23 de enero de 2015

Canadá - Ville de Québec - Haute Ville - Place d'Armes - Château Frontenac


Una de tapas con clase 

Rue Saint Louis desemboca en la Place d'Armes, situada en una pendiente del Cap Diamant, siendo la plaza donde los soldados franceses  desfilaban durante la época colonial y donde hoy se pueden contratar un paseo en carruaje de caballos, igual que en la ciudad de Montréal


A nuestra izquierda se encuentra el edificio del antiguo Palais de Justice, construido a finales del siglo XIX en estilo Segundo Imperio, y que en la actualidad alberga el Ministerio de Finanzas.



La plaza está presidida por la estatua de Samuel de Champlain, con un porte muy caballeresco, a cuyo alrededor siempre había multitud de gente porque se celebraban espectáculos varios, con lo que lo normal era la congregación humana. 



Cerca de la estatua se encuentra el monumento que conmemora la declaración de Québec como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985. 


En los jardines de la plaza se sitúa el Monument de la Foi, conmemorando el tercer centenario de la llegada de los misioneros católicos recoletos en 1615. 



Pero si hay un edificio que destaque en la plaza es el impresionante Château Frontenac, la imagen más publicitada de la ciudad y uno de sus símbolos por excelencia. 


El edificio fue diseñado y construido entre 1893 y 1924 por el arquitecto Bruce Price para la compañía Canadian Pacific Railway (CPR), con el propósito de animar a los viajeros pudientes, y así promover el turismo de lujo en sus trenes, siendo uno más de la serie de hoteles a construir en este estilo de castillo –entre castillo del Loira y escocés por su tono rojizo- en el territorio canadiense (como la estación Viger en Montréal o el Château Laurier de Ottawa. 



El château tiene 77 m de altura y 18 pisos, y está plagado de torres, tejados puntiagudos de cobre y ventanas de gablete, un auténtico derroche arquitectónico. Recibe el nombre del conde de Frontenac, Louis de Baude, gobernador de Nouvelle France en el siglo XVII. 




Desde la Terrasse Dufferin, un paseo entarimado junto al río Saint Laurent, se obtiene una visión más amplia del magnífico château, que te hace preguntar ¿dónde está la princesa? ¿estará Rapunzel en la torre central y soltará su larga cabellera rubia?


Château Frontenac sigue funcionando como hotel, ¡con más de 600 habitaciones!, pero claro es que viendo su tamaño así tiene que ser su capacidad. La entrada al hotel se realiza por la entrada de coches, y por la que supongo antes entrarían los carruajes de caballos (que llegar a Québec y a este hotel en este medio de transporte tiene que ser un punto total), accediendo a un patio donde siguen asomando las torres y tejados. 



Durante la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro MacKenzie King recibió a Winston Churchill y a Franklin Roosevelt, cuyos bustos hemos visto en la Rue Saint Louis, e incluso ha servido de localización cinematográfica en la película de Alfred Hitchcock, Yo confieso, ya que fue en la ciudad de Québec donde se grabó. Lo más gravoso para los madrileños y los españoles, es que la delegación olímpica para la designación de los Juegos Olímpicos de 2020 se alojó en este hotel, donde por supuesto sus habitaciones no son precisamente de coste bajo. 

Como en cualquier hotel de importancia arquitectónica y/o histórica, por muchas estrellas que tenga, su vestíbulo está lleno de turistas cotillas, aunque algún pasillo estaba desierto. 


Llegamos hasta un salón con una decoración clásica, con estanterías con libros que le dan un ambiente de biblioteca, que se utiliza en horario de tarde-noche para tomar cafés o cócteles, un buen lugar. 


Y desde aquí pasamos al salón Bistro Le Sam, con una decoración modernista y art déco, y nuestra intención era tomarnos unas bebidas para descansar y curiosear al tiempo. 


Una vez dentro, cambiamos de idea y viendo que los precios de la carta no eran desorbitados para el lugar, nos quedamos a comer, y eso que las mesas junto al mirador acristalado, con el buen día las ventanas estaban abiertas, estaban ocupadas (no es de extrañar esta ocupación) y tuvo que ser en el bonito y llamativo interior dorado. 


No queremos realizar una comida copiosa, así que pedimos para compartir: una tabla de tres quesos (a elección del chef o del cortador de quesos en el momento) y una tabla de cinco productos de charcutería (prosciutto de Italia, chorizo ibérico de bellota de España –aunque en la carta recibía el nombre de sobrasada, salchichón de España –llamado Jesus de Pierre Oteiza, con denominación del País Vasco y sin mencionar a España, supongo que por aquello de la solidaridad nacionalista-, panceta de cerdo con especias de Montréal, y jamón ahumado de Montréal). Muy ricos tanto la panceta como el jamón ahumado, aunque cierto es que son muy grasosos, pero con pan se comían fenomenal. 


Nada mejor que un buen café para terminar una buena comida de tapeo.