20 de febrero de 2013

EEUU - New York - Restaurante Gordon Ramsey at the London



Mucho ruido y pocas nueces (en palabras de Shakespeare, Much ado about nothing)

Fin  Año de 2012 lo hemos pasado en la que sentimos como nuestra ciudad, aunque tengamos cariño por muchas, con New York tenemos un lazo especial, de corazón a corazón, y como elaborar entradas sobre esta ciudad me llevará mucho tiempo (unir tres viajes y recopilar las fotos adecuadas con las explicaciones y más que nunca las impresiones y sentimientos), lo que hoy voy a contar es la cena de Nochevieja del año pasado, que tomamos en el restaurante Gordon Ramsey at the London, que se ubica en el Hotel London NYC

Digo que voy a intentar relatar, pero realmente es francamente casi imposible ya que tanto para mi pareja como para mí fue una noche efímera gastronómica, de las que desafortunadamente no dejan huella, y no porque fuera mala, sino por la falta de detalles de todo tipo, empezando por un servicio demasiado frío e impersonal, la barrera idiomática -english contra spanglish- no es excusa a estos niveles de precios (como se demostrará en otros lugares de menor precio), pasando por las presentaciones en los platos y llegando a los sabores (y me salto la señorita de la recepción a la entrada del bar que atiende las reservas del restaurante, ya que escuchando nuestro idioma hasta el final no nos descubrió que era el suyo también, pero a este detalle me he ido acostumbrando en la city en todos los lugares, y ya hasta me divierte "spanglishear" y realmente no me importa intentar hablar inglés).

Para evitar imprevistos realizamos una reserva en el restaurante vía internet para las 21.15 h, de modo que tuviéramos tiempo de disfrutar del día paseando por la ciudad y sus vericuetos, y de prepararnos para el evento. A los caballeros les exigen chaqueta.

Gordon fue la razón para la elección del hotel, ya que en un principio repetíamos por la comodidad que nos ofreció en las Navidades de 2009-2010 el Hotel New York Palace, en el que disfrutamos de una espléndida, espectacular y bien atendida cena de Fin de Año, pero acometieron unas obras de remodelación y nos dio algo de miedo que no se terminaran a tiempo para las Navidades. 

En un principio Nochevieja no es una noche para pasarla de aquí para allá por NY, sí para hacerlo en Times Square, pero sinceramente con veinte o treinta o incluso cuarenta años menos. Buscar un lugar para cenar de improviso podría ser complicado por no decir que misión imposible, y la opción de terminar comprando en un “deli” no es lo que más nos apetecía, aunque estoy segura que lo hubiéramos pasado de fábula y además podríamos haber comprado uvas…o eso creo.  Así que de algún modo Gordon eligió por nosotros el hotel, y eso que Londres está más cerca de Madrid que New York para conocer su cocina.

Tras una pequeña espera respecto a la hora reservada, entramos en la amplia sala que acoge el comedor, con mesas bien separadas, con un detalle que nos gustó y mucho, por su gran comodidad: las sillas son giratorias, con lo que para sentarse sólo es necesario girarla y sentarse uno con tranquilidad y bien, sin necesidad de nadie que te ayude a acercar la silla a la mesa o de arrastrarla uno mismo. Lástima que en nuestras casas nos faltaría espacio para poner estas geniales sillas-sillones. 

La noche comenzó con un martini de aperitivo, en este caso para tres de los comensales, ya que yo sigo mi tónica de esperar a la comida para degustar alcohol, sobre todo cuando se trata de un menú de degustación. Valoración alta del combinado de los que lo bebieron; yo no llegué a darle un sorbo así que no puedo opinar.


Nos dan el menú degustación para leerlo (y el que puede que lo memorice), de modo que si alguien tiene alguna alergia o incompatibilidad de cualquier ingrediente, cambiar el plato por algún plato del menú vegetariano. Dos de los comensales hacen un cambio y dos nos quedamos tal cual, pero en lugar de dejarnos un menú de referencia, las cartas desaparecen de la mesa, primer no detalle, ya que se ha mostrado y demostrado que el inglés lo intentamos hablar, alguno con más fluidez afortunadamente, sería un buen detalle dejarnos la carta para seguir el menú con mayor facilidad (en el Restaurante Coque nos lo dejaron, y eso que el idioma es el mismo, pero el tener una referencia escrita aparte de la "cantada" por los camareros ayuda en el momento).

Como los Martinis siguen en la mesa, sería de locos beberlos como si fuera agua, nadie se acerca a la mesa para preguntar si tomaremos alguna otra bebida con el menú, dan por hecho que los tres comensales que beben Martini continuarán así, y que yo le daré al agua… esto es de suspenso total y completo, más cuando yo intento encontrar la mirada de alguien del equipo del restaurante y nadie mira hacia la mesa cuando creo que uno de los cometidos más importantes de este nivel de restaurantes es estar pendiente de los comensales y sus necesidades, solo me faltaba dar un silbido como en una taberna; además con la petición del Martini habíamos dicho que tomaríamos vino en la cena.

