Innocent nos deja en el aeropuerto de Kasane, nos despedimos con cariño
de él, ha sido un buen guía, y además nos ha emocionado su
amor por la naturaleza y los animales, el respeto que les tiene, que
además debe de ser alguien considerado "en grado" en el parque de Chobe, porque cuando ha
visto que algunos coches privados se han saltado los caminos para
acercarse a los animales les ha echado una buena regañina -cosa que no ocurría con otros guías o conductores de otros vehículos-, que
seguramente no les haya sentado nada bien, pero es que además de no
molestar a los animales, la seguridad personal no debe dejarse en segundo plano por una
buena fotografía.
El aeropuerto es muy nuevo,
casi reluciente, pero por supuesto no es muy grande, así que las dos
horas y media que pasaremos forzosamente en él se harán tediosas hasta
el infinito. Y es que aquí hay un fallo de logística, ya que en
previsión que pueda ocurrir cualquier imprevisto en esos caminos de
tierra con el coche (como ocurrió con nuestros compañeros de safari
cuando salieron ayer, que pincharon y tuvieron que poner rueda de repuesto y casi esperar a ayuda) te suelen dejar con tiempo, pero creo que nosotros
pasamos, y desperdiciamos, demasiado en él. Innocent nos entrega dos
bolsas de comida, que para nuestra tristeza vuelven a tener un wrap de
pollo por persona.
Lo primero es facturar las
maletas (más que maletas, bolsas de deporte para ser exactos), pero no nos dan ninguna tarjeta de embarque, nos avisan que
cuando llegue la hora de embarcar ya nos las darán. Pues bueno, si es
así no hay nada que decir, mientras no se olviden de nosotros.
Aprovechamos la espera para cambiar moneda, no porque sea necesario
disponer de pulas, la moneda nacional de Botswana, sino para nuestra
colección. Y ya está, nada más que hacer, solo pasear para no estar sentada y
esperar (aburrimiento y cansancio total). Nos ofrecieron pagar por pasar a una especie de sala VIP, pero no preguntamos ni el precio, que a lo mejor hubiera compensando.
Finalmente, una
persona de la compañía se acerca y nos entrega nuestras tarjetas de
embarque, hay una pantalla electrónica para los vuelos, pero allí nunca
salió el nuestro, aunque si lo hicieron otros vuelos (la logística sin lógica). En realidad, la tarjeta de embarque es un combinado de
este vuelo y el vuelo que haremos el día de salida, en el que además se
refleja el avión de conexión (organizado al menos parece). Pasamos el
control de bolsos de mano, pasaportes y billete, tras lo cual entramos
en una sala donde de nuevo toca esperar; al menos hay una tienda donde
curiosear y comprar. Llegada la hora nos hacen salir al exterior y
volver a esperar ordenadamente.
¡Y allá vamos!,
volaremos con la compañía Mack Air, a bordo de una avioneta Cessna Gran
Caravan. Antes de subir nos piden que comprobemos que nuestras maletas
están junto a la avioneta para ser introducidas con total seguridad (un buen detalle).
Si
ya habíamos tenido nuestros más y nuestros menos con las maletas en este
viaje (que fueran blandas y no muy grandes, nosotros optamos
por medida de equipaje de mano permitido en los aviones, así no teníamos que facturar), con el equipaje permitido
en las avionetas fue un auténtico calvario, porque en sus condiciones
pone que además no lleven ruedas (que sería una ventaja para no tener
que cargar con este peso, que eso sí, en la avioneta dejaban que fuera
de hasta 20 kg, pero ¿sin ruedas quién carga con esto?, el único modo es la facturación en el país de origen, así no se tienen que cargar y arrastrar, pero decidimos saltarnos este engorroso trámite). Además decían
que nada de equipaje de mano, lo que incluía que nada de bolsas con
cámaras de fotografía o mochilas o bolsos de mano…, afortunadamente en la parte trasera de
la avioneta han dejado un espacio para que allí amontonemos estas
pertenencias que nunca meteríamos en las maletas; una cuestión de
seguridad y de espacio el no dejarlas a los pies como hacemos en los
aviones convencionales.
Despegamos con algo de retraso porque una pareja no vio sus maletas, así que tuvieron que volver dentro del aeropuerto a buscarlas. En el avión vamos algo apretados, una fila de dos asientos y otra de uno, en total 12 o 13 asientos.
Despegamos con algo de retraso porque una pareja no vio sus maletas, así que tuvieron que volver dentro del aeropuerto a buscarlas. En el avión vamos algo apretados, una fila de dos asientos y otra de uno, en total 12 o 13 asientos.
Comenzamos
a volar, y al poco de despegar, el paisaje árido de tierra ocre pero lleno
de árboles se transforma en un laberinto acuático, sobrevolamos el
magnífico delta del Okavango, y nos quedamos maravillados ante su
esplendor y fuerza, que una cosa es verlo en los documentales y otra tenerlo tan cerca.
El vuelo en avioneta es
como un autobús de línea con paradas, ya que va parando en diferentes
pistas de aterrizaje en el delta, desde las que se llega a los lodges, y
nuestra parada será la penúltima, así que paciencia. Antes de volar el piloto nos dice las paradas
que haremos, con los nombres de los lodges y la hora prevista de llegada
a cada uno de ellos, por supuesto en inglés.
El
delta es impresionante, no te dan ganas de que termine el vuelo, bueno
sí, porque sabes que sí desde el aire es tan bello, el poder disfrutarlo
bajo tus pies (o las ruedas del coche) tiene que ser una auténtica
experiencia y una magnífica e inolvidable aventura.
El río Okavango, de 1.430 km, nace en el centro de Angola y fluye en dirección sudeste por la región namibia de Caprivi antes de entrar en Botswana, donde el agua se dispersa por el llano paisaje, perdiéndose el río en un laberinto de 16.000 km2 de lagunas, canales e islas, formando lo que se conoce como delta del Okavango.
Llegamos
a nuestra pista de aterrizaje, la del lodge Xaranna Okavango Delta Camp
a las 14.45 h aproximadamente, casi dos horas de vuelo, casi dos horas
de espera en el aeropuerto...
Un trabajador del lodge nos está esperando con un vehículo para comenzar nuestro periplo por este maravilloso destino.