1 de junio de 2011

España - Trujillo (Cáceres) (1/4)

Tras los pasos de la historia

El fin de semana del 21 de mayo se celebraban las bodas de oro de unos tíos, y esta celebración familiar nos reunió  en Trujillo, ciudad a la que mi marido y yo estamos vinculados emocionalmente de manera muy especial y a la que hacía tiempo no le hacíamos una visita, aunque seguimos sin hacerla en profundidad, entrando a todas las iglesias, casas y museos posibles, cotilleando por todas las casonas habilitadas como hoteles o restaurantes, y sin lugar a dudas se merece un paseo por ella con tranquilidad, disfrutando de todos sus monumentos, que son muchos, y de todas las vistas que ofrecen sus calles. 

Estamos vinculados a Trujillo porque en la Iglesia de Santa María la Mayor nos casamos, matrimonio del que recientemente como ya os comenté y compartí la escapada, el 19 de enero, se cumplieron ya 20 años, felices y sin perdices, pero con mucho bagaje personal. 

Además la madre de mi marido, la que llaman familia política, nunca hubo peor adjetivo para calificar una familia que es mía y siento como mía, es trujillana, así que este reportaje se lo dedico a ella:  Nena, con todo mi amor.

La antigua Turgalium perteneció al municipio romano de Castra Iulae, de la provincia lusitánica. Los visigodos apenas dejaron documentos, pero sí los árabes. La Torgiela árabe se desarrolló alrededor de su imponente castillo. En 1186 cayó en poder de Alfonso VIII y poco después la recuperaron los almohades. En 1232, quedó definitivamente bajo soberanía cristiana, según la leyenda por la intervención de la Virgen de la Victoria, patrona de Trujillo, en aquel entonces Truxellum.

A partir del siglo XIII las familias Altamirano, Bejarano, Chaves, Orellana, Pizarro, etc., se instalaron en la villa que, poco a poco, creció hasta convertirse en una gran ciudad, motivo por el cual el rey Juan II le otorgó dicho título en 1432.

Trujillo merece sobradamente el título de “cuna de conquistadores”. En los siglos XVI y XVII, gracias al dinero y mercancías que llegaban de América, la villa conoció uno de sus grandes momentos económicos e históricos. Se enriqueció tanto que el oro corría a raudales y los mercados ofrecían cientos de productos del Nuevo Mundo. Surgieron edificios, civiles y religiosos, que convirtieron a la vieja Trujillo, una ciudad de pastores y agricultores, en una ciudad señorial.

Los abusos de la Mesta y los nobles, las guerras con Portugal y las destrucciones de las tropas francesas minaron su economía y sumieron a la ciudad en un decaimiento progresivo, que se ha ido tratando de superar mediante el turismo y como núcleo regional del comercio ganadero.

Comenzamos la visita por la iglesia donde se celebró la misa por los 50 años de matrimonio, perteneciente al Convento de las Jerónimas, de finales del siglo XV, que hasta hace poco se encontraba en la Plaza Mayor, en el Palacio de San Carlos, pero dado que era muy grande para la congregación actual y el costo altísimo de su mantenimiento, se han trasladado a este edificio más pequeño, que es donde comenzó la orden a funcionar al instalarse en la ciudad. 



Al lado del altar destaca la figura orante de un caballero, ¿un conquistador?, a su espalda una lápida de un apellido muy de la tierra, Solís, de la Casa del Sol. 



El interior de la iglesia es muy coqueto, con una Virgen de Guadalupe, reconocible por su color. 

 
El parador de turismo se halla instalado en el Convento de Santa Clara, del siglo XVI. Enfrente de él se hallan las dependencias de las monjas clarisas, a las que el día anterior de la boda es menester dejar una docena de huevos para pedir un buen día soleado, que si bien  en nuestro caso el sol no salió, lo que no nos hizo fue frío, y eso es de agradecer para ser enero.






Este monasterio al igual que otros que había en Trujillo, recibieron ayudas de personajes ilustres, incluso los Reyes Católicos, Felipe II y Felipe III acudieron a visitarlo, llegando a pernoctar en alguna ocasión,  y lo dotaron de importantes beneficios. 

