29 de julio de 2011

España - Segovia - Un paseo en globo

A vista de pájaro o pajarraco

Unos buenos amigos iban a realizar un paseo en globo, por tierras todavía no definidas, al que decidimos apuntarnos por aquello de probar la experiencia, alguna vez tenía que ser la primera y saber si sería la última, que no creemos, porque aunque la experiencia ha sido un poco cansina también ha sido gratificante. El 25 de junio fue el día elegido, por aquello de que no hiciera demasiado calor (supuestamente) ni tuviéramos mal tiempo (que sería peor, y además se podría anular el viaje).

La aventura comienza muy temprano, a las siete hay que estar en el punto de encuentro, y este sería a las afueras de Segovia, con lo que decidimos dormir en la ciudad para tener un madrugón "equilibrado" y no andar con el tiempo pegado al volante, que no es cuestión.

Así que con un sueño de narices, no sólo de ojos, estamos a la hora convenida en el campo de despegue, donde hay una reunión de  globos, parece que es el día que más cantidad de vuelos van a hacer, de diferentes compañías. 
 
Por un lado el amanecer casi totalmente despuntado y por otro, la luna que no quiere esconderse,  parece que le gusta la luz de este verano que había entrado fuerte, hasta Castilla-León parece más Castilla-La Mancha.   



La idea de citarte temprano no es sólo para que la gente llegue a buena hora, también es porque así se participa en el proceso de montaje del globo, aunque ahora no se ayuda nada, sólo se contempla  lo que hacen. Comienza el proceso de llenado de aire del globo, con un buen ventilador (este lo podrían pasar por los políticos mundiales, un buen barrido seguro que hacía).

  
Aire que después se calienta, para que el globo pueda subir (aquí los políticos terminan escaldados).  

 
El globo comienza a estar operativo, levantando la cesta a la que no es fácil subirse, hay que trepar por ella, por lo menos para la que escribe que tiene las rodillas algo maltrechas y no puede doblar y apoyar con la facilidad que le gustaría.  



El cielo se torna multicolor:


Nuestras primeras sensaciones:



Y a subir y subir, creo recordar que hasta unos 1.200 m. Vamos subiendo lentamente, y ahora entendemos la razón de avisarnos que lleváramos una gorra, no era para el sol, era para el tueste que nos produciría en la cabeza y el cogote el fuego para seguir alimentando el globo, ¡¡tremendo!!  

No nos movemos demasiado, por un lado vemos los campos:



Cuando gira el globo se ve la ciudad de Segovia: 


Desde arriba destacan los principales monumentos de la ciudad. El increíble acueducto (nada de datos técnicos e históricos en esta ocasión, él solo habla muy bien):


 La imponente catedral con sus mágicos arbotantes y su precioso ábside:


El Alcázar, edificio en el que yo creía que se había inspirado Walt Disney para el castillo de La Cenicienta, pero que en realidad se trata de uno alemán, el castillo Neuschwanstein. Terminado el paseo en globo nos dimos un pequeño paseo por la ciudad y visitamos el Alcázar, que nos sorprendió gratamente su interior, ya que su exterior nos gustaba, y no sólo por Disney. 



La coqueta, bonita y templaria Iglesia de la Vera Cruz (tenemos una debilidad especial por ella):



La diferente iglesia de San Martín, con el campanario en el centro de la construcción. Durante el paseo por la ciudad, aconsejados por nuestros amigos, pasamos a visitarla, y su interior es igualmente diferente, ya que está como formada por torreones en su nave central, que efectivamente uno de ellos es la torre campanario.


Algunos vuelan de otra manera, con más sensación de pájaro y libertad.



El vuelo dura una hora aproximadamente, efectivo en las alturas unos 45 minutos diría yo. Llega la hora del aterrizaje, no se sabe nunca dónde se termina realizando, con lo que un coche de apoyo sigue al globo para recoger a los viajeros donde se termine su aventura.



Para el aterrizaje las instrucciones son: en cuclillas dentro de la cesta agarrados al asa que se encuentra al frente. Vamos, lo mejor para mis rodillas,  La fortuna quiso que fuésemos al completo, y aunque al principio no te gusta ir como sardinas encestadas esto nos hace ir encajados entre todos, con lo que sin necesidad de agacharme del todo estuve más o menos protegida, además el aterrizaje fue tranquilo y suave.

