4 de noviembre de 2016

Uzbekistán - Tashkent - TV Tower - Central Asian Plov Centre



Comida y cena de despedida


Con el estómago rugiente tras nuestra visita por el National Food, rugido provocado por el olor y el vapor de sus calderos hirvientes, nos vamos al lugar donde realizaremos nuestra última comida en Tashkent, lugar que ya le había pedido ir a Oyott, situado junto a la TV Tower, la torre de comunicaciones de la ciudad, de 375 m de altura, con un diseño muy soviético y muy de cohete espacial. Se puede subir a su mirador, situado a 100 m de altura, y diez metros más arriba hay un restaurante giratorio; no hicimos nada de ello, aunque nos hubiera gustado, pero tampoco era una prioridad porque hubiéramos podido pedirle a Oyott una parada rápida para al menos subir al mirador, nos conformamos con ver la torre desde el coche y a pie de restaurante, aunque es una visión recortada. 



Junto a la torre se encuentra el Central Asian Plov Centre, y con este nombre ya podéis imaginar qué es lo que se come aquí, el típico plov, comida con la que deberíamos cerrar (a falta de la cena) nuestro periplo gastronómico por el país (cuya primera degustación favorable la realizamos en Rishtan, y la segunda en una tienda textil en Bukhara, que nos resultó más sabroso que el primero). Primero hay que elegir el cocinero. 



Para ayudar en este elección se miran (algunos miran con excesivo detalle) los grandes calderos en los que se cocina el plov





Al ir con Oyott no vimos muy bien el proceso de elaboración y de elección, pero el plato de plov no va contigo, se entra en un gran salón de dos niveles lleno de mesas y comensales, y eso que la hora ya es tardía y alguno de los calderos de plov ya estaban vacíos. El salón tenía aspecto de salón de boda anticuado y pasado de moda, pero esta es la sensación en muchos restaurantes de Asia en general. 




Se eligen los platos de acompañamiento, si se quiere por supuesto, el pan, la bebida y hasta el postre. 






Lo normal podría ser un plato de plov para dos personas, que con eso si coméis de forma normal tendréis más que suficiente, porque nosotros no fuimos capaces de terminarlo, al contrario que nuestro guía y nuestro chófer, que no dejaron ni un solo grano de arroz en su plato. 



Con la comida, las visitas se han terminado, nos acercan al hotel, tenemos un vuelo nocturno, con lo que hemos pagado por permanecer en la habitación, no queríamos quedarnos en tierra de nadie ni vagar durante horas por la ciudad o entre restaurantes, cafeterías o parques, además algo de descanse y una ducha sería lo mejor antes de emprender el peregrinaje aéreo. 


Nuestra intención inicial era pasar parte de la tarde disfrutando de la piscina del hotel, pero con la rotura de la maleta los planes han cambiado, tenemos que volver a desempacar todo y empacar todo, y sobre todo ¡que entre!, que ya habíamos sufrido para colocarlo todo bien. Por lo que nos quedamos sin piscina y descansamos, con corta siesta incluida, antes de volver a encontrarnos con Oyott para la última cena en Uzbekistán. 


Cuando salimos al encuentro con nuestro guía y nuestro chófer, nos acercamos a la cercana plaza de la Ópera y el Ballet, ya que se está celebrando un evento musical, en el que una cantante está ejerciendo su labor, y los tiene a los dos obnubilados (no por su cantar, pero es que era muy guapa). 



Tras el ratito de despiste nos llevan al restaurante Sher Dor, con el nombre de la madraza Sher Dor de Samarcanda, que tiene una decoración árabe, con mucho color rojo, y sobre todo con los techos de madera decorados que hemos visto en los iwán de las mezquitas. A pesar del tipismo decorativo, resulta un lugar agradable, y parece de nivel alto.



El local está estructurado en varias salas, para grupos es lo mejor, y creo que hasta realizan espectáculos de danza para distraer a los comensales. 




Unos aperitivos para empezar, con esas bolitas, que ahora son cuadrados, de queso tan salado, que no me gustan nada, unos hojaldres a modo de nachos, hojaldres fritos sin relleno y pan. 


La omnipresente ensalada de verduras, con mucha berenjena, ¡tenía que despedirse de nosotros!... con lo que me gustaba a mí este vegetal, y casi he tenido pavor a su aparición en la mesa. 



El pan, que Oyott siempre se ha encargado de trocear y casi de repartir; a este alimento sí que le echo de menos, en contadas ocasiones nos ha defraudado. 



Una empanadilla de fino hojaldre rellena de requesón, que hasta fui capaz de comer a pesar de este elemento rellenador. El hojaldre parece que lo dominan en este restaurante. 



El plato principal es una sorpresa, una gratificante sorpresa, una pechuga de pollo a la plancha sobre una cama de verduras. Agradecimos, nosotros y nuestros estómagos, este planto casi diétetico y depurativo, eso sí, acompañado de más verduras. 



Al finalizar la cena, Oyott nos entrega un regalo de la agencia uzbeka que se ha encargado de nuestro tour: una bolsa de tela tipo neceser con postales, un certificado por haber realizado la Ruta de La Seda -en el que Oyott escribe nuestros nombres-, y un imán. Un detalle simpático que agradecimos enormemente.

Y de nuevo vuelta al hotel, donde esperamos la hora de recogida para ir al aeropuerto, nos preparamos para el viaje, y terminamos de empacar lo poco que queda. Llegada la hora bajamos a hacer el check-out.