Según la tradición en el coro de la iglesia de este convento está enterrada doña Francisca Pizarro Mercado que fue monja en él, hija de Hernando Pizarro con Isabel de Mercado, que también fue monja en uno de los conventos de Trujillo, parece ser que en el de la Coria.

El elemento más característico y encantador del convento-parador es sin dudas el claustro, de tracería herreriana, donde persiste el antiguo pozo, y ahora hay instalados unos buenos sillones para pasar una tarde-noche al fresco.



Alrededor del claustro se encuentran algunas de las habitaciones, y por las noches aseguro que el silencio es totalmente monástico, aunque durante el día también lo llega a ser, los turistas andan de trotacaminos por la todavía desconocida Extremadura, muchos de ellos franceses. 



En la antigua espadaña del convento no anidan las campanas sino las cigüeñas, aves unidas a esta tierra de un modo muy especial. 

 
Como todas las ciudades, tiene un corazón, la Plaza Mayor, cerrada al tráfico, con los inconvenientes que ello provoca pero con la tranquilidad que se consigue. En ella se instalaban los mercados y los espectáculos públicos, desde ferias de comediantes a corridos de toros. Junto a ella crecieron los barrios árabes y judíos. 

La primitiva plaza del Arrabal se convirtió a partir del siglo XVI en una plaza señorial, de estilo renacentista, porque los viejos edificios de los mercaderes se sustituyeron por casas solariegas construidas con el oro de las Américas.




En la plaza se alza altiva y casi en movimiento la estatua ecuestre en bronce, con un peso de 6.500 kg, de Francisco de  Pizarro, regalo de un norteamericano, Carlos Rumsey, gran admirador y entusiasta del conquistador, que era muy aficionado a la escultura.

El monumento fue inaugurado en junio de 1929. La obra fue examinada antes por el gran escultor Mariano Benlliure que dijo de ella que «era una escultura perfecta que denotaba gran conocimiento de los trajes de la época, de las armas y de los acarreos». 

Existe otra estatua gemela que regalaron a Lima. En el pedestal de la estatua se puede leer: Francisco Pizarro. Conquistador del Perú.


A un lado de la plaza se encuentra la Iglesia de San Martín de Tour, del siglo XIV. En un principio era de pequeñas dimensiones, pero por exigencias del culto y por la masiva afluencia de gente fue ampliada y modificada en el siglo XVI, además de convertirse en parroquia. En esta iglesia se enterraban las familias nobles en sepulturas familiares, para lo cual daban dinero a la iglesia por tener este derecho. 

En esta iglesia ha rezado Carlos V, donde juró los fueros de Trujillo a su paso para Sevilla cuando iba a casarse con Isabel de Portugal, también oyó misa Felipe II que venía de tomar posesión de Portugal, y también pasó Felipe V.

En sus muros se colocaban las medidas oficiales del trigo, cebada y otras mercancías, los patrones por los que se debían regir para vender.

Tiene dos torres, una campanario y la otra para el reloj decorada con azulejos talaveranos.

También tiene dos puertas, una renacentista-clásica de arco de medio punto, entre columnas sobre pedestales y rematada por un frontón.


La otra puerta, gótica, es llamada de “las limas”, con un arco,  decoración de bolas (limas) y una galería de calados góticos que se abre sobre ella, donde había una imagen de la Virgen y hoy se encuentra la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

Ante esta puerta se reunía el Concejo, con sesiones abiertas para tratar los asuntos de la vecindad y también se daban los pregones. 


Frente a la iglesia el Palacio de los Duques de San Carlos, donde destaca el balcón de esquina, encima hay un busto y debajo el escudo de la familia. Hacia un lado de la fachada hay una logia. Aquí habitaban antes las monjas del Convento de las Jerónimas. 

 
Hacia un lado de la fachada hay una logia. 


Frente al palacio, de cara a la plaza, están los soportales, que en sus tiempos estaban diferenciados por los productos que se vendían, uno de ellos era el Portal del Paño, donde pervive una tienda de tejidos. 

 
En una esquina de la plaza se encuentra el Palacio del Marqués de la Conquista, palacio renacentista del siglo XVI mandado construir por Hernando Pizarro y por su mujer, que era su sobrina, doña Francisca Pizarro Yupanqui (hija de Francisco Pizarro y de una princesa inca llamada Inés Huaylas Yupanqui), que a los 18 años se casó con su tío Hernando que tenía 52 -parece una telenovela-. 

