23 de enero de 2017

EEUU - Las Vegas - Historia - Hotel Mandarin Oriental



Viva las Vegas!

El suroeste de Estados Unidos está formado por los Estados de Nevada, Utah, Arizona y Nuevo México, y en él podemos encontrar espectaculares paisajes, con desiertos, profundos cañones y elevadas mesas, sin olvidar su legado multicultural, herencia de indios americanos (si, los de las películas del oeste, pero en serio), españoles y colonos angloamericanos. 


La ciudad de Las Vegas se encuentra extrañamente  en el desierto al sur de Nevada, provincia que recibe los sobrenombres de Estado de Plata o de la Artemisa, cuya capital es Carson City. Fue fundada por la codicia y la ambición, y desde entonces posiblemente encarna el lado turbio del sueño americano. 


Los primeros habitantes de Nevada fueron los paiute y los antiguos indios pueblo. Posteriormente, con la llegada de los españoles pasa a pertenecer al Virreinato de la Nueva España, pero el dominio colonial era más nominal que efectivo y, de hecho, los europeos apenas se dejaron ver por Nevada hasta la década de 1820, cuando los tramperos se aventuraron por el valle del río Humbolt. 


Situado en pleno desierto, el valle de Las Vegas había sido primero, alrededor de 1840, un lugar de acampada para las caravanas que transitaban por la antigua ruta española que comunicaba Santa Fe con California. En 1855 un grupo de mormones, dirigido por Brigham Young, estableció un puesto de comercio viendo las posibilidades del lugar como zona de paso.


Sin embargo, casi todos los emigrantes del siglo XIX pasaron de largo hacia las zonas auríferas de California, hasta que, en 1859, se descubrió al sur de la ciudad de Reno la veta de Comstock, el mayor depósito de plata. Al agotarse la veta, descendió la población de Nevada. A principios del siglo XX, nuevos hallazgos minerales revivieron temporalmente las fortunas del estado, pero la Gran Depresión acabó con aquellos sueños. 


Un aspecto a tener en cuenta para el crecimiento del estado de Nevada, y de Las Vegas en particular, es que el matrimonio y el divorcio en los demás estados, realizados por los ritos puritano o católico, eran  difíciles de materializar por los trámites, ya que requerían largas esperas y motivos muy serios. Pero Nevada se mostró liberal en este terreno; cowboys y pioneros, que sólo estaban allí de paso, debían poder casarse lo más rápidamente posible. Y para el divorcio, el tiempo de espera se limitaba a la verificación por parte de las autoridades locales de la calidad de residente del estado del solicitante, algo que se conseguía al cabo de seis semanas. Por lo tanto, sólo se tenían que tomar 42 días de vacaciones en un hotel de Las Vegas para obtenerlo. El cuanto al motivo, el estado de Nevada se encargó también de proporcionarlo, fue aquí donde se acuñó el concepto de “crueldad mental”. 


Las Vegas experimentó un gran auge en los años veinte gracias a los proyectos urbanísticos con subvención federal. Todo empezó alrededor del núcleo de la ciudad antigua, en Freemont St - calle que lleva el nombre de John Fremont, un célebre explorador del oeste de Estados Unidos en el siglo XIX-. Esta histórica calle acumula numerosas primicias: el primer hotel de Las Vegas, el Hotel Nevada, abrió aquí sus puertas en 1906 -en la actualidad es el Golden Gate Hotel- ; fue la primera calle pavimentada, en 1925; la primera licencia de juego fue concedida en 1931 al Northern Club; el primer neón instalado, en 1934, en el Boulder Club


Gracias a la legalización en 1931 del juego en Nevada, los casinos hicieron que Las Vegas prosperará rápidamente y sostuvieron a la ciudad durante la Gran Depresión. La actitud de las autoridades en cuanto al juego fue, sin duda, consecuencia de la liberalización del divorcio; había que distraer a los clientes durante sus 42 días de ocio en espera de él. El primer casino, el Rancho Vegas Hotel-Casino, abrió en 1941, fundado por Tom Hull. 



