¡Milagro,
milagro!
Salimos de la plaza de Armas por la
esquina que da a la calle Merced, donde destaca un edificio metálico que fue
preconstruido en Francia (un dato a recordar para futuros paseos por Santiago) y que nos hace encontrarnos con el Santiago que nos gusta por estos atisbos de coquetería arquitectónica.
Junto a este edificio
se halla la colonial Casa Colorada,
el mejor edificio de este estilo conservado en la ciudad, construido en 1769
por el portugués Joseph de la Vega. La casa fue la residencia del presidente de
la primera junta revolucionaria, Mateo de Toro y Zambrano, un
comerciante con dinero y primer conde de la Conquista, título que pagó a la
Corona Española.
La peculiaridad de la
casa, el color no es peculiar sino típico de la época colonial, reside en la existencia de dos
plantas, algo poco habitual en su época. La familia vivía en la segunda planta
y la primera se utilizaba como almacén donde se vendían los productos de sus
tierras.
En la actualidad
alberga el Museo de Santiago, al que intentamos acceder, pasamos por
la puerta, en la que había tres personas hablando, una de ellas el vigilante o
algo parecido, que según entramos viene detrás de nosotros y a nuestra pregunta
de ¿es visitable? nos echa un jarro de agua fría, no, está cerrado,
y eso que tenía apuntado que hasta las 14 h los domingos el museo estaba
abierto, pero puede ser que estuviera de rehabilitación reacondicionamiento.
Querer visitar esta
casa no era por el museo, que seguramente resulte interesante con sus mapas,
maquetas y dioramas, sino por la casa en sí, porque es la única colonial que se
puede visitar en la ciudad, aunque de sus tres patios originales sólo queda el
primero, alrededor del cual están las salas del museo. Posiblemente como museo sea más completo el Museo Histórico Nacional pero ¿a qué es bonita esta casa colorada?
Bajamos por la calle
peatonal paseo del Estado, y en su
cruce con la calle Agustinas se alza
la iglesia de San Agustín, antes
llamada iglesia de Nuestra Señora de Gracia, y como vamos bien de tiempo, por
las puertas cerradas de la Casa Colorada, decidimos entrar a visitarla, que no siempre nos encontramos con las puertas abiertas de las iglesias, y si lo están en muchas ocasiones están oficiando misa.
La iglesia fue
construida en 1707, sustituyendo a un templo anterior levantando en 1597 que fue
destruida por el terremoto del 13 de marzo de 1647, pero corrió la misma suerte
con el terremoto de 1730, tras el que tuvo que ser reconstruida.
Su interior es
bastante luminoso, aunque en la foto no lo parezca.
En el techo, aparte
de los numerosos retratos de santos y santas, destaca su colorida y florida
decoración.
Entre los diferentes
altares de sus naves laterales destaca uno sobre todo, que acoge un crucifijo,
el llamado Cristo de Mayo o Cristo
de la Agonía, tallado en Perú en 1613 por Pedro Figueroa.
Detrás de la imagen del Cristo hay
una historia: tras el terremoto de 1647 los monjes recuperaron la imagen
intacta, la única del templo que no fue destruida, pero con la corona de espinas
en torno al cuello de Cristo, lo que fue considerado como un milagro ya que el
diámetro de la corona es menor que el de la cabeza. Los agustinos recorrieron
las calles para celebrarlo y así, a partir de este momento el 13 de mayo se convirtió en la principal fiesta
religiosa de la ciudad, que en la actualidad no tiene la misma importancia que
entonces y se celebra de forma más sencilla.
En esta iglesia
descubrimos una de las tónicas generales que iremos viendo en todas las
iglesias en el país: en casi todos los altares suele haber una placa con una oración o
súplica dedicada para poder ser rezada sin necesidad de memorizarla, y casi siempre hay gente orando, bien esta oración, que entonan de forma rápida u otras.
En las puertas de
entrada a la iglesia se ve el Corazón Sagrado de Jesús labrado, y es que este corazón ha formado parte de nuestras vidas, con diferentes lapsus de tiempo nosotros hemos estudiado en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús, y precisamente por coincidir estudiando y conocernos estamos hoy juntos.
El convento agustino
también guarda una historia, aunque no se trata de milagros, sino de brujería
(¿leyenda o realidad?). La iglesia y el convento fueron construidos bajo la
financiación de la familia Lisperguer, a la que pertenecía Doña Catalina de los
Ríos, la última de la saga, una mujer sin escrúpulos a la que apodaban La
Quintrala, a la que se le atribuyó haber envenenado a su padre, haber cortado
la oreja a uno de sus amantes y haber concertado una cita con un amante para
que lo asesinaran mientras ella miraba. A los sirvientes y esclavos los mandaba
mutilar o matar cuando se le antojaba. Nosotros diríamos que era "una joyita".
Mientras se reparaban
los daños del terremoto, La Quintrala guardó la imagen de Cristo en su casa
pero la devolvió porque “no quería que en
su casa nadie la mirara mal”. Pero por aquello de que nunca se sabe y de
que Cristo es Dios, dejó dinero para que saliera en procesión el 13 de mayo de
cada año.
La leyenda popular
además añade que, cuando fue juzgada por sus crímenes prometió al Cristo que si
la salvaba de la cárcel le pondría todos los días dos velas de una libra de
peso. Extrañamente el juicio de La Quintrala quedó sin sentencia y las velas se
le siguen poniendo al Cristo (en la fotografía se ven dos velas frente al
Cristo, pero este detalle no quiere decir nada en principio, porque en todos
los altares siempre hay velas).
En la misma calle
Agustinas se encuentra el Teatro
Municipal, diseñado por el francés Brunet des Baines, y a la que Charles
Garnier, el arquitecto de la ópera de París, ópera que parece que nos persigue
en nuestros viajes, como en Hanoi, dio el visto bueno. Está construido
en estilo neoclásico francés en 1857.
En 1870 un incendio
destruyó casi por completo el edificio y el teatro abrió de nuevo en 1873 tras
la reconstrucción realizada por el arquitecto Lucien Henault.
La Orquesta Filarmónica,
el Ballet de Santiago y el Coro del Teatro Municipal actúan aquí de forma
permanente.
Frente al teatro se
alza la mansión Subercaseaux, uno de
los ejemplos más llamativos y hermosos en la ciudad de la influencia de la
arquitectura francesa construida en la ciudad a finales del siglo XIX. Entre el
teatro y esta mansión podría parecer una calle francesa.
La casa fue construida para
la familia Subercaseaux, una acaudalada familia vinatera, claramente por el
apellido de origen francés y que actualmente está ocupada por un Club de
Oficiales de las Fuerzas Aéreas. Frente a ella se alza un pequeño pabellón que
aloja por un lado una cafetería de estilo muy europeo, y por otra da acceso a
un parking, está construido en el estilo de la casa pero le resta importancia y
visibilidad a la fachada de ésta, con lo que no nos convence.
Lo que no nos importa
ni molesta frente a la casa es una pequeña fuente, un regalo de 1910 de
Argentina a la ciudad de Santiago, con cuatro niños o putti jugando.
Desde aquí volvimos
sobre nuestros pasos para visitar en horario la iglesia y el convento de San Francisco.
El itinerario de este paseo