Luces al atardecer
Desde Torre de Arcas continuamos por la N-232 para tomar
la A-1414 dirección Valderrobres y hacer la última parada del día en Monroyo.
Se tienen escasas noticias de los primitivos
pobladores de Monroyo, aunque en 1918 se encontraron hojas de sílex de tipo
eneolítico junto con fragmentos cerámicos en Els Germanells.
En la Edad Media, el castillo y el territorio fueron
ocupados por el rey Alfonso I el Batallador hacia 1132 pero no se conquistaron
definitivamente a los árabes hasta 1169. En 1185 el rey Alfonso II el Casto o
el Trobador concedió el castillo al Arzobispo de Tarragona, para posteriormente
recuperarlo y entregarlo a la Orden de Calatrava por Pedro II el Católico, con
el encargo de reconstruir y poblar la fortaleza y las tierras vecinas, tomando
posesión en 1209.
El caserío del pueblo fue creciendo al abrigo del
castillo, concediéndose la carta de población en 1231 y en 1241 se constituyó
le encomienda de Monroy.
Durante la guerra
contra Juan II, el príncipe Carlos de Viana estuvo preso en el castillo,
saliendo el 14 de febrero de 1461 para ser conducido al de Morella.
A últimos de
diciembre de 1705 la población fue asaltada por las tropas borbónicas que
saquearon e incendiaron la villa por no haberse puesto a favor de Felipe V. El
castillo fue derruido y quemaron la Casa de la Vila. En febrero de 1706 la
villa fue reconquistada por el ejército del rey Carlos III y en 1774, Carlos IV
aprobó los estatutos y ordenaciones de la villa, en sustitución de las
anteriores y antiguas normas que aún perduraban.
Durante la Guerra de
la Independencia, en el mes de marzo de 1809, los franceses se apoderaron de la
villa y el 19 de mayo de 1810 la tomaron las tropas españolas.
A principios de 1836,
durante las guerras carlistas, el general Cristino Palarea atacó Monroyo y en
1839 las tropas del general carlista Llagostera incendiaron de nuevo la
población. Los incendios padecidos por la población motivaron que entre los
habitantes de las localidades vecinas conozcan a los habitantes de Monroyo por
el apelativo de “sucarrats” (socarrados).
Durante la Guerra
Civil el ejército republicano estableció un frente en las sierras de la zona
tratando de evitar el avance hacia la zona levantina de las tropas nacionales
que, finalmente, entraron en Monroyo en abril de 1938. El frente de la guerra
castigó duramente las poblaciones, los habitantes de las localidades se vieron
obligados a huir a los montes en busca de refugio y los soldados republicanos
huyeron a la desbandada hacia Cataluña. Hoy quedan muchos restos de los
parapetos y las trincheras. El fenómeno del maquis afectó a la comunidad, y en
1947 el Gobernador Civil de Teruel obligaba a los masoveros a desalojar las
masías y vivir en el pueblo, y muchos de ellos ya no regresaron.
Accedemos a Monroyo
por el Portal de Santo Domingo, donde destaca a contraluz las vidrieras de colores de la capilla que hay sobre él. Al principio era una de las entradas a la villa por
la muralla y posteriormente se añadió la capilla. Es el único portal que
se conserva de los cuatro con los que contaba, siendo su origen medieval aunque
la construcción que se ve corresponde al siglo XVIII. En 1993 se realizó una
restauración pero sigue pendiente la de la capilla.
La calle tras el
portal comienza la ascensión por Monroyo y por ella se ve sobre el promontorio
rocoso de La Muela la torre de El Reloj,
construcción sobre la que existe la hipótesis que pudo haber sido una de las torres de la muralla del castillo,
aunque otras tesis apuntan a una construcción moderna, como así nos parece
desde abajo a nosotros, que otra cosa es que se utilizara la base de la antigua
torre para erigirse. No subimos al promontorio porque se nos hizo de noche visitando el pueblo y sin vistas no hubiera merecido la pena el paseo.
En la época musulmana
el castillo era de gran importancia estratégica por su situación, tanto por las
defensas naturales como por los grandes muros. Cuenta la tradición que en este
alcázar descansó el Cid en varias ocasiones, como también lo hicieron los reyes
Sancho Ramírez y Jaime I, siendo este último el que ordenó reforzar sus
defensas. El rey Alfonso II se hospedó en el castillo el 14 de mayo de 1286,
con un séquito de cerca de 500 hombres, este dato da una idea de sus dimensiones, aunque en aquella época los únicos que dormían bien eran los reyes y señores, que el séquito me lo imagino más por el patio y las caballerías.
