13 de octubre de 2017

Costa Rica - San José - Hotel Grano de Oro


Estancia boutique

Nuestro último día en el país y lo pasamos en San José, la capital, la logística aérea así lo quiere, y nosotros también, así podíamos visitar lugares que en nuestra primera parada no nos hubiera dado tiempo. Elegimos un hotel boutique por varias razones: la primera, por él mismo; y la segunda por su situación, en la parte oeste de la ciudad, ya que en la este nos habíamos alojado en el hotel Presidente, y la teoría era que esta zona central de la ciudad tenía que estar bien recorrida y podíamos dedicarnos con tranquilidad a esta, pero ya sabemos que los planes no se desarrollan siempre (por no decir nunca) como se piensan y durante nuestra primera parada en la capital el recorrido no fue tan fructífero como estaba previsto, aunque sí convincente.

El edificio que alberga el hotel Grano de Oro fue construido alrededor de 1910 como residencia para la familia Pozuelo, y un matrimonio canadiense que estaba de vacaciones en Costa Rica la compró para convertirlo en hotel boutique, que se inauguró en 1991. Trascurrido un año, el negocio funcionó y adquirieron otra casa, también propiedad de la familia Pozuelo, para ampliarlo. El hotel como está en la actualidad se abrió en 2007. 


Nos registramos en recepción pero no tenemos suerte y nuestra habitación no está disponible, algo con lo que ya contábamos porque a pesar del largo viaje desde la península de Osa todavía es demasiado temprano. Lo ideal habría sido dejar las maletas e irnos a pasear por los alrededores, pero mi cuerpo no estaba para bromas, tenía el vaivén de la barca y sobre todo el vértigo que me desequilibraba, así que decidimos ir al bar, antesala del restaurante, para descansar mientras esperábamos la habitación.



Por cortesía nos ofrecen bebidas, una cerveza artesanal local -elaborada en Monteverde- y un jugo de tamarindo (creo que de eso era). 





El arreglo de la habitación se demora más tiempo de lo previsto pero no nos queda de otra que esperar, yo no me encuentro con fuerzas para salir a dar ni un pequeño paseo, así que nos sirven dos copas de champán, cortesía desde recepción por este alargamiento de tiempo en espera (no es que el alcohol vaya a ser lo mejor para mí, pero ya que esta allí, al menos le daremos unos sorbos). 


Desde el bar se accede a la zona de desayunos, un agradable patio. 


Mesas amplias, sillas cómodas, servicio muy agradable…todo genial. 


El desayuno del día siguiente, cuyo horario tuvimos que confirmar a nuestra llegada al país, supongo que al tener completo el hotel sería un caos si todos los clientes bajamos a la misma hora. Para él, más sano; para ella, recuperada o no, menos saludable. 



Vamos a recorrer un poco el laberíntico hotel, ya que al ser resultado de la unión de varios edificios, los espacios se unen por medio de escaleras y pequeños patios, siempre con muchas plantas, e incluso con fuentes. 



Para llegar a nuestra habitación pasamos por una terraza exterior en la que hay dos jacuzzis, en los que nunca vimos a nadie, pero la verdad es que por la noche podían haber estado colapsados, porque el lugar era muy tranquilo. 


Unas escaleras tapadas con plástico conducen a nuestra habitación, en el último piso del hotel, por lo que el día de llegada, con mi vértigo fue un poco calvario llegar a ella. El plástico descubriremos esa tarde-noche que es para protegernos de la lluvia. 

Para el último día de estancia en Costa Rica hemos elegido la mejor habitación del hotel, la más amplia y con mejores vistas, la Suite Grano de Oro, que está forrada en madera y su decoración es muy clásica. A lo mejor fue una premonición el elegirla porque dado mi estado físico esta tarde la pasamos en ella, yo en la cama dormitando y recuperándome del vértigo, y mi marido vigilando mi reposo. Además d
isponemos de una cafetera de cápsulas para tomarnos un café o una infusión a nuestro gusto.



En una esquina de la habitación hay un jacuzzi, con lo que no tenemos que salir a los exteriores si deseamos un baño de burbujas. 



El baño también está forrado en madera, y la ducha es amplia (en todos los hoteles del país me han llamado la atención siempre su gran tamaño) aunque su tamaño en general no es excesivamente grande; a la entrada hay una zona para maquillaje con una repisa. 


Tenemos vistas de la ciudad, no son grandes vistas porque tampoco es una gran ciudad y no estamos precisamente en el casco más antiguo como para al menos ver algunas torres de las iglesias. 


Desde la terraza de los jacuzzis se puede ver la amplia cristalera de la habitación. 


Dado mi cuerpo de jota decidimos pedir la comida en la habitación, así me evitaba el arreglarme, y sobre todo, bajar y subir por las escaleras. Unos nachos de aperitivo. 


Unas sabrosas fajitas de pollo, ¡riquísimas! 



Y un sándwich (más bien bocadillo para nosotros por el tipo de pan) de lomito de res, acompañado de pico de gallo, ¡buenísimo! 


Tras pasar la tarde descansando, por la noche sí bajamos a cenar, ya que el día de nuestra llegada llamamos para hacer una reserva en el restaurante.