11 de junio de 2014

España - Madrid - Restaurante Solidere



Oriente en el paladar

En un ataque de aventura gastronómica nos decidimos ir a probar la cocina libanesa, de la que conocíamos algunos nombres pero muy pocos sabores. La cocina es una fusión de la cocina árabe y turca, con algunos toques franceses. Hace muchos años, pero muchos años, probamos la cocina armenia en un restaurante que desafortunadamente ya no está abierto, y la verdad es que nos gustó mucho, sobre todo teniendo en cuenta que éramos más de fast food y comida "basurilla", aunque algún comensal tuvo algún problema digestivo al día siguiente, ninguno de nosotros dos lo padecimos. 


El restaurante elegido no lleva mucho tiempo abierto, Solidere, y se aloja en un chalet de la colonia de este tipo de construcción de Alfonso XIII, chalet por el que han pasado ya varios restaurantes de muchos tipos y cocinas. 

 
El espacio es amplio, no lo han llenado de mesas pegadas las unas a las otras, incluso hay un pequeño apartado donde poder realizar alguna celebración, sin molestar demasiado y sin ser molestados. 


La decoración tiene su toque árabe pero no llegar a ser abrumador, lo justo para evocar Oriente: lámparas, rejería. Además tiene mucha luz natural gracias a los amplios ventanales que dan a la calle. 






Incluso hay una pequeña terraza, en la que degustar un té o unas copas tras la comida o la cena. 





De aperitivo nos sirven una rica "salsa" de tomate con pan de pita tostado (¡que peligro, salsa y pan!)




Como no tenemos mucha idea de lo que pedir, es más, todo lo que leemos realmente nos apetece probarlo, decidimos que lo mejor para hacer la cata de hoy será acogernos al menú degustación. 

Comenzamos con una selección de entrantes. 



Un clásico, el hommos, al que conocíamos como hummus, pero ambos nombres son válidos. Se trata de una crema de garbanzos con salsa de sésamo, un toque de limón y aderezada con aceite de oliva. Yo la he hecho una sola vez en casa y no me quedó mal del todo (yo y mis experimentos en la cocina teniendo a la familia como conejillos de Indias).




Mutabbal, una crema de berenjenas ahumadas con yogur cremoso natural y un toque de sésamo. Muy rica, el toque ahumado le da un sabor especial. 




Muhammara, una crema de pimientos rojos, nueces y esencia de granada, aderezada con aceite de oliva. La salsa que más nos gustó a los tres comensales, estaba para hacerse un bocadillo, y según la atenta y simpática camarera que nos atendió, es la salsa que gusta más a la clientela. 



Las salsas se comen con un trozo de pan de pita haciendo de cuchara…¡toma kilos para las cartucheras y la operación verano!




Warak Enab, otro de los clásicos de la cocina árabe, hojas de parra rellenas de arroz con un toque de tomate, perejil, hierbabuena y cebolla. Muy ricos los rollitos. 




Falafel, de nuevo otro clásico, porque ya el nombre es conocido sin necesidad de haberlo probado, aunque este sí lo recordábamos del restaurante armenio. Se trata de unas "croquetas" vegetales hechas a base de garbanzos y perejil, acompañadas de salsa tahine o tahini. Riquísimas las "croquetas", me tengo que animar a intentar hacerlas. 




Fattush, una refrescante ensalada con tomate, pepino, pimiento verde, hierbabuena y crujiente de pan de pita, aderezado con summac (una especia de color rojo que aporte acidez, por lo que es como añadir limón). Las ensaladas más clásicas y más conocidas son el tabbule o el tzaziki, con lo que nos gustó la sorpresa. 




Acompañamos la comida con una cerveza libanesa, Almaza, por aquello de probarla, ya que con el vino libanés no nos atrevimos, aunque nuestra amable camarera nos ofreció una copa para probarle y no nos terminó de convencer, con lo que nos decantamos por uno conocido español, Tagonius, de la Comunidad de Madrid, con uvas Syrah, Cabernet Sauvignon, Merlot y Tempranillo. 




Cada uno de los comensales puede elegir un plato principal, una difícil elección, apetecía probar todos los platos.  


Uzzi con hojaldre y cordero, una masa de hojaldre rellena de carne de cordero, arroz, guisantes, piñones y almendras, que se hornea. Lo acompaña una salsa de tomate. Riquísimo. 




Como estamos en Cuaresma, uno de los comensales sigue la norma de no comer carne, así que uno de los platos se lo adecuan con pescado. Que digo yo, no te puedes comer un filete de ternera, pero si te puedes poner tibio a carabineros…raro, raro, raro. Uzzi con hojaldre y merluza, relleno de merluza (no hice una cata exhaustiva con lo que no puedo asegurar que también llevara los ingredientes del cordero). Muy rico, porque además era como extraño pedir pescado que no tienen en carta, pero el resultado fue bueno. 




Kefta bil-laban, carne picada de ternera y cordero con especias árabes, horneada, acompañada de salsa de yogur y piñones. Supongo que como parte de la cocina árabe, la carne excesivamente hecha, con algo menos de cocción quedaría más sabrosa y menos tierna, pero estaba rica. 




De postre con el menú degustación sirven baklava, pero nuestra camarera nos lo cambió por un postre que a ella le gusta más, y yo se lo agradecí porque no soy precisamente fan de los baklava (para muchos estoy escribiendo una blasfemia gastronómica y dulce). Se trata de unas ricas atayf, unas empanadillas dulces. Que en lugar de tres, ya hubieran podido ser seis…¡glotones!




En lugar de obsequiarnos con una copa de licor, lo hacen con un rico té moruno, una buena tetera de la que dimos cuenta agradablemente. Además el servicio de té es una preciosidad, tanto la tetera como los vasos; comprado en Marruecos (y es que puestos a preguntar...)





No me queda la menor duda que repetiremos, y probaremos nuevos platos, porque además la relación precio-calidad-cantidad es más que aceptable. No puedo hacer una comparación con otro restaurante libanés o con cocina oriental-árabe porque ni conocemos más restaurante de este tipo y ni sabemos de esta cocina como para poder hacerlo, pero nos gustó la experiencia, la comida y el servicio (cierto es que no había aforo completo, y esto es lo que en muchas ocasiones desborda  la eficiencia).