31 de marzo de 2011

Japón - Tokio - Crucero por el río Sumida - Jardín de Hamarikyu

Navegando para llegar a un jardín


Una vez bien desayunados en el mercado de pescado nos vamos al metro para ir a Asakusa, cerca del templo de Senso-ji, que habíamos visitado el del día anterior. La excursión por el metro hasta llegar fue entretenida, porque había que hacer trasbordo entre las dos compañías que funcionan, con la particularidad que había que salir de una estación de una línea a la calle para entrar en la otra estación de la otra línea, eso sí, con el mismo billete.

En los alrededores del puente Azumabashi vemos uno de esos escaparates de los restaurantes que os he comentado, con el muestrario de las comidas en plástico para que no haya lugar a dudas de la elección. Estos platos también se pueden comprar en tiendas como souvenir, aunque su precio no es precisamente barato como para tomárselo a broma. 


Enfrente del puente destacan dos edificios: el Edificio Asahi, que simula ser un vaso de cerveza con espuma (imaginación hay que tener), y a su lado el Edificio Flamme d'Or, diseñado por Philippe Starck, que supuestamente tiene una llama en lo alto, pero los tokiotas lo llaman "el edificio de la caca" (cada cual que elija lo que le parece más, yo lo tengo claro). 


Debajo del puente hay un embarcadero, desde el que salen los barcos que realizan un crucero por el río Sumida. En la espera para embarcar me pedí un té helado con limón, y el modo de prepararlo fue realmente curioso, mucho hielo, rayadura de limón congelada, agua y un chorrito de te para dar color, que sin estar delicioso por lo menos fue refrescante. 


En el río aparte de embarcaciones clásicas tipo paseo con la parte superior abierta para disfrutar del paisaje, como la nuestra, también hay alguna futurista. 



En los laterales del río se ven canales con un ambiente más japonés, o lo que nosotros entendemos que debe ser este ambiente, barcazas de madera con sus letras. Esto es Japón, pasado, presente y futuro van de la mano en todo momento.


El paseo es agradable, se pasa por varios puentes, cada uno de un color, en los que un encargado siempre subía a la parte superior para avisarnos que nos agacharámos para no darnos en la cabeza. No hay nada destacable, aunque se puede disfrutar de la arquitectura de modernos edificios, algunos estéticamente bonitos. 

La última parada para nosotros es el jardín de Hamarikyu, que como dato curioso está cerca del mercado de pescado, parece que estamos dentro de un círculo turístico. Los pinos negros están recortados y apuntalados para ir dándoles la forma que el paisajista o jardinero quiere.


El jardín está situado en la desembocadura del río Sumida, tiene 25 Ha y fue construido para en 1654 para la familia de un shogun, que solía pescar patos aquí. 


Desde 1869 dependió de la Casa Imperial y se convirtió en el Jardín del Palacio Separado. Ahora es un parque público previa entrada que va incluida en el precio del crucero. ¿Reconocéis el ruido?, ¡¡si!!, nuestras amigas las chicharras, aquí comenzamos a escucharlas y creo que aún hoy todavía lo hago, sentimentalismo puro a pesar del sonido.


Un puente de madera conduce a una casa sobre el lago, que fue un pabellón o una villa donde se alojó el presidente americano Ulysses Grant en su visita al país en 1879. 


Hoy la villa se ha convertido en una ochaya o casa de té, donde por el precio de 500Y se realiza la ceremonia del té.


Aunque yo tengo ganas de entrar, para disfrutar y aprender de la ceremonia, mis acompañantes votan por seguir haciendo el recorrido del parque y de la ciudad, así que me quedo con las ganas, y eso que el ambientillo favorecía mucho, pero es lo que tiene el turismo en compañía y quedarse en minoría, hasta con el voto en contra de mi marido. 



El jardín es un oasis verde en el que disfrutamos mucho, a pesar del calor intenso y sofocante, con el contrapunto de los edifcios a su alrededor.


30 de marzo de 2011

Japón - Tokio - Mercado de pescado de Tsukiji

¡¡Lo tengo fresco!!