El lugar donde aterrizamos fue una especie de parque público reseco, que parecía un patatal y toca desinflar el globo:



Aprovechando el bonito momento multicolor para hacer fotos de recuerdo del paseo:


Mientras a nuestro piloto parecía que le estaban poniendo una multa por mal aparcamiento; parece que esto es habitual, la policía se acerca a los globos para controlar que no son piratas y que detrás del vuelo hay una empresa autorizada, en nuestro caso Globos Boreal.



Una vez deshinchado el globo toca recogerlo, y en el panfleto publicitario decía claramente que los viajeros ayudarían en la labor, labor que se realizó bajo una nube avalancha de mosquitos, que no picaron afortunadamente, porque si no salimos de allí acribillados.

    
Recogido y subido al remolque el globo y subido al remolque, llegó la hora del brindis por tan bonito vuelo con un cava rico y fresquito a una temprana hora de la mañana.


Mientras bebemos el piloto nos realiza unos diplomas de vuelo en globo, ¡prueba superada!.


Terminada la bebida nos acercaron al lugar donde dejamos los coches, y nos fuimos a desayunar a Segovia y aprovechamos para hacer algo de turismo por la ciudad, que a pesar de ser por lo menos la quinta vez que la pisábamos siempre había sido más por razones gastronómicas que culturales (aunque todo es cultura) con lo que no la tenemos bien pateada y conocida. En esta ocasión visitamos la Iglesia de San Martín, el Convento del Corpus Christi (antigua Sinagoga) y el Alcázar, todos ellos edificios muy interesantes.
 
Ha sido una bonita experiencia, quizás me esperaba más porque pensaba en un mayor recorrido y no tan estático; ahora nos planteamos un viaje más en serio y más largo, por ejemplo un Segovia-Ávila o una ruta por Toledo o por Cuenca, el tiempo dirá.


Espero que lo hayáis volado bien.

28 de julio de 2011

Austria - Viena - Jardines de los Palacios Belvedere

La primavera todavía no ha llegado


Salimos de Stadpark a Schwarzenbergplatz para tomar la calle Rennweg, que era la carretera que iba a Hungría y que lleva a los palacios Belvedere, y a sus jardines, que es lo único que tenemos tiempo de visitar. 

La puerta triunfal de acceso al patio de honor y al palacio Belvedere Inferior, Unteres Belvedere, está abierta pero todavía no es hora de visitas con lo que por aquí nos damos con un canto en los dientes y no podemos entrar. 


Decidimos continuar andando por la calle para intentar explorar otras entradas y afortunadamente más adelante hay una que da acceso a los jardines, al que están entrando muchas personas a hacer footing. 

Los palacios Belvedere son dos, Inferior y Superior, construidos por Hildebrandt como residencia de verano del príncipe Eugenio de Saboya, que empleó el dinero que recibió como recompensa por sus victorias en la Guerra de Sucesión Española. 

Entre ambos palacios se extienden unos jardines escalonados: en la parte baja se representan los cuatro elementos, en el intermedio el Parnaso y en el alto el Olimpo. 

Durante nuestro paseo estatuas de musas, ángeles, esfinges con cuerpos de león y cabezas humanas nos acompañan. La vista de los palacios según se va ascendiendo es impresionante, no están mal las chozas principescas. 

El Belvedere Inferior era utilizado como vivienda. Ahora alberga el Österreichische Galerie, Museo de Arte Barroco, en sus habitaciones, aparte del arte de las propias habitaciones. 


El Belvedere Superior era utilizado como recinto de recepciones y fiestas. Desde 1904 a 1914 fue la residencia del archiduque Francisco Fernando, el príncipe heredero asesinado en Sarajevo, suceso que desencadenó la Primera Guerra Mundial. En 1966 se firmó en él el acto constituyente de la República austriaca que puso fin a la ocupación aliada. Nos quedamos sin darle la vuelta para ver su ornamentada entrada con la S de Saboya y el jardín posterior. Increíblemente majestuoso y mayestático, tanto el paseo como el edificio.

 
Ahora el palacio alberga la Österreichische Galerie, la colección de la Galería Austriaca, con obras muy conocidas de Gustav Klimt, como la maravillosa El beso, que no me quería haber ido sin verla, pero tendrá que ser en otro viaje. Al igual que el inferior, sus habitaciones también son dignas de ser visitadas.


 
Canaletto desde la terraza del jardín pintó una vista de Viena, cuadro que se encuentra en el Kuntshistoriches Museum. 

