17 de octubre de 2016

Uzbekistán - Samarcanda - Restaurante Besh Chinor - Viaje en tren de Samarcanda a Tashkent

En alta velocidad

Terminada la visita al hermoso complejo memorial Shah-i-Zinda es hora de comer y Oyott ha tomado buena nota de que nos falta probar uno de los platos nacionales, ya se lo había reclamado en varias ocasiones, por lo que nos lleva a un restaurante donde es normal que lo sirvan, aunque no las tiene todas con él, es posible que hoy no esté en el menú, como no está en el cartel publicitario de la entrada. Su nombre, Besh Chinor, que también es frecuentado por extranjeros, aunque durante nuestro paso por él no llegaron. 



El local nos recuerda de alguna manera a los antiguos casinos o casinillos que existían en los pueblos y ciudades de España, que todavía se mantienen muchos de ellos; todo tiene un ambiente retro que no es precisamente estético ni bonito, a nosotros no nos lo parece. El restaurante también cuenta con un patio interior acondicionado con mesas, que en días menos asfixiantes de calor será el lugar ideal para comer. 



De aperitivo nos sirven unos palitos rizados de queso, o eso creo recordar qué eran, y es que no siempre tengo el bolígrafo cargado, y por supuesto, la memoria cada día da un paso atrás.


Oyott se pide un plato de noodles o sopa con tallarines y verduras, lo que no nos hace confiar demasiado en nuestra elección demasiado, si él no lo come ¿es porqué no es bueno? o lo que es peor ¿estará malo?; y para nosotros, unos platos de zanahorias encurtidas y una ensalada de berenjenas de entrantes. 



El pan casi no lo tocamos durante esta comida. 


Y el plato que hemos venido a comer expresamente, manti, unos raviolis grandes, realmente grandes, rellenos de carne picada que se cocinan al vapor, que en Bukhara no pudimos degustar y que no queríamos marcharnos del país sin hacerlo. Estaban buenos, quizás algo pesaditos porque la masa no era precisamente ligera.


Para aligerar un poco, de postre, sandía. 


Terminada la comida no tenemos muchas ganas de dar ningún paseo, ni con Oyott ni por nuestra cuenta, con lo que a pesar de que tenemos bastante tiempo libre por delante, esta espera, que siempre se hace más larga de lo que es, la pasamos en la recepción del hotel, y la pasamos algo mejor por el trajín de parejas de novios que hay realizando su álbum fotográfico; por lo menos había cuatro que se iban turnando en los salones, entrando y saliendo continuamente –al comedor, al patio-terraza (lugar en el que pensábamos tomarnos algo y descansar y que lógicamente no pudimos ocupar), en las escaleras, en la terraza de la piscina-, pero desistí de hacer fotografías de todos ellos.

Para terminar nuestro paso por Samarcanda, un mapa de la ciudad y sus monumentos. 


Llegada la hora que Oyott considera adecuada, en taxi nos vamos a la estación de tren, hoy tomaremos un tren da alta velocidad a Tashkent. Y en el momento de meter las maletas en el coche, nos ocurre lo peor, la maleta que habíamos dejado preparada para facturar y a la que ya se le había roto un asa, se le rompe el asa que le quedaba, con lo que definitivamente esta maleta no podrá ser facturada y tendrá que ser de mano; ya es una lotería aérea que las maletas lleguen a destino, como para tener que tratar en los aeropuertos, el handling, y más con escala incluida, una maleta sin asas, que así no habrá quién la quiera coger. Pues nada, tendremos que volver a cambiar las maletas en Tashkent, y llevar esta de mano, con aquello que consideremos imprescindible y las otras llenarlas a reventar.

En la estación pasamos al menos dos controles de seguridad, uno para entrar a la estación y otro para acceder al andén. 


Este es el billete. 


El vagón en el que vamos está lleno de turistas, poco nacionales aparte de los guías, y no siempre son uzbekos, que también los hay rusos o de origen ruso. Supongo que las agencias y la empresa nacional de trenes reservan vagones especiales para nosotros y así nos tienen concentrados. 


Nos entregan unos cascos, con los que podemos escuchar música, o por lo menos zapear entre los canales de audio, y dejamos atrás Samarqand


Del paisaje durante el viaje no hay fotografías medianamente buenas, son aún peores que la superior, y ninguna refleja un paisaje simbólico, o bueno o bonito; y no es que la velocidad del tren fuera especialmente alta, aunque seguramente es la más alta en los trenes del país. También tenemos derecho a la merienda, un bocadillo de queso, que acompañamos con un té.

 

Llegamos a Tashkent y tenemos un mal entendimiento con nuestro guía, o él no se explicó bien o nosotros no le comprendimos, con lo que la culpa la dejaremos en un fitfy-fifty; el caso es que nos parece algo caótico el traslado que nos tiene preparado, y que nosotros queríamos facilitarte para que pudiera reunirse con su familia lo más rápido posible, y al final decidimos que no cenaríamos en el restaurante concertado para esa noche, que sería de cocina italiana, y que lo haríamos en el hotel, si nos conseguía un coche o un taxi para llegar. Hoy él duerme preocupado por nuestras caras y nuestras palabras, pero no tiene nada que temer, el viaje y su organización en su conjunto ha estado bien, y nos ha dado lo que le hemos pedido en todo momento.

En el hotel están celebrando una fiesta en el jardín junto a la piscina, pero su fin estaba programado a las 11 en punto y así ocurrió, ni un segundo de más, ni una voz de más, ni una discusión sobre un último baile; esto es organización rusa pura y dura, que algo de miedito nos daba que fueran españoles o italianos los de la fiesta, ¡otro gallo hubiera cantado!, y ¡hasta qué hora hubiera cantado!

Como el restaurante está cerrado y no queremos cenar en la sala de la planta de abajo que ejerce de cafetería, junto a la recepción, está bien para unos refrescos, unos cafés o unas copas, hacemos uso del servicio de habitaciones: ensalada César y entrecot con patatas. Además nos sirven unos aperitivos. Quita el hambre pero no es que estuviera rico rico y eso que los platos son básicos, pero a la salsa César le faltaba "vida" y el entrecot estaba un poquito duro. 


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