La tarde anterior en el tiempo de espera de preguntar algún detalle a nuestra guía en el  Bazar Oriental de Omotesando-dori hablamos con una pareja, y nos comentan que para esta mañana tienen en su agenda la visita a Tsukijishijou, el mercado central de la ciudad, principalmente de pescado, cuya visita había descartado con pena por el madrugón que representaba, así que nos apuntamos a ir con ellos, quedamos a las cinco y cuarto de la mañana (hay que estar totalmente chiflados para según que tipo de cosas, pero había leído tanto que merecía la pena que no podíamos dejar pasar la oportunidad).

Así que el día comienza con un madrugón de órdago para visitar el mercado, ¿estamos locos o no?, pues por la sensación de la que salimos de él no más que miles de personas más que pululaban por allí cámara en mano, y que sí nos merecio la pena. 

Al entrar en el metro no estamos seguros de la línea, nuestra nueva amiga pregunta a un chico japonés, que va cargado con su maleta y resulta que va al mismo destino pero tiene la misma idea que nosotros de cómo llegar, o sea ninguna, yo pregunto a un señor japonés mayor (aquí el dominio de la lengua ya es total) que nos contesta amablemente en japonés así que seguimos igual, pero como está decidido a ayudarnos se pone en marcha y nos dice que le acompañemos. Después de varios vericuetos, de los problemas de sacar el billete, de que nos volviera a ayudar el señor de la estación y nos hiciera el cambio, conseguimos llegar al mercado. La pena es que nos hemos perdido todo el movimiento importante, llegamos a las siete de la mañana, después de haber salido a las cinco y media del hotel.

El espectáculo comienza nada más salir del vagón del metro y caminar por la estación, el olor a pescado desde la salida del metro y por la calle nos dice que vamos bien, y cuando llegamos lo primero es pasar por un mercadillo de verduras, cuchillería, artículos varios de cocina, y al salir un sinfín de carritos manejados por locuelos sin carnet, a los que había que prestar atención, además era muy gracioso porque llevaban una especie de bombona de butano o algo parecido para que funcionaran (eso creo).

Y por fin, entramos a la lonja propiamente dicha, el pescado está casi todo vendido, por lo menos las piezas grandes, pero aún así todavía podemos ver algunos atunes espectaculares.


A los que hay que limpiar y trocear tal cual imagen de películas de yakuzas. 


De ver como los filetean da hambre, y eso que todavía no hemos visto el pescado crudo, ni sushi ni sashimi para comer. 


El mercado no es un edificio antiguo, el original fue trasladado aquí desde Nihonbashi en 1923, después de que un terremoto lo destruyera. Y ahora se piensa de nuevo en su traslado. 

Hay pasillos por los que pasear entre los compradores y los vendedores, a ninguno de los cuales les gusta nuestra presencia de turistas, aunque nos toleran más o menos, que hay miradas que lo dicen todo, y en ocasiones algún vendedor da un pequeño empujón para apartarnos de su camino. 


Almejas de tamaño descomunal, peces conocidos y desconocidos, multitud de encurtidos, gambas, langostas, vieiras, mejillones, anguilas vivitas y coleando.....Si que ha merecido la pena, y lo mejor está por llegar.


Hacemos la foto a un producto curioso, y gracias a una amiga ahora sé que son piñas de mar.


Al salir de la lonja pasamos por la zona de restaurantes, pero seguimos dentro del recinto del mercado, hay colas para entrar en ellos, y como cuatro valientes nos decidimos a hacer cola en uno para tomar un desayuno auténticamente japonés: pescado bien fresquito y crudo. 


El señor que lo atiende es divertido, ameniza la espera y la comida, posa para las fotos, y nos suelta un panfleto hecho por él mismo en el que están las frases más utilizadas y necesarias para manejarse en Japón:  en castellano, catalán, inglés, francés…y más idiomas.


Nuestro desayuno consistió en sushimi de salmón (espectacular), atún (maguro de ahora en adelante, que era delicioso y se parecía más a un solomillo de ternera que a pescado), un pescado desconocido (parecido al rape pero más fibroso que no me gustó demasiado) porque hacía algo de "bola" al masticarlo), anguila guisada (unagi, nunca había pensado probarla pero resultó ser exquisita, a pesar de las espinas que me tocaron en mi ración), arroz con encurtidos y la dichosa sopa de miso (desde este momento dejé de tomarla para siempre y todavía me quedaba enterarme de que es el miso y cómo se cocina la puñetera sopa), y por supuesto salsa de soja para salsear el pescado.