Benjamin Siegel, apodado “Bugsy” (majara o loco en yanqui) era un gánster riquísimo y muy violento, pero con muchas ideas. Controlaba la red más grande de juego y prostitución de Los Angeles. Obnubilado por el cine y con una desbordante megalomanía, envió a Nevada a su hombre de confianza, Little Moe Sedway, que descubrió el pequeño  Rancho Vegas, que Bugsy compró con el apoyo financiero del boss Meyer Lansky. Y aquí levantó en 1946 el Flamingo, el primer casino gigante de Las Vegas,  que al principio fue un auténtico desastre financiero, y con él el estilo del viejo Oeste, Wild West, fue reemplazado por el tropical de Miami Beach. 

Poco después, Bugsy fue asesinado de un balazo en un ojo en casa de su amante en Beverly Hills. Pero el Flamingo levantó el vuelo económico, y generó grandes beneficios, por lo que pronto su éxito se extendió a la ciudad entera y comenzaron a proliferar los casinos en la ciudad. 


Durante la Segunda Guerra Mundial se instaló en Nevada una enorme base de las fuerzas aéreas, un proyecto aeroespacial y además se construyó una autopista hasta Los Angeles. Poco después, la Guerra Fría justificó el Nevada Test Site, donde se realizaban pruebas atómicas. Pero aquello no resultó un problema: las explosiones en superficie hacían añicos las ventanas de los casinos todos los meses mientras la mascota oficial de la ciudad, Miss Hongo Atómico, promovía las bondades de la fusión del átomo en las campañas turísticas (esto no es raro, es lo siguiente a raro elevado a la décima potencia). 


Desde la Segunda Guerra Mundial, los espacios abiertos de Nevada se han usado para probar armas nucleares y aviones militares, aunque en 1992 el gobierno estadounidense dejó de realizar experimentos nucleares de manera clandestina, el final de la era nuclear para los residentes del estado no está tan claro. En 1998 un informe del Departamento de Energía de EEUU, que llevó más de 18 años de investigación con un coste de más de 5.000 millones de dólares, recomendó la montaña de Yucca, 160 km  al nordeste de Las Vegas, como la mejor ubicación para un depósito a largo plazo de residuos nucleares de alta radioactividad. Los políticos de Nevada, entre ellos el alcalde de Las Vegas hasta 2011, Oscar Goodman, han luchado contra tal propuesta con fuerza y voluntad, pero el Congreso la aprobó el 23 de julio de 2002, y se preveía que el almacenaje de residuos comenzara en 2010, pero el proyecto se detuvo oficialmente el 3 de marzo de 2010 cuando el Departamento de Energía presentó una moción conjunta con la Comisión de Regulación Nuclear para retirar el permiso para construir y operar el almacén nuclear permanente en Yucca Mountain. El dinero que se está gastando ahora es para desmantelar el proyecto e investigar alternativas para el desecho; además la Administración Obama prometió eliminar completamente el proyecto en 2011. 


En los años cincuenta del siglo XX se produjo un auge de la construcción que trajo consigo la aparición de numerosos hoteles, con una historia algo curiosa como fondo. Como la Seguridad Social no garantizaba las pensiones en Estados Unidos, eran los sindicatos los que se encargaban de reunir los fondos para nutrir sus propias cajas. El poderoso sindicato de los camioneros (los teamsters) disponía de una gran liquidez, que decidió invertir, sus vínculos con la mafia le llevaron a hacerlo en los casinos de Las Vegas. Además de sus enormes beneficios, este tipo de negocios tenían y siguen teniendo una gran ventaja: la práctica totalidad del dinero gracias al juego es en efectivo. 


Algunos de los grandes nombres del espectáculo, como Frank Sinatra y Elvis Presley, además del excéntrico millonario Howard Hughes, han contribuido a crear la imagen de Las Vegas como una ciudad divertida con limusinas, coristas y un deslumbrante modo de vida, todo envuelto en glamour. En la actualidad cuenta con inmensos centros de vacaciones y casinos, y también es popular por sus capillas, donde se casan más de 100.000 parejas al año. Las Vegas es más un negocio que una ciudad.


Muchos magnates del país, respaldados por la mafia, invirtieron en hoteles y casinos. Los hoteles The Sands, Desert Inn, Sahara y Stardust iniciaron el proceso que transformó The Strip (la calle principal) en un parque temático para adultos. Aunque muchos de estos hoteles al norte del bulevar siguen existiendo, resultan hoy irreconocibles gracias a los programas millonarios de reconstrucción. 


