11 de julio de 2016

Uzbekistán - Bukhara - Mezquita Khodja Zayniddin - Mezquita Kunkak - Hamam Kunkak - Mezquita Siddikiyon - Madraza Amir Olimxon - Restaurante Minzifa


La mezquita en el laberinto de calles

Salimos del parque Samani y emprendemos la vuelta al centro de la ciudad, y lo hacemos callejeando por esas calles que hemos dado en llamar cara B, guiados en parte por el minarete y la cúpula de la mezquita Kalon



Tras un rato de entrar por una calle y salir por otra, finalmente encontramos la mezquita Khodja Zayniddin, construida en el siglo XVI, que está señalizada por un cartel en una de las calles (afortunadamente), la mezquita que la tarde anterior no fuimos capaces de localizar, y es que tiene lo suyo lo de estas calles sin nombres y este callejero impreso que ayuda lo justo pero no lo necesario. 


Encontramos desolación, un estanque rodeado de viviendas, nada de árboles o jardines, que al estar abandonado, y afortunadamente sin agua, sirve de basurero.  


La mezquita está siendo sometida a una profunda rehabilitación, yo diría que se trata de una reconstrucción, como la mayor parte de los monumentos del país por las fotos que hemos visto en museos, ya que cúpulas, decoración, columnas, azulejos... casi todo se había perdido. Lo que nos había traído hasta aquí era la información que habíamos encontrado sobre ella: hermosos fragmentos de mosaicos y trabajo de ghanch, de los mejores del país, pero no vimos ninguno de ellos, ya que por supuesto su interior no es accesible, al exterior tampoco se puede acceder, y gran parte de la galería externa está cubierta de andamios. No tenemos ninguna duda que terminada la rehabilitación esta mezquita lucirá hermosa, y seguro que estará mejor señalizada.



Salimos a la parte trasera de la mezquita, que pudiera ser la entrada principal por el arco o pistaq de entrada. 


No muy lejos hay otra mezquita, mezquita Kunjak, del siglo XVII, dato que sabemos por su cartel informativo, que más parece la entrada a unas cuevas. 


Y al lado, el hamam Kunjak, más antiguo que la mezquita, del siglo XVI. 



Por una de las calles nos damos de bruces con la mezquita Siddikiyon, del siglo XVIII, y es que estamos descubriendo esos lugares escondidos a los ojos de los visitantes, ya que llegar aquí no es la tónica general. No hay dinero para tanta reconstrucción, pero tirando de imaginación se puede sentir el esplendor de la ciudad con sus madrazas y mezquitas. 


Con este callejeo llegamos a la parte trasera de la plaza Registan, al lado contrario de por donde entramos cuando la conocimos, a la izquierda destaca el minarete Kalon


Al fondo, la madraza Amir Olimxon, del siglo XIX. 


Cruzamos la plaza Registan y dos bazares - Toki Zargaron, Toki Telpak Furushon-, para llegar a la plaza Lyabi-Hauz, desde donde nos adentramos a la aventura por las calles que surgen a la derecha, en principio creemos que corresponden a la judería, donde se instalaron los judíos que llegaron en los siglos XII y XIII, de los que quedan muy pocos (verlos no los vimos, porque si eran judíos no vimos ni su bonete ni sus trenzas para reconocerles), ya que la mayoría emigró a Israel. Fue un paseo tranquilo, agradable, donde los pocos habitantes que nos encontramos nos sonrieron, y donde curiosamente algún occidental pululaba por sus calles, porque en ellas algunas casas se han convertido en hoteles u hostales. 





Ya hemos pasado suficiente calor, por lo que acabamos el paseo en el hotel reposando y refrescándonos, que no paramos de hacerlo a la menor ocasión que podemos. A la hora convenida con Oyott bajamos a recepción para encontrarnos, hoy nos toca cenar en un restaurante que de nuevo nos parece coqueto, Minzifa


En la planta baja se encuentra la cocina y en una sala algunas mesas. 


Pero las mesas demandadas, supongo que sobre todo al atardecer y por la noche, porque para la comida deben ser un infierno, son las de la terraza, con vistas a las cúpulas del bazar Toki Sarrafon, y aunque por un momento parecía que seríamos castigados abajo, la fortuna nos sonrió y tuvimos nuestra mesa arriba. 


El pan de cada día. Le pido a Oyott la posibilidad de cenar un plato uzbeko que todavía no hemos probado, pero no es posible, teníamos que haberlo solicitado con antelación, así que de momento me quedo con las ganas, ganas que me quito en Samarcanda, probando finalmente el manti, unos raviolis uzbekos.


Una especie de buñuelos de requesón con especias, que no puedo decir nada de ellos porque el requesón no me gusta y nada más ver su interior ni lo probé. 


Ensalada verde con pepino y ¡aceitunas!, con unos trozos de queso. 


Brocheta de verduras, que acostumbrados a los famosos pinchos es una variedad. 


No faltó la sopa de calabaza, pero los chicos no la probaron, y yo, a la tercera cucharada sentí el fulgor de mis intestinos en proceso, por lo que decidí dejar de tomarla, y a partir de este momento, la cena fue un quiero terminar rápido para no tener problemas.

De plato principal individual, arroz con pollo en salsa y patatas fritas con kétchup, detalle de salsa que me sigue haciendo gracia. Estaba rico.


De postre, tarta de chocolate con frutos secos. 


Terminamos la cena con la noche sobre las cúpulas del bazar Toki Sarrafon. Un restaurante recomendable a pesar de cómo terminó la noche para mí.


Con algo de premura por mi parte, los intestinos han seguido su proceso atroz, llegamos al hotel, y empieza el calvario de la noche para mí, que la pasé más en el cuarto de baño que en la cama. No creo que fuera específicamente esta cena la que me sentará mal, serían las comidas acumuladas -con mayor o menor higiene-, el exceso de verduras, el exceso de cremas de calabaza, las frutas que aunque lavadas van con piel, y sobre todo creo que el paseo de la tarde con el sol me provocaría un corte de digestión con amago de insolación, que terminó de rematarse durante la cena. ¡Madre mía, y mañana salimos de viaje por carretera!, vamos a Shahrisabz, como parada antes de llegar a Samarcanda.