Por este desayuno merece la pena el madrugón, jamás había pensado ser capaz de hacerlo, pero una vez allí hay que abrirse, sobre todo la boca. Pongo el reloj para recordar la hora en que nos tomamos este diferente y espléndido desayuno, aunque luego en los hoteles volvamos a nuestros clásicos. Seguramente el ver la mercancía estimula el apetito. 

29 de marzo de 2011

Japón - Tokio - Omotesando-dori (Aoyama) - Hibiya - Yurakucho - Ginza - Teatro Kabuki-za - International Forum Building

De película en película


Terminada la visita del Templo de Senso-ji nuestra guía Sumitsu nos lleva a comer. En esta ocasión la experiencia no resultó nada gratificante, aunque en un principio prometía por no ser especialmente rara: brochetas de elementos varios (verduras, carnes, marisco, pescado) rebozadas, pero con un saborcillo especial (algo en el rebozado y exceso de uso de aceite supongo también) me hizo desistir a la quinta brocheta, y eso que hasta le intentaba quitar el rebozado pero no había manera (no, no era tempura, que ésta es más suave y sabrosa). Para acompañar: sopa de miso, cuenco de arroz, encurtidos, vamos, lo de siempre, que aquí podrían ser patatas fritas y aceitunas, a todo es acostumbrarse o no. 

De nuevo al autobús y ahora vamos a la avenida Omotesando-dori, donde abundan las tiendas elegantes y caras: Versace, Gucci, Prada....y en mitad de la misma el Bazar Oriental, donde nos deja nuestra guía por si queremos realizar compras. Una tienda interesante para realizarlas ya que tiene un buen surtido de artículos bonitos aunque no puedo comentar de sus precios, si son buenos o no. 

La avenida va desde Aoyama a Harajuku y en ella se pueden ver edificios arquitéctonicos interesantes de ver, el Hanae Mori de Tange Kenzo y el Spiral, así como varios centros comerciales. 



Como tenemos la opción de continuar por nuestra cuenta y no volver al hotel, decido llevar a mi marido a un lugar sorpresa que encontré preparando la guía y que me hizo sumamente gracia. Con el metro vamos al distrito Hibiya (estación Hibiya o estación Yurakucho de la línea Yamanote), y nos encontramos con la estatua de un mito cinematográfico de origen japonés: Godzilla. Aunque la estatua no dice nada, ni es prodigiosa ni grande, las risas de mi marido al descubrirla merecieron la pena el peregrinaje por encontrarla, ya que la plaza no es abierta y está semiescondida, frente a los almacenes Hibiya Center almacenes que aprovechamos para refrescarnos y continuamos el paseo.



Callejeamos por la zona,  y acabamos paseando por debajo de las vías del tren, por la llamada zona de Yurakucho, con sus incontables locales de comidas, con un aspecto del ayer y con un recuerdo de Blade Runner por el humo en uno de estos callejones (esta peli y la de Lost  in translation serán un continúo referente en el viaje). 

En esta zona hay tiendas de electrónica en las que poder mirar, comparar y comprar si es necesario. Es un contraste total lo que se vive en la zona.

 
De nuevo al metro para descubrir el barrio de Ginza, que significa "lugar de plata" por la ceca de este material construida en 1612, y al que se compara con la 5ª Avenida de Nueva York, porque está lleno de tiendas elegantes, grandes almacenes, restaurantes. 

También cuenta con un cruce de calles famoso como el de Shibuya, Ginza 4-chome, pero con uno de sus edificios emblemáticos empapelado por reforma, un centro comercial, el Edificio Wako con un reloj en su fachada. Ya anochece y de nuevo una explosión de luces y colores, pantallas, personas de un lado para otro.

Hoy estoy de concesiones maritales, después de la compra electrónica entramos en el edificio de Sony para ver lo último de lo último, y aunque hay cosas nuevas que todavía no han llegado a España parece que no es nada del otro mundo (yo no tengo ni idea). Por esta visita no llegamos a ver ni los escaparates de la tienda Mikimoto, productora de perlas cultivadas (suspiro de mi marido aliviado), que ya los habían retirado.




