5 de mayo de 2017

Costa Rica - Vuelo Madrid-San José



Un vuelo en semi-calma

El viaje de 2016 fue un poco improvisado, la vida y los planes van en sentido opuesto, así que la primera manda y los segundos se acoplan. El destino tenía que ser uno que no tuviera mucha información que preparar, el tiempo apremiaba para tenerla como me gusta; y una condición importante era que si teníamos que tener una vuelta improvisada, el vuelo de vuelta no podía tener escalas, tenía que ser un vuelo directo y lo más fácil posible de conseguir. Y allá nos vamos, Costa Rica nos espera, e Iberia nos lleva. 




La espera la realizamos en la sala VIP, donde aprovechamos para tomar unos refrescos, y como siempre algo de masticar, que no hay manera de tener la boca cerrada. 




Volamos en un Airbus 340-600, de nombre Andrés Segovia, cuya distribución de asientos en business es 1-2-1, y como soy mujer de ventanilla, los dos hemos optado por tenerla, por no compartir él el asiento central con un desconocido. 




El asiento es cómodo, aunque la zona destinada a asiento-cama propiamente dicho no es tan grande como podría parecer, la estrechez parece ser una máxima en los nuevos diseños. 



En nuestros asientos ya tenemos la manta, la almohada y el neceser de viaje con productos L’Occitane. El neceser es sencillo, grande y flexible, con lo que para otros usos resultará de utilidad, pero el diseño no es de lo mejor que se encuentra en el mundo de las compañías aéreas.





Como la hora del vuelo acompaña, seguimos con la costumbre de brindar con champán, en este caso cava Segura Viudas, antes de iniciarlo. 




Llega la hora de enfilar la pista de despegue. 




Sobrevolamos la Comunidad de Madrid. 




Nos ofrecen un clásico aperitivo español, ¡aceitunas!, que acompañamos con una copa de vino tinto, Coto de Imaz. 



Un detalle de la clase business de Iberia es que te ofrecen cuatro megas para navegar por internet durante el vuelo, pero creo que ninguno de los dos las utilizamos, no estamos tan enganchados como para no poder estar conectados durante unas horas, y cualquier noticia en estos momentos sería más desestabilizante que otra cosa, además de no poder hacer nada hasta el aterrizaje. 


Después llega la comida: salmorejo con huevo, ensalada de espinaca baby con frambuesa y cebolleta, pechuga de pollo en escabeche con tabulé y pimienta rosa (excelente). Acompañado de pan con una botella pequeña de aceite, y queso manchego con membrillo y uvas. 




Como novedad, con una tablet nos enseñan las opciones de platos principales: pasta rellena de jamón ahumado y queso con salsa de tomate, menta y almendra tostada (no hay foto porque el plato fue comido -más bien devorado-, para él; y para ella, carrillera de cerdo con salsa de vino tinto, ajetes, puré de patata y mostaza antigua, un gran plato para ser comida de avión. Un aplauso para el catering de Iberia, que nos ha sorprendido gratamente con la calidad de la comida. 



El postre lo cambian respecto al menú que te entregan, el helado de cereza lo cambian por un sorbete de mango con crujiente de galleta (barquillos desmigados). Nos vamos ajustando a las frutas tropicales. 



Como el vuelo va restando horas, para variar nos toca merendar y no desayunar: jamón, salchichón ibérico, lomo ibérico, queso, tomate y fruta. Buenos embutidos en general.




Tras algunas lecturas, algunos cerramientos de ojos, algunas películas (Joy, un melodrama con la omnipresente Jennifer Lawrence; Incompatibles con Omar Sy, el ayudante simpático y caradura de Intocable; ninguna de ellas reseñables), alguna que otra canción en el mp3, y algunas sacudidas pasando turbulencias, vemos la costa atlántica. Lo peor del vuelo, dos niños que en lugar de jugar a divertirse lo hacen (jugar y supuestamente divertirse) peleándose, gritando, y los padres tan tranquilos, echo de menos a esos niños ensimismados en sus tablets o teléfonos que no mueven un músculo ni una pestaña. 



Tras la costa, el verde interior. 




Sobrevolamos creo que primero Cartago y luego la capital de Costa Rica, San José, casi media hora antes de lo previsto. 






En el aterrizaje, tras algo menos de 10 horas y media, nos asombramos de tener público en los alrededores del Aeropuerto Internacional Juan Santamaría. 





La cola de control de pasajeros es tremenda, y a pesar de que hay al menos seis-ocho ventanillas parece que no se adelantara nada, hay un tapón considerable y continúan sumándose pasajeros de otros aviones. Tras hora y media más o menos pasamos el control. Tras ello recogemos nuestras maletas, y creo que fue por esta zona donde vimos a un trabajador de la compañía touroperadora responsable de nuestro viaje por el país, al que teníamos que buscar por su traje -camiseta y pantalón distintivos-, nos planta unas etiquetas bien grandes para ser identificados, y nos dice que a la salida del aeropuerto otro compañero nos dará información sobre el viaje.


Antes de salir, aprovechamos para cambiar moneda, ya que es domingo y tendríamos que esperar a mañana para hacerlo, pero la hora de recogida es temprana y posiblemente no nos daría tiempo tampoco a hacerlo en un banco, y aunque es normal aceptar dólares para pagar, preferimos hacerlo ya y estar preparados para el resto del viaje.