10 de enero de 2017

España - Madrid - Restaurante Ánima



Raíces gallegas

Con las ganas de probar un restaurante de reciente apertura nos animamos a intentar hacer una reserva de último momento, y como parece que últimamente la suerte nos acompaña en estos menesteres, con unos 45 minutos de adelanto la hicimos, así que raudos nos preparamos para acudir a la cita. El local elegido, Ánima,  del grupo Amicalia, que cuenta con el restaurante Alborada, premiado con una estrella Michelin, situado en A Coruña, y con Alabaster, en Madrid. 



El restaurante ocupa a primera vista un local no muy grande, en el que al final de la comida descubrimos que tenía salones privados, que para celebraciones –o las típicas reuniones de empresa- son muy útiles. Las mesas no están amontonadas, hay espacio para entrar, salir, y no molestar a los comensales, todo un detalle en los tiempos apretados para maximizar el espacio. 




Nos gusta el servicio de mesa, destacando el bajo plato de un color entre gris-negro-verde. 



El platito del pan es un plato más bien grande, de madera, y pronto se llena con un buen pan a elección, nosotros nos decidimos por un pan tipo gallego por supuesto. 



























Para beber, un champagne, Billecart-Salmon, Brut Rosé, muy rico, sin muchas burbujas, y ya me gustaría a mí tener los conocimientos más apropiados para explicar sus tonos y demás. No hace falta brindar para degustarlo y disfrutarlo, también puede acompañar a una buena comida. Quizás deberíamos haber optado por un buen vino gallego para hacer patria.



La carta de Ánima es obra de Iván Domínguez, director gastronómico del grupo Amicalia, y el jefe de cocina es Óscar Muñoz, que era el segundo jefe de cocina en el restaurante Alabaster (¡viva la promoción!). 


De aperitivo nos sirven unos palitos de pan de maíz y un paté de calamares en su tinta, y mira que a mí la tinta del calamar no me apasiona, pero no dejaba de untar los palitos de pan en él. 




No hay menú degustación, por lo menos por ahora, así que en lugar de pedir varios entrantes para compartir, pedimos un menú clásico, entrada y plato principal para cada uno de nosotros, que ya haremos las catas oportunas con el mayor estilo posible.


Cocochas de merluza de Celeiro a la romana y pil pil de limón. Yo no como cocochas, así que ni las probé, pero este plato generoso fue comido con gran alegría y dedicación por el comensal, y es un buen plato para compartir. 




Huevo de gallina celta con boletus. No puedo escribir lo que disfruté con este plato, los boletus y la tierra de abajo estaban para chuparse los dedos, y el romper el huevo para hacer un revuelto con todo… daba pena que se terminara. Parece ser que están intentando recuperar la raza de gallina celta, y esto siempre es una buena noticia. 



De plato principal, para él, que está muy decidido, pularda rellena con guiso de repollo de Betanzos. Era un disfrute el suyo comiendo y para mí verlo, una exquisitez según sus palabras. 



Más conservadora, yo pido cazuela de raya guisada, donde la novedad está en la raya, un pescado que no es fácil encontrar en las pescaderías y que a pesar de su dificultad para comer, me gusta mucho. Son platos generosos en cantidad, y por supuesto en calidad.




No nos quedamos sin postre, flan y tarta de chocolate con helado de hierbas (debería recordar las hierbas, pero decir hierbabuena podría ser no ajustarme a la realidad). La tarta muy contundente, buena pero contundente; y el flan casero, mucho más adecuado para no hacer una digestión pesada.  





Terminamos la comida con un buen café acompañado de unos “big” fours, porque de "petit" no tenían mucho.





Una buena comida, de base clásica gallega y casera, con productos oriundos, por lo que hemos conocido a la gallina celta.