Por
la puna mágica
Desde las lagunas Miscanti y Miñiques emprendemos el camino de vuelta hacia San Pedro de Atacama, más o menos a una distancia de 120 km, y en este viaje seguimos disfrutando desde la minivan del
paisaje, un paisaje de puna y coirón, de los volcanes, así como de
pequeñas lagunas en el horizonte.
La puna de Atacama es el altiplano, que en
este caso es del tipo desértico, situada entre 3.600 y 4.500 metros sobre el
nivel del mar, ocupando aproximadamente 180.000 km2. En la puna se
encuentran los ya presentados coirones y otras plantas que crecen en laderas rocosas, las
llaretas.
Varias veces nos
encontramos con grupos de vicuñas.
El camino, que no se
puede llamar ni carretera ni calzada, presenta baches y desniveles, lo que nos
hace ir pegando botes y a Marcelo buscando el mejor lado para pasar, ahora por la izquierda, ahora por la derecha.
En este camino vemos con mayor
claridad y capturamos medianamente una quebrada del río, por la que circula el
agua, cuando la haya, y de la que se suministraban los atacameños para sus
cultivos. Parece una fractura del terreno provocada por un seísmo.
Los cultivos atacameños
se encuentran en terrazas construidas en los terrenos, como en muchas partes del mundo, por lo que esto es una sabiduría natural e innata (mirar, observar y aplicar).
Llegamos a Socaire (mirar mapa de localización), un pueblo situado a 3.500 m de altitud,
localizado en una zona de explotación de oro durante la época colonial, y que ahora
vive principalmente de la agricultura, de la minería, y del turismo, siendo la
comunidad atacameña de esta localidad la responsable de la administración de
las lagunas Miscanti y Miñiques.
La iglesia vieja es
de estilo colonial, y la iglesia nueva sigue el mismo patrón arquitectónico
pero está construida con materiales más modernos, aunque mantiene la techumbre
de paja.
Paramos a las afueras
del pueblo, aunque como podéis intuir no es tan grande como para tener mucha diferencia entre "fuera y dentro", donde parece que hay varios lugares de avituallamiento, que podrían
ser como postas en el camino.
Se tienen vistas
sobre el salar, que podrían ser mejores si se caminara por allí en lugar de
quedarnos a un lado de la carretera, ahora sí asfaltada, pero es que comer es necesario, importante, y además otro punto cultural a conocer.
Al salir de Toconao Osvaldo intentó llamar a un restaurante de este pueblo para comer
allí de vuelta de la excursión, pero no hubo manera de que le cogieran el teléfono, así que pasó al plan
B, llamó a otro restaurante en Socaire y aquí vamos a comer, en una cocinería,
nombre que reciben los comedores sencillos. El almuerzo está incluido en el
precio de la excursión.
La barbacoa al
exterior está preparándose, se trata de un bidón abierto en un cuarto, y es que
aquí el aprovechamiento de materiales tiene que estar a la orden del día y de
la imaginación (aunque ecológicamente es un poco chocante, sobre todo con un paisaje tan natural y aparentemente virgen -que luego sabemos que lo tienen horadado y explotado-) .
La mesa está
preparada, y el mantel a mí me parece que es una preciosidad, dan ganas de comprarlo, y puede que
si no en la cocinería, si en alguna tienda o local del pueblo se pueda hacer,
ya que Socaire también es famoso por su artesanía.
Comienzan a repartir
canastos de pan, que está buenísimo y algo más (con estos se pueden hacer unos bocadillos de impresión), para poder mojar en la salsa de
chancho en piedra.
Para beber jugo de
durazno o melocotón, al que nos rendimos pero con el que nos contenemos porque
podríamos beber jarras y jarras. También se puede pedir cerveza, pero yo estaba
feliz con el jugo.
De primero una rica
sopa de verduras, llena de elementos, que además ayudó a entonar el cuerpo, y
en la que más de uno hicimos “submarinos” con el rico pan.
Cuando Osvaldo
realizó la reserva en la cocinería nos pidió que eligiéramos entre pollo, cerdo
o ternera, para que allí pudieran tener el producto listo para hacer. En
nuestro caso fueron el pollo y el cerdo los elegidos, acompañados de arroz y
quinoa; la quinoa es un pseudocereal muy utilizado por los incas y los atacameños (a mí me ha gustado mucho, sin tener un gran sabor, es un gran acompañante, y además sano). De
postre, naranjas.
La comida fue
estupenda, un local sencillo en el que nos trataron como príncipes, y en
el que palpamos el cariño del guía y del conductor hacia sus propietarios y
viceversa. La humanidad abriéndose paso entre la fuerza arrolladora del turismo.
Continuamos el camino de vuelta a San Pedro y Osvaldo hace parar a Marcelo en un tramo de la carretera para notar el “magnetismo”
del terreno, ya que la minivan queda en punto muerto en un tramo ascendente y
la minivan sigue hacia delante, cuando tendría que ir hacia atrás, y es que es
aunque la visión es ascendente el tramo es realmente descendente, es una
ilusión óptica…muy curioso (es un fenómeno que se suele dar en territorios volcánicos, porque en la isla surcoreana de Jeju-do, no muy lejos del cráter Sangumburi, se producía en la carretera hacia el monte Hallasan, aunque nosotros no pasamos por allí y no pudimos comprobarlo).
Sin parar pasamos al
lado de una pequeña colina o una roca grande en la que se distingue el rostro
de un indio, de un inca, lástima que en la fotografía no se puede ver, pero en
una de las cámaras Osvaldo hizo la foto y salía perfectamente el rostro,
¡increíble!.Se me olvidó dar el mail al afortunado de la cámara para que me la enviara y así también poderla tener nosotros. En nuestra fotografía hay que tirar de imaginación para ver el rostro del indio, que os aseguro que se ve perfecto.