14 de marzo de 2014

Chile - Puerto Natales - Cueva del Milodón



Ice Age 

Desde Puerto Natales se pueden hacer varias excursiones, y hoy comenzamos el día, a las 8 de la mañana, con una de ellas, rumbo al norte, pasando al comienzo junto al Seno de Última Esperanza




Según vamos avanzando nuestros ojos van encontrándose las cumbres nevadas del Parque Nacional Torres del Paine




Hacemos la primera parada en las proximidades del cerro Benítez para caminar por la que llaman senda de la historia, en la que cuentan la historia de la población de la zona. 


Los primeros hombres que llegaron al Seno de Última Esperanza lo hicieron hace alrededor de 11.000 años; avanzando desde el norte, recorriendo el territorio en muchas direcciones y de forma discontinua, progresando a medida que necesitaban más recursos o encontraban mejores espacios para vivir. 


El cambio ambiental que se produjo en esa época se tradujo en un aumento de la temperatura y el avance del bosque sobre la estepa, transformando el área en un espacio con variados recursos y alimentos. Cuando estos primeros habitantes llegaron al extremo más austral de América, los seres humanos terminaron de ocupar todos los continentes del mundo, excepto la Antártica (¿cuanto le quedará de existencia y de soledad al continente helado?). 


Alrededor del siglo XIII los aónikenk ya habitaban la zona. Era un pueblo cazador recolector que se desplazaba por la Patagonia aprovechando los recursos para subsistir en este ambiente extremo. Cazaban guanacos, ñandúes y pumas, entre otros animales, utilizando flechas, boleadoras y perros; también recolectaban calafate (un arbusto), zarzaparrilla y varios tipos de hongos. Decoraban sus cuerpos con pulseras, collares, tobilleras y pendientes, además de pinturas corporales. Se cobijaban en toldos que fabricaban cosiendo entre 30 y 50 pieles de guanaco. 




Cuando los primeros hombres llegaron a Última Esperanza había una amplia diversidad de animales de diferentes dimensiones y aspectos. Entre ellos, algunos de gran tamaño denominados megafauna, hoy extintos. En el ambiente de tundra de hace 11.000 años, esta megafauna convivía con varios animales que lograron sobrevivir a los cambios ambientales (al final de la última glaciación, hace 14.5000 años aproximadamente, se registró un aumento de la temperatura, comenzando a aparecer pastizales y bosquetes, aparte de producirse varias erupciones volcánicas de gran magnitud) y que aún están presentes, como el puma, el huemul, el guanaco, el ñandu, el zorro, el zorro colorado y la vizcacha (a la que tuvimos la suerte casi de saludar en el altiplano, de vuelta de los Géiseres del Tatio).


De los animales extintos hay unas figuras realizadas en hierro, que no es que sean buenas figuras pero por lo menos ofrecen la visión de cómo era su aspecto, como el milodón, el macrauchenia, el caballo extinto y el tigre de sable (entramos de lleno en la película de Ice Age). 




El caballo extinto era robusto, de 200 kg y con patas cortas, y era una de las principales presas tanto de animales carnívoros extintos como de los primeros cazadores humanos; sus restos son abundantes en este sector. 


Uno de los grandes herbívoros de la región fue el macrauchenia, un mamífero de unos 900 kg de peso, con una retracción de las fosas nasales, lo que se relaciona con una trompa corta, y de cuello largo; hay pocas evidencias de su existencia. 


El tigre dientes de sable, smilodon, era el felino de mayor tamaño de la Patagonia, semejante al de los tigres actuales. Tenía un peso de 220 a 400 kg, con colmillos extremadamente largos en forma de sable curvo, que sobresalían unos 10 cm fuera del hocico. No realizaba grandes carreras y depredaba milodones, caballos y camélidos utilizando la táctica de la emboscada. 


El milodón era un gran mamífero, antiguo pariente del perezoso actual, se desplazaba a cuatro patas (hay que olvidarse de Sid, el oso perezoso de la película Ice Age, aunque es casi imposible), medía alrededor de 2 metros de cabeza a cola, pesaba cerca de una tonelada, y estaba cubierto de un pelaje largo y grueso. Era un herbívoro de hábitos lentos, pero podía resultar un temible contrincante para depredadores como grandes félidos por su tamaño, poderosas garras y pequeños huesecillos que tenía incrustados en la piel, vestigios de una antigua coraza protectora como la de los armadillos. Es el animal extinto más presente en los sitios excavados en esta área, que la habitó hace unos 10.000 años. 




En 1895 el colono terrateniente de origen alemán Hermann Eberhard encontró un extraño pedazo de piel de 1,2 m de longitud en el suelo de una cueva, situada en el terreno de su estancia. Al año siguiente fueron hallados un fragmento de un enorme cráneo de mamífero, una garra y un fémur humano de gran tamaño. Nos dirigimos a la cueva, conocida como la cueva del Milodón




Para evitar aglomeraciones en el ir y venir de los paseantes y turistas hay un camino de entrada y otro de salida, aunque hoy precisamente no somos tantos los visitantes como para provocar un caos circulatorio humano.


La formación de la cueva comenzó alrededor de hace 18.000 años, con el avance y retroceso de los glaciares, que erosionaron las laderas del cerro Benítez, dejando las primeras marcas de la cueva. Hace 14.500 años, el hielo retrocedió hacia el océano Pacífico, formando un lago proglacial que rodeó el cerro, transformándolo en una isla. Las olas del lago erosionaron las capas más blandas del cerro, compuestas por lutitas y areniscas, formando una cavidad, de forma que quedaron las paredes y el techo de la cueva, que estaban compuestas por conglomerado, una roca más resistente a la erosión. 