En la década de 1960 llegó el famoso Rat Pack, con Frank Sinatra, Liberace, Sammy Davis Jr, Dean Martin, Peter Lawford, además de Liberace y Joey Bishop, todos ellos nombres y hombres muy ligados al desarrollo de la ciudad (donde tampoco faltó John F. Kennedy).También llegaron las camareras en topless, un reclamo más. 


La compra del Desert Inn en 1966 por el excéntrico director de cine y empresario aeronáutico Howard Hughes, dio a la industria del juego una muy necesitada pátina de legitimidad. Además, Hughes lanzó una fuerte campaña contra la mafia, pero su objetivo no era ahuyentar a los dueños de la ciudad, sino romper su monopolio en los juegos de azar, por lo que presionó a las autoridades de Nevada para que cualquier empresa que cotizara en bolsa pudiera obtener legalmente la licencia necesaria para abrir un casino. Los dueños de los casinos-hoteles vieron llegar una nueva clase de inversores, las poderosas cadenas hoteleras como Hilton o Mirage, e incluso de algunas sociedades como ITT. 


La leyenda (que parece confirmar la historia de Las Vegas) cuenta que el excéntrico Hughes subió a su suite en el Desert Inn y vivió allí recluido durante varios años, sin cortarse el pelo y las uñas (historia narrada en la película El aviador, con Leonardo di Caprio en el papel de Hughes). 

 
En las décadas de 1970 y 1980 los hoteles comenzaron a ser más grandes y extravagantes. La presentación en sociedad del MGM Grand en 1993 marcó el comienzo de la era del “centro vacacional”. También llegaron Treasure Island y Luxor, como hoteles temáticos (que hay que verlo para creerlo).  


La década de 1990 y el principio del siglo XXI han visto cómo la locura inmobiliaria recobraba un nuevo ímpetu. Los edificios, a cada cual más extravagante, han surgido como si no hubiera un mañana. En 1998 comenzó una época nueva con el lujo del Bellagio, para lograrlo, su propietario Steve Wynn, vendió el grupo Mirage a MGM. 


Aunque a lo largo de muchas décadas Las Vegas ha construido su reputación con el juego, el dinero y el sexo, no quiere ahogarse  bajo esta imagen de ciudad libertina, y desde hace varios años está en camino de convertirse en una ciudad-espectáculo a imagen de Disneyland y Hollywood. El alcalde Oscar Goodman, apodado “Big O”, pretendió conseguir dar un halo de respetabilidad a la ciudad (tras treinta años de buenos y leales servicios prestados a la mafia como abogado, que todo hay que contarlo). El sucesor en la alcaldía de Goodman es Caroline Goodman, su esposa (todo queda en familia). 


El cambio de la ciudad se ha visto en las numerosas familias acompañadas de sus hijos (de todas las edades) que pasean por The Strip. Pero este mercado infantil no ha resultado tan rentable como se esperaba, por lo que los casinos intentan ahora atraer a las generaciones venideras, sin perder su aspecto “respetable”. Además, temiendo la legalización en los demás estados (ya son 42 donde está legalizado), ha empezado a desarrollar, para intentar resistir la competencia, una infraestructura hotelera de un lujo cada vez más refinado y una arquitectura cada vez más demencial. 


Hoy Las Vegas tiene múltiples caras u ofertas: ciudad del juego, escenario de espectáculos artísticos y musicales -entre los más asombrosos y profesionales del mundo, de gran calidad - así como parque de atracciones y ciudad de congresos. De hecho, Las Vegas sigue siendo el destino turístico preferido, muy por delante de Hawaii y Orlando, de los yanquis. 


El corazón de Las Vegas se extiende por Las Vegas Boulevard, una rutilante avenida de luces de neón conocida como The Strip, arteria que va de norte a sur, cuyo nombre hace referencia al riesgo de acabar desnudo por perderlo todo con el juego. En el extremo sur de esta arteria de 6 km se agrupa una serie de lujosos hoteles temáticos con sus propias tiendas, restaurantes, salas de espectáculo y por supuesto, casinos. Reciben a casi 37 millones de visitantes al año, convirtiendo Las Vegas en la capital mundial del entretenimiento. 


