Un
baño de altura
La visita a los géiseres del Tatio no ha terminado, Marcelo nos acerca en la minivan hacia una zona
donde hay una pequeña piscina termal (más bien una charca grande) con vestuarios, donde ya otros bañistas están
disfrutando del lugar.
En un principio decidimos que no nos
bañaremos, más bien que no me bañaré, ya que soy la única que ha venido con
una mochila para traer el bañador y una toalla que nos han dejado en el hotel, así que exploraremos la zona, nos
acercaremos a un géiser al que llaman El Asesino, que es como una gran marmita
de brujas humeante y burbujeante, con un chorro continuo de agua.
Pero mi marido se
acerca a la minivan para buscar alguna cosa sobre la cámara de fotos, dejándome al
lado de la piscina, donde se ve a la gente tan feliz disfrutando del baño.
Así que cambio los
planes, estoy en una zona termal con una piscina y un paisaje excepcional,
tengo bañador y toalla, ¿Qué "narices" hago que no estoy allí dentro? ¿Cuándo
volveré a estar aquí?, así que mientras él busca lo que quiere, yo también voy hacia la
minivan para coger la mochila y cambiarme. En el intervalo de tiempo de ir y volver a la minivan, de ponerme el bañador y quedarme congelada en el vestuario, la piscina se queda más tranquila y
solitaria.
¡Al agua!, que
resulta no estar tan caliente como cuentan y como se espera, en realidad está
más bien tibia tirando a fresquita, pero claro, si la temperatura exterior es
de unos 3ºC bajo cero, no se puede esperar mucho más.
En una esquina de la
piscina termal, que no cubre por ningún lado, se notan los chorros calientes de
agua, que te llegan a quemar si te quedas mucho tiempo sobre ellos, y allí es
donde nos concentramos, conversamos, nos reímos, disfrutamos.
Hora de salir, y como
no molesto a nadie, me doy el lujo de marcarme un largo, que podían haber sido
unos cuantos, porque esta será una de esas experiencias únicas en la vida; aunque lo de sacar el brazo del agua no es agradable, se nota el frío demasiado.
Del bañador a la ropa
térmica y al polar… verlo, sentirlo y hacerlo para creerlo.
Salimos del Tatio
completamente satisfechos, contentos, relajados y con el pelo empapado porque si bien al principio tuve precaución para no mojarlo al final se estaba tan a gusto que todo daba igual.
Del lugar nos despiden
unas bonitas vicuñas, ¡completo y lleno!, una experiencia para recordar.