26 de septiembre de 2016

Uzbekistán - Samarcanda - Gastronomía


Comida y cena

Con la visita al Siyob Bazaar ya hemos tiempo y sobre todo hambre, con lo que Oyott nos lleva hasta una parada de taxis y tomamos uno para ir al restaurante que nos toca hoy para comer, Platan, cuya entrada y terraza exterior es mucho más bonita que la sala interior, por lo menos en la que estuvimos nosotros, que ya hemos ido viendo que cuando el edificio es grande suele haber diferentes salas y diferentes estilos decorativos, y puede que nosotros estemos en el "comedor de diario".


Ensalada de berenjenas, pimientos y zanahorias.


Ensalada de patatas, zanahorias y tiras de carne. 


Ensalada de judías, ¡agradecemos las legumbres! 


Ensalada agridulce de repollo con zanahoria (parece que la zanahoria estaba de oferta en el mercado).


Una crepe de requesón. 


De plato principal, una brocheta de pollo al fuego acompañada de patatas. Fue una sorpresa el modo de llegar a la mesa. 


De postre, una crepe dulce, de la que no recuerdo el relleno con seguridad, algo similar al dulce de leche.


Curiosamente no tenemos foto de la cerveza, supongo que la rusa Sarbast y por eso no se realizó, ni del pan, que esto sí que es extraño, y aquí supongo o que estaba muy bueno, cosa que dudo mucho, o que fuera regular, y por eso su omisión.

La razón de elegir este restaurante, aparte de por estar en la lista que los guías deben de tener, supongo que fue por su cercanía al hotel donde estamos alojados, posiblemente si no estuviéramos en este habríamos comido en otro local, así que caminamos hasta el hotel, pasando por mansiones espectaculares de llamativas fachadas, que supongo que en este caso estará destinado al tema lúdico, que parece que cenas y fiestas van muy unidad en el país y en esta ciudad.


Y esta es la razón de no querer a salir a pasear andando por la noche desde el hotel, las calles, no la calle principal por supuesto, por las que se llega a él no están asfaltadas, las aceras brillan por su ausencia, la iluminación es anecdótica -con lo que un traspiés puede resultar el fin de las vacaciones-, hay una vegetación inhóspita para nosotros pero que seguro que es muy hospitalaria con otro tipo de animales... Por la seguridad no nos preocupamos nunca, aunque por supuesto sin bajar la guardia totalmente, pero nunca vimos ni una mala mirada ni un mal gesto. El taxi es el mejor aliado para llevarte, pero los pies son los mejores para las vistas y el conocimiento.


Aprovechamos la tarde para hacer las maletas con algo más de orden, ya que el viaje se está acabando, y pretendemos facturar si es posible las tres maletas de mano que llevamos, y solo llevar una mochila con lo básico, por aquello de una emergencia.

Por la tarde-noche hemos quedado con Oyott para cenar, esta noche dice que nos invita él a una cena de despedida (no entro en si salió realmente de su bolsillo o del presupuesto, me gusta confiar en la gente hasta que me demuestran lo contrario), detalle que le agradecemos y agradeceremos del modo que él espera, así que llega en un taxi con el que vamos hasta el restaurante, que más parece la entrada a un garaje. ¿El nombre?, no lo pregunté, ¿la dirección?, tampoco la pregunté pero fue un viaje largo desde el hotel, atravesando la ciudad.


A nuestro joven guía le gustan las brochetas, los pinchos como les llama él, y supongo que sobre todo sabe que es lo que mejor comen los turistas, a no ser que sean vegetarianos, así que nada más entrar, elige la ración para la cena, y como durante todo el viaje, mejor no parar a preguntarse por normas higiénicas, de tratamiento o de conservación; al menos estos pinchos están semi-tapados por una tela.


El local es muy sencillo, pero no le falta una fuente decorativa de buen tamaño. En este restaurante no se ven turistas, son los locales los que acuden.


De aperitivo: pepino con requesón, y ensalada de tomate, pepino y cebolla; menos aperitivos y muy sencillos.


Pero esta cena, de alguna manera especial, se caracteriza porque la haremos con vodka, ¡como los hombres!. Oyott sirve tres chupitos, de cantidades iguales, nada de diferencias entre hombres y mujeres, y nos dice que en Uzbekistán se bebe de un trago, vamos, el chupito de toda la vida. Pues la única que se lo bebió de golpe fui yo, con lo que Oyott se quedó con los ojos a cuadros y saltones, porque durante todo el viaje no me ha visto beber alcohol, unos chupitos de cerveza pero sobre todo he bebido litros y litros de agua. Ya le cuento que me he comedido, pero que esta noche soltaré la fiera “alcohólica” que llevo dentro, a lo que no tiene más de otra que reírse. 


En las mesas del restaurante solo hombres sentados en ellas, la única mujer yo: occidental, en camiseta de tirantes (¡que calor!) y bebiendo vodka en compañía de dos hombres. No quiero pensar la suma que realizarían con estos factores, pero creo que el orden de los factores no alteraría el resultado.

Una cena amena, intentando más ser amigos que guía y turistas, hablando más de la vida que de los monumentos, intentando conocernos entre nosotros más que tener información del país. Estuvo muy bien.

Tras la cena salimos de la calle pequeña en la que se sitúa el restaurante a una avenida más grande, pero es de noche y por supuesto poco iluminada, así que Oyott para un taxi mientras nos mantiene a resguardo -los turistas pagan más a primera vista-, para volver al hotel.