Desde las increíbles cuevas de Hpo Win Daung emprendemos el viaje del día, durante el cual paramos un momento para ver cómo juegan
unos niños con una pelota de caña, el juego se llama chinlone, y sólo se pueden
utilizar los pies o las rodillas para golpearla. La verdad es que son
movimientos muy rápidos y parece en ocasiones más una danza que un deporte o un
simple juego, juego que tiene más de 1.500 años. La pelota como elemento decorativo es preciosa.
Las imágenes del paisaje vegetal continúa con los palmerales, muy tropical.
Un neumático gigante
anuncia una empresa china, Sinohydro, que precisamente en China se ha encargado
de la construcción de la presa de las Tres Gargantas en el río Yangtze, presa
no exenta de polémica.
Por las instalaciones de la empresa pasa la carretera, que se puede cortar por una valla de
protección. Es bastante extraño, y supongo que a lo mejor está relacionado con el ejército...
La realidad es que
los traslados por carretera se hacen largos y algo pesados, el estado de las carreteras,
sin ser completamente óptimos, no son tan malos como podíamos esperar, y esto es un punto positivo, pero la
velocidad de nuestro conductor, por nuestra seguridad y posiblemente por obligación, es limitada (y así debe ser).
Llegamos a Pakokku, localidad que se hizo famosa
justo antes de nuestra partida por la crecida del río Irrawaddy, que se llevó
una pagoda por delante, el agua se la tragó, aunque afortunadamente no hubo
víctimas humanas, aquí podéis ver el video.
En esta localidad
comeremos antes de seguir el viaje, en el restaurante Ho Pin.
El local tiene dos
salas, y hoy Myo decide que prefiere comer en soledad en una de ellas, que se
lo respetamos, somos un trío bien avenido; los conductores no suelen comer con nosotros en ningún viaje y en ningún país, aunque le hacemos saber a Myo (o al guía en general) que pueden acompañarnos.
Al llegar somos los únicos
comensales, pero a mitad de la comida llegó un grupo de turistas holandeses,
también con el mismo touroperador birmano que nosotros. De nuevo nos acercamos a la vitrina donde exhiben los platos para elegir, lugar desde el que además vemos la cocina, pero
cuando llegó el grupo grande cerraron la visión con unas contraventanas de madera, supongo que para que no
hiciéramos fotografías a diestro y
siniestro, como era mi intención al finalizar la comida.
En esta ocasión el
surtido de platos es menor, como lo es también un poco su calidad, pero no
estaba malo, cumplían su función de alimentar. Una sopa de fideos vermicelli
–se agradece el cambio-; el guiso de garbanzos que está rico; las judías con
cacahuetes; un guiso de patatas; y no falta un plato de patatas fritas con la
salsa picante. En esta ocasión nos dejan la cacerola del arroz sobre la mesa,
de modo que nos podemos servir nosotros mismos.
Hoy -parece mentira que haya tardado tanto- comienzo a asumir
que las comidas van a ser repetitivas, ya que al mirar los platos de curry
descartamos los de vísceras, los de pescado (hay que confiar mucho para
pedirlo), y el nuevo de hoy, que Myo nos dice que es cabra (supongo que sería más cordero, pero todo puede ser), que no nos apetece
mucho, que otra cosa es que se lo hubiera pedido él y lo hubiéramos probado.
Así que volvemos a tener curry de pollo y de cerdo.
De postre, dos
grandes plátanos.
Hoy los dulces no
vienen en la caja bonita, vienen en un tupper, y además son de los que no nos
gustan.
Salimos de Pakokku y
pasamos junto a la estación de bomberos de la ciudad.
Cruzamos el río
Irrawaddy por el puente Pakokku, inaugurado en 2012, el más largo del país, con
3,4 km, que tiene dos carriles para peatones.
Llegamos al destino final del viaje, uno de los
destinos míticos de Myanmar, Bagan, donde vamos viendo algunos de sus templos,
que nos van abriendo boca para los dos días siguientes y nos emocionan, pero lo primero es ir
al hotel Aureum Palace Resort.
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