En Okavango desde la pista de aterrizaje nos adentramos en un mar pajizo, que en principio no tiene
nada que ver con las imágenes de los documentales ni de lo que hemos ido
viendo durante el vuelo en avioneta, donde el verde y el azul eran los colores predominantes, pero es un paisaje increíblemente hermoso, que suena a
solitario, a aventura, a emociones…
Por
supuesto volvemos a los baches del camino, a los que te acostumbras
porque tu mente está concentrada en lo que tus ojos ven alrededor, de
modo que tu cuerpo hasta se aisla y lleva el compás con armonía.
No faltan los termiteros gigantes, que sinceramente al principio dan algo de temor imaginar miles de hormigas en estas altas estructuras.
El
conductor, Ancient o así le entendí porque no me dio tiempo a leer el cartel con su nombre, nos avisa que va a tomar un camino más incómodo, atravesando
la vegetación pajiza, porque nos tienen preparada una sorpresa… ¿será un
picnic?... porque la verdad tenemos hambre, ya que desistimos de comernos
el wrap en el aeropuerto de Kasane. Nooooo, la sorpresa es aún mayor, tienen
localizado un magnífico leopardo, y ante la posibilidad de que cambie su
residencia y no podamos verle otro día, nos llevan hasta él,
¡¡magnífico ejemplar!! ¡¡que elegancia!! ¡¡que pose!! Mil gracias por
este detalle, que podían haber obviado y nos hubiéramos quedado sin ver ningún ejemplar adulto. Si el león es el rey de la
selva, esta mamá leopardo es la princesa, sentada en el trono gigante
que le proporciona un árbol.
Nuestro
conductor otea los alrededores del árbol, sabe que hay dos cachorros de
leopardo y los está buscando, hasta que finalmente da con uno de ellos
escondido en un pequeño árbol, está dando cuenta de un pequeño impala, y
la escena me impresiona, es la implacable ley de la naturaleza donde unos mueren para que otros vivan (hay una
fotografía en la que se ve con claridad la cabeza del impala, pero no
creo que haga falta verla).
Continuamos
camino hacia el lodge, y somos testigos de una preciosa escena
semiacuática, nuestro conductor dice que es un waterbuck, yo no lo puedo
asegurar, se parece mucho a otros antílopes y no se distinguen sus
diferencias, la principal es una línea blanca semicircular en su parte
trasera, que no se distingue bien aunque sí parece tenerla. Sea lo que
sea, fue un momento hermoso, viendo como corría saltando este antílope
africano entre las hierbas y sobre el agua, formando un chapoteo mágico.
Los otros waterbuck que hemos visto eran hembras, en el Parque Nacional de Chobe, durante el safari fotográfico Pangolin, y no podemos
comparar.
Pasamos del agua y de la
vegetación abundante a la sequedad del invierno y la hierba ya seca, y
es que así es el delta, islas de tierra seca con gigantes termiteros
entre mares de canales de agua y hierba fresca; increíblemente hermoso y hasta irreal.
Estos paisajes se van alternando, y por ello es muy especial el delta del Okavango.
Ahora nos posa un lechwe rojo, lo que puede parecer descaro es inseguridad y tener que estar alerta a ruidos y movimientos.
A la carrera una manada de facoceros, animales que siempre van al trote, como si llegaran tarde a algún lado, se paran rápidamente a comer y continuan corriendo.
En ocasiones para salvar el agua si es muy profunda se han instalado puentes de madera.
Y si no hay puentes, se vadean los canales de agua, que para eso están preparados los vehículos, aunque con sus dificultades, precauciones e incluso riesgos.
Tras esta pequeña (grande para nosotros) llegamos al lodge, pero esta parada nos ha retrasado más todavía de lo esperado y programado.