20 de febrero de 2019

Myanmar - Vuelo Yangón a Madrid

De vuelta a casa

A las 23 h pasan a recogernos al hotel llevarnos al aeropuerto, hemos liberado a Myo de este trámite, lleva tanto tiempo lejos de su familia, que lo mejor que puede hacer es disfrutar de ellos, antes de tener que empezar nuevamente otro tour, no deja de ser un modo más de darle las gracias por su compañía, su colaboración y todo el tiempo que nos ha dedicado; y nosotros, con tener un coche que nos traslade tenemos suficiente.

Llegamos al Aeropuerto Internacional de Yangón, donde nos está esperando un corresponsal de la agencia para ayudarnos si es necesario en los trámites de facturación y embarque (en ningún momento nos han dejado desprotegidos). Tenemos dos horas por delante hasta la salida del avión, hora y media hasta el embarque, por lo que podemos explorar el flamante nuevo aeropuerto. En teoría, existía una tasa de salida, de 20$, pero en nuestro caso ya estaba incluida en el billete de avión.

Nos pasamos por la zona de comida de la sala VIP, que aunque no sea un gran surtido, tiene lo suficiente para paliar el apetito, pero ahora mismo no apetece nada, ya hemos merendado y cenado en el hotel. 



Hay mucho espacio para sentarse, pero a estas horas está muy vacío, somos pocas almas las que de momento pululamos por aquí. Aparte de reluciente, la decoración en algunas zonas es ostentosa, al gusto oriental, con mucho dorado. 




También hay una sala con ordenadores, pero no probamos a ver si funcionaban. 


Deambulamos por la zona de tiendas. 




A las 2.10 h está programada la salida, y a las 1.30 h ya estamos embarcados en el Boeing 777-300 de Emirates. 



Nos entregan nuestros neceseres –el femenino es ahora más similar a una cartera que a un neceser- y optamos por dos copas de champán para brindar por el viaje que hemos disfrutado. 



Hacemos un vuelo tranquilo, cada uno en su butaca viendo películas, leyendo, jugando o dormitando, hasta que llega la hora del desayuno; pero ninguno opta por un plato contundente: tenemos para elegir entre noodles de arroz frito con solomillo, verduras y salsa de soja (que tenían que estar ricos); tortilla de queso brie con albahaca, tomate asado y judías con pollo; o pancakes de coco con azúcar de palma y compota de mango. Nos basta con el bollo con mantequilla y la fruta, y uno de nosotros además un yogur de frutas. 



Nos entregan unas cartulinas para usar el Fast Track en el Aeropuerto de Dubái, pero creo recordar que no hizo falta enseñarlo. Aterrizamos creo que antes de la hora prevista, tras casi seis horas de vuelo, y en el aeropuerto de Dubái ya hay un importante tráfico de personas deambulando. 


Buscamos la puerta de embarque, y junto a ella el lounge de business class (un gran espacio continuo en el piso superior al que se accede desde varias puertas), al que decidimos abonarnos después de pasear un poco por las tiendas, pero poco, que no teníamos ganas de comprar. Seguimos rompiendo la racha de comer en el aeropuerto, y más que nada nos hidratamos con café, té o agua. 


Al contrario que en el viaje de Dubái a Yangón, en una sala de espera anticuada e incómoda, esta espera la hacemos en el lounge, ya que tienen habilitadas puertas de embarque en él (esto sí es eficacia). Lo peor, las horas de espera por delante, que es lo que suelen tener los vuelos de conexión con las líneas de Oriente Medio, o escalas muy cortas o escalas excesivamente largas y cansinas.


El vuelo de Dubái a Madrid lo haremos en un Airbus A380, el gigante de los cielos, que según noticias recientes han dejado de fabricar, y eso que se anunció a bombo y platillo en su momento. 


Una diferencia respecto al Boeing 377 es que ahora disponemos de un pequeño mueble bar a nuestra disposición junto al asiento (creo que este espacio en los aviones es uno de los más me gustan, porque lo puedes meter casi todo en él, lo tienes a mano siempre, pero desgraciadamente en muy pocos aviones lo encuentras). Lo único malo es que no funciona el compartimento para guardar cosas junto a la ventana, y tengo que intentar no tocarlo durante el trayecto; no importa, el bolso a los pies, que hay suficiente sitio. 


A las 7.40 más o menos despegamos del aeropuerto de Dubái. 


Tenemos casi ocho horas de vuelo hasta llegar a Madrid. 


Toca desayunar de nuevo, de nuevo de forma frugal que esto de desayunar dos veces no tiene sentido, con panes, bollería, yogur y frutas. 


A la hora de comer primero nos ofrecen un aperitivo de frutos secos. 



De aperitivo hay que elegir entre sopa de tomate asado con tomillo, chalotas y vinagre balsámico (muy rica y sabrosa) o mezze árabes tradicionales (humus, alcachofas con setas, hojas de parra rellenas y ensalada shanklish); la tercera opción era un rollo de salmón con lomo de atún sellado, fletán ahumado y espárragos. Ambos platos acompañados de ensalada verde con espinacas. 



De plato principal a elegir entre pierna de cordero (afortunadamente deshuesada) estofada con romero, puré de patatas, zanahorias y habas, o pollo asado con brócoli, patatas y coulis de pimiento rojo. La tercera opción era un machbous de gambas, con arroz aromático y piñones asados. 



Antes de aterrizar nos dan una cajita de bombones Neuhaus. 


Por último mencionar que en este A-380 hay un espacio para un bar, donde siempre hay preparados aperitivos, donde se pueden pedir bebidas; además alrededor hay unos sofás en semicírculo en los que estar disfrutando de ambos. 


Aterrizamos en el aeropuerto Madrid Barajas Adolfo Suárez y terminamos este maravilloso viaje, de descubrimiento de un país que nos ha emocionado, y sobre todo nos ha ido sorprendiendo poco a poco, en cada una de nuestras paradas. Recogemos nuestro equipaje y buscamos nuestro transporte de Emirates para que nos lleve a casa.