11 de diciembre de 2015

Uzbekistán - Vuelo de Madrid a Tashkent


¡Corre, corre, corre!

El destino, con nuestra voluntad por supuesto, quiso llevarnos este año a conocer Uzbekistán, ya que los planes eran para otros lares no muy lejanos de este, pero la naturaleza avasalladora y destructora (para algunos incluso justiciera, pero con consecuencias nada justas en este caso) desvió nuestros pasos, que retomaremos a la mayor brevedad posible.  

La razón de elegir Uzbekistán fue por formar parte de una ruta mítica con ciudades igualmente míticas, la Ruta de la Seda, que en la imaginación nos lleva a grandes caravanas de camellos, a grandes viajeros y aventureros, al increíble Marco Polo… ¡que comience nuestra propia aventura!

Lo primero es conseguir el visado, y para ello se rellena un formulario a través de la página web de la Embajada de Uzbekistán. Antes se necesitaba una carta de invitación para entrar al país, que podían emitir agencias de viaje u hoteles, pero hay un concierto con varios países, entre los que está España, que hace que este trámite ya no sea necesario, aunque es uno de los puntos a rellenar obligatoriamente en el formulario (nosotros pusimos “tour con agencia y no hubo problemas). Hay que detallar el viaje (supongo que esto para los viajeros independientes es más un trámite que una realidad, porque una vez en el país irán cambiando de ciudades a su antojo) y una dirección de contacto (como en este momento no tenemos la agencia efectiva en Uzbekistán ni los hoteles confirmados, rellenamos nuevamente con “hoteles concertados en el tour”).

Con estos formularios firmados, los pasaportes originales y una fotografía voy a la Embajada -afortunadamente está en Madrid-, a la Sección Consular, a la que se llega no por la escalera principal, supongo que sería la que llaman de servicio al tratarse de una casa antigua, pero da la sensación de haber cambiado de época, e incluso de entrar en una película de terror donde vayan a aparecer zombis en cualquier momento dispuestos a zampar mis sesos, y mi documentación. Un patio, un pasillo y finalmente una escalera y un ascensor, que desisto de utilizar, ya que quedarme encerrada en él en este confín de edificio no me hace ni pizca de gracia con mi claustrofobia.

Espera de ventanilla, el funcionario que parece que el español no lo domina (por lo menos no hubo palabras guturales en nuestro idioma), al entregarle la documentación, me pasa un papel con la cuenta corriente donde tengo que realizar el pago, 70 € por persona (lo podía haber hecho ya, pero pensé que mejor sería revisar in situ que los documentos que hemos rellenado por si hay algún error o problema; pero no hubo manera de comunicarme y tampoco le puse mucho interés), también me señala la nota donde se especifican los otros documentos necesarios, el pasaporte original y las fotografías.

Me voy a buscar la oficina bancaria, realizo el pago y vuelvo al Consulado, de nuevo espera de ventanilla, y finalmente entrego la documentación. Allí se quedan nuestros pasaportes, me sellan una hoja y en español más o menos me dice que el día 20 estarán listos. Una semana es lo que tardan en concederlo.

A la semana voy a buscar mis visados, una espera mayor de ventanilla, parece que España este año viaja a Uzbekistán (dos personas de agencias que realizan estos trámites). Aquí está una uzbeka guapísima hablando en ruso con el funcionario, quiere renovar su pasaporte, mientras su marido lidia en esta espera con sus dos hijos, que finalmente se quedan solos cuando él tiene que salir a realizar el pago. La uzbeka se acerca un momento a mí extrañada, ¿Qué tiene Uzbekistán que todos quieren ir allí?, como en las paredes hay fotografías de sus monumentos, se los señalo con una sonrisa, creemos que es un país con mucho que ofrecer, pero no le convence… sus motivos de dejar su país van más allá de su posible belleza. Para desconcertarme más, más que hablar susurramos, y para rematar, me avisa que tenga cuidado con las drogas, a lo que le contesto que supongo que no más que en cualquier otro país, incluso en España (la diferencia básica sería el registro policial, la rapidez en entrar en una cárcel, y las condiciones carcelarias… las raíces turcas del país que nos acercan a la película El expreso de medianoche).

El funcionario, sin una sola sonrisa, busca nuestros pasaportes, no están en ese montón, pero finalmente sujetos por una goma azul están allí, y por 70 € cada uno tenemos nuestro visado pegado en una hoja del pasaporte, válido para quince días, a utilizar durante el mes de agosto. 


