21 de noviembre de 2013

Chile - Santiago - Restaurante Azul Profundo



Azul, no tan profundo

En el barrio Bellavista decidimos comer en el restaurante Azul Profundo, que nos habían recomendado en Madrid, y además su exterior ya es suficientemente llamativo, con un mascarón de proa en su fachada, como para entrar a él, que para salir siempre hay oportunidad.





A la entrada del restaurante en el suelo nos da la bienvenida la rosa de los vientos. 




Como el exterior hace presuponer, el interior es profundamente azul y marinero, con infinidad de salones, decorados de diferentes maneras pero siempre con el mar y su vida de referencia, con muchos objetos relacionados con él. Madera, mucha madera, y un salón a modo de salón de barco, solo le faltaba ponerse a navegar el local. 









La entrada a los baños es muy simpática, con el rótulo “to life boats”, pero no ha salido la foto como para publicarl; esta entrada es compartida con el acceso a la cocina, estando la zona acondicionada tal cual barco, con paneles metálicos, ojos de buey en las puertas, ya digo, solo faltaba ponerse a surcar el mar azul y profundo.






En el baño no faltan alusiones al mar, como un cartel del transatlántico francés Normandie, también hay cuadros a modo de collage con frases, en ocasiones divertidas, en ocasiones para pensar. 






Pasemos a comer. En la mesa hay manteles individuales de papel, que nos obsequian limpio de manchas a la salida, con poemas de Fernando Pesoa (El mar), Pablo Neruda (Oda al caldillo de congrio), Federico García Lorca (Mar), un pasaje del libro Cabo de Hornos de Francisco Coloane, y un poema de este autor dedicado al restaurante:


El hombre en la costa

nunca está solo

lo acompaña siempre

el rumor del mar

como los agigantados

pasos de alguien

que nunca llega




De aperitivo nos sirven un pan riquísimo, para comérselo entero, que es lo que hicimos, acompañado de mantequilla y de la salsa de las salsas en Chile, el pebre, elaborada con cebolla, tomates, cilantro, aceite, ajo, limón y chiles… a mí personalmente me chifla, y como a mi marido no demasiado por la aversión al cilantro que ha desarrollado por el exceso de uso en la cocina asiática en general, me veo en la obligación de comerlo sola. 



Para beber, seguimos con las cervezas chilenas, una Kunstmann Torabayo de tipo Pale Ale y una Royal Guard, siendo la primera más fuerte y para nuestro paladar más rica (la foto no es por la cantidad de cerveza ingerida sino por un mal enfoque). 



La carta es extensa y muy variada, con muchos platos de pescado, a cada cual más rico por su nombre y por la composición de los mismos, con mezcla de elementos que en principio yo no mezclaría, pero decidimos que no vamos a hacer una comida copiosa, pretendemos seguir paseando por la ciudad todo lo que podamos, y si nos ponemos las botas, tendríamos que colgarlas para descansar tan profundamente como el azul del restaurante. 


Compartimos unos ostiones al pil pil, y es que con esta salsa tan española (de momento española), de origen vasco nos apetecen. Los ostiones son parecidos a las vieiras y están emparentadas con las ostras, pero estos no nos terminan de convencer, nos parecen algo insulsos de sabor, y eso a pesar de la salsa, a la que también creemos que le falta un toque, aunque este toque mojando el chile gigante sobre el plato hubiera estado conseguido. 




En la elección del segundo plato a compartir hubo discusión gastronómica-marital, pero como yo de vacaciones estoy muy relajadita le deje la decisión final a él, así si la cosa salía mal siempre podría echárselo en cara (¡no me leas!). La elección, una tabla marina, un surtido de mariscos a la plancha (con ajos) con filete de salmón y vegetales grillados. El resultado, que de nuevo nos llenamos de ostiones (menudo ostión nos pegamos este día), y además en este plato con exceso en número, y es que deben abundar en el mar chileno; se dejaba comer pero no nos pareció exquisito.


Quiero creer que no fueron las elecciones adecuadas en el día adecuado, pero si tuviéramos que repetir, en este momento no lo haríamos, y eso sin decir que fuera malo, pero no fue completamente satisfactorio. En una marisquería o restaurante especializado en pescados pensar que lo mejor fueron los vegetales grillados es decir demasiado. 




Terminamos la comida con un postre, compartido pero menos, un Celestino con nueces, manjar y helado de vainilla. El celestino es un panqueque o tortita, el manjar es el nombre que en Chile recibe el dulce de leche, que a mí se me hace demasiado empalagoso, y que este manjar no hay que confundirlo con el manjar blanco que comimos en un postre en la isla de Pascua, el suspiro limeño, que se trata de una especie de merengue. ¡Líos culinarios y lingüísticos!




Lo mejor del restaurante, sin lugar a dudas su ubicación y su decoración, además de lo bien atendidos por el camarero que se encargó de nosotros, y del resto del personal. La comida, habría que darle otra oportunidad para tomar una decisión final.