienso y esto funciona no deberían dolerme en siglos).

 
Nara San nos compra varillas de incienso para que loa pongamos en su recipiente correspondiente, y nos ahumamos todos un rato.

 
Entramos a la sala del gran Buda, sala reconstruida por última vez en 1708. Aunque más pequeña que sus predecesoras, en dos tercios de la original -mide 57 m de ancho por 50 de profundidad y 48 m de altura-, es uno de los edificios de madera más imponentes del mundo; posiblemente obra de artesanos del sur de China, cuyo impresionante tejado con sus salientes dorados y su dintel curvo, es un embellecimiento del siglo XVIII.

La sala alberga a Daibutsu, el Gran Buda, la imagen de bronce, con 132 kg de oro, más grande del mundo; del original sólo son los pies y el pedestal, el resto se ha ido perdiendo en incendios y terremotos. Pesa 550 toneladas y tiene 16 m de altura. Es impresionante, y aunque tanto allí como en la foto cuesta creerlo, el caso es que cuando limpian la estatua se pueden ver a cuatro o cinco monjes en la palma de la mano, y entonces si que se tiene constancia de su enormidad.


A ambos lados figuras de Kannon en dorado, Bosatsu Kokuzo y Niyorin Kannon.


Por detrás de estas figuras doradas imágenes en madera de guardianes celestiales, Koumokuten y Tamonten, que datan de los siglos XVII y XVIII.


En una de las columnas de la sala del Gran Buda hay un pequeño agujero, se dice que abre el camino hacia la iluminación o el nirvana a los que pueden entrar y salir por él (no vale quedarse atorados en medio). A uno del grupo, el más joven, muy delgadito, le animamos a que lo intente, y lo hace en dos ocasiones, pero en las dos el resultado es fallido, hay que ser muy flexible para poder contonearse dentro de ese mínimo agujero.

Eso si, nuestra pequeñita guía, y nuevamente animada por todos lo hace con mucha facilidad. Parece más bien reservado a los niños, que son los que entran y salen sin problemas. Viendo el tamaño del agujero ya os podéis imaginar que ni lo intenté, y no por falta de ganas si no por exceso de otras "cualidades".


Durante la visita nos encontramos una preciosa niña, que se hace objeto de todas las miradas y las cámaras, posa como una auténtica modelo, se deja con total tranquilidad, y cuando acabamos, la madre le dice a la niña, dale las gracias por las fotografías  dejándonos a todos alucinados, porque tenía que ser al revés, gracias por este tierno momento a las dos, madre e hija. Por respeto a la niña no publico la foto, pero de estos momentos se llena la mochila de recuerdos de los viajes y no solo de piedras.

Salimos del templo, volvemos sobre nuestros pasos, con los ciervos a nuestro alrededor, aunque parece que ahora están saciados de galletas y de comida, o que el calor también puede con ellos, y no son tan agresivos, con lo que hago una foto de recuerdo plácido junto a ellos.