Este año tocaba volar sí o sí con Turkish Airlines, ya que nuestro primer destino vacacional y el finalmente realizado pasaban por utilizar esta compañía aérea, que en su salidas desde el aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid-Barajas utiliza la Terminal 1, donde nos dirigimos a la sala VIP para esperar la hora de embarque, y así la espera es algo menos tediosa -es una sala amplia pero algo desgarbada en relación a su homónima de la Terminal 4-. 



Todo parece ir bien, pero a la hora de acudir al embarque las cosas comienzan a torcerse, hay un retraso y lo único que hacemos es mirar el reloj, nuestra conexión en Estambul para tomar el vuelo a Tashkent es solo de 1 h 40 m –que con el cierre de embarque se reduciría a hora y media-, en principio un tiempo adecuado al ser vuelos en la misma terminal, pero si se retrasa demasiado no tenemos confianza excesiva en llegar. 


Comenzamos a embarcar con casi una hora de retraso, y el estómago está lleno de mariposas nerviosas. 


Volaremos en un Airbus 330 con una configuración en business de 2-2-2. Turkish ha recibido el premio a la mejor aerolínea de Europa por Skytrax en 2011, 2012, 2013 y 2014, con lo que en principio ofrece confianza (el tiempo convulso del país todavía no ha llegado a su extremo). 


Cuando facturamos el equipaje nos cambiaron los asientos reservados y que figuraban al hacer el check-in, desconocemos las causas porque se producen estos cambios de última hora, ahora estamos en la primera fila, y disfrutamos de nuestro espacio, que en esta fila es más amplio, pero que a mí no me terminan de convencer por el inconveniente de no poder dejar nada en el suelo (siempre están a la quita los asistentes de cabina). Ya podían habernos adelantado algo más y habernos pasado a first class.


Pero la cosa sigue torciéndose, el retraso sigue aumentando dentro del avión y ya vamos por una hora y cuarto, con lo que nos quedarían quince minutos para la conexión, así que desde este momento la damos por pérdida, y las mariposas se marchan del estómago, ya no tienen sentido, dependemos de la suerte, de la muy buena suerte. ¿Quién nos dijo que no debíamos volar con Turkish?, no este no es el momento de recordarlo. 

De bienvenida no nos ofrecen la típica copa de champán o vino blanco, nos ofrecen bebidas no alcohólicas (si lo pides seguro que lo tienes), de las que elegimos un zumo natural de limón con menta y un zumo de frambuesa. 


Y nos deleitan con una riquísima delicia turca, y no con unos frutos secos como suele ser habitual. 


Llega la hora de la comida, de entrada unos aperitivos turcos: sashimi de atún, berenjena con pimientos rojos, tomate con salsa de yogur; y un humus de remolacha. 


De plato principal los dos elegimos unos langostinos salteados sobre pimientos rojos asados y alcachofas, acompañados de un soso arroz blanco (la sal lo salaría pero no le daría sabor). 


Para beber, vino tinto francés de uva syrah, no demasiado exitoso, y una Coca-Cola, que por mi parte no quería comenzar a maltratar el estómago con acidez extra.


De postre, una tarta de mascarpone con mousse de café, que estaba muy rica, y una selección de quesos, que por regla general no se aguantan en la bandeja hasta el final, y terminan siendo un aperitivo.

Terminada la comida ya puedo hacer uso de mi asiento-cama, que siempre es un relax para el cuerpo. No miro las películas a nuestra disposición, escucho mi mp3 y le doy un repaso a la guía del país, que no me ha dado tiempo a hacerlo antes de salir. 

Durante el vuelo no adelantamos nada de tiempo -la última esperanza del viajero con retraso-, en este caso rezábamos para ese bendito viento de cola que hace que el vuelo se acorte, pero nada, ahí estábamos en horario desfasado de conexión. Preguntamos a la tripulación si es posible saber la puerta de embarque de nuestro vuelo a Tashkent, así por lo menos no tendremos que parar a ver la pantalla, pero no es posible en esta compañía premiada, que no sé si sería porque realmente no tenía puerta asignada o porque no pudieron o quisieron tener esta información, que en otras compañías ofrecen afortunadamente (esa denostada Iberia por ejemplo). 


Tras cuatro horas de vuelo comenzamos a sobrevolar Estambul con su apabullante tráfico marítimo y nos acercamos al aeropuerto Atatürk. Adelantamos el reloj una hora (tranquilos, esto está contemplado en la hoja de ruta y de vuelos). 



