12 de noviembre de 2018

Myanmar - De Pindaya a Kalaw - Hotel Kalaw Hill Lodge

Viaje a las montañas Shan

Tras la comida en Pindaya y sus cuevas retomamos el viaje por el país, pasando por bonitos paisajes de montañas y valles, con tierras rojizas, cultivos y arrozales, y carreteras con poco tráfico. 




Llegamos a Kalaw, una pequeña localidad situada en las estribaciones de las montañas, que durante la época colonial inglesa fue una popular estación de montaña por su clima fresco y su paisaje.
En la localidad conviven shan, indios, musulmanes, bamares y nepalíes.


De Kalaw nada conoceremos, tampoco preguntamos por realizar una parada, nos conformamos con ver la estupa cubierta de mosaicos de cristal de la Aung Chang Tha Zedi -ya tengo mis dudas pero creo que es la primera estupa decorada con ellos que vemos-. 


Nuestra llegada a la población coincide con la salida del colegio, por lo que vemos a niños con sus uniformes, sus tarteras, sus gorras y algunos con el típico pañuelo shan en la cabeza. 


La situación del hotel, Kalaw Hill Lodge, es inmejorable, perdido entre las montañas, pero si bien es bonito todo el paisaje que nos rodea, el tiempo en salir o llegar a él es interminable, teniendo en cuenta además que la carretera o camino de acceso no es el mejor (pero aceptable), y que nuestros guías y chófer dormirán en Kalaw. 


Junto a la recepción, donde somos recibidos amablemente (nunca ha pasado lo contrario, pero cuando estás tan lejos de todo como que se agradece más) hay una pila de sombreros de estilo colonial británico.



Tras la recepción se abre una sala con diferentes ambientes: una sala de estar, con un mostrador donde contratar excursiones y actividades, así como participar en las labores del huerto del hotel, dar de comer a los búfalos, cerdos, pollos, cabras… este lugar es para una buena cura de reposo y stress, acompañados de la naturaleza en su estado más puro. Mientras esperamos los trámites de registrarnos nos obsequian con una taza de té. 


En esta zona hay una chimenea, que encienden por la noche, a pesar de que las noches todavía no son especialmente frías (si frescas, como para ponerse una chaqueta o jersey fino), pero la visión del fuego y el crujir de la leña siempre son una buena compañía. 


Hacia un lado de esta zona de estar se encuentra el bar, con lo que me parece un sentimental nombre, Railway Road, una pena los mosquitos portaaviones y otros animales que pululaban junto a la ventana, que no me gustaban nada de nada, y no me terminé de encontrar cómoda tomando un refresco. 


Hacia el otro lado, la zona de restaurante, con otro bonito nombre evocador, Blue Mountain, con algunas mesas junto a las ventanas, teniendo buenas vistas del paisaje.


En el restaurante cenamos, ofreciéndonos un aperitivo de lo que nos recordaba a las cortezas de cerdo pero más suaves de sabor, aunque contundente; y un canapé de algo que no recuerdo (puede que fuera algo dulce) con tomate y aceituna. Los detalles te sorprenden más cuando estás tan lejos de todo.



La carta del restaurante nos sorprende por su variedad y por lo diferente de sus platos, con una mezcla de cocina bamar, shan y nepalí (me quedé con ganas de probar varios platos, pero para cenar o me parecieron demasiado picantes o a lo mejor demasiado flojo para plato único, y no era cuestión de quedarme con hambre o irme a dormir con el estómago peleón haciendo la digestión). 

Yo en Myanmar no soy capaz de resistirme a una sopa de lentejas, ya no solo por su sabor, sino porque además el corto paseo desde la habitación hasta el restaurante me ha erizado la piel por la bajada de temperatura, así que me vendrá bien, además del fuego de la chimenea. 


De platos principales, un filete de cerdo a la plancha con salsa de mostaza, y una pechuga de pollo a la plancha con salsa de champiñones. Muy ricos ambos. 



Las habitaciones se reparten en cabañas de dos pisos, muchas de ellas (no puedo asegurar que todas, aunque es posible que así sea) con vistas a las montañas, más si está situada en el segundo piso, que tienen una terraza, pero que no fue nuestro caso. 



Un pequeño porche con dos bancos con cojines precede a la habitación, un rincón coqueto y agradable. 


La habitación no es excesivamente grande pero tiene todo aquello que te la hace cómoda, aunque si hubiera estado bien tener un pequeño sofá para sentarse y no tener que hacerlo (que no lo hicimos), en el porche. La cama cuenta con su mosquitera, y sobre ella nos han dejado dos cisnes formados con las toallas; hay una especie de chimenea, que por lo menos en este tiempo más parece su uso para quemar velas de ambiente u olorosas, y los dos taburetes (a modo casi de serijos manchegos) no son propicios para sentarse a gusto; también hay un escritorio y dos bancos donde apoyar las maletas (se agradece este detalle por comodidad o por evitar la cama para maniobrar con ellas). 



Dos estanterías flanquean la puerta del baño, en una de ellas hay un calentador de agua para hacer un té. En el baño hay dos lavabos; a la derecha está el armario, con una caja fuerte; a la izquierda, el inodoro y la ducha. No falta un pequeño surtido de amenities, que a nosotros con gel y champú ya nos parece suficiente.


Una vez instalados en la habitación, nos dimos una pequeña vuelta por el complejo, ya que tampoco era cuestión por la hora de dar un gran paseo. El lodge cuenta con varios salones donde celebrar reuniones, así como una sala donde hay una mesa de billar (para pasar los ratos libres). 




Desde la terraza del primer piso, donde se sitúan el recibidor, el bar y el restaurante, se tiene una buena vista del paisaje y las montañas que nos rodean, en un silencio absoluto. 


Llegamos hasta el huerto, donde cultivan judías francesas, berenjenas, coliflores, brécol… 




Durante el paseo nos encontramos con flores de diferentes clases, formas y colores. 




El hotel cuenta con un pabellón donde se imparten clases de yoga y masajes, todo lo necesario para estar en plena relajación. 


El camino por el que paseamos bordea un estanque que no estaba en funcionamiento, el agua que tenía era de la lluvia que había caído y con el barro que se había formado. 


El hotel nos pareció un lugar estupendo para una profunda desconexión, de modo que si quieres, puedes trabajar ayudando y aprendiendo en el huerto o con los animales, si prefieres puedes sencillamente meditar y descansar, y si eres muy activo realizar trekkings por los alrededores, que es lo que hicimos nosotros, un corto trekking muy gratificante para el cuerpo y el espíritu. Kalaw Hill Lodge es un lugar acogedor y casi escondido.