Y aquí estamos nosotros, en esta vorágine de hoteles, casinos y luces, aunque como es de día y temprano nada es lo que parece, y parece que nada es lo que tiene que ser, es una mentira hecha realidad, o una realidad de cartón piedra. 


Para nuestra primera estancia en la ciudad, pasaremos dos veces por ella, elegimos un hotel atípico, ya que es de los que no tiene casino en el edificio (¡bendita elección!), el Mandarin Oriental, al que llegamos con el coche de alquiler, siguiendo las indicaciones del GPS, aunque los carteles son muy claros para entrar en Las Vegas. 



La planta baja del edificio es un espacio con sillones pero aquí no se encuentra la recepción, es más un lugar para esperar un transporte o para encontrarse con alguien con el que se haya quedado. La decoración hace honor a su nombre, tiene un estilo oriental pero sin pasarse, formal y elegante, sin extravagancias. 




La recepción se encuentra en la planta 23, y gracias a las gestiones de nuestra agencia de viajes nos han conservado la habitación, ya que teníamos que haber llegado anoche; nosotros habíamos escrito un mail desde el aeropuerto contando el retraso pero de madrugada parece que el servicio de lectura de mails no funciona, y por la mañana parece que tampoco porque no tenían constancia (un hotel de esta categoría no puede tener estas lagunas). En fin, cosas que ocurren de viaje, nos lo tomamos con calma, que ya estamos aquí. Nuestra habitación está en la planta 15, manteniendo el ascensor su aspecto oriental en decoración y tonalidad. 



Es una habitación amplia, con una chaiselongue junto a la ventana, ventana que va de suelo a techo, por lo que ofrece luz y vistas. 




El baño tiene su puerta, pero además hay un panel corredero que permite tener algo de luz natural en él, o disfrutar medianamente de las luces de la ciudad. 





Sobre la encimera del lavabo hay una bonita caja a modo de joyero con cajones, donde hay amenities colocadas. 



Desde la gran ventana tenemos vistas parciales a The Strip, parciales porque la planta no es suficientemente alta, y parciales porque la situación del hotel es al sur de esta calle, pero aún así nos resultan agradables, tanto por la noche como en el amanecer. Y en esta zona es donde se encuentran los edificios más "reales" y modernos arquitectónicamente, incluyendo el propio edificio del hotel, aunque asoman las excentricidades.







Como solo pasamos una noche, el desayuno de la mañana de nuestra salida lo pedimos en la habitación, por aquello de ahorrar tiempo. Un placer desayunar con las vistas y con las espléndidas viandas. 




Ya estamos listos para explorar esta iluminada ciudad. 

18 de enero de 2017

EEUU - Las Vegas - Vuelo Madrid - Las Vegas



Encontrando a Dorothy, Totó y sobre todo a la bruja mala del Este 

Navidades 2015 y este año para nuestras vacaciones nos toca volar y volar, además de movernos por carretera, ya que queremos hacer un viaje extraño, con un poco de aquí y un poco de allí, y para nuestros gustos mejor hacerlo en época primaveral u otoñal, o incluso en pleno invierno como es el caso, antes que en el asfixiante verano, que este nos asusta más que el frío. 


Primer vuelo, Madrid- Dallas, con American Airlines, once horas y cuarto de vuelo por delante. La espera para el embarque la hacemos en la sala VIP de la Terminal 4S con tranquilidad hasta que anuncian el embarque, donde picoteamos algo, y es que es imposible dejar de hacerlo aunque se tengan buenas intenciones. 



En el avión ya tenemos nuestro neceser en los asientos, en este caso una bolsa de tela tipo fieltro, que nos desencanta un poco; en su interior, todo lo clásico: tapones para los oídos, bálsamo labial, cepillo de dientes y pasta… pero no hay un peine para el pelo, un clásico entre las amenities aéreas. 




Volamos en un Boeing 767-300/300ER, con configuración de asientos en business 2-2-2. En el asiento también hay una bolsa con una manta y una almohada, todo para poder echar una siesta si se puede. 