El edificio cilíndrico es el San-ai Building, y también se le puede ver en muchas películas. 



Caminando llegamos hasta el Teatro Kabuki-za pero no está iluminado, sus farolillos lucen apagados y no es tan bonita la visión como debería. El teatro se abrió en 1889 y fue uno de los ejemplos arquitectónicos más antiguos de uso de materiales y técnicas occidentales al estilo japonés. La construcción original fue destruida por los bombardeos en 1945 y se reconstruyó en 1951.


Las sesiones de este teatro suelen durar unas tres horas, aunque para turistas ávidos de conocer pero no de sufrir existe la opción de sacar entrada para un solo acto, y en el caso de ser lo suficientemente valiente o masoca para ver la obra completa se pueden alquilar unos cascos para seguir la representación en inglés.
 
Caminando un buen trecho, si bien podíamos haber tomado el metro nuevamente, y  preguntando en varias ocasiones (ya las palabras sumimasen -perdone- y arigato -gracias- forman parte de mi vocabulario más utilizado,  entre medias un spanglish a como salga) llegamos al edificio del Forum Internacional, a mitad de camino entre Hibiya y Marounichi. Incluso una japonesa muy amable que va de camino nos acompaña hasta que casi llegamos a él, intentando mantener una conversación en inglés, ya que los jóvenes sí lo suelen hablar, otra cosa es que nos entendamos, sobre todo si nuestro inglés es básico.


El edificio fue diseñado por Rafael Viñoly en 1996 y es sede de grandes empresas, hay galerías de arte, salas de espectáculos y conciertos (aquel día no parecía haber ninguno o no estábamos en la zona destinada a estos eventos).


Un espectacular diseño de acero y cristal, con las pasarelas que lo cruzan cerradas al turismo dadas las horas que son, no demasiado tarde pero tampoco temprano para las horas de allí.

 
Hemos pasado al lado de la estación de tren de Tokio, pero está de reformas, tapada y no iluminada, con lo que no la podemos ver bien, siendo lo más destacable que es un edificio de ladrillo que recuerda a la de estación de Ámsterdam mucho, aunque no nos parece tan majestuosa.

Las zonas por las que hemos callejeado: Hibiya, Yurakucho y Ginza en un mapa parecen estar cerca, pero no hay que fiarse para nada, son realmente distancias agotadoras para caminar, máxime cuando entre dos puntos importantes no suele haber nada destacable, aunque siempre se puede encontrar, sobre todo arquitectura, pero para ello se necesitaría tiempo y no siempre se pasaría por lugares interesantes. 

Para volver al hotel no nos complicamos la vida y cogemos un taxi. Para cenar seguimos sin complicarnos, estamos cansados, no queremos buscar ningún restaurante y no nos quedan muchas fuerzas ni para bajar a alguno de los del hotel, con lo que en una tienda de alimentación dentro del mismo compramos artículos varios para saciar el apetito y aprovechar para descansar todo lo posible, que mañana nos toca un madrugón de los buenos. 

Una nota sobre los taxis, que son curiosos: los conductores suelen llevar gorra y guantes impolutos blancos; las puertas no se tocan por los ocupantes, se abren y se cierran solas; y el dato más práctico, es que hay varias compañías que aplican diferentes tarifas, que se pueden ver en pegatinas en los cristales, aunque no hay grandes diferencias para trayectos normales, aparte de por el detalle monetario se diferencian por el logotipo. 




28 de marzo de 2011

Japón - Tokio - Templo Senso-ji (Asakusa)

En el corazón de la ciudad vieja

Después de la corta visita a los alrededores del Palacio Imperial volvemos al autobús, hay que cruzar la ciudad para ir al distrito de Asakusa y en algunos casos hay grandes atascos, con lo que se pierde mucho el tiempo con este transporte, pero un grupo grande en metro podría ser un desastre aunque la mejor opción. 

Asakusa había sido uno de los distritos más vivos de la ciudad, con su apertura al mundo occidental a partir de 1868. Aquí se abrieron los primeros cines, las primeras salas de baile y los primeros pubs, pero después de la Segunda Guerra Mundial perdió su carisma al desarrollarse otros distritos y partes de Tokio.

