6 de noviembre de 2018

Myanmar - Pindaya - Cuevas de Pindaya

Las cuevas de Buda

Desde el aeropuerto de Heho emprendemos camino pero no directamente al destino, Kalaw donde pasaremos una noche, vamos a aprovechar el tiempo y haremos una visita primero, por lo que las maletas vienen con nosotros, el problema es que no caben todas en el maletero, por mucho que el conductor y Myo le dieron vueltas a las mismas, no había manera, así que una de las de mano vino con nosotros en los asientos traseros, haciéndonos de mesa.

El nordeste del país se extiende de norte a sur desde el Tíbet hasta Tailandia, y en él se encuentran los estados Shan, Kachin y Kayah, estando prohibido el acceso a los extranjeros todavía a muchas zonas de ellos; en el caso del estado Shan por sus fronteras con China, Laos y Tailandia en zonas sensibles, como el Triángulo de Oro del opio.

La mayoría de los habitantes vive en los valles formados por los ríos Irrawaddy y Thanlwin. Viven una gran variedad de grupos étnicos, además de los ya mencionados shan, kachin y kayah, también están los bamar (birmanos, que aquí no son mayoritarios como en el resto del país), kachin, wa, padaung, kokang, atsi, jinphaw, lahsi, lisu y otras de población más reducidas.

Creo que siempre que hemos viajado por carretera hemos tenido que cruzar vías del ferrocarril (lo que no recuerdo es que siempre existiera un paso a nivel). 


Desde el coche vemos un mercado de ganado, y esto parece que es igual en todo el mundo: ver, negociar y comprar. 


Lo más llamativo del paisaje es la tierra rojiza, que ya habíamos visto desde el avión, que destaca sobre el verde que todo lo inunda. 


Vemos jugar al chinlone -juego de pelota fabricada con caña de bambú- de un modo más profesional, ya que se está disputando un partido, con equipación de sus jugadores. 


Junto a la carretera, la vida en su transcurrir diario. 


Llegamos a la localidad de Pindaya, pasando junto a algunos conjuntos de pagodas y monasterios. 


Bordeamos el lago Boutalake o Pone Taloke (esto de la grafía sigue siendo extraño), y tenemos una buena visión del monumento que vamos a visitar, situado en la ladera de la montaña. 



A la entrada del santuario hay una fila de puestos de comida, donde Myo compra unas ricas patatas rebozadas y fritas, y un dulce de arroz envuelto en hoja de plátano (me recuerda al dulce pringoso de Vietnam, que nos obsequió nuestra guía durante la visita a la pagoda de Vinh Trang); las primeras cayeron en un momento, y el segundo me lo guarde para más tarde, pero ya adelanto que no me gustó nada, y terminó en la papelera (en mi contra tengo que decir que el estar guardado en el bolso o sobado un rato entre mis manos no le favoreció en absoluto). 





Caminamos hacia el santuario, a las llamadas cuevas de Pindaya o Shwe Oo Min Cave Pagoda (cuyo precio al tenerlo incluido en el tour no puedo afirmar, porque por un lado tengo 6.500 kyats, debajo de las cuevas – que puede incluir el uso del ascensor-, y por otro, 3.000 kyats, junto al santuario). Nosotros caminamos por la calzada, flanqueada por el lado de la montaña por una fila de estatuas de monjes portando su cuenco de limosnas, pero también se puede hacerlo por la típica pasarela cubierta. 




Desde lo alto tenemos vistas del paisaje que nos rodea, las montañas y el lago. 


A la entrada hay varias figuras, de Buda famélico, de Buda en posición de oración, de Buda cobijado por la serpiente, pero sobre todo destacan dos imágenes, que de nuevo nos hacen trasladarnos a un parque de atracciones. Estas figuras cuentan la historia de una leyenda sobre siete princesas que se estaban bañando en el lago cuando de repente cayó una tormenta y se refugiaron en una cueva cercana, pero en ella vivía una araña gigante, que tejió su tela en la entrada para hacerlas prisioneras (no cuentan si era para su alimentación). Las princesas comenzaron a gritar y a la mañana siguiente un príncipe que pasaba por allí (casualmente claro) las oyó, así mató a la araña y las liberó. Como recompensa, y como en todos los cuentos, se casó con las más bella de las princesas (eso de quedarse con la más fea no está bien visto, aunque ahora con los tiempos políticamente correctos los cuentos se tienen que cambiar).