Dicen que la esperanza es lo único que se pierde, así que salimos corriendo del avión… y si el siguiente avión va con retraso, y si por deferencia a nuestras lindas y buenas personas lo retrasan… esperanza, esperanza, solo sabes bailar cha cha cha. No somos los únicos desesperados, hay más pasajeros con otras conexiones justas, que a tenor de sus billetes son vuelos perdidos completamente, nosotros solo estamos a diez minutos de que nuestro vuelo despegue, con lo que el embarque estaría cerrado pero podrían estar esperando a viajeros retrasados en sus vuelos.

Al entrar en el aeropuerto desde el finger, un señor grita ¡Tashkent!, y nos acercamos, nos apunta la puerta de embarque en el billete, parece ser que allí está el avión, no sabemos si esperando a los viajeros con retraso o sencillamente él también retrasado. Más carrera, que hacemos junto a un portugués que vuela a Tashkent de negocios aeronáuticos o algo así. Llegamos a la puerta de embarque, y colapso total, el vuelo va efectivamente retrasado, con lo que nos podíamos haber evitado la carrera, pero por lo menos parece que volaremos, y es que si perdíamos este vuelo, con toda seguridad tendríamos que haber hecho noche en el aeropuerto, y esperar a una recolocación en otro vuelo podría haber significado perder al menos un día del viaje porque hoy llegamos de madrugada para comenzar el tour al día siguiente. En el avión también viajaba un grupo de españoles con destino a Tashkent, que llegan con la lengua fuera, y al reconocernos como pasajeros nos saludan y todos sonreímos por estar allí y poder volar (seguimos teniendo confianza en el vuelo).

Con esta experiencia, me afirmo en mi idea, quizá algo "peregrina", de no llegar con el tiempo tan justo, ni a los vuelos de conexión ni a los viajes, mejor tener algunos minutos más para deambular por el aeropuerto y días libres para emplear por nuestra cuenta, o sencillamente para paliar estos imprevistos aéreos.

Embarcamos a las 20.38, hora y media más tarde de lo previsto, y ello hará que lleguemos a Tashkent a las 3 de la madrugada, esperando que los trámites de entrada no sean demasiado pesados y poder acostarnos sobre las 4 para dormir algo antes de comenzar a visitar la ciudad…vamos a empezar este viaje más cansados de lo que estaba planificado, porque además los retrasos y las esperas agotan.

Nos hubiera gustado pasar por el lounge VIP del aeropuerto de Estambul, aunque solo fuera para echarle un rápido vistazo, pero fue completamente imposible (buscar, llegar y volver no tenía mucho sentido, además la hora de embarque nunca se reflejó en la pantalla, y todos los concentrados junto a la puerta mirábamos y mirábamos sin parar la dichosa pantalla), y para el vuelo de regreso lo tenemos descartado, ya que la conexión es diez minutos más corta.

El avión que nos llevará a Tashkent es un Airbus 321 y la configuración en business es 2-2. 


El asiento no se convierte en cama, cuando ahora es mucho más necesario que en el vuelo anterior, ya que es seminocturno, teniendo en cuenta además el adelanto horario. El asiento es cómodo, aunque el cuello se queda demasiado rígido a pesar de poder manejar algo el reposa cabezas, a ninguno de los dos nos gusta. 


Nos vuelven a ofrecer bebidas no alcohólicas, ahora elegimos un zumo de naranja y el rico zumo de limón natural con menta. 


Una vez embarcados, ya no hay grandes retrasos, a pesar del tremendo tráfico aéreo del aeropuerto, que supongo la razón principal del retraso, ya que la cantidad de gente en el aeropuerto y el colapso de aviones de entrada y salida era apabullante; Turkish Airlines está expandiéndose a gran velocidad.



Sobrevolamos Estambul nuevamente, aunque ya me hubiera gustado ver o reconocer algunos de sus emblemáticos monumentos, pero esto es la parte moderna de la ciudad. 


Volvemos a saborear otra rica delicia turca. En el anterior trayecto no nos obsequiaron con un neceser -y tampoco lo reclamamos-, pero en esta ocasión sí, debe ser porque es nocturno y es automático, y en el anterior vuelo si no pides, eso que se ahorran (que no me parece mal, porque muchas veces los abrimos por cotillear y hacemos poco uso de sus amenities). El neceser es de piel, de la marca Furla, todo clase, y en su interior lo típico: calcetines, antifaz, tapones para los oídos, crema hidratante para manos, bálsamo labial, peine, cepillo y pasta de dientes. 


Nos toca cenar, ¡pero si casi hemos terminado de comer!, pero es mejor llevarnos un bocado que llegar a Tashkent de madrugada y tener que pedir algo en el hotel, que allí nos caeremos en la cama. De aperitivo: hummus de zanahoria (muy rico), cus cus, tomate con berenjena y un puré que no recuerdo de qué era, y salmón. 