El menú comienza con un Amuse bouche, que se traduce como “entretener la boca”, y que ahora leo que es un plato que se utiliza para entretener a los comensales entre plato y plato, que normalmente suele presentarse al finalizar un plato para preparar el paladar para el siguiente (lo que en casa hago cuando preparo algún sorbete para romper precisamente los sabores), y aquí estamos a punto de comenzar. Bueno, esto es a gusto del chef y a nosotros el orden de aparición de esta amuse bouche nos parece bien.

En la mesa hubo una deliberación sobre el sabor de la crema, que si coliflor, que si algo de apio, pero realmente ninguno apostaríamos a ganador, eso sí, era una crema de verduras con algo de crema (de nata) y con unas verduras crujientes de acompañamiento. 


Con esta amuse en la mesa conseguimos finalmente pedir un maridaje de vinos para el menú, con cada plato que nos presentarán una copa diferente de muchas variedades: rosado, blanco, tinto y dulce.

Cuando estábamos terminando la amuse apareció la primera copa, un rosado espumoso, que no viene en la relación del maridaje, recibido este y el menú con casi dos meses de retraso en nuestro mail. 

El camarero encargado de nuestras bebidas (el sumiller era otro) nos cantaba las excelencias de los vinos, en algunos casos los entendimos, en otros nos perdimos en sabores y denominaciones de origen, y en aquel momento no era cuestión de ir haciendo foto tras foto a las botellas. 

Continuamos el menú con Quail terrine, salsify barigoule, baby lettuce, Perigord truffle. Un buen plato, pequeño pero muy sabroso, donde el muslito de codorniz es un exquisito bocado, del resto, ahora descubro que barigoule es un guiso, normalmente de alcachofas, pero este sabor no recuerdo si estaba o no y es demasiado especial como para pasarlo por alto, y la barrita del fondo del plato me quiso evocar al ruibarbo pero creo que era otra clase de vegetal. Le acompaña una copa de vino de Grüner Veltliner (Weingut Steininger, Loisim, Kamptan, Austria 2010).


El siguiente plato es Olive oil poached trout cucumber, Scottish Langoustine, Australian finger lime, si había unanimidad en la mesa es que el alimento a la derecha en la foto era trucha ahumada y sin necesidad de leer el menú. Me gustaría decir que el alimento a la izquierda era el langostino escocés pero no lo voy a decir porque no tengo la certeza ni el recuerdo real, aunque la fotografía parece afirmarlo. Le acompaña una copa de Di Giovanna (Viognier, Sicily, Italy 2010).


La tanda de platos de pescados finaliza con Smoked sturgeon Sour cream panna cotta, Osetra caviar, dill crumble, que si la memoria no falla porque sí lo hizo el fotógrafo, es que su presentación fue la más original de todos los platos, ya que venía cubierto por una especie de campana de cristal que contenía “humo” aromático. Como nos resultó tan curioso todos quitamos la campana rápidamente y para la fotografía ya se había roto el hechizo y disipado el humo. Le acompaña un Domaine François Mikulski( Gouttes d’Or, 1er Cru, Meursault, France 2010)


Una cuidada y equilibrista presentación para un plato que no me terminó de convencer, no solo porque no sea fan de sus ingredientes: esturión (sólo he probado las huevas y era la primera que probaba su carne), panna cota y caviar, sino porque le faltaba un “ángel”.


El turno de las carnes comienza con Caramelized veal sweetbreads, blue foot mousseline, pickled squash. Extrañamente la traducción me lleva a que son mollejas de ternera caramelizadas, y me las como con total tranquilidad, ya que hasta el momento solo soportaba las pequeñas de cordero…algo está cambiando en mí, y también que “ojos que no saben, estómago que traga”, pero de verdad que esto no sabía a mollejas. Le acompaña un Cristom (Marjorie Vineyard, Eola-Amity Hills, Willamette Valley, Oregon 2009), descubriendo que Oregon hace vinos, aunque este no era especialmente bueno.


El segundo y último plato de carne es Triple seared Kobe beef, cauliflower, watercress, breakfast radish, confit potato, que tiene su guasa porque lo que más recuerdo es la coliflor, y la ternera de Kobe pues bien como siempre, que aunque tengo algo de desacuerdo con ella por su gelatinosidad, en esta ocasión me pareció más compacta. Parece que al fotógrafo le gustó más este plato y se olvidó de hacer la correspondiente fotografía… o a estas alturas ¿serían las copas de vino? Le acompaña un Valdicava (Brunello di Montalcino, Tuscany, Italy, 2001), que creo que en realidad fue un Ribera del Duero (cuando algo suena español se abren los ojos), o falta de botellas del primero o un error al transcribir o ¡yo qué sé!, Gordon no gana puntos ni en directo ni en diferido.

Comienza la ronda de postres con Brillat Savarin, apple balsamic, mustard greens. La verdad es que no lo recuerdo, y leyendo lo de la manzana y las hojas de mostaza no hago memoria de ninguna manera para comentarlo…y no, en mi caso no eran las copas, era la falta de motivación en general que provocaba falta de concentración. Le acompaña un Blandy’s (10 years Malmsey, Madeira)


El segundo postre es Local ricotta mousse, kumquat, fennel ice cream, que por aquello de llevar fennel, es decir, hinojo, lo recuerdo con más precisión, ya que dos comensales son apasionados de este ingrediente alimentario y se realizaron bastantes comentarios sobre él. Sin llegar a ser un escándalo, se puede decir que francamente bueno. 