Por los restos de animales encontrados en la zona se sabe que hace alrededor de 13.500 años el lago bajo su nivel, conectando la cueva con el continente, permitiendo el acceso de la megafauna. 






El arqueólogo sueco Otto Nordenskjold, el primer científico que exploró la cueva, encontró tres estratos: uno superior, con vestigios de asentamientos humanos; otro intermedio, con huesos de animales ya extintos; y uno inferior, con restos de milodones. Nordenskjold envió parte de sus descubrimientos a la Universidad de Upsala, atrayendo la atención del conservador del Museo de Historia Natural de Buenos Aires, de apellido Listai, que al poco tiempo anunció en Argentina que la piel pertenecía a un Milodon Listai, el gigantesco oso perezoso prehistórico, endémico de Latinoamérica (al que "generosamente" bautizó con su nombre). 




Desde entonces las distintas cuevas, aleros y rocas del cerro Benítez han sido objeto de diversos estudios geológicos, arqueológicos y paleontológicos, encontrándose importantes descubrimientos sobre el origen de la Patagonia y de quienes la habitaron hace miles de años. En el curso del siglo XIX ya se habían descubierto más huesos de milodones, que Listai aseguraba que el trozo de piel estaba tan fresco que posiblemente había muerto hacía poco tiempo, y que tendría que existir alguno vivo (¿conservador del Museo de Historia Natural?, pues se lo tendría que haber mirado mejor). 




Cuando Nordenskjold exploró la cueva iba con él un alemán, un buscador de oro, que inamitó la cueva para ver si había algo más, y como no encontró oro se llevó varios metros de piel para venderlos. Uno de estos trozos fue a parar, como regalo de boda (curioso, extraño y atípico regalo de este evento), a casa de los abuelos del escritor Bruce Chatwin, autor de En la Patagonia, libro que que comienza así: “En el comedor de la casa de mi abuela materna había una vitrina con un trozo de piel en su interior, un trozo pequeño, pero grueso y correoso, con mechones de pelo ásperos y rojizos…”. 


La publicación de Listai dando a entender que aún existían ejemplares vivos, y relatos como los del gobernador de Santa Cruz de Argentina, que juraba haber matado a uno en una cacería (de imaginación dicen que también se vive), avivaron la fantasía de los científicos, que empezaron a imaginarse un mundo de animales gigantes viviendo entre árboles descomunales (la premonición del libro Parque Jurásico). 




En Gran Bretaña la expectación y el interés generado fue tanto que el periódico Daily Express financió una expedición científica con el objetivo de encontrar al milodón vivo, pero por supuesto, no encontraron ninguno. 




Lo que más me llama la atención de la cueva es su profundidad, no sé porque no me la había imaginado tan grande (supongo que referencias verbales de otros viajeros que no quedaron entusiasmados con la cueva habían bajado mis expectativas de todas las formas posibles). Mide 200 m de profundidad, 80 m de ancho y 30 m de alto. En el techo hay pequeñas estalactitas, y por él sigue filtrándose agua. 




De la cueva sólo se ha descubierto y excavado una pequeña parte, por lo que se supone que en su suelo habrá más restos de animales extintos y de humanos (aunque las leyendas muchas veces son mejores que la propia historia). Muchos de los agujeros en el suelo de la cueva corresponden a estas excavaciones, algunas realizadas por arqueólogos e investigadores, otras en cambio, por saqueadores. 

 

(Con la historia del oso perezoso y de sus buscadores se podría haber compuesto la “Milonga del Milodón”). 




Tras dar una vuelta por el interior de la cueva, al finalizar se llega a una especie de pequeña “plaza” (si no se realiza el recorrido en el sentido sugerido se puede empezar por aquí). En la plaza nos espera una réplica del milodón, que lo que más provoca son sonrisas (y sí, porque no decirlo incluso risas), aunque supongo que el público infantil lo mirará con otros ojos. 




Más de un adulto tiene alma infantil porque no puede dejar la ocasión de chocar los cinco con Sid. 




Alrededor del milodón hay vitrinas en las que se exhibe partes de su cuerpo (algunos originales y otros réplicas): un trozo de fémur, un trozo de cráneo, una garra, unos pelillos y los pequeños huesos que tenían sobre la piel. Las pruebas del carbono 14 determinaron que la piel tenía unos 10.000 años de antigüedad.








Hasta el año 2012 se celebraba en la cueva un festival de cine; no dudo que el escenario y el paisaje son únicos, pero creo que actos multitudinarios no son lo más adecuados para preservar un lugar de estas características. 


Salimos de la cueva y los árboles nos muestran la fuerza del aire en la zona (a mí me recuerdan el paisaje de la película Sleepy Hollow). 





En el cerro Benítez y sus alrededores hay senderos a varios miradores y a otras cuevas, así como a la formación rocosa conocida como Silla del Diablo, pero nosotros no vamos a ninguno de estos lugares (ya sabéis, el tiempo es oro), nos dirigimos hacia los picos nevados y los lagos azules, vamos hacia el Parque Nacional Torres del Paine.




Tenía muchas dudas sobre esta visita, si sería demasiado “peliculera” porque leer lo de la réplica del animal no daba mucha confianza, pero para nosotros el paraje y la propia cueva merecen la pena, además de aprender más sobre la vida humana y animal en estos parajes de hace miles de años. 

Situación de la cueva:

 

No puedo terminar esta entrada sin el tráiler de una de las películas de la serie de Ice Age, que es de la segunda porque en el de la primera, genuino y fantástico, no salen algunos de los animales mencionados aquí.