En el plato principal no coincidimos; para él, brochetas de pez espada con puré de patatas, aceitunas negras, y una cama de pimientos verdes y rojos asados. 


Para ella, una apuesta arriesgada, tacos de ternera (ternera que en la mayoría de las ocasiones es un taco seco) con concasse de tomate, pimientos verdes y arroz blanco (de esta me quedo estreñida para todo el viaje… que no hubiera estado mal del todo). 


De postre, la típica selección de quesos y una pequeña tarta de manzana con merengue y vainilla, que no nos parece tan rica como la tarta de mascarpone del anterior trayecto, pero no hicimos fotografías (lapsus gastronómico bloguero).

El vuelo es nocturno, por lo que me pierdo las vistas sobre el Mar Negro y el Mar Caspio, aunque sí se pueden ver las luces de las ciudades, pero las fotografías de ellas no me han salido ni medianamente bien, y el fotógrafo oficial decidió plegar sus párpados (bueno para él). El Mar de Aral lo pasamos justo por su borde inferior, pero mi ventanilla da para el otro lado, así que la oscuridad o el mal asiento hacen que me pierda tres elementos naturales dignos de verse desde las alturas… al final el vuelo tenía que haber sido por la mañana.


Cuatro horas y media después adelantamos el reloj dos horas y aterrizamos en el aeropuerto de Tashkent, estamos realmente cansados. No hago fotografías del aterrizaje, y además como al régimen no le gusta mucho que se realicen fotografías de puentes, obras civiles, metro, policía… supongo que el aeropuerto está en esta selección, y evito tener un problema nada más aterrizar. El desembarque se realiza a pista y luego a un autobús, lo que siempre es más agotador… deberíamos haber dormido en Estambul y no empeñarme en hacer un viaje todo tan rápido.

Tocan los trámites de entrada, afortunadamente el aeropuerto a estas horas, las tres de la mañana, creo que solo ha recibido nuestro avión (aunque colapsado no debe estar a ninguna hora). Entramos en el edificio y parecemos todos un poco borregos, supongo que la hora acompaña para este estado físico; lo primero es buscar los papeles de entrada al país para rellenar, y en esto vemos un joven con nuestro nombre, dentro del aeropuerto, que no habla español, algo de inglés y en teoría nos ayuda, pero no tengo muy claro su función, creo que era amigo de nuestro guía o de la agencia para darnos algo de seguridad a nuestra llegada.

Los papeles de entrada están en inglés (¡menos mal!), y los rellenamos (se me olvido coger uno para escanearlo): nombres, nacionalidad, número de pasaporte, sexo, motivo del viaje y declarar el dinero con el que se entra al país (los policías podrían exigir verlo, con lo que es mejor declarar el real, el exceso sería requisado sin contemplaciones y directo al bolsillo de “otros”). Se rellenan dos formularios iguales por persona. No declaramos las cámaras fotográficas ni la tablet ni el teléfono móvil, como parece ser que hasta hace unos años era necesario (confiamos en que no haya problemas a la salida). Sellados los papeles, uno de ellos se queda en la aduana y el otro lo debemos guardar como oro en paño, con un cuidado extremo, será necesario para salir del país.

Se puede llegar a Uzbekistán sin visado, pero este se tiene que realizar en el aeropuerto, en una oficina que a nuestra llegada estaba cerrada, y que nuestro conocido portugués tendrá que esperar a que llegue el funcionario para realizar este trámite.

Comienzan a salir las maletas, y en el habitáculo donde estábamos solo había una cinta de equipaje. Solo hemos facturado una maleta, llevamos dos de mano por aquello de los imprevistos, y ahora sí salimos del aeropuerto, pero el joven que llevaba nuestros nombres no viene con nosotros (tengo inmensas dudas de su función y de su supuesta colaboración).

Ahora sí salimos y buscamos en la maraña de gente en el exterior –otros guías en busca de sus turistas y principalmente taxistas en busca de clientes- alguien con nuestros nombres que sí se haga cargo de nuestros cuerpos, que ya deberían llevar ruedas como las maletas para ser empujados. Allí está el que será nuestro guía durante todo el día, el joven Oyott, que estará más cansado que nosotros porque empalma un tour con otro (¡bendito trabajo! pero muy cansado). Cargamos las maletas y los cuerpos en la minivan y nos vamos al hotel, entablando conversación liviana con él, más información personal que otras cosas.