Más por elección de
calle que por saber dónde íbamos llegamos hasta el edificio del Ayuntamiento, en
la Plaza del Ayuntamiento o Plaça de Dalt, que no es tal plaza sino una calle
realmente. La Casa Consistorial se realizó en estilo renacentista y se terminó en
1588, aunque seis años después se realizó una ampliación y se añadió un nuevo
edificio. La construcción se hizo sobre los restos de edificaciones góticas
anteriores, a las que corresponden los arcos apuntados.
En 1705, durante la
Guerra de Sucesión, las tropas de Felipe V incendiaron el edificio, siendo
restaurado en 1781. En 1981, la corporación municipal encargó una importante
reforma para permitir su funcionabilidad como administración local y habilitar
espacios culturales.
Sobre la fachada luce
el escudo de Monroyo.
En la planta baja se
encuentra la Lonja, elemento característico de las casas consistoriales de la
comarca, como ya hemos ido viendo en otras villas, y que ofrecen ángulos realmente interesantes…aunque en invierno
reunirse aquí para debatir algún asunto tenía que ser helador. La Lonja consta de dos
vanos.
La Casa Consistorial
también acoge la cárcel, que fue utilizada desde el siglo XVI hasta mediados
del XX.
Frente al
Ayuntamiento sale la calle Empedrada, que ya el nombre gusta. Es una escalinata
empedrada con pizarra y cantos rodados.
Bajando por la calle
Empedrada se llega a la amplia Plaza de Josa, una plaza relativamente moderna
que ocupa el solar donde se encontraba una de las casas de la familia de los
Josa, de la que recibe su nombre por haber hecho la donación. Era una de las
casas más grandes del pueblo, y a juzgar por el espacio de la plaza así parece
que era, siendo derruida a finales del siglo XIX y principios del XX.
Esta plaza actualmente es el
centro de las actividades sociales.
En un extremo de la plaza
se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, que presenta un atrio
de entrada, y en cuyo interior hay una pequeña cruz de término, más bien sobre una "repisa" en alto.
La iglesia es una de
las pocas originales del siglo XIII que no se sitúa en el núcleo elevado de la
villa. Esto es así porque ya existía otra iglesia ubicada en la parte alta, en
el cerro de la Mola, hoy desaparecida. En 1287 el comendador de la Orden de
Calatrava autorizó la construcción de una nueva iglesia que se edificó justo al
límite del recinto amurallado.
El edificio actual es
una reforma del siglo XVI, conservando los arcos de la construcción gótica, con
lo que la portada y la mayor parte de la estructura son de estilo renacentista.
La portada presenta un frontón curvo partido y una hornacina con la escultura
de la Virgen María.
La torre campanario,
de tres cuerpos y planta cuadrada, quedó inacabada por la muerte de su
constructor y ha sido restaurada en los últimos años. El contrafuerte sobre el
que se apoya formaba parte de un antiguo portal de la muralla, el portal de la
Iglesia.
A juzgar por la foto
de la puerta de acceso a la torre el campanero no debía ser muy alto o tenía
dotes de contorsionista, porque esta altura de puerta para las cárceles está
bien, agachando la cabeza, pero para un empleo semi-religioso…
En la calle que cruza
la Plaza, hacia la izquierda de la iglesia se ven antiguas y remozadas casas, pero no llegamos a pasear por ella.
Hacia la derecha de
la iglesia se encuentra la Casa de Raimundo o Casa de les Xiques, del siglo
XVI, que, según la tradición oral, podría haber sido la residencia del
Comendador de la villa, perteneciente a la Orden de Calatrava. Fue construido
con las piedras del castillo que quedaron después de su incendio.
Aparte del arco de la
puerta destaca en su exterior una gárgola, que no es una gárgola eclesiástica tal y como siempre nuestra mente nos lleva a ellas, con formas de animales o monstruos o en algunos casos simpáticas, esta es muy sencilla.
En una “esquina” de
la Plaza de Josa se conserva un antiguo pozo, aunque ya sin utilidad.
Volvemos a subir por
la bonita calle Empedrada.
A media altura a la
izquierda surge la calle Gigantes, con el muro que protegía a los viandantes
del desnivel con la plaza de Josa, la Barbacana, cuyo origen se encuentra en el
nacimiento de la misma plaza. Por su situación, la Barbacana se ha convertido
en un mirador privilegiado durante los conciertos veraniegos que se celebran en
la plaza.
Terminamos de subir por la calle Empedrada para salir al Ayuntamiento y por la misma calle
por la que entramos salimos hacia el Portal de Santo Domingo, dejándonos algunos lugares interesantes en la localidad, pero la noche y el frío no eran buenas compañeras.
Otro bonito pueblo en el que hemos disfrutado y sorprendido con su arquitectura.