22 de abril de 2016

Uzbekistán - Khiva - Palacio Tash Hauli


La vida en azul de los kanes

Tras la visita a la bonita, coqueta e impresionante mezquita Juma, caminamos hacia el norte, pasando junto a la madraza Mohammed Amin Inak, construida en 1765, que creo que estaban rehabilitando. 



La calle que discurre entre la madraza Kutluq Murad Inaq y el palacio Tash Hauli ofrece uno de esos rincones tan sencillos y al tiempo tan evocadores: los muros, la calzada, la soledad, todo es propicio para desatar la imaginación. Al fondo asoma un minarete de la madraza Allah Kuli Khan


Giramos a la izquierda, donde se encuentra una de las entradas al palacio Tash Hauli (Tosh Hovli), que significa “casa de piedra”, construido entre 1832 y 1841 por orden del kan Allah Kuli, kan que recibió el nombre de “kan constructor”, que quería una alternativa más espléndida que la sencilla fortaleza Kunha Ark. Allah Kuli también ordenó ejecutar al arquitecto, ya que no terminó la obra en el plazo de dos años. 


El palacio constaba de nueve patios y 150 habitaciones, incluyendo un harén y una zona de recepción. Aquí vivía el kan con sus mujeres y concubinas, los herederos lo hacían hasta los 12 años, edad en la que eran enviados a madrazas para ser educados.

Se entra a un patio en ladrillo, con varias puertas a su alrededor; cruzando una de estas puertas se encuentra el carruaje del kan, un regalo del zar, cuyo detalle más significativo es que tenía amortiguadores, de agradecer en esas calles empedradas.


Salimos a otro patio, y es que como cualquier otro palacio uzbeco este es un laberinto de pasillos y patios. Las puertas entre pasillos y las de acceso a patios no son especialmente altas, más bien son pequeñas, y lo dice alguien que mide lo que mide, metro y medio (y bajando, que la edad encoge). Entramos en un nuevo pasillo, donde surgen dos habitaciones, una de ellas era la utilizada por el administrador del palacio, que era el encargado de conceder los permisos de entrada al palacio. 



Finalmente salimos a otro patio, lugar donde se celebraban las recepciones, y donde hay una base de ladrillos para colocar la yurta real. 



La construcción principal del patio es el iwán exterior, una impresionante terraza lujosamente decorada, que no está restaurada completamente, como no lo está el patio, y ni falta que le hace para brillar como lo hace. 


Sus azulejos, su columna de madera labrada, sus techos labrados y coloridos, todo destila lujo y elegancia. 




Las paredes del patio están parcialmente forradas en azulejos, faltan algunos trozos bastante grandes, pero no pierde ni un ápice de su belleza. En el piso superior hay balcones con barandillas de madera labradas y sus techos de madera son policromados. En Khiva definitivamente el tiempo no parece correr, porque en este patio no dejas de mirar hacia todos los lados, intentando captar detalles, o sencillamente dejándote embriagar por la atmósfera de cuento.






Volvemos a entrar al lío de pasillos, en los que aprovechan para exhibir piezas de todo tipo: ruedas de molino, columnas... Creo que este es el llamado pasillo del kan, del que se cuenta que salía a la ciudad camuflado para hablar con sus ciudadanos y conocer sus necesidades e impresiones (no sé, no sé, más bien sería como Alfonso XII que se escapaba para sus correrías del Palacio de Oriente). 



Al ir con Oyott nos confiamos a su conocimiento del palacio, ya que ante la falta de plano o de flechas que indiquen el camino, la única manera de visitarlo sería entrar por una puerta y llegar hasta el final, tras lo cual habría que volver hacia atrás si alguna puerta de las abiertas hubiera quedado pendiente por explorar (casi como un juego). También desconozco si Oyott se saltó alguna sala visitable en lo que él considerara no necesario pasar por ella, ya que yo iba despreocupada, disfrutando y no contando puertas. 


Salimos a otro patio, igualmente decorado en azulejos blancos y azules, en el que hay dos bases de yurtas. Aquí se encontraban las habitaciones reales, y su distribución es similar a la del patio anterior,  con balcones en la segunda planta.


También hay un iwán ricamente decorado en azulejos y madera labrada. 




Por un pasillo salimos de nuevo al patio por el que entramos, que así dicho al final no parece tan laberíntico, pero el recuerdo es el recuerdo. 


Salimos del palacio. 



Pasamos junto a la espléndida puerta del caravanserai Allah Kuli Khan, caravasar construido entre 1832 y 1833 ante el aumento del tráfico comercial de Khiva con Bukhara, Persia y Rusia. Sus puertas están cerradas, con lo que parece que no es visitable porque la hora si es acorde. Oyott nos comenta que ya tendremos tiempo en otra ciudad de ver uno, y es que estar en la Ruta de la Seda y no ver una de estas construcciones no parece lógico. Los caravasares hacían la función de posada, almacén y mercado, teniendo lugares para el descanso de los animales de carga. Al lado se construyó un tim, un edificio cubierto con cúpulas para el comercio, que tenía dos puertas. 


Llegamos hasta otra puerta que da de nuevo acceso al palacio Tash Hauli. 


Esta puerta da entrada al harén, el único al que tendremos acceso en Uzbekistán, y será el segundo que conozcamos en el mundo, el primero fue el del Palacio Topkapi en Estambul. 



Según se entra, a nuestra izquierda hay cinco iwanes de cinco dormitorios: el primero, más alto, el del rey, los siguientes de sus mujeres; en el segundo nació el heredero, y la base de la columna tiene labrado unos mihrabs. El rey entraba por la puerta trasera de los dormitorios, cuando hacia su elección de la esposa “afortunada”. 


El bonito iwán del kan. 



Desde el iwán se accede al dormitorio del kan, que en fotografía sale todo más verdoso de lo que es en realidad. 


Detalles de los iwanes de las esposas del kan, todos diferentes, de izquierda a derecha a continuación del iwán del kan.






El lado derecho del patio está ocupado por los dormitorios de las concubinas, de los funcionarios y de los familiares del kan, con balcones en la parte superior. 



Al fondo del patio, haciendo esquina con el último iwán de las esposas, los aposentos de la madre del kan, que era la que mandaba en el harén (la que dirigía el cotarro). 


En estos aposentos se ha instalado un museo de artesanía, donde se exhiben nuevamente cerámica, orfebrería, textiles… y por supuesto no faltan las columnas labradas (¡que de cientos en el país!), instrumentos de trabajo, además de una interesante colección de fotografías. 



Una maravillosa visita es entrar en este bonito palacio.