En mano nos entregan los auriculares, con sistema anti-ruido pero un armatoste para intentar dormir con ellos puestos; y las copas de bienvenida, aunque en esta ocasión me inclino a favor de la saludable agua y declino tomar copa de champán o de vino, no así mi acompañante, que sí se toma una copa. 




De aperitivo, unos frutos secos, que el vino a palo seco se atraganta. Yo sigo con agua. 




Llega la hora de la comida. De primero: prosciutto y mozzarella con melón, melón de la variedad Charentais; y ensalada de espinacas, fresas, nueces y queso azul (que se puede aderezar con salsa de yogur y limón o con una clásica vinagreta balsámica; opción segunda que los dos elegimos). 



De plato principal a elegir entre cuatro opciones, eligiendo: filete de vaca con salsa de pimienta entera, croquetas de patata y espinacas cremosas con zanahoria; y pechuga de pollo marinada con salsa hindú de mantequilla, arroz al comino, espinacas salteadas con piñones y coliflor con cúrcuma. Sin ser una delicatessen se dejan comer, sobre todo el filete de vaca, que suele estar pasado de punto y seco, y en esta ocasión no lo estuvo tanto.



De postre, o bien no lo comimos o fuimos tan rápidos que no quedo rastro fotográfico. Pero las opciones: helado sundae, surtido de quesos o trufa de chocolate con leche. Me extraña que no pidiéramos ninguno postre, y sospecho que el surtido de quesos sería la elección.


El vuelo continúa y como es de día me distraigo mirando por la ventanilla, escuchando música o leyendo, últimamente me cuesta más distraerme viendo películas, como que necesito más calma. 




Como el vuelo es largo, el tedio es igualmente largo; con lo que en los paseos al baño o para estirar las piernas, volvemos con algunos snacks, dulces o salados. De lo que pasamos es de la comida ligera que ofrecen antes de llegar, a elegir entre un croque Monsieur o una ensalada tailandesa con carne de ternera. 




En la pantalla vemos que la ruta del avión en su aproximación a Dallas es extraña, o eso nos parece. 





Fuera no se ve nada raro, algunas nubes con tormentas, pero nada del otro mundo; y en el interior del avión, nada de turbulencias más fuertes de lo normal. 




Sobrevolamos Dallas y todo nos parece normal, con nubes que seguramente lleven lluvia abajo. 





Aterrizamos, con lluvia como era previsible, pero no demasiado fuerte. 





Tenemos una escala larga, no me fío nada de los estadounidenses y de sus controles, de la meteorología, de los retrasos, porque además tenemos que recoger nuestro equipaje facturado en Madrid para volver a facturarlo (aunque de otra manera más descontrolada, una absurdez). La escala es de cuatro horas y veinte minutos, porque la conexión anterior no llegaba a las dos horas, y la idea es tener un viaje lo más tranquilo posible, sin carreras por los pasillos. 


Recogemos nuestro equipaje facturado, y creo recordar que con él pasamos un control, maletas, líquidos, tarjeta de embarque…Tras ello, dejamos las maletas que no son de mano en un caos de maletas, con un pobre señor que no da abasto para recibir el constante flujo de ellas, solo nos queda rezar y decirles ¡See you later! El trabajador va colocando las maletas en una cinta como puede y hasta yo diría que con cara de agobio; esto no se puede llamar facturación, más bien es un "apáñense como puedan". 


La segunda cola es porque han instalado unas máquinas donde con tu pasaporte te hacen un control, supongo que es una primera criba aparte de ser un medio experimental para evitar las grandes colas si todo está en regla para sus trámites de inmigración. Si llega a funcionar correctamente posiblemente será un adelanto.


La última cola es para pasar el control de aduanas propiamente dicho, ¿tanto les costaría hacer las cosas más fáciles para el viajero? Si a mí el control no me disgusta y lo acepto como parte de la seguridad, lo que creo que es demencial es esta locura de colas y controles, que sobrepasan la paciencia de cualquiera, y eso que nosotros tenemos el  horario a nuestro favor, y por lo menos estamos tranquilos… de momento. Hay personas que corren desesperadas, y a la funcionaria encargada de organizar la cola para el control de aduanas le van enseñando sus tarjetas de embarque, con lo que les va dejando pasar si lo ve necesario, y en algunos casos, muerta de risa les dice que no van a llegar, ¡madre mía, que ánimos!, pero les deja adelantarse. 