Imposible tener una foto sin gente a pesar de que la afluencia de público no era excesiva, pero sí era persistente en posar, eso sí, más con la araña que con el príncipe, que para princesas ya nos ponemos nosotras. 




El acceso al santuario se realiza como ya es costumbre por unas escaleras, y como también es costumbre nos hemos saltado las que conducen desde debajo de la montaña, así como también hemos evitado el uso del ascensor. 




Las pasarelas cubiertas llegan hasta un monasterio y a un pabellón, pero nosotros no llegamos hasta ellos, nos quedamos en las cuevas propiamente dichas. 


Junto a la entrada a las cuevas, dos campanas. 


Desde la última escalera de acceso ya deslumbra el mundo dorado con el que nos vamos a encontrar en estas cuevas. 


En el interior de las cuevas hay más de ocho mil imágenes de Buda (se dice pronto pero es difícil de imaginar), realizadas en todos los materiales posibles: teca, alabastro, mármol, ladrillo, laca o cemento, y la mayoría de ellas están cubiertas por pintura dorada. Todas ellas son donaciones de fieles, y hay una placa con sus nombres. 



Por supuesto también hay estupas, y de todos los tamaños. 



Sólo hay un camino para recorrer en la cueva, pero hay recovecos por los que ir metiéndose para descubrir más imágenes y rincones, pasando por estrechos pasos junto a las imágenes. El suelo no es de piedra caliza, ha sido cubierto con baldosas, en teoría para evitar resbalones, ya que el agua se filtra por las rocas y la cueva se convierte en una pista de patinaje, pero las baldosas no consiguen el efecto deseado, así que muchos tramos están cubiertos de la malla verde para evitar resbalones y consecuencias. 




Hay torres-columnas similares a las que vimos en Tanboddhay Paya en Monywa con cientos de pequeñas imágenes de Buda en los nichos. 


Hay algunas cámaras pequeñas, oquedades en la roca que se han aprovechado para alojar salas de oración, a las que se entra agachados; en una de ellas fui capaz de entrar, pero duré poco tiempo dentro de ella, ya que comenzó a entrar más gente y tuve que salir lo más rápido posible por mi claustrofobia. 


Seguimos paseando entre el festival de imágenes de Buda. 


Como a mitad de recorrido por las cuevas hay dos figuras de Buda sentados (mis notas hablaban de tres), pintadas de negro, llamadas “perspiring statues”, que traducido sería como los “Budas que sudan”, ya que están mojados por la condensación en el interior, y que por este efecto natural son veneradas como si realmente se tratara de sudoración. 


Las imágenes de Buda ocupan cualquier rincón posible o imposible de las cuevas. 


No solo de Budas se vive en Myanmar, no sé si por propia iniciativa o por el turismo, en la cueva kárstica se indican figuras en las rocas: una tetera, un elefante…, aunque no nos concentramos en buscarlas. Los típicos fantasmas de las rocas aquí nos parecen túnicas de monjes colgadas, eso sí, con colores descoloridos. 


En un tramo de la cueva esta se abre en un espacio más amplio, como un anfiteatro, sin tantos recovecos y donde se circula más fácilmente. 


De aquí sale una escalera flanqueada por pequeñas estatuas de Buda. 



Las imágenes junto a la escalera nos muestran, como lo hicieron en Chaukhtagtgyi Paya en Yangón, las posiciones mudra de las manos de Buda, un buen lugar para intentar conocerlas y/o aprenderlas. 



Aquí termina nuestro paseo por las cuevas, que resultan sorprendentes e interesantes, aunque no sean obras de arte, al final se tiene un resultado agradable por la conjunción de naturaleza, fe y acción humana. Fueron más espectaculares las cuevas de Hpo Win Daung, más naturales y aventureras -una visita que nos fascinó-, pero si no se puede llegar, estas cuevas de Pindaya son una alternativa.