El palacio fue construido sobre las antiguas carnicerías municipales, lo cual desencadenó un largo pleito. Los problemas de cimentación y su gran peso amenazaban con la ruina del edificio, por lo que en el siglo XVIII hubo que tomar medidas y fue Manuel de Larra Churriguera, el sobrino del gran arquitecto del churrigueresco salmantino, el que vino a Trujillo para las obras de afianzamiento.

La fachada principal consta de una primera planta porticada de cinco arcos, sobre ella hay tres pisos de cuatro ventanas cada uno, las cuales, a medida que ganan en altura, van disminuyendo en tamaño, lo que da la impresión de mayor altura.

Las ventanas están protegidas por rejas de hierro forjado y rematadas por cartelas metálicas decoradas con medallones de rostros humanos y el escudo de los Pizarro (los dos osos y el pino), el cual se repite por toda la fachada del palacio, esculpido en piedra o cincelado en hierro.

El edificio está coronado por una cornisa en cada una de cuyas peanas hay una estatuilla. En total son doce y están portando diversos instrumentos musicales, entre las que se intercalan otros elementos decorativos.


De nuevo llama la atención el bonito balcón de esquina, enmarcado por casetones alrededor, a ambos lados le flanquean dos columnas abalaustradas con decoración de calabazas y hojas de acanto, entre ellas se alojan los bustos en altorrelieve de cuatro miembros de la familia Pizarro. A la derecha Hernando y doña Francisca tocada con sombrero y a la izquierda Francisco Pizarro e Inés Huaylas Yupanqui (padres de doña Francisca). 

 
Sobre el balcón el gran escudo mantelado con las armas engrandecidas por Carlos V. Es toda una alegoría de la Conquista del Perú, en el centro el escudo de los Pizarro en pequeño, le rodean las murallas de la ciudad de Cuzco, capital del Imperio Inca, los barcos de Túmbez por ser ésta la primera ciudad inca que encontraron. También está representado Atahualpa con las manos metidas en dos cofres de oro rodeado por siete caciques indios. 

En la primera foto del Palacio del Marqués de la Conquista al fondo se ve un edificio con arcos, es el Antiguo Ayuntamiento, sede del concejo hasta el siglo XIX y actual Palacio de Justicia. 

En otra de las esquinas de la plaza se halla el Palacio de Piedras Albas, edificado en el siglo XVI sobre lo que eran los soportales del pan, con una sencilla logia de tres arcos de influencias florentinas porque los dueños de este palacio entroncaron con una familia italiana, los Piccolomini. 




Al lado del Palacio de Justicia se  encuentra la Casa del Peso Real, con una puerta entre dos columnas retorcidas, salomónicas. Es una de las muchas casas que hay en Trujillo, edificios medievales de estructura gótica a los que posteriormente se les incorporan elementos del Renacimiento y conjugan muy armoniosamente en su fachada las dos corrientes artísticas. 

En ella se pesaba la harina, el trigo, la cebada… todo lo que era pesable. En la plaza se celebraban los mercados y tenía que haber una casa que llevara el control de los pesos y las medidas para evitar los fraudes. También se la conoce como Palacio de los Marqueses de Quintanilla (es la casa a la izquierda en la foto, al fondo).


En los soportales de lado derecho de la plaza, subiendo las escaleras, donde se encuentra el Mesón la Troya y la Casa de la Cadena. La Casa de la Cadena recibe el nombre por la cadena que cuelga del dintel de su puerta, que simboliza el derecho de asilo de que gozaba esta casa por haberse hospedado en ella Felipe II a su paso por Trujillo, en marzo de 1583, cuando el rey venía de tomar posesión del reino de Portugal, queriendo su confesor, el trujillano fray Diego de Chaves, se hospedara en casa de sus familiares, en la Casa de Chaves-Orellana. Este derecho proporcionaba un privilegio mediante el cual el reo perseguido por la justicia quedaba bajo la protección del señor de la casa y mientras estuviera allí no le podían prender (en esta foto se distingue mejor la cadena).