Pasamos el control y tenemos que pasar de la terminal D, a la que hemos llegado, a la terminal C, por lo que vamos mirando todos los carteles para no perdernos, aunque de vez en cuando yo me distraigo, ya que hay una decoración navideña con diferentes arbolitos de Navidad, casi todos regalos de otros países, y allí está el de España. 





Nosotros todavía estamos en la inopia, pero el tren que une las terminales no funciona, por lo que cuando íbamos a subir por unas escaleras mecánicas, estas no funcionan, y un trabajador que acompaña a otras personas nos hace señas para que le sigamos. Tras un buen recorrido a pie, llegamos a la terminal C, y entramos en la sala VIP, que es bastante amplia, con diferentes salones y una zona adecuada para trabajar, con cubículos independientes. 



Aquí tomamos conciencia de lo que está pasando, Dallas está siendo asediada por los tornados, en las noticias leemos que hay o ha habido ¡quince!, no eran todos en Dallas, pero tanto en esta provincia como en Texas, Luisiana y Florida, se están produciendo lluvias torrenciales y tornados. Esto no pinta nada bien, pero no perdemos la esperanza de continuar nuestro viaje.



Nuestro vuelo en pantalla sigue en su horario previsto, 20.55, pero la situación poco a poco se va tensando, porque los vuelos anteriores se van retrasando o cancelando, mientras nuestro vuelo permanece inamovible, hasta algo menos de una hora antes de realizarse, en el que comienza a aparecer delayed, retrasado. American Airlines a través del móvil envía mails informando del retraso, provocado porque el avión que tenía que llevarnos venía de Miami, y de allí no ha podido salir, aunque no parece que de Dallas se pueda salir tampoco. Parece que estamos atrapados, ¡Totó! ¡Dorothy! (vale, la película de El mago de Oz se desarrolla en Kansas, pero Texas no está muy lejos). 


Pasadas las once de la noche, tras agónicos paseos a mirar la pantalla, es cuando el vuelo es definitivamente cancelado, nosotros ya estamos agotados y no sabemos lo que nos espera por delante, solo confiar en el que el tiempo mejore y puedan acoplarnos en otro vuelo, pero ¿para cuándo? Adelántanos a todo, ya decidimos que si todo va a peor aguantamos un día más tirados por el aeropuerto esperando vuelo a destino, lo siguiente sería intentar lograr un vuelo para regresar a Madrid, no tiene sentido llegar para tener que volver, esto no son vacaciones, porque además perderíamos parte de la esencia del viaje, nuestro paso y estancia por Grand Canyon, y nos quedaríamos con un palmo de narices.


Por lo menos en la sala VIP hemos comido algo, no gran cosa, porque no hay comidas como en otras salas, es más picoteo; la comida se paga, el agua se paga, la cerveza se paga, lo único que es gratis es el café y la coca-cola de grifo. 


En recepción de la sala VIP hacemos una importante cola para intentar conseguir otro vuelo,  y como nosotros cientos de pasajeros. El único vuelo en el que nos confirman asientos es en el de las ¡15.40!, en este momento nuestro ánimo estaba por los suelos, porque además esto podría convertirse en un bucle, si por la tarde se formaban tormentas nuevas, tornados nuevos, podríamos volver a quedarnos tirados. La solución que nos dan es que nos ponen en lista de espera para el vuelo de las 7.05, y que si en este vuelo no conseguimos entrar, que vayamos pidiendo lista de espera para todos los siguientes hasta que llegue el vuelo confirmado. La noche se presenta dura y ¡menuda mañana nos espera!


El colmo es que incomprensiblemente la sala VIP tiene hora de cierre, con lo que tras salir nosotros tras terminar los trámites de búsqueda de un nuevo vuelo aquello se cierra, y tenemos que esperar hasta las cuatro y media en la que vuelven a abrir. Pues tenemos tres horas por delante en la terminal, donde todo está cerrado, y lo que hay es un panorama menos aterrador de lo esperable, pero con gente tirada por sillones y suelo buscando acomodo. Lo peor es que hace frío, que ni con los plumas puestos se amortigua. 