 
Entre ambos palacios hay un juego de cascadas, que se pueden ver en el cuadro de Canaletto, y que a estas horas no están en funcionamiento, desconociendo si tienen horario fijo. La primera en sentido ascendente es de pared, con una gran concha sujeta por figuras femeninas.

 
Le siguen dos fuentes a cada lado y arriba una en el centro con escaleras, que es donde comienza todo a funcionar, con lo que realmente el orden sería al revés, pero como hemos entrado por el Inferior…


La idea de entrar a los jardines era por eso, por ser jardines, y aunque somos conscientes que es temprano para la fecha y por lo que hemos ido viendo en el resto de jardines de la ciudad, a punto de ser floridos pero no del todo, solo en parterres especiales, teníamos la ilusión de ver una explosión de color y nada de nada. Aún así, la vista de los palacios compensa la visita. 


La hora que es no nos da para más, hacia el lado de Rennweg nos dejamos el Jardín Botánico y un Pequeño Jardín Alpino. Volvemos al hotel con el paso apretado, cuando llegamos acaba de llegar nuestro transfer y está preguntando en recepción por nosotros. 

Desde las alturas decimos hasta pronto a esta preciosa y musical ciudad, rodeada de eso si, campos coloridos.


Para despedirnos de este musical ciudad nada mejor que nos "diriga" las palmas Herbert Von Karajan, en el clásico concierto de Año Nuevo y la Marcha Radetzky.


Gracias Viena por todo lo que nos has enseñado, sobre todo en música clásica, que yo necesitaba un buen repaso, y todavía me falta mucho que aprender y sentir con ella. Por supuesto, con un destino en mente para cuando se pueda. 


27 de julio de 2011

Austria - Viena - Stadpark

Bailando un vals con El tercer hombre


Es nuestra última mañana en Viena y tenemos muy poco tiempo, nuestro transfer al aeropuerto nos recogerá a las 9.30 h en el hotel, demasiado temprano pero no miramos la hora en su momento y anoche cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde para hacer cambios, también hay que respetar el descanso de los demás, y un sábado por la noche no me parecía el mejor momento para molestar a nadie.

Por ello madrugamos un poco más para estirar el tiempo. Nos vamos de Viena y de nuevo un ¡Oh cielos, no hemos estado allí! y esta es una foto de las más típicas, con lo que nos vamos directamente al Stadtpark, en la desembocadura del río Wien, con una entrada Jugendstil. Este parque municipal comenzó a construirse en 1862 con influencias inglesas.


Por la canalización del río se accede a las alcantarillas donde se rodó El tercer hombre, y es que estas alcantarillas dieron para mucho. Hay visitas guiadas por ellas, pero no tenemos tiempo de apuntarnos, y aunque suene raro, e incluso claustrofóbico a tope, como que da morbo entrar. Se entra por la estación de metro y se sale por Naschmarkt, así que el recorrido no está nada mal, unos 2 km de oscuridad y ¿malos olores?.


La canalización del río y la construcción del ferrocarril suburbano fue un problema que no se resolvió hasta 1906, y de nuevo nos encontramos con Otto Wagner y sus estaciones. 


En el parque tenemos una cita con Strauss hijo y su  famoso monumento, pero tenemos la desgracia que le están lavando la cara (el resto del cuerpo y el pedestal), con lo que solo lo podemos ver por las rendijas de las vallas que impiden el paso. 



Para consuelo de los tristes turistas que llegan hasta Strauss y no lo encuentran como querían han colocado un podio con una falsa estatua de Strauss, donde hacemos todos un poco el payaso. 

 
El edificio que asoma por detrás de nosotros, Strauss y yo, es el Kursalon, un pabellón de conciertos construido al estilo de los balnearios, donde por supuesto por las noches también ofrecen música clásica. 


Apetece quedarse en el parque, bien paseando bien descansando, pero el tiempo corre en nuestra contra, con lo que ni una cosa ni otra, bueno pasear un poco porque tenemos que salir de él y lo hacemos por otros caminos por los que entramos, para encontrar a Schubert por ejemplo. 





Es un parque pequeño que se puede recorrer en poco tiempo, y disfrutar de la tranquilidad, más a estas horas de la mañana y domingo, pero nosotros damos por finalizada su visita, tomando nota que en su interior se encuentra uno de los restaurantes mejores de la ciudad, Steirereck.