Cuando estamos saboreando este postre dan las doce de la noche, todo el servicio, incluidos los de la cocina armados con cacerolas, salen a gritar Happy New Year!, nos ofrecen una copa de champagne (no dijeron ni han escrito nada sobre él), pero el ambiente es demasiado frío en general para montar una fiesta; la mayor licencia que me permito es que al ver entre el personal de cocina a un hispano le miro a los ojos copa en mano y le digo ¡Feliz Año Nuevo!, y me responde con una sonrisa y con un ¡Feliz Año Nuevo!, algo bajito de tono, eso sí.

El último postre es Maralumi chocolate mousse, Farro dacquoise, saffron ice cream, que se llevó todos los puntos por llevar chocolate, y aquellos que somos chocoadictos ya nos entusiasma el nombre. Un postre de contraste de sabor, aunque el azafrán no tenía mucha presencia, pero muy delicado al paladar.

Los dos últimos postres son acompañados por Graham’s Vintage Port, 1994.





La pregunta después de leerme ¿Demasiado exigente? La respuesta es contundentemente afirmativa, pero a ciertos precios se puede exigir todo lo que se crea necesario sin llegar a la paranoia, y sobre todo cuando hay puntos de comparación, tanto en restaurantes en  España (La Terraza del Casino, Sergi Arola Gastro, Coque; todos con chefs reconocidos nacional e internacionalmente), como en la propia city, ya que como he mencionado en el 2009 también celebramos Fin de Año allí, en esta ocasión en el Restaurante Gilt del Hotel New York Palace (espero poder contarlo en breve para contrastar los dos), y no hay color en cuanto a resultados, detalles, servicio y calidad-cantidad-precio, Gordon sale perdiendo. Parece que de todas formas un ángel nos protegió, porque el 15 de diciembre cerró este restaurante, y la noche de Fin de Año no la hubiéramos podido celebrar allí.

Para el precio pagado en este restaurante le ha faltado sentimiento, vitalidad, asombro, y si este precio también se puede achacar a que estamos en New York, en el Gilt también lo estábamos y salimos más satisfechos, y con más alcohol consumido que podría haber subido más la factura y sin embargo se quedó algo más baja (la inflación no tiene nada que ver).

¿Cuestión de gustos? Aquí ya no puedo debatir nada porque esto es tan cierto como que la Tierra gira, y mi (nuestros) gustos no corren paralelos a los de Gordon, reiterándome en que no digo que sea malo o mediocre, sino que había demasiadas ilusiones y esperanzas a pesar de conocerle a través de su programa mediático de Pesadilla en la cocina, que ya nos inculca la idea de lo sencillo es bueno… pero creo que algunos matices más tampoco estarían de sobra.

Gordon basa su cocina en la sencillez, y esto es de alabar, la hace más cercana a nuestras cocinas, a pesar de que algunos ingredientes no son fáciles de encontrar pero siempre se pueden sustituir por otros o eliminar; pero lo que no me terminó de enamorar fue su suma sencillez, porque hasta en sabores me pareció bastante lineal, y las sorpresas en gastronomía siempre son bien recibidas, para bien o para mal, pero siempre hay que buscar ese punto de asombro al paladar y a los ojos (a los cinco sentidos en general, incluso llegando al sexto).

Toda esta valoración sin mencionar a los increíbles chefs que tenemos en España, y de los que afortunadamente hemos conocido algunas de sus creaciones e innovaciones, como he relacionado más arriba, y con todos ellos Gordon no alcanza su listón, aunque supera su precio con creces.

El salir sin un menú escrito, por mucho que lo pueda encontrar en la página web, con el maridaje de vinos realizado, me parece un detalle feo, porque creo que no hubiera sido difícil, incluso preguntar si estábamos alojados en el hotel pasarlo a la habitación en el día o días siguientes. Los pequeños detalles hacen grandes a los restaurantes, y este era un ínfimo detalle que en la suma hace la resta más importante.

Curiosidades de la vida y de los restaurantes, como si un presagio hubieran tenido en el Gordon at London NY de la publicación de esta pequeña crónica y gran crítica en el inmenso océano de internet, con fecha 16 de febrero hemos recibido un mail con el menú y el maridaje, pero ¡ah!, los vinos puede que sean los que ellos relaciona, pero recordamos un Ribera del Duero, no su nombre, sólo su denominación de origen, que no figura…y otro fallo más a añadir en esta larga lista de despropósitos.

¿Volver a probar la cocina de Gordon? No en New York, posiblemente en Londres le daríamos otra oportunidad, pero sería la última, que no se puede despilfarrar para no quedar satisfecho, porque a estos precios que menos que salir con una sonrisa, y eso que esta nunca nos falla ni nos falta en la vida, venga lo que venga.

En resumen, no fue una pesadilla de cena pero tampoco fue el sueño que debería haber sido.