Pasando el tiempo camino pasillo arriba, pasillo abajo, y además así entro en calor. De este modo descubro que han dejado mantas, no muchas, por lo que tomo dos; y botellines de agua, por lo menos nos hidratan. De lo que no encuentro son camas plegadas, plegatines -del tipo de campaña-, pero sin colchón, que esto ya sería un lujo, que vendrían muy bien para no tener el cuerpo hecho un cuatro arrugado en los sillones. 


A las cuatro y media de la mañana vamos entrando los afortunados que tenemos acceso a la sala VIP, y este es uno de los momentos en los que se pagaría por entrar, no por tener un café o unas galletas, sino por tener un asiento más cómodo donde poder poner el cuerpo maltrecho, por tener algo más de silencio (que hasta el momento la verdad no había sido un problema) y hasta de intimidad. 


Aprovechamos para tomarnos un café mientras vigilamos en las pantallas, con temor, el vuelo en el que estamos en lista de espera. Cuando anuncian el embarque del vuelo de las siete de la mañana, nos vamos para allá, la señorita encargada del embarque no tiene precisamente un humor acorde a nuestra desesperación, y al de muchos más que también están en lista de espera; no con muy buenos modos nos indica que esperemos, que ya seremos llamados y que dejemos espacio para aquellos afortunados que sí tienen su tarjeta de embarque. Seremos llamados por orden en la lista, tenemos los puestos 2 y 3, y esperamos que nos dejen volar juntos, y no me refiero a los asientos, sino al vuelo, porque otra cosa ya sería el colmo del despropósito aéreo, uno a una hora y el otro a otra. Y por cierto, ¿dónde están nuestras maletas?


Nos ponemos lo más cerca del mostrador que podemos, ya que nuestros nombres, sobre todo el mío, no serán fáciles de pronunciar en inglés, y la “amable” señorita ya ha indicado que solo dirá el nombre una vez, con lo que mejor estar atento. ¡Aleluya!, dicen nuestros nombres, con lo que de momento entrar en este avión entramos, cambiando nuestros asientos en business por turistas, pero a estas alturas esto es lo de menos, queremos llegar a destino cuanto antes. 


El vuelo sale a la hora programada y tendrá una duración de tres horas. 




No recuerdo si nos dieron algún tentempié o no, supongo que un café sí nos darían al menos. Comenzamos a sobrevolar Las Vegas, y desde las alturas me parece una ciudad de cartón piedra a estas horas del día, a lo mejor si hubiéramos llegado anoche, como estaba previsto, la percepción con la gran iluminación de esta ciudad la sensación hubiera sido más favorable. 






En pista, un avión de las líneas hawaianas, con un dibujo en la cola prometedor del paraíso. 




El aeropuerto McCarran de Las Vegas se ve bastante nuevo e impoluto por la zona de salidas al menos, donde los animales comienzan a darnos la bienvenida. 





Con una esperanza más bien incierta y llena de dudas nos acercamos a la cinta de equipajes, que por nuestra experiencia en el vuelo Toronto-Boston no nos hace ir pesimistas pero sí asumiendo un retraso en la entrega, y ¡voila!, salen nuestras maletas en la cinta, cuando nosotros ya pensábamos en hacer el reclamo para que las llevaran al hotel. Bueno, parece que las cosas se enderezan poco a poco y que la logística aquí funciona muy bien, pasajeros y maletas viajan a la par.


Los planes están totalmente cambiados, así que como tenemos alquilado un coche nos acercamos al mostrador de National para ver si es posible cogerlo con horas de antelación, ya que la alternativa de ir al hotel para volver al cabo de un rato es absurda y de pérdida de tiempo. Cargados con las maletas, tomamos un autobús que acerca sin coste a la terminal donde se encuentran las compañías de alquiler de coches. No hay problema, lo podemos coger ya mismo; lo único que hacemos es cambiar el modelo, en previsión por si hay mal tiempo, aunque en Las Vegas el sol es espléndido pero la temperatura es baja, y como conduciremos al norte, a Grand Canyon nos preocupa que en la carretera haya nieve.