18 de abril de 2011

Japón - Kioto - Pontocho - Gion

En los barrios de las geishas


Terminadas las visitas concertadas y no concertadas en Kanazawa la comida de hoy nos toca  en el hotel donde hemos estado alojados, que es más de estilo chino-oriental que puramente japonés. Al terminar de comer vamos a la estación, donde estaba la curiosa tetera, hay que tomar el tren hacia Kioto.

El hotel en Kioto está situado frente a la estación, con lo que volvemos a montar la caravana de maletas, y el tour del caracol, de un lugar a otro, la procesión de la Santa Maleta.  

La primera decepción que encontramos es el hotel,  New Miyako Hotel, que no tiene nada que ver con los que hemos ido teniendo en Tokio, Takayama y Kanazawa. De repente las habitaciones han mutado a motel de carretera, pequeñas en tamaño, pequeñas las camas, pequeños los cuartos de baño (parecían más de camarote de barco) y sus admíniculos. Por ejemplo, yo en la bañera me duchaba más o menos bien, básicamente porque soy pequeña, pero alguien con diez centímetros más de altura tendría que coger la  mini alcachofa para poder hacerlo, además los golpes que se arrearía serían finos. Esta historia del hotel tiene una segunda parte, a la que ya llegaremos.

Hasta aquí nos ha acompañado Sumitsu, a partir de ahora lo hará Nara San, a la que conoceremos mañana. 

Hay que aprovechar el tiempo, con lo que lo más rápido que podemos salimos al lobby, pedimos un mapa e información, y nos acompaña un amable trabajador japonés a tomar un taxi, con la advertencia que le dirá al taxista que vamos hacia Pontocho y no hacia Gion, porque dice que si pedimos lo segundo nos puede cobrar más caro, ya que la zona es de más alto nivel. Se lo agradecemos, pero después de pasar dos días más en Kyoto dudo mucho de este movimiento de precios dependiendo del destino.

El taxista nos deja en el puente de Shinjo-dori, y entramos en la calle Pontocho, uno de los dos grandes centros de diversión nocturna tradicional, tipo geishas principalmente. 

 
Es una calle estrecha, iluminada con faroles, con las ochayas disimuladas, (que podían ser casas de té o restaurantes o....) con mucha gente de ida y vuelta.


Los restaurantes exhiben sus platos de muestra, y la carne parece carne de verdad. 

 
En otros casos parecen juguetes para las casitas de muñecas. 


Muchos restaurantes tienen terrazas hacia el río, aunque no siempre es fácil entrar en ellos, ya no sólo por la afluencia de público, sino porque en algunos de ellos no es posible entrar si no se lleva recomendación, y por supuesto los precios también pueden ser prohibitivos. 


Con todas esas razones y que la noche comenzaba a ser lluviosa, deshechamos la idea de buscar un restaurante con terraza. Cruzamos el puente y nos vamos a la caza de la geisha en Gion, el otro barrio de geishas de Kioto, aunque en teoría es un poco tarde y todas deberían estar en sus labores. El puente es el que hace de separación entre los dos barrios de diversión y geishas.


La calle principal es mucho más amplia que la de Pontocho, pero también está iluminada con sus farolillos rojos y poco más. Gracias a la película de Memorias de una geisha este barrio fue mundialmente conocido, aunque yo no recuerdo ninguna escena en la que claramente se distinguiera la calle, y si fue alguna de las pequeñas laterales mucho más difícil; creo que tendré que volver a ver, y disfrutar, esta película.
 
La historia de Gion comenzó en el medievo, con puestos destinados a cubrir las necesidades de peregrinos y visitantes, que pronto se convirtieron en casas de té en las que satisfacer una serie de apetitos variopintos. A finales del siglo XVI, el kabuki (teatro japonés) se trasladó desde la orilla del Kamo (donde se originó) a varios teatros situados al este del río, fomentando la reputación de Gion como paraíso del hombre del mundo.

En esta calle hay menos movimiento de gente, aunque hay turistas como nosotros, y se ven muchos taxis y coches importantes, algunos con los cristales tintados,  cuentan que algún escándalo político ha salido de esta calle.


Vemos a una señora mayor con su kimono y sus getas corriendo por la calle, parece que alguien ha pedido un paquete de tabaco y ha tenido que salir a buscarlo,  es una señora muy elegante,  no lleva pintada la cara y es mayor, a lo mejor fue una geisha y ahora sólo se encarga de una ochaya o de un restaurante fino o de educar a geishas (esto es sólo imaginación mía). Es divertido verla caminar (otro capítulo merece como andan las japonesas en general) porque parece que se va a caer de un momento a otro, con esos pasitos tan apretados y tan acelerados, motivados por el cierre del kimono que no deja mucha maniobra.

Y en un suspiro de repente aparece una geisha, pero yo casi no la veo, solo vi su quimono de refilón entrando en una de las ochayas.

Miramos los sitios para cenar, y de uno de ellos sale una pareja de españoles que dicen que han cenado muy bien y que no es caro. A nuestra amiga de paseo le apetece probar el shabu-shabu, y a nosotros repetir, entramos. El entendimiento es casi imposible, allí el inglés casi ni para decir hola, pero a trancas y barrancas nos entendemos, por lo menos la carta está en inglés y señalando con nuestros dedos todo es más sencillo.

El camarero japonés nos ayuda en la preparación, porque el shabu shabu se trata de yo me lo guiso, yo me lo como. Encienden el fuego, ponen el puchero con agua, una bandeja con verduras, que el japonés va echando para ir haciendo el caldo donde luego se pasará la carne, y nos advierte que dos trozos grandes blancos, que intuimos tofu, se deben dejar para el final. Mientras vamos apurando unos aperitivos de encurtidos que ya pagaremos, porque tal y como decía la carta, más o menos: "hasta que no se sirva la comida se servirán aperitivos, que se cobrarán en la factura, esto es el japan style".

Llega la carne cortada en láminas finas, a elegir entre ternera de Australia o de Japón, por supuesto elegimos la autóctona, que nos la comimos rápidamente porque estaba riquísima, así que pedimos otro plato para no quedarnos con hambre.

 
Al local, que es realmente pequeño,había cinco mesas, apurando salía una sexta mesa, llega un grupo de ocho personas, ¡¡¡españoles!!!, con lo que conquistamos el restaurante totalmente. La cena para nuestros paladares y estomágos resultó todo un éxito, cena que por supuesto terminamos con una botella de digestivo y fresco sake, ¡kampai! 

Callejeamos, llegamos al teatro donde hacen representaciones las maiko (aprendizas de geisha), Teatro de Gion Kobu Kaburen-jo, tanto de teatro, música como la ceremonia del té, pero no miramos horarios (mi destino es ver el té de lejos).

Volvemos caminando por la calle, pasamos al lado de la ochaya más famosa y grande del barrio, Ichiriki, que realmente se ve impresionante y bonita, aunque también se nota que es inaccesible.


Y al lado de esta tranquilidad de nuevo las luces, el jolgorio, las tiendas, el caos luminoso y comercial.....esto es Japón.


Como ya voy tomando confianza, pasamos a ver a la occidental en su yukata poseída por una andaluza más que por una geisha. 


De momento Kioto con todo su contraste, de pasado y presente, nos ha gustado mucho.