1 de mayo de 2013

España - Madrid - Restaurante Entre Suspiro y Suspiro

¡A todo mecate!

Intentando descubrir y redescubrir los sabores de la cocina mexicana nos fuImos al bien valorado por los críticos y los comensales en términos generales, Entre suspiro y suspiro, al que yo personalmente le tenía ganas desde hace bastante tiempo, y como toda espera tuvo su rica recompensa. 

El restaurante se sitúa en una calle, Caños del Peral, que desemboca en la bonita plaza de Isabel II (también conocida como plaza de Ópera o sencillamente Ópera, como la estación de metro). 



Donde destaca el edificio del Teatro Real, con lo que puede ser una velada cultural a dos bandas: la musical y la gastronómica. 


El restaurante presenta los bonitos colores que todos asociamos con México: azules, verdes, rosas, todos muy alegres al tiempo que le dan calidez al local. 


Si, entre los cuadros destaca uno, el de los muertos, y es que la cultura y la devoción que se da en este país a los muertos es de estudio, ¿no se venera a la Santa Muerte? y además se tienen altares con ella bien vestida y con su "guapa" calavera.


Somos afortunados con la mesa que nos asignan, la única que se encuentra al lado de la ventana que da a la calle y con vistas a la plaza. 


El alféizar de la ventana está decorado con lo que en principio nos parecen unos bonitos bloques de madera pintados. 




Pero como estas manos inquietas los mueven descubrimos que no son bloques de madera, son estuches preciosísimos de botellas de tequila. 


Tequila que nos rodea por todas partes en el restaurante, estantes llenos de este espiritoso líquido, del que dan ganas de hacerse un máster a chupitos, porque no sabemos casi nada de él, de sus marcas y variedades. 



Entre las cajas y botellas de tequila la decoración sigue sorprendiéndonos. 



Para beber nos olvidamos del vino en esta ocasión y nos decantamos por una buena cerveza mexicana, Negra Modelo, que es una cerveza de color ámbar oscuro, a la que ya conocíamos y sabíamos que está buena. 


Nos obsequian con un aperitivo, una tortilla de maíz, creo que el tomate es lo que le da el color rojizo, y sobre ella no falta el típico guacamole. 



Pedimos más por intuición y ruleta rusa que por saber lo que pedíamos con seguridad, pero así se descubren nuevos sabores, nuevos ingredientes, nueva cocina. 

Compartimos dos platos, el primero una quesadilla de cuitlacoche


De este plato sí teníamos conocimiento, y a pesar de su principal componente nuestro recuerdo de otro restaurante mexicano en Madrid es inolvidable. Se trata de una quesadilla de maíz rellena de cuitlacoche, bañada en salsa verde y nata. Lo asombroso del plato, y de que nos guste, es que el cuitlacoche es el hongo del maíz, y por eso el interior de la quesadilla es de color negro, del color del podrido. 


Realmente es asombroso que algo tan feo y en teoría en mal estado pueda estar tan sabroso. Si alguien lo ve en su estado natural y no guisado posiblemente no lo comeríamos y hasta nos daría "repelús" tocarlo. Y resulta más curioso aún que buscando información sobre el cuitlacoche es que los agricultores a los que les cae el hongo en su cosecha lo ven como una bendición, porque su producto se vende más caro, con lo que no es de extrañar que incluso lleguen a "plantar" el hongo. 


El segundo plato que compartimos no lo tienen en carta, es una especialidad del día, pero nos sonó también a los oídos que no nos resistimos a pedirlo: unos tacos de pulpo con salsa de chile verde. Muy rico y sabroso presentado con una bonita y colorida presentación. 



Viendo estos entrantes a compartir nos surge la duda si habremos acertado, porque no es que hayan sido platos descomunales, pero preferimos no pedir en exceso y si era necesario pedir algún plato más a posteriori. 

Por un lado, Huarache de Arrachera (que suena como un trabalenguas, y con media botella de tequila creo que se podrían erres y ches donde no las hay). Se trata de un corte de ternera sobre un huarache (¡aja!, la tortilla de maíz del aperitivo), con salsa verde, queso y un flan de arroz. Impresionante de rico y una buena ternera, de las que se dejan masticar y saborear.


Fuera de carta, entre los platos que la amable camarera nos cantó, estaban unas ricas costillas, a las que no pude decir que no, creo recordar que las llamó Costillas de cruz grande. Iban acompañadas de un flan de arroz y de unos estupendos fríjoles que llevaban unos pequeños tropezones de tocino (¡qué rica la grasa!). 


Las costillas venían con su ración de tortillas para acompañar, envolver, empujar... varias utilidades resultaron tener.


Despues de los platos principales, dudas despejadas, no nos quedamos con hambre precisamente, ambos eran muy generosos en cantidad y acompañamiento. Pero nos quedó algo de espacio para pedir postre. 

Por un lado, un sorbete de mandarina al tequila, que al principio sería el clásico sorbete de limón pero no tenían. El sorbete nadaba, que no flotaba, en una gran laguna de líquido alcohólico, y sin él también hubiera estado rico. 


Por otro, y para compartir, un pastel Rosa Mexicano, un rico pastel de chocolate (y es que el chocolate es adictivo y es una de nuestras pasiones declaradas). El pétalo de rosa no me lo comí, pero últimamente las flores se utilizan mucho en cocina, con lo que al final no será decorativo y sí gastronómico.


Como yo no he tenido mi ronda de tequila, el pastel no nadaba en ninguno, me pido un chupito, y lo dejo a la elección de la camarera, porque leerme la extensa carta no me hubiera sacado de dudas, es más, me hubiera sumergido en un mar más grande de ellas todavía. Me pusieron uno del tipo Reposado, pero no pregunté la marca, eso sí, como buen tequila bien fuerte. 

¡Viva México!



Después de la opípara, sabrosa y estupenda comida, nos dimos un pequeño paseo por la zona, y aunque nos la conocemos bastante bien, siempre se encuentran nuevos rincones o los lugares se ven con otros ojos más viajeros, como por ejemplo esta calle que sale de la plaza de Ópera, que en cualquier ciudad del mundo nos atraería tanto que la cuesta no sería un impedimento para subir por ella. 


Por la calle Arenal salimos a la Puerta del Sol, donde buscamos la escultura casi itinerante por sus cambios continuos de posición, la típica "El Oso y El Madroño"


Apuntado queda en nuestra memoria y en nuestras papilas este restaurante, al que tendremos que volver para seguir descubriendo y degustando platos de la cocina mexicana, porque ha sido como el título de esta entrada, ¡A todo mecate!, una expresión mexicana que significa espléndido y de gran calidad.