Próxima parada: el templo Senso-ji en Asakusa, al ser templo es budista. También se le conoce como Kannon-sama y lleva más de mil años en el mismo lugar. La leyenda cuenta que fue construido por dos pescadores en el siglo VII, después de pescar con sus redes una estatuilla de la diosa Kannon, el bodhisattva de la compasión, todos soñaron que la divinidad les pedía que construyesen un santuario. Ha sido reformado en varias ocasiones desde el siglo IX, llegando a su versión definitiva a principios del siglo XVII, que desgraciadamente fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y el templo que hoy se ve data de 1958.

Se accede por la puerta Kaminarimon, la puerta del Trueno, con dos dioses custodiándola a cada lado, el dios del Trueno a la izquierda, Raijin, y el dios del Viento a la derecha, Fujin.



Sin lugar a dudas llama la atención su gran farol rojo, sobre el que los turistas nos detenemos para las fotos y para admirarle. 


Detrás de la cual se pasea por la sorprendente avenida Nakamise-dori, llena de puestos de souvernirs y de comida, como galletas. Los toldos se despliegan para que las compras puedan ser relajadas y nada asfixiantes por el calor. 


La avenida desemboca en una explanada pequeña al fondo de la cual se encuentra la puerta Hozomon o Puerta del Tesoro, lógicamente se utilizaba para guardar los tesoros del templo.


En la parte trasera de la puerta en lugar de guardianes hay unas enormes sandalias de paja, supuestamente las sandalias de Buda. 
 

A la izquierda de la puerta, según se entra, destaca la pagoda de cinco pisos.



Pasada la puerta Hozomon, otro pequeño pasillo con tenderetes donde colgar plegarias, comprar amuletos, tentar la suerte, y al final el templo Senso-ji.

Hacemos uno de esos gastos inútiles: un hexaedro de madera contiene palitos con números  grabados (en japonés por supuesto), que se sacude y sale uno de ellos por el agujero, ese número conduce a unas cajitas donde coger un papelito con la suerte. No la tuve mala, así que no fue tan inútil, y es que no hay nada mejor que creer o no creer.




Aquí conocemos un nuevo ritual (anda y que no hemos aprendido a hacer ritualesde todo tipo), al que me aficioné con gran alegría y devoción: hay unos grandes incensarios (a veces son pequeños, pero las menos) donde por una cantidad de dinero se deja prendido el palito, pero sin necesidad de pagar nada se tiene acceso al humo que desprenden, con las manos nos lo echamos por encima y sobre todo por nuestras partes más débiles, es el modo de alejar las desgracias y las enfermedades. 



Yo entro al templo sola, mi primera vez quitándome las playeras, que como iba preparada me las lleve de las que se abrochan con velcro para que fuera todo más rápido y fácil. A la salida leí el cártel que no se podía entrar si no era para rezar, pero no lo hice de mala fe, es más, antes de entrar había un señor y yo le miré con cara de interrogatorio, dudé en si entrar o no, y como no me dijo nada y vi a otros visitantes pues lo hice. Normalmente somos turistas obedientes, si no puede entrar, no se entra; si no se puede fotografiar no se fotografia...tanto si nos parece absurdo o no, pero cada uno en su casa tiene el derecho de poner las normas. 



Recorrimos un poco los alrededores, la parte trasera del templo, varios edificios más que lo componen y un jardín tranquilo, pequeño y coqueto con esculturas; pero este no es el jardín Dembo-in, al que se puede entrar previo pago. 



Descubrimos el símbolo que adoptó posteriormente el nazismo, la esvástica, pero que para el budismo está relacionado con el origen del mundo y sus cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. A raíz de este dato indagué sobre su origen, y esta cruz proviene del hinduismo.

 
En la zona de este templo nos queda pendiente otro santuario, el jardín mencionado de Dembo-in, y el santuario Chingodo-ji (¡¡vaya nombrecito!!), dedicado a Tanuki, el perro mapache embustero que se representa con unos enormes testículos que le permiten volar (¿primer prototipo de avión?), ¿a que promete el animalito? El caso es que luego me he hartado de ver a Tanuki, al que confundía con un tejón, pero no me fijaba bien y lo que yo pensaba que eran piernas algo raras eran lo que eran.